Si Baudelaire retrató el spleen de las ciudades del XIX y Kakfa o Musil la devastación del individuo por los sistemas totalitarios del XX, el siglo XXI ha sido definido como el exacerbamiento de la multitud solitaria (David Riesman ya la intuyó en 1950), la cultura del narcisismo (Cristopher Lash, 1991) o la de los individuos encerrados en sus burbujas (Sloterdijk) en un mundo cada vez más incierto, en el que casi todo es volátil y efímero (Baumann) menos la insaciable sed de consumir, enmarcada en una deseducación progresiva de la población (Ulrich Beck, La sociedad del riesgo, 1994). Eli Pariser en The filter bubble: what Internet is hiding from you (2009), desvela cómo Google personaliza las búsquedas conforme a los gustos memorizados del usuario, de modo que un votante del Partido Republicano, al realizar una búsqueda, tendrá el espejo de su visión del mundo y demócrata, la suya. Sufre la pluralidad y la burbuja crece.
Paula Sibilia, que ha participado en un ciclo de conferencias en el CCCB de Barcelona, es una antropóloga argentina que vive en Brasil y ha publicado un libro de amplia repercusión: La intimidad como espectáculo. "Las nuevas tecnologías -dice- han cambiado nuestra manera de ser, nuestra subjetividad, la forma en la que nos construimos como sujetos. Hay un desplazamiento de eje. El sujeto moderno, del siglo XIX a los años 60 del siglo XX, tenía su eje en su interior, en ser fiel a su esencia y no variarla a lo largo de su vida. Hoy, el eje se ha desplazado hacia el exterior. Nos construimos en función de la mirada de los otros. De la esencia hemos pasado a la apariencia. Los diarios íntimos o las cartas eran un diálogo consigo mismo o con una persona concreta, hoy los blogs, las redes sociales, consisten en la exhibición pública del Yo. Y en muchas novelas autor, narrador y protagonista es la misma persona".
La introspección, las confesiones, el mismo psicoanálisis intentaban descubrir esa esencia de uno mismo y sus fuerzas oscuras. Según Paula Sibilia, ahora lo importante ha pasado del interior a lo que se ve, al aspecto físico: lo que otros pueden ver es lo que nos define y definimos a los demás. No es algo nuevo. La novedad es que la subjetividad contemporánea necesita desesperadamente la mirada del otro, mientras el Yo burgués del siglo XIX tenía otros recursos, especialmente la cultura letrada, no la de la imagen.
Paula Sibilia considera que hay una parte positiva y otra negativa. La positiva es que ya no necesitamos ser fieles a una identidad, fija, estática, toda la vida, sin desviarnos un milímetro de ella, permitiendo ahora que nos reinventemos y ser más creativos. La negativa es que en los sujetos frágiles ese estar alterdirigidos, esa necesidad de construirse constantemente en base a la mirada de los otros y no en la propia interioridad "excluye la posibilidad de refugiarse en uno mismo.
Mucho más que en otras épocas se está pendiente en las redes de los comentarios, de cuántos amigos se tienen, si gusta o no gusta, de los seguidores. Si lo importante no es la esencia sino las apariencias, necesitas ser visible para existir. La diferencia entre una persona y un personaje es la soledad. Un personaje nunca está solo, siempre hay alguien que los ve o sabe lo que les está pasando. Ya no son los 15 minutos de fama de Warhol, sino todo el tiempo. Y para eso te has de inventar personajes, competir con técnicas de autopromoción personal en el mercado de las miradas, espoleados por la publicidad, el cine o la televisión. Y esa necesidad de cambiar constantemente de identidades -incluida la obsesión por la estética y la cirugía-, genera una subjetividad muy vulnerable y extiende el mal contemporáneo: la ansiedad, pero también anorexia, depresión, pánico, hiperactividad o desconcentración". Si antes la gente podía seguir el relato cronológico de su vida mediante un álbum fotográfico, con su aura material, ahora las fotos digitales son de usar y tirar, mostrarse un momento en Facebook o Fotolog y luego descartarlas. La identidad deja de ser estable. Se vive una época de transición: la apariencia aún necesita el contrapunto de la interioridad y subsiste la conciencia del desajuste entre la apariencia y lo que uno es.
¿Qué es real y qué es ficción? Tal vez, como dice el poeta Albert Roig: "El 90% no es verdad y sólo el 10 por ciento es mentira". O -dice la antropóloga de la Universitat de Barcelona Mercedes Martorell- "los personajes que nos inventamos para tener la aprobación de los otros también son reales". El disfraz revela a veces más de una persona que el espejo.
Autor: Josep Massot
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