A falta de recabar más datos, la investigadora especula que su extraordinaria capacidad de supervivencia se debe precisamente a sus reducidas dimensiones. La bacteria, opina Loveland-Curtze, ha conseguido sobrevivir en el interior de las diminutas venas del hielo, carroñeando los pocos nutrientes dispersos de alrededor, atrapados como ella misma bajo la superficie helada. La bacteria, en efecto, dispone de un flagelo posterior para maniobrar a través de las venas heladas en busca de alimento.
«Junto con el hielo -continúa la investigadora- se puede ver polvo, células bacterianas, esporas de hongos y de plantas, minerales y otros desechos orgánicos. Por lo que creemos que este organismo consigue vivir en esos micronichos en el interior del hielo».
MICROBIOS PARECIDOS EN OTROS PLANETAS
Los científicos consiguieron devolver la bacteria a la vida manteniéndola durante siete largos meses a 2 grados de temperatura, y aumentándola después a 5 grados durante otros cuatro meses y medio. Fue entonces cuando empezaron a ver crecer las primeras colonias de estas bacterias de color marrón.
Loveland-Curtze está convencida de que microbios parecidos podrían haber evolucionado en los hielos de otros planetas y lunas del Sistema Solar, como por ejemplo en los polos de Marte o en los océanos helados de Europa, uno de los satélites de Júpiter.
«Todo lo que podemos decir -afirma la investigadora- es que el hielo es el mejor de los medios para preservar ácidos nucléicos, componentes orgánicos y células, y que las probabilidades de encontrar estos elementos en ese entorno son muy altas debido al frío».
Autor: José Manuel Nieves |
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