sábado, 23 de octubre de 2010

Entrenar el trabajo en equipo reduce la mortalidad en quirófano

Entrenar el trabajo en equipo reduce la mortalidad en quirófano

Los hospitales cuyos profesionales quirúrgicos han participado en un programa de entrenamiento de equipos médicos que incorpora prácticas típicas de la tripulación en aviación, tales como la formación en equipo y la comunicación, logran una tasa de mortalidad quirúrgica menor que los centros que no han participado en tal proyecto, según un estudio que se publica en el último número de la revista JAMA.
DM. Nueva York - Miércoles, 20 de Octubre de 2010 - Actualizado a las 00:00h.
El trabajo lo ha llevado a cabo el equipo de Julia Neily, del Centro nacional para la Seguridad del Paciente del Departamento de Asuntos de Veteranos, de Hanover, en New Hampshire (Estados Unidos).
(JAMA. 2010; 304 [15]: 1721-1722).

LA PATOLOGÍA NO CANCEROSA: LA GRAN OLVIDADA

LA PATOLOGÍA NO CANCEROSA: LA GRAN OLVIDADA

Nueve de cada diez tumores que se palpan son benignos

Hoy se inician en Valencia el XVI Congreso de la Sociedad Internacional de Senología (SIS) y el XXIX Congreso Nacional de la Sociedad Española de Senología y Patología Mamaria (Sespm), que reúnen a 1.500 especialistas para abordar las novedades en este ámbito.
Enrique Mezquita. Valencia - Miércoles, 20 de Octubre de 2010 - Actualizado a las 00:00h.
Carlos Vázquez
Carlos Vázquez preside los congresos de senología.
El cáncer de mama sigue siendo las estrella de ambos congresos por su impacto. Carlos Vázquez, presidente de la SIS y de la Sespm, ha hecho hincapié en que "la patología benigna es la gran olvidada porque no compromete la vida, pero la realidad es que nueve de cada diez tumores que se palpan en la mama son de esta naturaleza".
Dentro de ese 90 por ciento de patología mamaria "existen diversos grandes grupos, como los tumores benignos (fibromas juvenil, quistes de mama) y las displasias, que durante años se han considerado formas precancerosas, pero que ya sabemos ahora que no lo son".
El especialista ha señalado que también existe la denominada patología de los conductos: "Cada vez se ve con más frecuencia en mujeres jóvenes sometidas a un alto nivel de estrés, consumidoras de dimetilxantinas, fumadoras, etc.; a causa de ella con cierta regularidad tienen telorreas. Casi nunca se comprueba si su origen está relacionado con una elevación de la prolactina y, en ocasiones, esos derrames son claramente galactorreas". Además, ha apuntado que "algunos medicamentos, como los psicofármacos en general y los que actúan sobre el tubo digestivo, excitan esa secreción".
Vázquez ha remarcado que "estas situaciones no plantean ningún problema ni significado en la probabilidad de degeneración, pero sí suponen una alta incomodidad para la paciente. No obstante, con un buen estudio mamográfico y ecográfico es posible determinar que se trata de un trastorno funcional, y con la corrección del estilo de vida basta en la mayor parte de casos".Respecto al cáncer de mama, es significativa la mejora en la supervivencia en nuestro país debida a que "abordamos los tumores de forma más temprana gracias al diagnóstico precoz". Sobre los retos, "nos preocupa el riesgo; tenemos tres niveles para valorar o definirlo: el primero es el propio epidemiológico, que señala que una de cada nueve mujeres ha tenido, tiene o tendrá un cáncer de mama a lo largo de su vida.
Para prevenirlo disponemos de los programas de cribado".En segundo lugar se encuentra la población con un riesgo incrementado, "es decir, aquéllas que tienen un cáncer de mama hereditario fruto de la mutación de los genes oncosupresores". Y el tercero "lo constituyen las pacientes que ya han tenido un cáncer, sobre todo si además presentan mutaciones genéticas específicas o si sobreexpresan el HER2".
Por último, existe "un gran cajón de sastre que engloba formas histológicas de riesgos, pero de las cuales sólo la denominada neoplasia lobular in situ (CLIS) marca una probabilidad mayor, siendo en todas las demás poco valorable". Vázquez ha señalado que "el gran reto es qué hacer en estos casos. Aún no disponemos de fármacos para combatir estas situaciones, aunque algunos tienen o pueden tener efecto; concretamente el tamoxifeno reduce a la mitad el riesgo de cáncer en la otra mama. Además, se están valorando los inhibidores del PARP para cáncer de mama hereditario, pero todavía están en fase de ensayo clínico".
Varias opciones
Respecto a la cirugía, ha hecho hincapié en que "es muy dura. La ovariectomía bilateral reduce el riesgo de cáncer de mama a la mitad y el de ovario prácticamente a cero. Y la otra alternativa es qué hacer con las mamas: desde la mastectomía simple y con reconstrucción inmediata a la adenomastectomía, hay un recorrido muy amplio. Sin embargo, el problema es que estamos trabajando con mujeres de riesgo, no que ya estén enfermas. Por ello, hay que valorar muy bien ese riesgo y los posibles inconvenientes a la hora de operarse, ya que puede que incluso corramos riesgos muy graves con intervenciones no necesarias".  

