Juan Galán, responsable del departamento de Myoservice de la empresa (algo así como servicio muscular), explica que el funcionamiento del nuevo dispositivo se basa en 10 microprocesadores que miden el movimiento angular que inicia el paciente con la pantorrilla para, así, "adivinar, de una manera intuitiva", lo que quiere hacer. "Es como con los giroscopios de la Wii", aclara.
Así, el aparato se prepara para caminar, subir una escalera o una rampa sin necesidad de que el usuario tenga que estar dándole órdenes específicas. "Permite pasar del paso corto a la zancada, del paso lento a la carrera, y, como novedad, ir marcha atrás", resalta. "Esto último no es ninguna tontería. Imagínate que vas a cruzar una calle y cuando ya has empezado a hacerlo llega un coche y tienes que retroceder. Una persona con las dos piernas daría un paso hacia atrás, si tiene una prótesis debe girarse", pone Galván como ejemplo.
"Es lo primero que me pongo cuando me levanto y lo último que me quito por la noche", cuenta Zarlig, antes de iniciar una demostración de sus habilidades. Primero usa una rampa y una escalera llevadas por la empresa a la sala de prensa, pero luego, para demostrar que no hay trampa ni cartón, utiliza las del recinto, las que emplea todo el mundo.
"Puedo estar sobre una pierna, y, muy importante, sortear los juguetes que mis tres hijos van dejando tirados por toda la casa", relata Zarlig. Además, la pierna se puede programar para actividades específicas como montar a caballo. "Puedo montar en bicicleta y correr, también patinar. De hecho, antes de perder la pierna nunca lo había hecho, así que no puedo decir si ahora me resulta más fácil que antes o no", añade.
No se puede decir que Zarlig sea un velocista (calcula que puede ir a nueve kilómetros por hora, el doble que la marcha normal de un adulto), pero eso es "porque no quiere", añade Galván. El dispositivo, que se carga en dos horas y tiene para cinco días de autonomía, permite ir a cinco veces esa velocidad. Y 45 kilómetros por hora ya es más de lo que corre Usain Bolt. De hecho, el usuario no puede ir a esa velocidad no porque la prótesis no sea capaz, sino porque su cuerpo no lo soportaría.
Pero Zarlig no es el único que tiene algo que mostrar. Al saludar al periodista, Markus Praunshofer le da una buena palmada en el brazo. Es su manera de demostrar que el tacto de su mano artificial es agradable. Se trata de la mano biónica Michelangelo, que aunque se llama así en verdad es todo un brazo, ya que llega hasta la altura del codo.
A diferencia de la pierna de Zarlig, la mano es manejada por los propios estímulos que genera Praunshofer. "Actúa como una prolongación de su sistema nervioso", indica Galván, de forma que se captan los impulsos de una millonésima de voltio que generan las terminaciones que han quedado en el brazo del voluntario y se transmiten a la mano mecánica.
Praunshofer presume de la sensibilidad del dispositivo, y va sucesivamente abriendo un yogur o pelando y partiendo un plátano. Pero hay otras actividades que él valora casi más: "Puedo dar la mano, y cuando no la uso su aspecto es muy natural", dice poniéndose en jarras.
La precisión que se exige a una extremidad superior hace que el aparato no sea completamente autónomo. Casi imperceptiblemente, Praunshofer bloquea o desbloquea alguna de sus capacidades o la gira para que cumpla su cometido (con el pulgar hacia arriba si va a saludar, o hacia dentro si la quiere dejar reposando sobre la mesa).
Esta mano es la nueva generación de otra que ya fue presentada por la misma empresa hace dos años. Pero mejorada. "Tiene siete grados de movimiento en vez de dos", dice Galván, y se alimenta con seis terminaciones nerviosas que han quedado en el codo.
"Es parte de mí", dice Praunshofer, de 35 años, que perdió su brazo derecho en 1998 en un accidente laboral. "La muñeca es flexible, los dedos son flexibles, tiene un buen agarre y puedo aplaudir y conducir", afirma orgulloso. Pero, además, "no se siente metálica", lo que para un padre que quiere poder acariciar a sus dos niños, es muy importante.
De alguna manera, Zarlig y Praunshofer compiten por mostrar las ventajas de esta parte de quita y pon de su cuerpo. Pero los dos coinciden en una desventaja: la que se organiza cuando tienen que pasar por los controles de seguridad de un aeropuerto. Aunque Galván en seguida matiza que no es por seguridad: "Los escáneres no les afectan", dice.
Autor: Emilio de Benito |
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