El cambio climático se convierte en férreo enemigo de la cosecha tradicional. Las excesivas lluvias y la subida general de las temperaturas dañan los cultivos, arrojando notables pérdidas en el sector agrícola. Este hecho conlleva una fuerte demanda de invernaderos. Y es aquí donde España cobra protagonismo. Es el país con mayor superficie de invernaderos del área Mediterránea, con 44.000 hectáreas, seguida de Italia (32.000 hectáreas), Turquía (23.000 hectáreas), Marruecos (11.000 hectáreas) y Francia (9.000 hectáreas). A su vez, la Cuenca Mediterránea acoge la segunda mayor concentración mundial de cultivos cubiertos de plástico, con el 30% de la producción, sólo por detrás del sureste asiático, con un 65%, según el estudio realizado este año, 'Caracterización y modelización de las componentes directa y difusa da la radiación solar en invernadero', presentado en laUniversidad de Almería (sureste de España).
Pero además de tener gran cantidad de superficie, España está en la avanzadilla de la tecnología destinada a mejorar este tipo de protección para cultivos. La Estación Experimental de la Fundación Cajamar, Las Palmerillas, situada en Almería, forma clara representación de lo que sucede en el país. Engloba 14 hectáreas de superficie y 32 invernaderos en los que ensaya, investiga y mejora estructuras para hacer más rentable las cosechas intensivas. Aquí se trabaja en modernos sistemas de ventilación, de riego, de refrigeración y calefacción, entre otras muchas cosas. Agricultores, organismos y compañías españolas y extranjeras aprenden de estos ensayos.
"Tratamos de lograr las condiciones necesarias para mejorar el cultivo", sostiene Juan Carlos López, coordinador de tecnología de invernaderos y subdirector del centro. Y más ahora con la crisis. "Empresas del sector y agricultores demandan sistemas de cultivo de mayor calidad que a su vez ahorren energía y recursos en el cuidado de las plantas", recalca.
Este año, el Centro Experimental Las Palmerillas ha logrado recoger 40 kilos de tomate por metro cuadrado de sus invernaderos, frente a diez o doce kilos por metro cuadrado que se ganan en el exterior. López concreta las causas de esta mayor rentabilidad. "Las nuevas estructuras de invernadero permiten aumentar la radiación, al tiempo que mejoran la ventilación, reducen el goteo de condensación sobre los cultivos e incorporan nueva tecnología". Con el uso de invernaderos también se logra ahorrar la mitad de agua para regar el tomate. "No se derrocha ni una gota, ya que es un espacio muy protegido y el agua no se evapora", advierte Juan Carlos López.
La estación de la Fundación Cajamar alberga tres campos de estudio: el dedicado a la tecnología, a la fruticultura y a la biotecnología. En el área tecnológica, los 30 profesionales que trabajan en el centro investigan diariamente en la parte física del invernadero, es decir, en las estructuras, materiales de cubierta, climatización o control biológico, que mide la temperatura ambiente.
Con las nuevas tecnologías ensayadas en esta estación experimental se logra, además, eliminar la condensación de agua que se genera por las elevadas temperaturas que alcanza un invernadero cubierto de plásticos. Esta condensación se convierte en un problema ya que produce un goteo sobre el cultivo que favorece la aparición de enfermedades y hongos en las plantas. ?La manera más habitual y económica de reducir esta condensación es disponer de una ventilación adecuada (abriendo y cerrando ventanas de forma controlada)? señala. Cuando esta llega a ser insuficiente, se pueden incorporar sistemas de ventilación forzada (con aparatos de aire), aunque su uso es escaso. A fin de evitar el goteo sobre la planta, los responsables del centro español recomiendan instalar las cubiertas con una buena inclinación para que el agua, procedente de la condensación, resbale fuera del cultivo. Con ello, se logra, además, recoger el agua y utilizarla de nuevo.
Conseguir una buena temperatura en el invernadero y solucionar el exceso de humedad no es tarea fácil. Métodos habituales como el aire acondicionado no resultan rentables en estas grandes superficies. "Utilizamos los intercambiadores de calor que permiten equilibrar la temperatura del invernadero", añade López. Un intercambiador de calor es un equipo que facilita el intercambio de calor entre dos medios que se encuentran a temperaturas diferentes evitando que se mezclen entre sí. De esta forma, enfría un espacio cuando está más caliente de lo deseado, transfiriendo este calor a otro medio frío, que necesita ser calentado. Así se puede conseguir que en los periodos más fríos, la temperatura del invernadero sea más cálida y en los muy calurosos, el clima sea más suave.
La utilización de los plásticos antiplagas, que bloquean parte de la luz ultravioleta, y por tanto el desplazamiento de los insectos, es otra de las máximas de este centro experimental. "Estudiamos los diferentes factores de las estructuras, como los cerramientos, y los equipos de climatización, que intervienen en la erradicación de las plagas", advierte López.