UNIDADES DE MAMA

Carlos Vázquez, a través de la Sespm, ha impulsado la creación de las llamadas unidades de mama, que reúnen a todos los especialistas que intervienen en la prevención y tratamiento del cáncer de mama: ginecólogos, radiólogos, patólogos, oncólogos y cirujanos plásticos. Actualmente existen 25 unidades acreditadas por la Sespm y se trabaja para acreditar más unidades en todos los hospitales de España, lo que supondrá que las mujeres puedan acceder a los mismos tratamientos independientemente de dónde vivan, además de una mejor y más rápida actuación para las pacientes con esta patología.

Staphylococcal Infections

Staphylococcal Infections

Author: Thomas Herchline, MD, Professor of Medicine, Wright State University Boonshoft School of Medicine; Medical Director, Public Health, Dayton and Montgomery County, Ohio
Contributor Information and Disclosures
Updated: Oct 20, 2010


Background

Staphylococcal infections are usually caused by the organismStaphylococcus aureus. However, the incidence of infections due toStaphylococcus epidermidis and other coagulase-negative staphylococci has been steadily increasing in recent years. This article focuses on S aureus but also discusses infections caused by coagulase-negative staphylococci when important differences exist.

Pathophysiology

S aureus is a gram-positive coccus that is both catalase- and coagulase-positive. Colonies are golden and strongly hemolytic on blood agar. They produce a range of toxins, including alpha-toxin, beta-toxin, gamma-toxin, delta-toxin, exfoliatin, enterotoxins, Panton-Valentine leukocidin (PVL), and toxic shock syndrome toxin–1 (TSST-1). The enterotoxins and TSST-1 are associated with toxic shock syndrome. PVL is associated with necrotic skin1 and lung infections and has been shown to be a major virulence factor for pneumonia2 and osteomyelitis.3 Coagulase-negative staphylococci, particularly S epidermidis, produce an exopolysaccharide (slime) that promotes foreign-body adherence and resistance to phagocytosis.
In a study of 42 Staphylococcus lugdunensis isolates, most isolates were able to form at least a weak biofilm, but the amount of biofilm formed by isolates was heterogeneous with poor correlation between clinical severity of disease and degree of biofilm formation.4

Frequency

United States

Up to 80% of people are eventually colonized with S aureus. Most are colonized only intermittently; 20-30% are persistently colonized. Colonization rates in health care workers, persons with diabetes, and patients on dialysisare higher than in the general population. The anterior nares are the predominant site of colonization in adults; carriage here has been associated with the development of bacteremia.5 Other potential sites of colonization include the throat,6 axilla, rectum, and perineum.

International

S aureus infection occurs worldwide. Pyomyositis due to S aureus is more prevalent in the tropics.

Mortality/Morbidity

Mortality due to staphylococcal infections varies widely. Untreated S aureus bacteremia carries a mortality rate that exceeds 80%. The mortality rate of staphylococcal toxic shock syndrome is 3-5%. Infections due to coagulase-negative staphylococci usually carry a very low mortality rate. Because these infections are commonly associated with prosthetic devices, the most serious complication is the need to remove the involved prosthesis, although prosthetic valve endocarditis may lead to death.

Race

Staphylococcal infections have no reported racial predilection.

Sex

The vaginal carriage rate of staphylococcal species is approximately 10% in premenopausal women. The rate is even higher during menses.

