De la ciencia a la tecnociencia (II). La ciencia industrial y la Big Science
José Antonio Acevedo Díaz
Políticos, empresarios y ciudadanos, en general, tienden a dar valor a la ciencia sobre todo por su capacidad para resolver problemas y su utilidad social. No es de extrañar, pues, que muchos científicos de todos los tiempos se hayan enfrentado a la resolución de asuntos industriales. Así, en el siglo XIX, Pasteur resolvió con éxito ciertos problemas de las industrias francesas de la alimentación y la seda. También en el XIX, un físico teórico como Thomson (Lord Kelvin) se interesó por el cableado de la telegrafía transatlántica, entre otras cuestiones relacionadas con la tecnología y la industria de su época. Ya en el XX, Marie Curie contribuyó decisivamente a poner en marcha los procesos industriales destinados a fabricar y purificar muchas sustancias radiactivas, así como la instrumentación necesaria para ello. Bajo su dirección, el Instituto del Radio tuvo un decisivo papel en el desarrollo metrológico de la radiactividad para usos industriales y médicos.
La ciencia industrial se desarrolló con vigor en Alemania durante el último tercio del siglo XIX: desarrollo industrial derivado del electromagnetismo, industria de los tintes basada en la química orgánica, motores de combustión interna como consecuencia de la termodinámica, etc. A comienzos del siglo XX, empresas de EE.UU. como la General Electric y la American Telephone and Telegraph (ATT) transformaron sus pequeños laboratorios para trabajos rutinarios en auténticos centros de I+D+I.
Pero fue durante los años 30 del siglo XX, también en EE. UU., cuando la vocación tecnológica de la ciencia se hizo mucho más intensa; en particular, desde que surgió la big-science (la gran ciencia). Los orígenes de la big-science pueden encontrarse en la década de los 30, en la que se desarrollaron y pusieron en marcha con éxito los primeros aceleradores de partículas elementales (ciclotrones), bajo la dirección de Ernest O. Lawrence en el Radiation Laboratory de la Universidad de Berkeley (California); un proyecto pionero que culminó en 1940 con el apoyo económico de la Rockefeller Foundation, muy interesada en las posibles aplicaciones biomédicas del ciclotrón. Es llamativo comprobar cómo el laboratorio de Lawrence se parecía más a una factoría que a los típicos gabinetes de la ciencia académica.
La big-science se consolidó entre los años 40 y 50 del siglo XX, coincidiendo con la implicación de la ciencia en la Segunda Guerra Mundial. El proyecto Manhattan (Manhattan Engineer District) para la fabricación de las primeras bombas atómicas en las instalaciones de Los Álamos es un caso paradigmático de big-sciencemilitarizada. Otro proyecto de gran importancia fue el RADAR (Radio Detection and Ranging), iniciado en Gran Bretaña, aunque desarrollado en el Radiation Laboratory (Rad Lab) del estadounidense MIT (Massachusetts Institute of Technology), con la participación decisiva de los laboratorios de la Bell Telephone y la colaboración de conocidas empresas norteamericanas como Westinghouse, General Electric, Sylvania y Du Pont. Además de su decisiva contribución militar en la Segunda Guerra Mundial, este proyecto también favoreció el desarrollo de la física del estado sólido (semiconductores), que condujo al descubrimiento del transistor en los laboratorios de la Bell Telephone a finales de 1947.
También son ejemplos de proyectos propios de la big-science: el ENIAC (Electronic Numerical Integrator and Computer) de la Universidad de Pennsylvania (Moore School of Electronics Engineering) para hacer la primera computadora electrónica, el Hubble de la NASA (National Aeronautics and Space Administration) para construir el famoso telescopio espacial en el que también colaboró la ESA (European Agency Space), los diversos proyectos relacionados con la construcción de los gigantescos aceleradores de partículas europeos del CERN (Centre Européen de Recherches Nucléaires), etc.
En suma, la big science supuso un gran cambio en la práctica científica, con rasgos como los siguientes: concentración de recursos humanos y materiales en unos pocos centros de investigación; especialización del trabajo en los laboratorios; desarrollo de proyectos científicos con relevancia política y social, que contribuyen a incrementar el poder militar, el potencial industrial, la salud o el prestigio nacional; interacción entre científicos, ingenieros, industriales y militares; burocratización y politización de la ciencia y la tecnología; pérdida de autonomía de la ciencia; riesgo alto de sus posibles impactos, etc.
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