En Las Palmerillas se estudian también soluciones para evitar otro problema muy frecuente en las cosechas: el agrietado del tomate. Consiste en la formación de grietas provocadas por la humedad. Estas grietas pueden convertirse en vías a través de las cuales los hongos o las bacterias pueden instalarse y pudrir el tomate. Para erradicarlo, la estación propone que el agricultor modifique las condiciones medioambientales tales como la temperatura y humedad relativa del aire, la salinidad del suelo o el sustrato que se le proporciona a los frutos.
En el campo de estudio destinado a la fruticultura, Las Palmerillas investiga con especies tropicales como el caqui, la chirimoya o el mango para adaptarlos a climas mediterráneos. "Les proporcionamos las condiciones que necesitan, como mayor humedad y temperaturas suaves", añade López. El grupo de científicos del centro trabaja también sobre las diferentes variedades de uva de mesa más resistentes al transporte; investiga sobre la uva sin semilla, demandada en el sector hostelero, y estudia la posibilidad de realizar dos cosechas de fruto al año en lugar de una como se hace habitualmente, "a fin de lograr mayor rentabilidad de los terrenos", matiza.
EL RETO, LAS MICROALGAS
En 2003, la estación de la Fundación Cajamar descubrió junto al departamento de Ingeniería Química de la Universidad de Almería una nueva microalga, registrada como Scenedesmus almeriensis, de alto valor para la prevención de enfermedades cardiovasculares y degenerativas. La característica más importante de este organismo fotosintético es su elevado contenido en luteína que es componente de alto interés comercial que se emplea además como colorante alimentario y en cosmética. Desde entonces, el centro no ha parado de investigar en sus variedades y derivados, incluso para producir biocombustible y bioetanol.
El centro cultiva las algas en circuitos que albergan varias cadenas de reactores que giran. Para el crecimiento de esta planta especial se requiere una menor cantidad de agua que otras plantas, pero sí radiación solar, nutrientes y C02. Para producir biodiésel, las algas se colocan en circuitos abiertos y masivos, mientras que para usos farmacológicos se trabajan en circuitos cerrados, más selectos, explica López.
Los científicos de la estación elaboran, además, sistemas tecnológicos que sirvan de mejora en las explotaciones de la Cuenca Mediterránea. Por ejemplo, trabajan en la introducción de energías renovables para invernaderos, como la eólica o de cogeneración, que permitan menor consumo e impacto medioambiental.
La fundación Cajamar, del banco cooperativo Cajamar, fundó la estación experimental en 1975, con el ánimo de mejorar el cultivo de la provincia de Almería, que concentra el 60% del total de invernaderos en España, con cerca de 27.000 hectáreas.
El éxito que obtuvo el centro en esta región comenzó a extenderse y amplió su campo de investigación hacia otras zonas agrícolas españolas y del extranjero. Colabora con empresas y organismos de Holanda, Italia e Inglaterra. Ha realizado estudios de cultivo de la chumbera y del tabaco arbóreo para la producción de bioetanol, ensaya con maquinaria dirigida al cultivo automatizado e investiga el crecimiento controlado de las plantas. Y así un largo etcétera de sistemas tecnológicos que transfiere a agricultores y corporaciones que se lo pidan. "Anualmente tenemos 3.500 visitas de personas interesadas en lo que hacemos en la estación", señala López.
INVERNADEROS A LA MEDIDA
"En un invernadero se produce un 40% más que en el exterior y se gana un 90% en calidad", comenta Manuel Guerrero, técnico superior de montajes y director comercial de Asthor Agrícola. Esta empresa española diseña y desarrolla invernaderos con cubierta de plástico y placas de policarbonato.
El fabricante fabrica todo tipo de invernaderos, en función de las condiciones donde van a estar ubicados (temperatura, humedad, viento). "Tenemos peticiones de todas las partes del mundo", asegura Guerrero. El diseño de Asthor variará en función del tipo de hortalizas que se desee plantar y la clase de superficie en la que se va a cultivar. Este fabricante, con sede en Gijón (en Asturias, región al norte de España), llega a exportar el 90% de la producción a 50 países de Europa, Asia, América y África.
En países fríos, será necesario fabricar invernaderos más resistentes, con calefacción alimentada por gasoil y sistemas centrales con tubería de agua caliente. Se requerirán estructuras metálicas recubiertas con doble capa de plástico, con cámara de aire, y pantallas térmicas de aluminio en el interior. "Con ello, conseguimos ahorros de hasta el 40%", argumenta el directivo. Para las zonas cálidas, el sistema de calefacción se sustituye por un programa de enfriamiento. "Cada invernadero es un traje a medida para el usuario, que suele tratarse de una empresa dedicada a la producción intensiva de flores y hortalizas", concreta Guerrero.
También el precio de los invernaderos Asthor es variable. Se fija en función de su nivel tecnológico. "Podemos establecer un baremo entre 18 y 60 euros por metro cuadrado, dependiendo del tipo de invernadero y de su tamaño", apunta Guerrero. Para exportaciones a destinos lejanos, la compañía suele fabricar un invernadero con una superficie mínima de 3.500 metros cuadrados para que el traslado le sea rentable.