Age

Staphylococcal species colonize many neonates on the skin, perineum, umbilical stump, and GI tract. The staphylococcal colonization rate in adults is approximately 40% at any given time.
The mortality rate of S aureus bacteremia in elderly persons is markedly increased.7

Clinical

History

Common manifestations of staphylococcal infections include the following types of infections. The history obtained usually depends on the type of infection the organism causes.
  • Skin infections (Many individuals who present with community-acquired skin infections are initially misdiagnosed with spider bites. These infections are often due to methicillin-resistant S aureus [MRSA].)
  • Soft-tissue infections (pyomyositis, septic bursitis, septic arthritis)
  • Toxic shock syndrome
  • Purpura fulminans8
  • Endocarditis
  • Osteomyelitis
  • Pneumonia
  • Food poisoning
  • Infections related to prosthetic devices
    • Commonly associated with coagulase-negative staphylococci
    • Includes prosthetic joints and heart valves and vascular shunts, grafts, and catheters
  • Urinary tract infection

Physical

  • Skin and soft-tissue infections
    • Erythema
    • Warmth
    • Draining sinus tracts
    • Superficial abscesses
    • Bullous impetigo
  • Toxic shock syndrome
    • Fever greater than 38.9°C
    • Diffuse erythroderma - Deep, red, "sunburned" appearance
    • Hypotension
    • Desquamation - Occurs 7-14 days after onset of illness, usually involves palms and soles
  • Endocarditis
    • Regurgitant murmur
    • Petechiae or other cutaneous lesions

    • Embolic lesions in patient with <em>Staphylococcu...

      Embolic lesions in patient with Staphylococcus aureus endocarditis.


    • Close-up view of embolic lesions in patient with ...

      Close-up view of embolic lesions in patient with Staphylococcus aureusendocarditis.

    • Fever

Causes

Predisposing factors for staphylococcal infections include the following:
  • Neutropenia or neutrophil dysfunction
  • Diabetes
  • Intravenous drug abuse
  • Foreign bodies, including intravascular catheters
  • Trauma
Colonization with S aureus is common. Skin-to-skin and skin-to-fomite contact are common routes of acquisition.9Isolates can be spread by coughing or sneezing.10 Evidence has also shown that S aureus can be spread during male homosexual sex.11 Pets can also serve as household reservoirs.1
2

Artículos

Noticias

22/oct/2010 InterMèdia. 2010 Oct

XIV Congreso Nacional de Psiquiatría: El consumo del cannabis puede adelantar hasta 8 años la aparición de episodios psicóticos.

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> La doctora González-Pinto opina que muchos pacientes no hubieran desarrollado enfermedades como trastorno bipolar o esquizofrenia si no hubieran empezado a fumar porros

> El adelanto de la edad en la que se empiezan a manifestar este tipo de enfermedades psicóticas va en perjuicio de la recuperación del paciente



Consumir cannabis puede desencadenar o causar psicosis de forma prematura. La doctora Ana González-Pinto, profesora titular de psiquiatría de la Universidad del País Vasco, y doctora de la Unidad de Psiquiatría del hospital Santiago Apóstol de Vitoria, ha asegurado que varios estudios señalan que la edad de comienzo de enfermedades de esta naturaleza, como el trastorno bipolar o la esquizofrenia, puede avanzarse seis o siete años en los consumidores moderados de cannabis, y hasta ocho en el caso de las personas que presentan más adicción a este tipo de droga. “Muchos pacientes no hubieran desarrollado enfermedades psicóticas si no hubieran empezado a consumir cannabis”, ha asegurado la doctora en el marco del XIV Congreso Nacional de Psiquiatría, que se celebra en Barcelona hasta el 22 de octubre.

Según González-Pinto, el adelanto de la edad en la que se empiezan a manifestar este tipo de enfermedades psicóticas va en perjuicio de la recuperación del paciente, ya que “cuanto antes se manifiesta la enfermedad, peor pronóstico tiene”. La evolución de la enfermedad se complica si no se abandona el consumo de cannabis. En los pacientes que ya tienen una psicosis, el consumo de esta droga hace que el tratamiento responda peor, apunta la doctora.

De ahí la importancia de que los enfermos de esquizofrenia o trastorno bipolar abandonen el consumo de cannabis, ya que se produce un mejoría “muy importante” en la salud, si bien ésta tarda en ocasiones hasta dos o tres años en hacerse patente de una manera clara en el paciente. “Está claro que los que dejan de tomar cannabis consiguen al cabo del tempo una adaptación al medio social y laboral bastante mejor que los que persisten en el consumo de este tipo de sustancias”, ha opinado.

