El buscador que era algo más
11 enero, 2011 | Por José-Antonio Millán en Notas ThinkEPI 2011 |
DURANTE MUCHOS años hemos estado utilizando Google, hasta tal extremo que ya formaba parte de nosotros: eran las antenas con las que palpábamos el universo, desde el circundante hasta el remoto.
Su fiabilidad global -no tanto en la ordenación de los resultados como en el hecho de que nos llevara a apariciones de lo que buscábamos, dondequiera que se encontraran- lo convertía en una herramienta realmente útil, y no sólo para fines de búsqueda estricta. Por ejemplo, los estudios sobre presencia de lenguas en las redes hacían uso de la consulta de Google, convertido entonces en una auténtica “base de datos” de ocurrencias de términos. Es sabido cómo, utilizando la metodología de buscar términos exclusivos de una lengua, Funredes trazó un mapa de la presencia relativa de las lenguas neolatinas en relación con el inglés, en los primeros años de la pasada década.
Hacia el 2007, sin embargo, los datos del buscador empezaron a presentar discrepancias. Las mismas consultas, hechas por distintas personas en diferentes lugares, daban distintos resultados. La diferencia concernía no sólo a la ordenación de las repuestas sino también (y sobre todo) a la cantidad de resultados y a su procedencia. Todo parecía indicar que se estaban utilizando para la ponderación y quizás para la misma configuración del universo de búsqueda:
a) anteriores consultas del usuario, posiblemente con análisis de qué resultados del buscador le habían llevado a un clic, y
b) el entorno geográfico desde donde se hacía la consulta.
b) el entorno geográfico desde donde se hacía la consulta.
Además, y como el conjunto de servicios de Google ya afecta prácticamente todas las dimensiones de la acción personal (desde búsquedas y visionado de vídeos, a correo, búsqueda en libros y mapas, y suscripción a rss), la suma de experiencias que puede tener en cuenta la respuesta a una simple pregunta en el buscador es enorme. Como resultado de todo esto, Google apuntaba cada vez más al entorno inmediato del usuario.
La razón parece clara: al buscar la optimización del sistema de anuncios que acompañan a los resultados, todo sesgo hacia accesos, bienes y servicios próximos al usuario podía estar acompañado más eficazmente por la propia publicidad de éstos. Y además -y quizás para una amplia base de usuarios- el servicio del buscador estaba siendo realmente “mejor”, en el sentido de que llevaba a resultados más directamente relacionados con su entorno. Así, ante la consulta de un nombre propio sin más identificación, Google puede proponer (muchas veces, insistamos, acertadamente) una calle con ese nombre en la ciudad desde la que se ha preguntado.
La expansión semántica y morfológica de las consultas hace también que el universo de respuestas se expanda… no siempre en la dirección que uno desearía. Un nombre propio inusual se puede interpretar como la variante mal escrita de otro que el buscador supone más verosímil, dado nuestro historial y localización. Una palabra en una lengua extranjera puede correr idéntica suerte. Y la cuestión es que ni siquiera echando mano de la “búsqueda avanzada” y utilizando todo tipo de restricciones podemos estar seguros de que se va a respetar la literalidad de nuestra consulta, y no podremos obtener lo que Googlenos daba hace no demasiado tiempo…
El problema -ya lo estamos viendo- se plantea básicamente para las personas que hacemos uso de Google para un fin para el que quizá no estaba destinado, pidiéndole un servicio de cobertura universal de apariciones en la Web, pero es que este servicio hubo una época en que lo prestó y, hasta donde se me alcanza, no tiene un sustituto claro…
Quienes hemos utilizado Google para rastrear piezas de bibliografía arcana, que al final hemos detectado en el sitio de una universidad checa o en una página personal americana, quienes hemos usado el buscador a la pesca de neologismos en las lenguas, o de usos creativos o paródicos de las palabras, estamos privados en gran medida de lo que teníamos. Y pienso que muchos usuarios menos especializados están también privados de algo muy importante: la posibilidad de toparse con algo que no buscaban, lo que se conoce como serendipia.
Este servicio de búsqueda que se ha trocado de golpe en algo más local y provinciano creo que, entre otras cosas, le hace un flaco servicio a la extensa comunidad de hispanohablantes, con su enorme dispersión geográfica, que había confiado (tal vez ingenuamente) en la posibilidad de que el común digital, y las herramientas que lo servían, fuera un elemento que favoreciera la mutua interrelación y comprensión.
Cómo citar este artículo:
Millán, José-Antonio. “El buscador que era algo más”. Anuario ThinkEPI, 2011, v. 5, pp. ¿¿-??
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