Los invernaderos de esta firma han ido evolucionado tecnológicamente gracias a su departamento de I+D. "Son más altos que antes, y perseguimos que también sean más anchos para aprovechar el terreno, ya que el precio del suelo es muy elevado", concluye.
Además de los invernaderos, Asthor impulsa proyectos completos nacionales e internacionales especializados en sistemas de riego automático, estructuras de calefacción o enfriamiento, pantallas de aluminio y mesas de cultivo.
Otro ejemplo de empresa capaz de competir mundialmente en el negocio de los invernaderos es ULMA Agrícola. Desde 1979, fabrica sus propios materiales para la construcción de estructuras del cultivo protegido en procesos totalmente robotizados. Perteneciente al Grupo Mondragón, situado en Guipúzcoa (norte de España), no sólo desarrolla invernaderos sino que también asesora a los agricultores y empresas para ayudarles a rentabilizar sus cultivos. También trabaja las pantallas térmicas y los sistemas de refrigeración, de riego y calefacción destinados a mejorar las condiciones de un invernadero.
Con el nuevo escenario mundial, el panorama hortícola ha cambiado. "Es cierto que con el cambio climático, los propietarios de invernaderos hemos disfrutado de una mayor demanda de agricultores que se buscan soluciones alternativas a cosechas malogradas", opina Alberto Galdos. Ahora bien, el gerente del grupo ULMA cree que con la crisis actual, la demanda de cultivos protegidos se ha visto afectada. "El número de fabricantes de invernaderos es muy alto y hay mucha competencia, mientras que las subvenciones públicas y los créditos bancarios son cada vez más escasos".
Ante este hecho, los fabricantes toman nuevos rumbos en su investigación y se adentran en el estudio de energías renovables, de aplicaciones de invernaderos dirigidos a otros sectores como piscifactorías, producción de algas, y generación de energías propias. "En otros países, se utiliza la energía solar en invernaderos, donde se compensa la luz mediante controladores de medición de energía", explica Galdos.
EL RIEGO COMO PARTE ESENCIAL
Una pieza clave en el cultivo bajo abrigo es el agua. La compañía española Azud se debate con los líderes mundiales en la fabricación de sistemas de riego, filtración y tratamiento de agua. "Cada gota de agua cuenta y pretendemos fomentar su uso racional y evolucionar para que se dé un aprovechamiento cada vez más útil y eficiente de este recurso, escaso y esencial", señala desde el departamento de marketing, Mª Paz Quiñonero. Por este motivo, la firma colabora con entidades comprometidas con el I+D y la formación en universidades y centros de investigación.
Con una trayectoria de casi 30 años, Azud se ha convertido en una multinacional presente en 70 países. "Disponemos de fábricas en España, China, India, Brasil, Chile e Irán, desde donde se distribuyen los productos", destaca Quiñonero. El grupo cuenta con oficinas comerciales en México y Portugal y forma parte de un grupo constituido por más de 20 empresas con actividades relacionadas con tecnología agrícola, tratamiento de agua y medioambiente: filtración industrial, agrícola y urbana; sistemas de irrigación; fabricación e instalación de invernaderos; automatización; control de clima; tratamientos de desalación, depuración y potabilización de agua y desarrollo de centros para investigación y formación.
Algunas de sus apuestas más importantes han sido los sistemas Azud Helix System, Azud Helix Automatic y DS Techonolgy. Se trata de tres procedimientos de riego que incluyen la máxima capacidad de filtración con el mínimo mantenimiento. "Con estos productos hemos contribuido al fomento del ahorro de agua y energía en el sector agrícola e industrial", añaden en el departamento de marketing.
Otros de los elementos a tener en cuenta cuando se habla de invernaderos es la calidad del plástico que cubre las cosechas. La compañía Solplast, ubicada en la localidad murciana de Lorca (Este de España), ha llegado a ser mundialmente conocida por su fabricación de láminas de polietileno para aplicaciones agrícolas. Su tecnología se basa precisamente en la transformación del polietileno, mediante la máquina de coextrusión, que permite obtener el plástico en tres capas, lo que supone mayor protección y rendimiento. "Nuestra tecnología nos permite ofrecer plásticos con diferentes características en función de las necesidades de los invernaderos", dice José Manuel Petrement, International Sales Manager de la compañía española.
Solplast diseña polietilenos destinados a soportar altas y bajas temperaturas, fabrica plásticos que evitan la excesiva condensación y humedad, y crea materiales antivirus, "especialmente focalizados a eliminar la mosca blanca, que daña las hojas", añade Petrement. Además, este fabricante español investiga en plásticos 'antiblackening' pensados para acabar con el ennegrecimiento de los pétalos de las rosas rojas.
Solplast, fundada hace doce años, fabrica además de cubiertas de invernadero, túneles, acolchados, embalses de plástico y ensilajes (destinados a la fermentación de forrajes para la alimentación del ganado). |
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