Finalmente, la doctora ha lamentado que en la sociedad aún exista una idea romántica del cannabis. “Hay muchos mitos. Desde quien destaca que por encima de todo es una sustancia natural, que no tiene efectos excesivamente perjudiciales en la psique, que no crea adicción importante… Incluso aún hay gente que cree que el consumo de cannabis es beneficioso para la salud, pues se está empezando a emplear en medicina para uso terapéutico en náuseas. En libros de texto para adolescentes se habla de supuestas bondades del cannabis. Se está banalizando y constituye un peligro para todos”, ha asegurado.

6th International Symposium on Intensive Care and Emergency Medicine for Latin America

6th International Symposium on Intensive Care and Emergency Medicine for Latin America

[cid:C64C2DAE-D4EC-4D8E-94FA-E91300269317]<http://www.einstein.br/isicem>

Feliz día del médico

REFLEXIONES SOBRE LA PROFESIÓN DE MÉDICO:

“El valor de un hombre debe ser medido
Por lo que da, no por lo que obtiene”
EINSTEIN.

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 Señalar las cualidades que el médico debe tener, sería una lista larga, por lo que sólo me Concretaré a aquellas básicas que le permiten desempeñar y cumplir su misión a mi parecer.

Cito a William Osler, quien esgrime que “imperturbabilidad, la ecuanimidad, y la sabiduría, son los pilares que habrán de sostener la vocación, apoyándonos en las habilidades y destrezas”. Entendiendo por vocación el llamado a ejercer una profesión.

El ejercicio de la medicina se ve cada día más expuesto a desviaciones de su concepción original, en donde el respeto, la prudencia y el secreto profesional constituyen entre otras, características esenciales en la práctica de la profesión médica.

Es fácil olvidar los principios fundamentales que debe ser el paradigma en su actuar. No se puede concebir que un médico sea solamente técnico, mero aplicador del conocimiento, requiere de un profundo sentido del humanismo y, sobre todo, de gran capacidad de decisión frente a las distintas situaciones que se le van presentando, es por ello que serlo es sinónimo de profesionalismo, de valores y constancia.

psiquiatria

PSIQUIATRÍA

Los suicidios han reemplazado a los accidentes de tráfico como primera causa de muerte externa en población joven

JANO.es · 21 Octubre 2010 12:46

Lea el primer cuento que escribió Mario Vargas Llosa en El Dominical

Lea el primer cuento que escribió Mario Vargas Llosa en El Dominical
9/12/1956. El escritor tenía 20 años cuando publicó su segundo cuento de su carrera. Se trata de “El Abuelo” que reproducimos a continuación

Por: Mario Vargas Llosa

Cada vez que el viento desprendía una ramita o golpeaba los vidrios de la cocina que estaba al fondo de la huerta, haciendo ruido, el viejecito saltaba con agilidad de su asiento improvisado que era una enorme piedra y espiaba ansiosamente entre el follaje. Pero el niño aún no aparecía. A través de las ventanas del comedor, abiertas a la pérgola, veía en cambio las luces de la araña, encendida hacía rato, y bajo ellas sombras medio deformes que se deslizaban de un lado a otro con las cortinas, lentamente. El viejecito había sido corto de vista desde joven, y también algo sordo, de modo que eran inútiles sus esfuerzos por comprobar si la cena había comenzado, o si aquellas sombras movedizas las causaban los árboles más altos.

Regresó a su asiento y esperó. La noche anterior había llovido y la tierra y las flores despedían un agradable olor a humedad. Pero los insectos abundaban, y los esfuerzos desesperados de don Eulogio, que agitaba sus manos constantemente en torno del rostro, no conseguían evitarlos: a su barbilla trémula, a su frente, y hasta las cavidades de sus párpados, llegaban cada momento lancetas invisibles a punzarle la carne. El entusiasmo y la excitación que mantuvieron su cuerpo dispuesto y febril durante el día habían decaído y se sentía ahora cansancio y algo de tristeza. Tenía frío, le molestaba la oscuridad del vasto jardín y lo atormentaba la imagen, persistente momento atrás, de alguien, quizá la cocinera o el mayordomo, sorprendiéndolo de pronto en su escondrijo. “¿Qué hace usted en la huerta a estas horas, don Eulogio?”. Y vendrían su hijo y su hija política, convencidos de que estaba loco. Sacudido por un temblor nervioso, volvió la cabeza y adivinó entre los bloques de crisantemos, de nardos y de rosales, el diminuto sendero que llegaba a la puerta trasera esquivando el palomar. Se tranquilizó apenas, recordando haber comprobado tres veces que la puerta estaba junta, con el pestillo corrido, y que en unos segundos podía deslizarse hacia la calle sin ser visto.

