Lleva años dedicándose a la comunicación y divulgación científica. ¿Qué ha significado para usted la publicación de El ladrón de cerebros?
A título personal, una ilusión enorme. Escribir un libro se convirtió en un reto más duro de lo que me había imaginado. Pero ahora estoy encantadísimo con el resultado y la aceptación que está teniendo. A título profesional, me está permitiendo llegar a muchas más personas –unos que ofrecen información científica y otros que la buscan–, y veo que desde esta encrucijada se abren nuevas ventanas. Tras volcar todas estas enseñanzas e ideas en el libro tuve la sensación de que El ladrón de cerebros era el fin de un ciclo, pero ahora estoy viendo que significará el inicio de otro.
¿Qué le hizo abandonar el doctorado en genética y decantarse por el periodismo científico?
La inquietud y falta de paciencia. A mí me encantaba la ciencia y estaba convencido de que mi trabajo sería la investigación. Pero pasé un año entero haciendo una técnica llamada PCR y sin ninguna expectativa de mejora. Entonces busqué una manera de continuar vinculado con la ciencia de primer nivel sin necesidad de pasar todo el día en el laboratorio. Y se me ocurrió la comunicación. Ser un crítico culinario en lugar de cocinero. Di el salto a la profesionalización con la oportunidad que me dio Eduard Punset en Redes. Empezó como una aventura y –sin dejar de serlo –se ha convertido en una profesión. Pero quiero resaltar que me siento más científico que comunicador.
¿Por qué es importante difundir los conocimientos científicos y hacerlos próximos a la sociedad?
Una sociedad científicamente informada toma mejores decisiones, es más próspera, más difícil de manipular, aprovecha mejor la información médica y los avances tecnológicos, está mejor preparada para afrontar los retos futuros e incluso me atrevería a decir que las personas se pelean menos entre ellas. Tiene un espíritu más optimista, constructivo y crítico. Se deja llevar menos por la ideología, sabe pensar a largo plazo además de a corto, entiende mejor el mundo, su cuerpo, su mente y la de otros. Se deja contaminar menos por ciertos programas de televisión y es más feliz. Yo defiendo que la ciencia es una forma de entretenimiento cultural tan apasionante como lo pueda ser el cine, la música o la historia. Por desgracia, hay demasiada gente a la que todavía no le hemos abierto la puerta a este mundo apasionante, porque algunos les pedían que primero subieran unas escaleras demasiado empinadas.
Tras su paso por el Instituto Tecnológico de Massachusetts y la Universidad de Harvard, ¿qué diferencia principal destacaría entre el periodismo científico que se hace en Norteamérica del que se hace en España?
Si nos centramos sólo en la parte periodística, es un mercado mucho más grande, lo que les permite invertir más recursos. Pero quizás lo fundamental es la tradición. Ellos llevan décadas realizando un periodismo científico de enorme calidad y tienen una masa crítica muy sólida de profesionales con dilatada experiencia. La beca Knight de periodismo científico que me concedieron en el MIT lleva 27 años en marcha, pagando cantidades generosas a periodistas para que pasen un año actualizando sus conocimientos científicos en centros de investigación de primer nivel. Eso es una apuesta de verdad y que genera una cantera excelente. La manera cómo se redactan notas también tiene un matiz diferente. Allí las llaman stories (historias), y no es por casualidad: te explican la ciencia de una manera menos aséptica de la que aquí a veces encontramos. Un aspecto interesante es la figura del science writer, que se dedica a la comunicación científica de manera más amplia (institucional, educativa, proyectos de difusión, revisiones...) pero siempre de manera profesional, no desde el “voluntarismo”. La divulgación mal hecha es contraproducente.
¿Está el periodismo sacando provecho en las posibilidades que da la Web 2.0 para conseguir involucrar a la ciudadanía en la gestión y difusión del conocimiento científico?
Es un punto controvertido, porque en algunos campos la Web 2.0 está generando un ruido de fondo que tergiversa la información. Todo el mundo tiene una opinión, pero en ciencia las opiniones cuentan menos que los datos y, con todo respeto, a veces hay participaciones contaminantes. No creo que hayamos descubierto todavía el modelo participativo ideal, cuyo espíritu refleje –y transmita– los valores científicos, y vaya más allá de intercambiar opiniones. Así que es cierto: todavía no le estamos sacando provecho. Lo que sí ha aportado la web 2.0 y resulta fabuloso, es la enorme cantidad de comunidades bien reguladas de investigadores que pueden saltarse a los medios convencionales y hacernos llegar una información valiosísima de primera mano.
