domingo, 21 de noviembre de 2010

Arcade Fire, el don de la conciliación

MADRID

Arcade Fire, el don de la conciliación

La banda de la década cumplió las expectativas de los 16.000 fans que agotaron las entradas hace meses

Día 21/11/2010
La verdad es que tiene mérito convertirse en la banda de la década sin estar hasta en la sopa (ni en Spotify, atención). También lo tiene ser la perita en dulce de las multinacionales discográficas, pero resistir y quedarse en un sello independiente. Pero muchísimo más mérito tiene llenar estadios y a la vez tener rendido a tus pies hasta al crítico más huraño. Porque, ¿puede el rock de estadio tener algunas connotaciones minimalistas? Arcade Fire desatan las dudas, y quizá ahí esté el truco. O el don. Ese milagro que une a todos bajo el manto calentito de la conciliación.
EFE
El grupo canadiense en un momento del concierto
Cuando ayer salieron al escenario lograron dar la impresión de darlo todo, y sin esos incómodos aspavientos que otros utilizan para levantar a la audiencia —recordemos la última visita de Depeche Mode, por cierto una de las influencias del tercer trabajo de Arcade Fire—. Lo más que hizo el cantante Win Butler (que es californiano, y no canadiense como casi todos creen) al comenzar con «Ready to start» fue pedir palmas al público, pero las primeras reacciones fueron algo tibias. El sonido todavía no había llegado al punto justo de cocción, y los fans aún estaban como esperando a que algo ocurriera. Y ese algo ocurrió cuando la banda empezó a moverse al unísono sobre las tablas, cuando crearon esa sensación de ritual, tan importante para entender la música de estos nuevos príncipes de la música popular.
Tras los primeros estallidos rockeros que hicieron temblar las gradas, y el agradecimiento en castellano de Butler por el entusiasmo del público, sonó la épica «No car go» y la euforia se apoderó definitivamente del Palacio de Deportes, que coreó las guitarras y melodías vocales hasta casi silenciar a la banda. Aunque el empleo de dos baterías es algo difícil de entender —cualquier baterista de nivel saca más matices a su instrumento él solito—, la puesta en escena de los canadienses fue conquistando poco a poco, con esa atractiva mezcla de pose rockera y desfile a lo Santa Compaña que dirige los estados de ánimo del bailoteo a la introspección —ahí, las fantásticas imágenes de las pantallas gigantes ayudaban mucho— sin que uno se dé cuenta.
Al terminar «Rococo», Butler recordó que un euro de cada entrada iría destinado a obras de caridad —ya donaron un millónde dólares para Haití—, y marcó el inicio de una impresionante «Crown of love» que levantó los 30.000 brazos allí presentes. La imponente «Neighborhood II», «Tunnels» y algún otro tema de la recta final siguieron levantando a la audiencia, preo lo cierto es que cuanto más tocaban su último disco, «The suburbs», más bajaba la intensidad en el graderío. Su excelencia quedó fuera de toda duda,sí, y si uno se para a pensarlo, llega a la conclusión de que, dentro de muchísimo tiempo, esta banda será miembro del club de los grandes. Pero parece que todavía hay algún mérito que se les escapa.

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