Los campos de trigo en torno a la localidad francesa de Auvers-sur-Oise son, además del paisaje que inspiró a pintores como Paul Cézanne o Camille Corot, un destino de peregrinación para miles de personas que acuden cada año a venerar el escenario donde el malogrado Vincent Van Gogh se habría suicidado en julio de 1890, apenas dos meses después de salir del manicomio.
Los turistas japoneses dejan cenizas de sus ancestros, y los rusos botellas de vodka. Señales de respeto y admiración por el «loco pelirrojo», que hizo de sus cuadros una tempestad de sentimientos, y que podrían estar erradas de ser cierta la «reconstrucción hipotética» de su muerte que defienden los autores de la nueva biografía. En una nota de apenas 15 páginas al final de un libro de más de 900, Steven Naifeh y Gregory White Smith, premiados con el Pulitzer por su biografía del pintor Jackson Pollock, concluyen que el atormentado artista holandés no se quitó la vida de un disparo en un campo de trigo, como representó para siempre en el imaginario colectivo la caracterización de Kirk Douglas en la película de Vicent Minnelli (basada en la novela «Lust for Life», de Irving Stone).
Según su explicación, Van Gogh murió en un incidente sin explicar con René y Gaston Secrétan, dos hermanos veraneantes en Auvers a quienes frecuentaba el pintor. Gaston, el mayor, «era un chico sensible de 18 años que prefería el arte y la música a la pesca y la caza», y el pintor disfrutaba de su compañía. René, en cambio, era un pieza de 16 años que tenía como deporte veraniego hacer la vida imposible al «foux rouge» (loco pelirrojo) que se había hecho amigo de su hermano. Le gustaba vestirse de «cowboy», y disparaba con una vieja pistola del calibre 380 a todo pato, ardilla o pez que se pusiera a tiro. El menor de los Secrétan, hijos de un próspero farmacéutico parisino, era además el encargado de traer las prostitutas del Moulin Rouge, un comercio de placeres que incluía al propio Van Gogh como cliente.
Según Naifeh y White, el 27 de julio de 1890 Van Gogh no salió de casa rumbo a su propia muerte, puesto que se llevó consigo al campo todos sus enseres de pintura. En el camino, el pintor debió de coincidir con los dos hermanos, con quienes solía charlar y beber durante horas, siempre que René estuviera en son de paz. En algún momento, debió de iniciarse una trifulca, y alguien disparó por accidente la vieja pistola 380, hiriendo de muerte al pintor.
¿DE DÓNDE SACÓ LA PISTOLA?
«¿Por qué se había llevado todo su equipo de pintar? ¿De dónde sacó la pistola? Es absurdo creer que se compró una para ahuyentar a los cuervos. No hay cuervos en julio en Auvers, y él era un ornitólogo de primera, adoraba los pájaros desde pequeño. No sabemos exactamente lo que ocurrió, ni podemos saber si fue René quien apretó el gatillo. Pero algo pasó en el camino a Chaponval entre un “cowboy” gamberro y bebido de 16 años y un artista colérico y desequilibrado, probablemente ebrio», nos explica por teléfono Steven Naifeh, uno de los autores del libro.
Naifeh estudió Historia del Arte en Princeton y Derecho en Harvard, y fue su formación jurídica la que les llevó a desmontar la tesis del suicidio. «Revisamos los testimonios iniciales que dieron lugar a la versión del suicidio, y vimos que no eran nada sólidos». Y repasaron con otros ojos la entrevista que René Secrétan dio en 1956, el mismo año en el que se estrenó la película de Minnelli, justo un año antes de morir. «Está llena de culpabilidad», explica Naifeh, aunque reconoce que René nunca confesó nada.
Desde el museo Van Gogh de Ámsterdam consideran prematuro valorar las conclusiones, que son «poco convincentes» para Will Gompertz, analista de la BBC. Pero Naifeh, siempre prudente, preocupado además porque su «hipótesis» robe todo el protagonismo a diez años de investigación sobre un «icono como Van Gogh», nos explica que han recibido numerosos llamadas de expertos y académicos «que coinciden en que el suicidio nunca tuvo sentido; había tenido etapas mucho peores que aquella».
En Auvers, nunca aparecieron los instrumentos del pintor ni el arma homicida, con lo que el hallazgo no hará sino incrementar la leyenda del pintor al que la vida comenzó a sonreír medio siglo después de su muerte.
Autor: Borja Bergareche
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