“Se identifica fácilmente por su forma aplanada y porque, vista desde arriba, tiene aspecto de huevo frito. No es muy venenosa, y se caracteriza también por sus ocho brazos con extremos en forma de botones blancos o azulados”. Así describen los científicos del Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía (ICMA-CSIC) a la medusa Cotylorhiza tuberculata, una especie que han analizado en el laboratorio durante tres años para estudiar cómo le afectan la presencia de nutrientes en el agua, la salinidad o la influencia de la luz.
Los científicos han observado que si el invierno es muy frío, la mortandad de los pólipos es muy elevada y el número de medusas el verano siguiente será bajo. Los cambios en la temperatura del agua, por tanto, condicionan la supervivencia de los pólipos y la posterior conversión a medusa.
“Para que las medusas permanezcan en el agua durante el verano, los pólipos tienen que ser estimulados por un aumento de temperatura del agua que ocurre únicamente en primavera”, explica Laura Prieto, investigadora del ICMA-CSIC y directora del estudio que se publica en el próximo número de la revista PLOS One. Fenómenos meteorológicos puntuales, como el paso de una borrasca, no son suficientes para que se produzca esta transición a una fase vital diferente. Además, debido al cambio climático, las primaveras se adelantan, por lo que las medusas tienen más tiempo para crecer.
Elena Sanz
05/11/2010
Los inviernos cálidos favorecen la invasión veraniega de medusas |
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