Un equipo de científicos se propuso resolver este rompecabezas y para ello investigó la relación entre el dolor y las variaciones genéticas. De este modo averiguaron que ciertas personas con variaciones leves en determinado gen presentaban diferencias en cuanto a su propensión al dolor agudo y crónico. Sus descubrimientos, que en parte se deben a una subvención avanzada (advanced grant) del Consejo Europeo de Investigación (CEI), se han publicado en la revista Cell.
El equipo, codirigido por investigadores del Hospital Infantil de Boston (Estados Unidos), dio con el gen tras una búsqueda de genes del dolor en todo el genoma de moscas de la fruta. Estudios complementarios con ratones revelaron además la forma en que dicho gen determina el dolor y la sensibilidad.
Según el Dr. Clifford Woolf del Hospital Infantil de Boston, uno de los firmantes sénior del estudio, gracias a este conocimiento más preciso de la base genética del dolor, en adelante la comunidad científica podría desarrollar analgésicos nuevos, esclarecer factores de riesgo de dolor crónico y tomar decisiones más certeras sobre el tipo de tratamiento quirúrgico más adecuado para cada paciente.
Estudios anteriores sobre gemelos revelaron que cerca del 50% de la variación en la sensibilidad al dolor se hereda. «Pueden distinguirse varios tipos de dolor, y al menos la mitad de su intensidad está determinada por los genes», explicó el Dr. Woolf. «El estudio de la genética nos proporciona una herramienta valiosa y de gran utilidad para empezar a comprender cómo se genera el dolor y qué rutas funcionales y proteínas específicas contribuyen al proceso.»
Según los investigadores, el gen descubierto codifica parte de un canal de calcio denominado «alfa 2 delta 3». Los canales de calcio son poros de la membrana celular que permiten el paso de iones de calcio. Las células nerviosas precisan de estos canales para activar su excitabilidad eléctrica.
Los investigadores realizaron estudios genéticos selectivos en busca de mutaciones en casi 12.000 genes de células nerviosas de moscas de la fruta. Para ello emplearon la técnica ARNi (interferencia del ácido ribonucleico). Varias moscas que presentaban mutaciones se expusieron a un calor nocivo y los científicos observaron cuáles eran incapaces de escapar volando. A continuación descartaron a las que presentaban mermas tales como la ceguera e identificaron a las que poseían mutaciones que en apariencia guardaban una relación específica con el dolor.
Aunque encontraron casi 600 genes que podrían guardar tal relación, decidieron analizar a fondo alfa 2 delta 3. En parte esta decisión se fundamentó en el hecho de que muchos de los analgésicos modernos actúan sobre los canales de calcio.
El profesor Michael Costigan, también del Hospital Infantil de Boston, y sus colaboradores determinaron la influencia genética en la sensibilidad humana al dolor examinando cuatro polimorfismos de nucleótido simple (SNP), o variaciones de una sola letra del código del ADN (ácido desoxirribonucleico), dentro o cerca del gen alfa 2 delta 3 en 189 voluntarios sin problemas de salud.
Los resultados permitieron asociar ciertos SNP menos comunes a una sensibilidad menor al dolor agudo en un ensayo en el que se administraron series rápidas de impulsos de calor nocivo. A continuación se realizaron más ensayos en 169 pacientes tratados por dolores causados por hernias de disco vertebral y se determinó que los que poseían estos SNP menos comunes tenían pocas probabilidades de sufrir un dolor crónico persistente.
Estos investigadores se proponen investigar los otros genes del dolor descubiertos en el cribado de genes de moscas. El estudio contó con importantes contribuciones de científicos de Alemania y Austria.
A este respecto, cabe mencionar que la última «Propuesta de informe europeo de consenso sobre el dolor» (Pain Proposal European Consensus Report), elaborado por especialistas y responsables políticos de Europa, indica que el 21% de los europeos que padecen dolor crónico no pueden trabajar y que el 61% de aquellos que sí lo hacen considera que el dolor afecta a su situación laboral. Asimismo, este informe señala que el dolor crónico cuesta a Europa cerca de 218.000 millones de euros al año, siendo el 90% de esta carga soportada por los empleadores, las familias y los contribuyentes. |
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