Un grupo de investigadores de la Fundación Británica del Corazón ha demostrado por primera vez que el corazón alberga unas células madre con capacidad para regenerar el tejido destruido por un infarto. Estas células están localizadas en la membrana externa que recubre el corazón, en una zona llamada epicardio. En el embrión, estas células se pueden transformar en cualquier célula especializada, incluyendo las células del músculo cardiaco. En la edad adulta, esas células se quedan adormecidas y el equipo de científicos británicos ha descubierto cómo despertarlas para favorecer la reparación de un corazón dañado.
En experimentos con ratones, inyectaron a corazones sanos adultos una molécula llamada timosina beta 4 para intentar activar a ese ejército de células silentes. Después repitieron esta estrategia tras provocar un infarto a los roedores. El tratamiento activó las células madre del epicardio y facilitó su transformación en nuevas células del músculo cardiaco que empezaron a favorecer la regeneración del corazón.
Si esta misma situación se repitiera en corazones humanos, estaríamos ante el «santo grial» de la cardiología. El músculo cardiaco que queda muerto tras un accidente cardiovascular podría sanarse. Hoy no hay tratamiento capaz de regenerar este músculo y la única opción de los enfermos es recurrir a los parches que ofrece la cirugía cardiovascular.
Paul Riley, coordinador de este trabajo tan prometedor que se publica en «Nature», reconoce que aún debemos esperar unos cuantos años para contar con tratamientos basados en su investigación. «Es un gran paso dentro de nuestras investigaciones. Ya habíamos demostrado que se podían regenerar vasos sanguíneos en corazones adultos, aunque teníamos más dudas si podríamos conseguir lo mismo para el músculo cardiaco», explica.
No es la primera vez que se apunta en esta dirección. Otros grupos de investigación llevan años buscando una fórmula para regenerar los corazones tras un infarto. Los primeros tratamientos han utilizado células madre de otros órganos (médula ósea, grasa...) que se inyectaban en el músculo con este fin. Después se pensó que podría bastar con dar un pequeño empujoncito a la naturaleza para que ella misma activara la regeneración, como hacen otras especies animales. Y la investigación británica es la prueba de que no es imposible.
Autor: N. Ramírez de Castro |
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