“¿Si hubiera venido ya?”, pensó, intranquilo. Porque hubo un instante, a los pocos minutos de haber ingresado cautelosamente a su casa por la entrada casi olvidada de la huerta, en que perdió la noción del tiempo y permaneció como dormido. Solo reaccionó cuando el objeto que ahora acariciaba sin saberlo, se desprendió de sus manos golpeándole el muslo. Pero era imposible. El niño no podía haber cruzado la huerta aún, porque sus pasos lo habrían despertado, o el pequeño, habría distinguido a su abuelo, encogido y durmiendo, justamente al borde del sendero que debía conducirlo a la cocina.

Esta reflexión lo animó. El viento soplaba con menos violencia, su cuerpo se adaptaba al ambiente, había dejado de temblar. Tentando entre los bolsillos de su saco, encontró pronto el cuerpo duro y cilíndrico del objeto que había comprado esa tarde en el almacén de la esquina. El viejecito sonrió regocijado en la penumbra, recordando el gesto de sorpresa de la vendedora. El había permanecido muy serio, taconeando con elegancia, agitando levemente y en círculo su largo bastón enchapado en metal, mientras la mujer pasaba frente a sus ojos cirios y velas de sebo de diversos tamaños. “Esta”, dijo él, con un ademán rápido que quería significar molestia por el quehacer desagradable que cumplía. La vendedora insistió en envolverla, pero don Eulogio se negó, abandonando la tienda con premura. El resto de la tarde estuvo en el Club, encerrado en el pequeño salón del rocambor donde nunca había nadie. Sin embargo, extremando las precauciones para evitar la solicitud de los mozos, echó llave a la puerta. Luego, cómodamente hundido en el confortable de suave color escarlata, abrió el maletín que traía consigo, y extrajo el precioso paquete. La tenía envuelta en su hermosa bufanda de seda blanca, precisamente la que llevaba puesta la tarde del hallazgo.

A la hora más cenicienta del crepúsculo había tomado un taxi, indicando al chofer que circulara despacio por las afueras de la ciudad, corría una deliciosa brisa tibia, y la visión entre grisácea y roja del cielo sería más sorprendente y bella en medio del campo. Mientras el automóvil corría con suavidad por el asfalto, sus ojitos vivaces, única señal ágil en su rostro fláccido, lleno de bolsas, iban deslizándose distraídamente sobre el borde del canal vecino a la carretera, cuando de pronto, casi por intuición, le pareció distinguir un extraño objeto.

“¡Deténgase!” -dijo, pero el chofer no le oyó-. “¡Deténgase! ¡Pare!”.
Cuando el auto se detuvo y en retroceso llegó al montículo de piedras, don Eulogio comprobó que se trataba, efectivamente, de una calavera. Teniéndola entre las manos olvidó la brisa y el paisaje, y estudió minuciosamente, con creciente ansiedad, esa dura forma impenetrable despojada de carne y de piel, sin nariz, sin ojos, sin lengua. Era un poco pequeña y se sintió inclinado a creer que era de un niño. Estaba sucia, polvorienta, y el cráneo pelado tenía una abertura del tamaño de una moneda, con los bordes astillados. El orificio de la nariz era un perfecto triángulo, separado de la boca por un puente delgado y menos amarillo que el mentón. Se entretuvo pasando un dedo por las cuencas vacías, cubriendo el cráneo con la mano en forma de bonete o hundiendo su puño por la cavidad baja, hasta tenerlo apoyado en el interior. Entonces, sacando un nudillo por el triángulo, y otro por la boca a manera de una larga lengueta, imprimía a su mano movimientos sucesivos, y se divertía enormemente imaginando que aquello estaba vivo…

