Decía Montaigne que no conocía aflicción que la hora de lectura de un buen libro no le quitara. Y más, podríamos agregar, si de un libro de humor se trata.
La presencia del humor en la literatura tiene larga data. Desde las comedias griegas y latinas, hasta las novelas escatológicas, como Gargantúa y Pantagruel, de François Rabelais, la Antigüedad, la Edad Media y el Renacimiento supieron aprovechar el humor en sus historias para disfrute de sus contemporárenos y de los lectores que volvemos hoy a esas obras.
Ya en el siglo XX, cómo no citar las greguerías (definidas como “humor + metáfora”) de Ramón Gómez de la Serna o los personajes insólitos de algunos libros de Vargas Llosa (el autor de teleteatros y odiador de argentinos, Pedro Camacho, por ejemplo, o el disciplinado Pantaleón Pantoja, forzado a organizar un servicio secreto de visitadoras para un ejército aislado en la selva amazónica).
Y, también, deben entrar en la categoría "literatura desternillante" las novelas del escritor español Eduardo Mendoza, entre las que se destaca Sin noticias de Gurb, crónica en primera persona de un extraterrestre caído en la Tierra que no entiende nada del entorno. Es precisamente esa mirada extrañada la que nos vuelve patentes todos nuestros absurdos humanos, por ejemplo, cuando relata sus percepciones al corporizarse entre nosotros (más precisamente, en la ciudad de Barcelona) con el objetivo de buscar a Gurb, su tripulado, a quien mandó a reconocer el exterior bajo la apariencia de Marta Sánchez, y no volvió más:
07.00 Decido salir en busca de Gurb. Antes de salir oculto la nave para evitar reconocimiento e inspección de la misma por parte de la fauna autóctona. Consultado el Catálogo Astral, decido transformar la nave en cuerpo terrestre denominado vivienda unifamiliar adosada, calef. 3 dorm. 2 bñs. Terraza. Piscina comunit. 2 plzs. Pkng. Máximas facilidades.
07.30 Decido adoptar apariencia de ente humano individualizado. Consultado Catálogo, elijo el conde duque de Olivares.
07.45 En lugar de abandonar la nave por la escotilla (ahora transformada en puerta de cuarterones de gran simplicidad estructural, pero de muy difícil manejo), opto por naturalizarme allí donde la concentración de entes individualizados es más densa, con objeto de no llamar la atención.
08.00 Me naturalizo en lugar llamado Diagonal-Paseo de Gracia. Soy arrollado por autobús número 17 Barceloneta-Vall d’Hebron. Debo recuperar la cabeza, que ha salido rodando de resultas de la colisión. Operación dificultosa por la afluencia de vehículos.
08.01 Arrollado por un Opel Corsa.
08.02 Arrollado por una furgoneta de reparto.
08.03 Arrollado por un taxi.
08.02 Arrollado por una furgoneta de reparto.
08.03 Arrollado por un taxi.
(...)
Los seres humanos son cosas de tamaño variable. Los más pequeños de entre ellos lo son tanto, que si otros seres humanos más altos no los llevaran en un cochecito, no tardarían en ser pisados (y tal vez perderían la cabeza) por los de mayor estatura. Lo más altos raramente sobrepasan los 200 centímetros de longitud. Un dato sorprendente es que cuando yacen estirados continúan midiendo exactamente lo mismo. Algunos llevan bigote; otros barba y bigote. Casi todos tienen dos ojos, que pueden estar situados en la parte anterior o posterior de la cara, según se les mire. Al andar se desplazan de atrás a delante, para lo cual deben contrarrestar el movimiento de las piernas con un vigoroso braceo. Los más apremiados refuerzan el braceo por mediación de carteras de piel o plástico o de unos maletines denominados Samsonite, hechos de un material procedente de otro planeta.
14.00 He llegado al límite de mi resistencia física. Descanso apoyando ambas rodillas en el suelo y doblando la pierna izquierda hacia atrás y la pierna derecha hacia delante. Al verme en esta postura, una señora me da una moneda de pesetas veinticinco, que ingiero de inmediato para no parecer descortés. Temperatura, 20 grados centígrados; humedad relativa, 64 por ciento; vientos flojos de componente sur; estado de la mar, llana.
(¡Y esto es solo el primer día...!)
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