Cuando pensamos en la Navidad, espontáneamente la asociamos con una fiesta, en general familiar o con amigos. Con fe en Jesús o sin ella, pensamos en un niño recién nacido, y podemos quedarnos allí, en lo tradicional. No está mal, pero nos perderíamos el sentido de lo que estamos celebrando. De hecho podemos armar el árbol, el pesebre y no entrar en el significado de la Navidad. A ese significado me voy a referir en estas líneas.
En efecto, Navidad es un sinónimo de "natividad" o nacimiento. Celebramos un nacimiento: el de Jesús, el Hijo de Dios.
¿Por qué lo celebramos? Porque con su nacimiento, Dios se hace uno de nosotros, vive y muere como nosotros, y al resucitar nos da la posibilidad de vivir más allá de la muerte tal como la conocemos. Eso es lo mejor que pudo pasarnos, y celebramos ese hecho desde el inicio, que es el nacimiento de Jesús.
Ahora bien, este nacimiento no es un hecho histórico perdido en la nube de los tiempos. Ese hecho nos dice que si Dios se hizo hombre, toda vida tiene sentido y un sentido muy especial. Nos dice también que la vida humana empieza y termina en la historia, pero luego continúa: es eterna.
Es por eso que decimos con tanta fuerza: toda vida humana es sagrada. Esta afirmación es una intuición profunda que todas las personas llevamos en lo hondo del corazón, en ese lugar donde percibimos los valores y las verdades universales.
La percepción del valor de la propia vida y la de cada ser humano están en estrecha relación. Este vínculo es la raíz de la corresponsabilidad que todos, creyentes y no creyentes, tenemos frente al respeto y cuidado de la vida humana.
Para los que creemos en un Dios creador de la condición humana, el fundamento último de esta responsabilidad moral radica en el reconocimiento de que los seres humanos somos reflejo de la riqueza divina, creados por amor a su imagen y semejanza.
Para aquellos creyentes que profesamos el cristianismo, la convicción acerca del valor de la vida de cada ser humano queda definitivamente sustentada en la persona y las acciones de Cristo, Hijo de Dios y hermano de cada hombre y mujer. Él señala el carácter fraterno de todo vínculo humano e invita a establecer relaciones de verdadero amor entre las personas.
Volvemos a lo mismo: toda vida humana ya desde el momento de su concepción, es sagrada, toda persona es importante.
Lo sagrado, importante y valioso merece ser cuidado y promovido; atendido y respetado.
Cuando la vida es más frágil y más débil, necesita más cuidado. La calidad ética de una sociedad se juega en esto. ¿Cuáles son las vidas más frágiles y que más debemos cuidar? La de los niños y niñas aún antes de nacer, la de los ancianos y ancianas, la de los pobres, la de las personas marginadas, la de los enfermos. La de cualquier persona en riesgo.
Por otra parte la violencia, la inseguridad y la fragmentación social que vivimos son hechos que atentan contra la vida y tornan frágil toda existencia.
Una sociedad como la nuestra valora la juventud, la inteligencia, la fuerza, la salud, el éxito. Eso puede hacernos pensar que las personas con estas características son más valiosas que las otras personas. En la línea de lo que venimos diciendo, esto no es así: toda vida humana es importante: la que recién comienza en el vientre materno y la que está por terminar a causa de los años o de la enfermedad. La de los sanos y la de los enfermos, la de las personas muy inteligentes y la de quienes no tienen conciencia de sí. La de los que pueden desarrollar grandes proyectos y la de quienes apenas pueden moverse. Los libres y los presos. Los adictos y los que no lo son. Todos somos importantes, todos somos valiosos. Ese es el sentido de la Navidad.
Les propongo que cuando armemos el pesebre (ese lugar donde empieza la Vida), celebremos el nacimiento de Jesús, promoviendo la vida de las personas. Pensemos en alguien que necesite nuestra ayuda para vivir más digna y humanamente: un pobre, un preso, un chico que vimos drogado en la esquina, una adolescente embarazada y sola, un enfermo, un anciano en un asilo, alguien que vive en la calle, tal vez cerca de nuestra casa.
Es lindo cuando asistimos a alguna representación del nacimiento de Jesús, pero el verdadero "pesebre viviente" tiene lugar cuando hacemos un gesto para que alguien pueda vivir, y hacerlo de forma más digna y humana. Ahí hay una Navidad celebrada con sentido.
