viernes, 5 de noviembre de 2010

Microbiología

Ni contigo ni sin tí: guía para entender los microbios



Los microbios no son tan llamativos como los tigres, las ballenas o los árboles de la selva, y no suelen aparecer casi nunca como héroes de películas, cuentos o cómics. Y, sin embargo, son los seres vivos más abundantes de nuestro planeta. Para que nos hagamos una idea, tan solo en el cuerpo humano hay aproximadamente un centenar de billones (con “be”) de microbios. Son, además, los más pequeños: para poder observarlos es necesario un microscopio que aumente la imagen al menos mil veces. Los microbios son el origen de todo lo que vive, se extienden por todo el planeta y fueron los que produjeron todo el oxígeno de la atmósfera terrestre.
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Presento en este foro un libro, o según se mire cuaderno, que ofrece una guía para entender cómo viven y cómo nos afectan los microbios, desde lo que comemos hasta las enfermedades que sufrimos. Un texto asequible, pero también riguroso, ameno y actualizado de la microbiología dirigida al público interesado en conocer el mundo de los microorganismos.
Como primicia del libro reproduzco, ligeramente modificado, el epílogo.

Narrar los microbios: reflexiones de un investigador para ser leídas por un profesor.

Este cuaderno sobre microbiología está escrito para estudiantes de enseñanza secundaria cercanos a los quince años con la esperanza de que les ayude a entender mejor el equilibrio que nuestro cuerpo, así como otros organismos, ha de lograr para convivir con los microbios. Los microbios son los seres vivos más abundantes del planeta y sin embargo los conocemos poco. No son llamativos como los tigres, las ballenas o los árboles de la selva, y nunca les encontraremos como héroes de cuentos o historietas. Por eso casi todos solo llegamos a conocerlos cuando estudiamos, y son muchas las personas que lo único que saben de virus, bacterias y mohos, es lo poco que les han enseñado en la escuela. Como ocurre con otras muchas cosas, se supone que a lo largo de la vida nos las tenemos que arreglar con unas ideas esquemáticas impartidas en lecciones breves y apenas asimiladas durante nuestra juventud. De ahí el intento de presentar aquí a los microbios de forma que el estudiante aprenda algo más sobre ellos, lo que son, y lo que hacen. Además sería bueno que el estudiante se interesase no solo en los microbios, también en la ciencia que los estudia, pues quizás así alguno puede sentirse atraído por estudiar para ser microbiólogo.
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El microbio malvado, un antihéroe. Ilustración de Andrea Briz, 1º de Bachillerato, IES Alpajés de Aranjuez.
Para que estos propósitos no fracasen lo primero es no aburrir al lector y esto al investigador le exige dejar atrás muchas de sus ideas preconcebidas. No podemos dar por sentado, como a veces nos ocurre, que el interés de los demás por nuestro trabajo sea evidente. Para explicar algo es mejor, por el contrario, partir de la base de que no es obligatorio para nadie sentir el más mínimo interés por lo que hacemos y queremos contarle, precisamente el trabajo del narrador consiste en despertar la curiosidad a través de su presentación. ¿Por qué entonces nos deben parecer interesantes los microbios si ni siquiera los vemos? La explicación, que ocupa la mayor parte de las páginas precedentes, puede resumirse en pocas palabras: los microbios ejercen acciones muy llamativas sobre el entorno y sobre nuestro cuerpo y provocan un impacto que no podemos ignorar, bien sea por los beneficios o por los perjuicios que nos causan. Por eso una forma de interesar al estudiante en los microbios es contarle no solo lo que son sino lo que hacen.
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Anthony van Leeuwenhoek, la primera persona que, con su microscopio, vio un microbio y luego acabó encontrándolos hasta en su boca. Ilustración de Sofía García, 3º de ESO, IES Alpajés de Aranjuez.
El estudio de los microbios es una ciencia, no lo podemos olvidar, y la ciencia observa, identifica, mide, clasifica y nombra. Además, la ciencia experimental formula hipótesis que somete a pruebas para comprobar o rechazar su validez, y acaba interpretando los resultados para ofrecer una imagen plausible y lógica de cuanto acontece. Mientras los resultados, si están obtenidos de forma rigurosa, son en su mayoría incontestables, no ocurre así con la interpretación que el científico hace de ellos. Me parece importante desde el principio trasladar al estudiante la necesidad de dudar sobre lo que se ha observado, y sobre todo de cuestionar las interpretaciones que se han hecho y debatir las discrepancias entre ellas. Se trata de contar la ciencia más como un proceso de avance del conocimiento que como un conjunto de dogmas. Es difícil hacerlo, porque el estudiante se debate en esa edad entre la búsqueda por un lado de unas pautas fijas y bien definidas que le sirvan de referencia para ser adulto, y el impulso de romper con todas ellas para abandonar la infancia, por otro. Una de las primeras lecciones que creo se deben aprender es que la ciencia no ofrece certezas sino probabilidades, genera dudas y no establece autoridad y que por eso el camino del incrédulo es a menudo mucho menos cómodo que el del creyente.
La microbiología como ciencia ha tenido una interesante historia, ha servido para refutar errores tan básicos como el de la generación espontánea, así como para sentar las bases de la biología molecular. Saber algo sobre el contexto en el que se produjeron los descubrimientos científicos tiene, además de interés histórico, el efecto de aproximarnos al investigador como persona y al experimento como parte de su actividad cotidiana. En algún caso hasta puede ilustrar cómo un elemento hogareño ha sido la base de un descubrimiento. Posiblemente sirva esto para desmitificar al científico, lo que no deja de ser arriesgado, pues por un lado se pierde el aura de gloria que puede impulsar a algunos estudiantes a seguir una carrera investigadora, pero por otro se gana en proximidad a la persona, mostrando que los grandes científicos con frecuencia no han sido más que gente normal pero muy trabajadora y bien formada. Quizás el descubrimiento de la penicilina por Fleming, que se relata con más detalle en el texto del cuaderno, sea el episodio de la Historia que mejor ilustre la necesidad de que a la buena fortuna, a la curiosidad y a la experiencia las acompañe la determinación sistemática para plantear unos experimentos y obtener de ellos un resultado. Porque ni existe el científico loco, ni se descubre América sin proponerse llegar a China.
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Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina, trabajando en su laboratorio. Ilustración de Raquel Lillo, 4º de ESO IES Alpajés de Aranjuez.
Uno de los errores más frecuentes al escribir un texto es la tendencia natural a ocultar lo que es más importante tras un montón de preámbulos, explicaciones y disculpas. Lo más práctico para evitarlo es una vez escrito el texto, releerlo, allí al final de la primera página suele empezar lo que en realidad queremos decirle al lector. Espero que, como lo he releído todo, no me haya ocurrido así y que, al llegar a este punto, el lector esté tan entusiasmado con los microbios que ya no sepa vivir sin ellos, pues como dicen la copla y el título del cuaderno “ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio…”

Miguel Vicente

Majadahonda y Cantoblanco, julio- agosto de 2010.

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