jueves, 7 de octubre de 2010

Las primeras imágenes de nuestros recuerdos.

Las primeras imágenes de nuestros recuerdos.

            ¿Pueden recordar los bebés? ¿Podemos recordar las experiencias vividas durante nuestros tres primeros años?

¿Te habías dado cuenta que los bebés se pasan la mayor parte de su primer año escuchando y siguiendo con detenimiento todo lo que ocurre a su alrededor, mirando el mundo para ver cómo funciona?  Muchas de esas cosas observadas, – sonidos, imágenes, sabores, olores y sensaciones táctiles -, pasarán a ser elementos significativos de su memoria primera. Para bien o para mal. Lo que explicaría que siendo mayores detestemos ciertas experiencias sensoriales y que nos sintamos atraídos por otras.

Los dos primeros años de vida son de especial importancia para el desarrollo de las redes neuronales de comunicación del cerebro, para el desarrollo de su personalidad y de sus capacidades intelectivas.

Durante el primer año utiliza sus sentidos para organizar sus experiencias y a partir de los tres meses comenzarán a ser capaces de relacionar lo que ven con lo que oyen, con una precisión que irá en aumento. 
  
Las primeras acciones de un bebé son de carácter reflejo, pero a medida que éstos se adaptan a la experiencia se van adquiriendo los primeros hábitos; los primeros ejercicios que logran que, por repetición de las acciones, el cerebro reciba información no sólo de lo que el cuerpo va siendo capaz de hacer sino también de cómo se siente al hacerlo.

La memoria, esa función psíquica superior que permite la retención temporal de la información,  empieza durante el desarrollo del primer año a codificar habilidades y sensaciones físicas y motrices. Si tiene hambre no succionará cualquier cosa: ya sabe, o recuerda, que sólo los pezones le pueden calmar esa sensación, que el chupete le entretiene y le alivia pero no le alimenta…

Después de los tres meses los bebés interactúan con personas y objetos buscando sensaciones interesantes; son capaces ya, a los cuatro, de recordar que determinado juguete o comida o presencia humana, no sólo siguen existiendo cuando no son percibidos sino que pueden además proporcionarle más o menos placer. Su memoria les permite anticiparse a las situaciones y esperar de ellas los resultados previstos.

El impulso de sus destrezas motoras y sensoriales durante el primer año les va a permitir una búsqueda activa de las situaciones y cosas deseadas pero también el encuentro inevitable con sorpresas desagradables y frustraciones.

Se aprende a prestar atención y a recordar lo que me gusta y lo que no, lo que me proporciona alegría o me pone triste, El recuerdo se hace cómplice de lo que somos y de lo que no somos, se hace partícipe en definitiva, del nacimiento de nuestra incipiente  personalidad. A los tres años somos básicamente, en lo que a nuestra personalidad se refiere, lo que seremos a partir de entonces y a lo largo de toda la vida.

Evidentemente y de manera directa en el bebé funciona la llamada “memoria implícita”, una memoria muy sujeta a la adaptación sensoriomotriz y a la experiencia del entorno,especialmente durante el primer año. Una memoria orientadora que facilita nuestra supervivencia y la superación de los primeros errores.

Pero, curiosamente, los adultos tenemos muchas dificultades para recordar acontecimientos que van más allá del tercer año a no ser que se trate de algo que los familiares nos han contado o que hemos visto en imágenes familiares recogidas en nuestra infancia más tierna.

Este fenómeno natural recibe el nombre de “amnesia infantil”, no hace falta que nadie borre nuestros recuerdos como algunos pretenden ahora; los recuerdos, por gracia o desgracia, se suelen borrar solos. Se borran porque ya han cumplido la función de formar las bases de nuestra conciencia y de nuestro pensamiento o porque algunos nos hacen daños y somos capaces – solitos o solitas – por nuestros propios medios neuronales, de mitigarlos. 

No sabemos si con las actuales pretensiones de castración cerebral, en esos dudosos (dudosos desde la perspectiva de la bioética) intentos farmacológicos de suprimir los malos recuerdos en un área del córtex prefrontal, se llegará a eliminar también la sombra que esos primeros recuerdos infantiles dejaron en el dibujo de los claro-oscuros de nuestra inicial personalidad.

Porque aunque hasta el segundo año no podamos hablar de “memoria explicita”, aquella que se hace consciente del pasado de los hechos y experiencias concretas, esas experiencias han dejado la huella sobre la que caminará en el futuro nuestra forma de ser.

Sí, las vivencias, experiencias, situaciones, acontecimientos de nuestros primeros año suponen los cimientos, no visibles, pero indispensables de la arquitectura de las regiones de nuestro cerebro implicadas en el proceso de la memoria que sirvió, entre otras cosas, para dar los perfiles más íntimos a nuestra más oculta personalidad.

Si tenéis recuerdos, que con seguridad son verdaderos, no cosas que nos han contado, o que hemos soñado, y que son anteriores al tercer cumpleaños, contadlos; esta experiencia puede proporcionarnos elementos comunes, datos relevantes de interés para el descubrimiento de la permanencia, en el recuerdo, de las primeras imágenes de nuestras vidas.

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