Comencemos por celebrar estas fiestas, agradeciendo el don de la propia vida y haciendo algún gesto concreto para promoverla en otros.
Les deseo una muy feliz Navidad
En efecto, Navidad es un sinónimo de "natividad" o nacimiento. Celebramos un nacimiento: el de Jesús, el Hijo de Dios.
¿Por qué lo celebramos? Porque con su nacimiento, Dios se hace uno de nosotros, vive y muere como nosotros, y al resucitar nos da la posibilidad de vivir más allá de la muerte tal como la conocemos. Eso es lo mejor que pudo pasarnos, y celebramos ese hecho desde el inicio, que es el nacimiento de Jesús.
Ahora bien, este nacimiento no es un hecho histórico perdido en la nube de los tiempos. Ese hecho nos dice que si Dios se hizo hombre, toda vida tiene sentido y un sentido muy especial. Nos dice también que la vida humana empieza y termina en la historia, pero luego continúa: es eterna.
Es por eso que decimos con tanta fuerza: toda vida humana es sagrada. Esta afirmación es una intuición profunda que todas las personas llevamos en lo hondo del corazón, en ese lugar donde percibimos los valores y las verdades universales.
La percepción del valor de la propia vida y la de cada ser humano están en estrecha relación. Este vínculo es la raíz de la corresponsabilidad que todos, creyentes y no creyentes, tenemos frente al respeto y cuidado de la vida humana.
Para los que creemos en un Dios creador de la condición humana, el fundamento último de esta responsabilidad moral radica en el reconocimiento de que los seres humanos somos reflejo de la riqueza divina, creados por amor a su imagen y semejanza.
Para aquellos creyentes que profesamos el cristianismo, la convicción acerca del valor de la vida de cada ser humano queda definitivamente sustentada en la persona y las acciones de Cristo, Hijo de Dios y hermano de cada hombre y mujer. Él señala el carácter fraterno de todo vínculo humano e invita a establecer relaciones de verdadero amor entre las personas.
Volvemos a lo mismo: toda vida humana ya desde el momento de su concepción, es sagrada, toda persona es importante.
Lo sagrado, importante y valioso merece ser cuidado y promovido; atendido y respetado.
Cuando la vida es más frágil y más débil, necesita más cuidado. La calidad ética de una sociedad se juega en esto. ¿Cuáles son las vidas más frágiles y que más debemos cuidar? La de los niños y niñas aún antes de nacer, la de los ancianos y ancianas, la de los pobres, la de las personas marginadas, la de los enfermos. La de cualquier persona en riesgo.
Por otra parte la violencia, la inseguridad y la fragmentación social que vivimos son hechos que atentan contra la vida y tornan frágil toda existencia.
Una sociedad como la nuestra valora la juventud, la inteligencia, la fuerza, la salud, el éxito. Eso puede hacernos pensar que las personas con estas características son más valiosas que las otras personas. En la línea de lo que venimos diciendo, esto no es así: toda vida humana es importante: la que recién comienza en el vientre materno y la que está por terminar a causa de los años o de la enfermedad. La de los sanos y la de los enfermos, la de las personas muy inteligentes y la de quienes no tienen conciencia de sí. La de los que pueden desarrollar grandes proyectos y la de quienes apenas pueden moverse. Los libres y los presos. Los adictos y los que no lo son. Todos somos importantes, todos somos valiosos. Ese es el sentido de la Navidad.
Les propongo que cuando armemos el pesebre (ese lugar donde empieza la Vida), celebremos el nacimiento de Jesús, promoviendo la vida de las personas. Pensemos en alguien que necesite nuestra ayuda para vivir más digna y humanamente: un pobre, un preso, un chico que vimos drogado en la esquina, una adolescente embarazada y sola, un enfermo, un anciano en un asilo, alguien que vive en la calle, tal vez cerca de nuestra casa.
Es lindo cuando asistimos a alguna representación del nacimiento de Jesús, pero el verdadero "pesebre viviente" tiene lugar cuando hacemos un gesto para que alguien pueda vivir, y hacerlo de forma más digna y humana. Ahí hay una Navidad celebrada con sentido.
Comencemos por celebrar estas fiestas, agradeciendo el don de la propia vida y haciendo algún gesto concreto para promoverla en otros.
Les deseo una muy feliz Navidad
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