viernes, 22 de julio de 2011

El psiquiatra inquisitivo


20 Jul 2011
Los estudios epidemiológicos sobre los niveles de estrés en la población laboral tienden a concluir que el estatus laboral elevado tiene, en general, un papel protector respecto al estrés y el nerviosismo. Es decir, que el jefe suele estar más tranquilo que su subordinado.
La imagen tradicional del ejecutivo le retrata como un señor constantemente estresado, crónicamente al borde de un ataque cardiaco. Parece ser sin embargo que el ejecutivo está más tranquilo que el currito que recibirá sus órdenes en la oficina, y que este currito está, a su vez, menos nervioso que la señora rumana que ha empleado para que le limpie el piso.
Hay un concepto en psicología que se llama “locus de control”, que se refiere al sitio donde nosotros percibimos que reside el control sobre nuestras vidas. Si vemos que nosotros mismos ejercemos ese control, se dice que el “locus de control” es interno, y de otra manera este “locus” es externo. Pues bien, el jefe tiene más poder que su subordinado, y por lo tanto tiene un “locus de control” interno, mientras que su subordinado está a verlas venir, no controla su destino, y su “locus de control” es externo, porque depende de por dónde le dé el viento a su jefe ese día. Así que se estresa más.
Si nos ponemos cínicos, también se puede especular que cuando un trabajador de estatus bajo hace algo mal, le resultará muy difícil disimularlo. Le será difícil pretender, por ejemplo, que puso dos azucarillos en el café de su jefe -en vez de sólo uno- porque fue víctima de una coyuntura geopolítica adversa mientras preparaba el café. Por otra parte, si uno se encuentra en una posición muy elevada y decide en el consejo de ministros construir dos portaviones y cerrar quince hospitales, y después la cosa sale mal, siempre le podrá uno echar la culpa al gobierno anterior, por haber gestionado tan mal todo lo relacionado con portaviones y hospitales, forzándole a uno a intentar remediar de mala manera un escenario tan deficiente. Además, las decisiones complejas, las que tomas los hombres en altos puestos, siempre tienen por lo menos algunos aspectos defendibles, sean cuales sean sus consecuencias. Tony Blair y sus acólitos siguen defendiendo la invasión de Irak, por ejemplo, y algunos de sus argumentos parecen justificables. Blair dice que le “juzgará la historia”.
Pero si uno debiera haber puesto sólo un azucarillo en el café, y ha puesto dos, no será posible esconder el error detrás de complejidades políticas o estratégicas, y uno no podrá encomendar a la historia que juzgue el café así estropeado.
La vida del currito es muy estresante.

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