¿Qué papel juega la sociedad en la cadena de transmisión y aplicación de la ciencia?
En el proceso final de toma de decisiones políticas, un rol vital. El Senado de EE UU no pasará una legislación de reducción de emisiones si la sociedad –representada por los congresistas de sus estados– no está convencida de que el cambio climático es un problema a atajar. Y tardaremos más o menos en beneficiarnos de la medicina personalizada basada en la información genética, en función de lo rápido que la sociedad, médicos y sistema sanitario sean capaces de asimilar y entender qué significa realmente esta información, y cómo sacarle partido. Como ejemplo: la educación en genética humana será uno de los campos en que más divulgación hará falta en los próximos años.
Dos revistas científicas de referencia como Science y Nature tuvieron que retirar, en 2010 y en más de una ocasión, artículos científicos tras demostrarse su falsedad. ¿Está en crisis el sistema de control de calidad de los artículos científicos?
De hecho la revista PLOS sacó un estudio según el cual, debido a que se publica más por impacto que por metodología, las revistas de mayor índice de impacto como Science, Nature o NEJM contienen más errores que las inmediatamente inferiores. Es un tema de profunda discusión interna en la ciencia. Y no sólo desde una perspectiva inocente. Muchas estadísticas demuestran lo habitual que es el fraude de bajo nivelentre investigadores: maquillar resultados, gráficos, eliminar datos discordantes... Pocos son los casos extremos de estudios que son directamente inventados, pero sí existen “retoques” debido a la presión por publicar. Muchos científicos se quejan de que los periodistas exageran, pero yo a veces les digo que nuestra función debería ser detectar y matizar sus propias exageraciones. Lo bueno es que con el tiempo, la ciencia se autorregula. Y que en realidad los científicos son posiblemente el colectivo más honesto que existe. Podemos confiar en ellos, por supuesto, pero no a ciegas.
Ante la nueva propuesta de Ley de la Ciencia ¿cómo ve el panorama futuro de la ciencia y la comunidad de científicos?
Los recortes, tras unos años en que España sí parecía apostar por la ciencia, han hecho mucho daño en los ánimos de la comunidad científica, especialmente en los jóvenes que se enfrentan a un futuro incierto. Es una verdadera lástima. Sobre todo al constatar la calidad de talento científico que tiene España dispersado por el mundo, con vocación de retorno a su país. A mí me parece que se está gestando un cierto cambio de modelo, con el Estado intentando priorizar áreas clave para el desarrollo social y económico. Si es así, se debería explicar mejor y con valentía. La ciencia básica es imprescindible, algo fundamental, esto queda fuera de toda duda. Pero coma tal, la ciencia básica no existe. Es sólo una decisión individual o institucional de detener el proceso justo después de la publicación científica. Toda ciencia está pensada para terminar siendo aplicada (aunque sea en forma de conocimiento). Y es cierto que –comparado con otros países– en España existe una desproporción entre publicaciones científicas y patentes que debería equilibrarse.
¿Qué planes futuros tiene entre manos? ¿Seguirá “robando cerebros”?
¡Claro que sí! Ya he identificado algunos que tienen las horas contadas (bromea). De momento regreso a Washington, continuo trabajando para el MIT, y de allí me involucro en un proyecto muy estimulante de potenciación del periodismo científico en Latinoamérica. Tengo un par de libros muy estimulantes en mente, pero antes quiero ver qué ocurre con El ladrón de cerebros. Estoy preparando una conferencia que impartiré en Ecuador sobre el libro, que me gustaría trasladar a otros sitios. Y me motivaría generar algún proyecto audiovisual relacionado con el concepto Ladrón de cerebros. Hay tanta ciencia interesantísima y cerebros privilegiados por compartir que las posibilidades son enormes. Por buena suerte para mí y mala para la sociedad, muchos compañeros periodistas y facultades de periodismo todavía no lo han descubierto.