Dos días la tuvo oculta en el cajón de la cómoda abultando el maletín de cuero, envuelta cuidadosamente, sin revelar a nadie su hallazgo. La tarde siguiente a la del encuentro permaneció en su habitación, paseando nerviosamente entre los muebles lujosos de sus antepasados. Casi no levantaba la cabeza: se diría que examinaba con devoción profunda los complicados dibujos sangrientos y mágicos del círculo central de la alfombra, pero ni siquiera los veía. Al comienzo estuvo muy preocupado. Pensó que podían ocurrir imprevistas complicaciones de familia, tal vez se reirían de él. Esta idea lo indignó y tuvo angustia y deseo de llorar. A partir de ese instante, el proyecto se apartó solo un momento de su mente: fue cuando de pie ante la ventana, vio el palomar oscuro, lleno de agujeros, y recordó que en una época cercana aquella casita de madera con innumerables puertas no estaba vacía y sin vida, sino habitada de animalitos pardos y blancos que picoteaban con insistencia cruzando la madera de surcos y que a veces revoloteaban sobre los árboles y las flores de la huerta. Pensó con nostalgia en lo débiles y cariñosos que eran: confiadamente venían a posarse en su mano, donde siempre les llevaba algunos granos, y cuando hacía presión entornaban los ojos y los sacudía un débil y brevísimo temblor. Luego no pensó más en ello. Cuando el mayordomo vino a anunciarle que estaba lista la cena, ya lo tenía decidido. Esa noche durmió bien. A la mañana siguiente recordaba haber soñado que una larga fila de grandes hormigas rojas invadía sorpresivamente el palomar, causando desasosiego entre los animalitos, mientras él, en su ventana, advertía la escena por un catalejo.

Había imaginado que la limpieza de la calavera sería un acto sencillo y rápido, pero se equivocó. El polvo, lo que había creído polvo y tal vez era excremento por su aliento picante, se mantenía soldado en las paredes internas y brillaba como metal en la parte posterior del cráneo. A medida que la seda blanca de la bufanda se cubría de lamparones grises, sin que fuera visible que disminuía la capa de suciedad, iba creciendo la excitación de don Eulogio. En un momento, indignado, arrojó la calavera, pero antes de que esta dejara de rodar, se había arrepentido y estaba fuera de su asiento, gateando por el suelo hasta alcanzarla y levantarla con precaución. Supuso entonces que la limpieza sería posible utilizando alguna sustancia grasienta. Por teléfono encargó a la cocina una lata de aceite y esperó en la puerta al mozo, arrancándole con violencia la lata de las manos, sin prestar atención a la mirada inquieta con que aquel intentó recorrer la habitación por sobre su hombro. Lleno de zozobra empapó la bufanda en aceite y, al comienzo con suavidad, luego acelerando el ritmo, raspó hasta exasperarse. Comprobó entusiasmado que el remedio era eficaz: una tenue lluvia de polvo cayó a sus pies durante unos minutos, mientras él ni siquiera notaba que se humedecían sus dedos y el borde de sus puños. De pronto, puesto de pie de un brinco, admiró la calavera que sostenía sobre su cabeza, limpia, luciente, inmóvil, con unos puntitos como de sudor sobre la suave superficie de los pómulos. La envolvió de nuevo, amorosamente. Cerró su maletín y salió precipitado del Club. El automóvil que ocupó en la puerta lo dejó a la espalda de su casa. Había anochecido. En la fría penumbra de la calle se detuvo un momento, temeroso de que la puerta estuviera clausurada. Enervado, calmo, estiró su brazo y dio un respingo de felicidad al notar que giraba la manija y que aquella cedía con un corto chirrido.

En ese momento escuchó voces en la pérgola. Estaba tan ensimismado, que incluso había olvidado el motivo de ese trajín febril. Las voces, el movimiento fueron tan imprevistos que su corazón parecía una bomba de oxígeno golpeándole el pecho. Su primer impulso fue agacharse, pero lo hizo con torpeza y se resbaló de la piedra, cayendo de bruces. Sintió un dolor agudo en la frente y en un sabor desagradable de tierra mojada en la boca, pero no hizo ningún esfuerzo por incorporarse y continuó allí, medio sepultado en las hierbas, respirando fatigosamente, temblando. En la caída había tenido tiempo para elevar la mano que aprisionaba la calavera de modo que esta se mantuvo en el aire, a escasos centímetros del suelo siempre limpia.

