martes, 18 de octubre de 2011

[Identidad Bibliotecaria] [Bibliópolis:.] Cuando se tiene un libro...


Discurso pronunciado por el dramaturgo Juan Ramón Pérez el 29 de Noviembre de 2006 en la Casa de la Cultura Prof. “Carlos Gauna” de la ciudad de Acarigua con motivo de celebrarse el Día del Escritor y el Bautizo del libro SEMBRANDO ESCRITORES, Antología del Segúndo Encuentro de Escritores del estado Portuguesa (Venezuela), que organiza elGrupo Cultural FANEP

Cuando se tiene un hijo, se tienen todos los hijos del mundo”, decía el poeta cumanés Andrés Eloy Blanco. Parafraseándolo, podríamos también decir que cuando se tienen un libro, se tienen todos los libros del mundo

No creo que haya mejor analogía que esa. Al igual que un niño, un libro se engendra; se espera niño y sale niña, o viceversa, lo que es igual es la satisfacción. Te proporciona desvelos, sustos, rabietas y desengaños en la misma proporción que te da alegrías. Te desata la hiel del odio pero también te conmueve hasta las lágrimas. Con todo y eso no lo puedes matar, más allá: preferirías matar para que él viva. 

El primero es siempre el más cuidado y el más elogiado, aunque con el tiempo resulte ser el peor, pero siempre sigue siendo tuyo. Recibe las más selectas atenciones y es una especie de orgullo ambulante porque es el producto de todo lo que sabemos de esa materia. Para nosotros es frágil, y lo sabemos, pero queremos que lo vean recio y desenvuelto. Por eso siempre habrá quien te diga: “es pequeño”, “tiene las orejas grandes”, “es barrigón” o “¡cómo grita!” pero uno siempre lo verá alto, perfilado, con el vientre plano y la modulación y la armonía hecha persona. O libro.

Quizá lo más doloroso y angustiante, pero también inevitable, es cuando tiene que irse a la calle, a los estantes de las librerías: ¿dónde estará?, ¿lo cuidarán?, ¿les gustará?, ¿será importante o será relegado? Con esos temores uno va a una librería y lo ve solito, o aprisionado entre otros libros más fuertes e importantes. Uno va y lo saca un poquito, como para que respire. Después uno se aleja, y lo deja, para que se defienda solo. Llega otro lector desapercibido que le pasa al frente varias veces y no termina de tomarlo. Y uno quiere como decirle: “Ahí, pendejo, ese, frente a ti”. Y ese lector desapercibido, que para nosotros ya se ha transformado en lector idiota, se aleja del estante donde está el libro. Pero luego regresa y ¡milagro! toma el libro. Lo ojea descuidadamente. Uno casi se acerca a recomendárselo. Si el lector vuelve a colocar el libro en su lugar se trastoca ahora a nuestros ojos como el tipo más estúpido de la humanidad pero si lo toma y va a la caja a pagarlo uno casi le dice: “No se preocupe, yo lo pago” o “Póngalo en esta bolsa aparte, para que no se estropee” “Lleve este marcador de páginas, así no tendrá que doblarle las hojas” o cualquier frase sobre protectora. Entonces el lector desapercibido paga su libro y se aleja, presuroso, mientras voltea para verle a uno de reojo la sonrisa y la pose de retrasado con que uno se ha quedado en medio de la librería.

Y es que cualquier libro que sale a la calle enfrenta inevitablemente a dos grandes enemigos: la indiferencia y la censura. Aunque ambas son sumamente dolorosas, las llamas de la censura son infinitamente más peligrosas. Ya lo dijo Heinrich Heine: "Ahí donde queman libros, siempre terminan quemando hombres


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Publicado en bibliopolis un mundo de libros .blogspot

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