jueves, 11 de noviembre de 2010

Con 12 años le dije a mi madre: yo seré artista o criminal

CULTURA

«Con 12 años le dije a mi madre: yo seré artista o criminal»

Jorge Castillo es pintor, escritor y delicioso bohemio

Día 12/11/2010 - 04.24h

JOSÉ ALFONSO
Año 1934. El despertar a la vida de Jorge Castillo arranca en un capazo con el que su padre le lleva a Argentina en barco. Él, criatura indefensa, salva a su padre de ser devuelto a una inquietante/convulsa España.
—Yo apenas tenía ocho meses. Nos fuimos porque mi padre, por sus ideas políticas, estaba amenazado de muerte. Llegué a Buenos Aires cual Moisés en el cestillo, con equipaje mínimo. Crecí bien.
—Su padre, José Castillo, periodista y boxeador, murió cuando usted tenía dos años y medio. Su madre tuvo que enfrentarse a la vida, boxearla.
—Ella, que era una señorita de Pontevedra que tocaba el piano, aprendió a hacer sombreros de señora. Una de mis grandes inspiraciones estéticas fue verla trabajar. Con calor, vapor y amor moldeaba los materiales que recibía de París.
—A los ocho años cae enfermo de viruela. Recita versos hasta que le regalan acuarelas, pinceles, lápices y un cuaderno grueso blanco. Su futuro.
—Escribía poemas y pintaba sin saber por qué. Con doce años, le dije a mi madre y a sus amigas: «Yo seré artista o criminal, pero ¡dejadme tranquilo!»
—La pintura se hace obsesión. Su hermana, Olga, le alimenta leyéndole el desgarrado mundo de Faulkner o el silencio y el vacío de Kafka. A los 22 años regresa, repatriado, sin su madre, a España.
—Llegué con retraso para cumplir 18 meses de servicio militar en Zaragoza, cuartel de Palafox, 20 de Artillería de Montaña. Yo quería ir a París, pero...
—Antes de terminar la mili, un oficial ordena destruir sus pinturas y dibujos; usted salva algunos. Vagamundo en Madrid. Se queda sin dinero y ...
—... Vivo dos años y medio en la calle de Madrid. Me ofrecieron empleos en oficinas. Yo quería ser libre. Fueron años fantásticos. Aprendí una barbaridad.
—¿Cómo pinta la vida a ras de suelo?
—Fue una época de emociones, de enorme intensidad y de vivencias inolvidables: de real afecto por los seres humanos y la casi totalidad de los temas para mi obra. Años felices, aunque dramáticos, y mi recuerdo de total libertad es maravilloso.
—¿Dónde dormía en el Madrid de fines de los 50?
—En la ciudad universitaria, en Plaza de España, escondido, en el último piso de las casas abandonadas cuando engatusaba a algún sereno...
—¿Cómo se alimentaba?
—Comía poco, gastaba muy buena figura. Aunque tenía una pinta un poco rara, me trataron bien: me acogieron bien los amigos, sin hacerme preguntas:Joaquín Pacheco y Juan Giralt me ayudaron. Me invitaban a comer y me dejaban pintar en sus casas.
¿La calle curte?
—Da mucha humanidad. La escala de las emociones y de las verdades cambia. La falta de proteína y de hogar da también una lucidez espectacular. En las calles veía la fantasía. He visto gente perdida, traumatizada, por el asfalto de Madrid.
—Malos tiempos para la lírica, aunque...
—En la cafetería del Instituto de Cultura Hispánico, Luis Rosales me colaba y. como me veía flaco, me invitaba a café con bollos... Don Luis era un caballero, ayudaba a la gente. Conocí a Jorge Cela Trulock, que le mostró dibujos míos a Manuel Viola, ran pintor abstracto, que pidió que me buscaran: «Aquí hay un gran artista», dijo. Y me ayudaron a salir de la calle. Volví a comer y a dormir en cama.
De Madrid al cielo de la bohemia parisina.
—Me encantó. Fueron cuatro años maravillosos. Me convertí en un bohemio de película. Tenía muchas novias y pintaba mucho, como debe ser en París. La continuidad con el espíritu de Buenos Aires.
—En los años 80, Feria de Basilea, usted es junto a Picasso, Kandinsky o Klee de los pintores más representados en todas las galerías.
—Eso duró dos o tres años.
—Rafael Santos Torroella, crítico de ABC, estableció una comparación estética entre Picasso y Jorge Castillo. ¿Conoció al genio malagueño?
—No. Intentaron presentármelo, pero me pareció horrible ir a molestar al maestro. ¿Quién era yo?

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