La pérgola estaba a cincuenta metros de su escondite, y don Eulogio oía las voces como un delicado murmullo, sin distinguir lo que decían. Se incorporó trabajosamente. Espiando, vio entonces en medio del arco de los grandes manzanos cuyas raíces tocaban el zócalo del corredor, una forma clara y esbelta, y comprendió que era su hijo. Junto a él había otra, más oscura y pequeña, reclinada con cierto abandono. Era la mujer. Pestañeando, frotando sus ojos trató angustiosamente, pero en vano de distinguir al niño. Entonces lo oyó reír: una risa cristalina de niño, espontánea, purísima, que cruzaba el jardín como un animalillo. No esperó más: extrajo la vela de su saco, juntó a tientas ramas, terrones y piedrecitas y trabajó rápidamente hasta asegurar la vela sobre la piedra. Luego con extrema delicadeza para evitar que la vela perdiera el equilibrio, colocó encima la calavera. Presa de gran excitación, uniendo sus pestañas al macizo cuerpo aceitado para verlo mejor, comprobó de nuevo que la medida era justa: por el orificio del cráneo asomaba un puntito blanco como un nardo. No pudo continuar observando. El padre había elevado la voz y, aunque las palabras eran todavía incomprensibles, don Eulogio supo que se dirigía al niño. Hubo en ese momento como un cambio de palabras entre las tres personas: la voz gruesa del padre, cada vez más enérgica, el rumor melodioso de la mujer, los cortos gritos destemplados del nieto. El ruido cesó de pronto. El silencio fue brevísimo: lo interrumpió como una explosión este último. “Pero conste: hoy acaba el castigo. Dijiste siete días y hoy se acaba. Mañana ya no voy”. Con las últimas palabras escuchó pasos precipitados, pero casi de inmediato dejó de oírlos.

¿Venía corriendo? Era el momento decisivo. Don Eulogio venció el ahogo que le estrangulaba y concluyó su plan. El primer fósforo dio solo un fugaz hilito azul. El segundo prendió bien. Quemándose las uñas, pero sin sentir dolor, lo mantuvo junto a la calavera, aun segundos después de que la vela estuviera encendida. Dudaba, porque lo que veía no era exactamente la imagen que supuso cuando una llamarada sorpresiva creció entre sus manos con un brusco crujido, como de muchas ramas secas quebradas a la vez, y entonces quedó la calavera iluminada del todo, echando fuego por las cuencas, por el cráneo, por los huesos de la nariz y de la boca. “Se ha prendido toda”, exclamó maravillado. Había quedado inmóvil, repitiendo como un disco: “fue el aceite, fue el aceite”, estupefacto y embrujado ante el espectáculo medio macabro, medio mágico de la calavera en llamas.

Justamente en ese instante escuchó el grito. Fue un grito salvaje, como un alarido de animal herido, que se cortó de golpe. El niño estaba delante de él, en el círculo iluminado por el fuego, con las manos retorcidas frente a su cuerpo y los dedos crispados. Lívido, estremecido de terror, tenía los ojos y la boca muy abiertos y estaba rígido y mudo y rígido, haciendo unos extraños ruidos con la garganta, como roncando. “Me ha visto, me ha visto”, se decía don Eulogio, con pánico. Pero al mirarlo supo de inmediato que no lo había visto, que su nieto no podía ver otra cosa que aquel rostro de huesos que llameaba. Sus ojos estaban inmovilizados, con un terror profundo y eterno retratado en ellos, fijamente prendidos al fuego y a aquella forma que se carbonizaba. Don Eulogio vio también que a pesar de tener los pies hundidos como garfios en la tierra, su cuerpo estaba sacudido por convulsiones violentas. Todo había sido simultáneo: la llamarada, el espantoso aullido, la visión de esa figura de pantalón corto súbitamente poseída de espanto. Pensaba entusiasmado que los hechos habían sido incluso más perfectos que su plan, cuando sintió muy cerca voces y pasos que avanzaban y entonces, ya sin cuidarse del ruido, dio media vuelta y a saltos, apartándose del sendero, destrozando con sus pisadas los macizos de crisantemos y rosales que entreveía en su carrera a medida que lo alcanzaban los reflejos de la llama, cruzó el espacio que lo separaba de la puerta. La atravesó junto con el grito de la mujer, salvaje también pero menos puro que el de su nieto. No se detuvo ni volvió la cabeza. En la calle, un viento frío hendió su frente y sus escasos cabellos, pero no lo notó y siguió caminando, despacio, rozando con el hombro el muro de la huerta sonriendo satisfecho, respirando mejor, más tranquilo.
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