Cuando no funciona bien, la linfa (el líquido que transporta) se acumula y aparece una dolora inflamación llamada técnicamente linfedema. Este trastorno puede aparecer de manera espontánea o como efecto adverso después de una intervención. Por eso va en aumento: porque los agresivos tratamientos antitumorales afectan al sistema linfático. El caso más claro es la mastectomía, que en una cuarta parte implica un linfedema. Pero precisamente por este carácter de efecto no deseado de un tratamiento prioritario -curar un cáncer-, los expertos se quejan de que no se le presta la atención que merece.
"El cirujano vascular o flebólogo, que hace el diagnóstico del linfedema, ve que este problema es la cenicienta de nuestras consultas y, para la sanidad pública, es un mal menor, prácticamente solo algo estético", dice José Román Escudero, presidente del Capítulo Español de Flebología. Este grupo, junto con las sociedades de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética (SECPRE) y de Rehabilitación y Medicina Física (SERMEF) insisten en la importancia de crear unidades hospitalarias interdisciplinarias, con una buena coordinación de cirujanos vasculares, plásticos y médicos rehabilitadores. "Hay que abordar correctamente un problema de salud que altera notablemente la calidad de vida del paciente e influye en su autoestima y puede generar problemas psicológicos", destaca Escudero.
Según Jaume Massià, presidente de la SECPRE, el linfedema aparece por una alteración en el sistema linfático, que en el 70% de los casos es secundario a una intervención quirúrgica por cáncer de mama y se ve en el brazo. Le siguen en frecuencia, localizados en las extremidades inferiores, los debidos a cirugía de procesos malignos de útero, ovario, próstata y melanoma en piernas. En su forma más grave toma el nombre de elefantiasis, porque la parte afectada alcanza una forma y un volumen que se asemejan a la pierna de un elefante. Menos comunes son los congénitos, de origen hereditario.
Este es el caso de Leonor Carbonell, una mujer de 51 años, que sufre un linfedema primario que le detectaron a los 20 años, aunque ya desde pequeña se le hinchaban muy a menudo los tobillos: "Llevo 31 años con la enfermedad, con esta alteración congénita de mi sistema linfático. Me afecta a las dos piernas, aunque a una más que a otra". Leonor ha aprendido a convivir con su mal y respeta rigurosamente la rehabilitación que debe hacer, lleva siempre sus piernas vendadas y no necesita medicación.
Los expertos destacan que los síntomas más acusados del linfedema son el aumento del volumen de la región donde esté localizada la lesión, pesadez, piel tensa y edema o hinchazón, riesgo de grietas e infecciones. Todas estas alteraciones repercuten en la movilidad general, la asimetría física y la autoestima sobre la imagen corporal.
"La detección precoz del problema y su adecuado tratamiento son fundamentales para que el linfedema esté bien controlado y evolucione favorablemente", asegura Escudero.
Masajes, vendas, higiene extrema, cremas y rehabilitación son algunas de las pautas terapéuticas. Lo más innovador son ciertas técnicas de microcirugía que en España solo desarrolla Jaume Massià en elHospital de la Santa Cruz y San Pablo de Barcelona.
Autor: Mayka Sánchez |
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