PALEOPATOLOGÍA | La enfermedad en el pasado
Escrito en los huesos
Restos momificados, alterados por el contacto con el terreno, degradados por las condiciones atmosféricas... Huesos, tejidos blandos, esqueletos incompletos con lesiones evidentes o sin ellas. Los paleopatólogos se enfrentan al reto de identificar los males que padecieron cadáveres que tienen a veces miles de años de antigüedad. Autopsias con un gran valor histórico y que ayudan a explicar la evolución de las enfermedades.
"Establecer un diagnóstico en medicina requiere interpretar los signos y los síntomas. Esto se hace todos los días con sujetos vivos", explica a ELMUNDO.es Francisco Etxeberría, experto en Medicina Legal y Forense de la Universidad del País Vasco. "Esto y las pruebas complementarias sirven para establecer diagnósticos de presunción o de confirmación. Pero con el cadáver y el esqueleto, la cosa cambia. No podemos analizar los síntomas".
Por eso, los signos son la base de la paleopatología. Las señales que dejan las enfermedades en los restos óseos, principal objeto de estudio de esta ciencia, y otros tejidos, cuando estos no han sido destruidos por el paso del tiempo. La búsqueda y análisis de estas lesiones es lo que los expertos en la materia hacen en las autopsias.
Huesos y momias
"En los huesos, las enfermedades que se pueden diagnosticar son pocas. Sólo aquéllas que dejan rastro en ellos, como la sífilis, la tuberculosis o la brucelosis...", explica José Antonio Sánchez, director del Departamento de Toxicología y Legislación Sanitaria de la Universidad Complutense de Madrid. Pero, con frecuencia, lo único con lo que cuentan estos especialistas es con esqueletos.
"Cuando aparecen tejidos momificados, tenemos más opciones porque podemos coger cualquier muestra y estudiar las lesiones que tenga. También podemos buscar los microbios que hayan estado allí", añade Sánchez, que dirige el Museo de Antropología Forense, Paleopatología y Criminalística de la Faculta de Medicina.
Empleando técnicas similares a las que usan los forenses, los paleopatólogos deben superar las dificultades que entraña el estudio de estos restos antiguos. A primera vista, se puede establecer su estado: momificado, alterado por el contacto con el terreno, teñido por metales. Después, hay que identificarlos, establecer su sexo, edad, etnia... Es la parte más básica, que corresponde a la llamada antropología forense y "es el 98% del trabajo", asegura Sánchez.
Separar la paja del grano
La paleopatología "a veces se aparta de lo que es el diagnóstico médico clásico", explica Manuel Campo Martín, colaborador docente de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid. "Entonces hay que recurrir a 'subterfugios metodológicos' [...] como el síndrome osteoarqueológico, que va un paso más allá de la mera descripción de las lesiones con la agrupación de una serie de signos en el hueso que nos permite no llegar a un diagnóstico definitivo pero sí avanzar".
Lo que describe Campo se explica de forma clara con el ejemplo del raquitismo -un trastorno que padecen los niños cuando tienen déficit de vitamina D, calcio o fósforo-. "Es difícil que encontremos unos huesos que sólo tengan indicios de raquitismo porque probablemente ese niño sufría además malnutrición, tal vez una infección... Pero con el conjunto de signos observados podremos llegar a esa conclusión", señala este experto en la materia.
Esta complejidad hace que muchas enfermedades, que con toda seguridad existían hace cientos o miles de años, están infradiagnosticadas. En el extremo contrario, también es posible "dar por patológico algo que no lo es", asegura este internista. Como marcas de mordiscos de roedores y pequeños animales, procesos erosivos, etc.
El trabajo de estos expertos también consiste en determinar si las lesiones observadas son 'antemorten', 'postmortem' o 'perimortem' y si éstas pudieron causar la muerte del sujeto. Algo que "es casi imposible", subraya Campo. La complejidad de esta tarea se refleja en casos como el de la momia de Tutankamon, que ha sido sometida a numerosas autopsias sin que ninguna de ellas haya llegado a una conclusión que satisfaga a la mayoría de la comunidad científica.
Forenses de la antigüedad
Cráneo trepanado. | Consuelo Roca de Togores
Los paleopatólogos colaboran con otros especialistas como toxicólogos, anatomopatólogos, oncólogos... para que les ayuden a establecer un diagnóstico. Porque, aunque hay especialistas de distintas ramas que participan en esta ciencia, "el que debe determinar si se trata de algo patológico o no es un médico experto en la materia, porque son los que saben", explica Armando González, profesor de Antropología Física de la Universidad Autónoma de Madrid.
"Todas las novedades médicas enriquecen nuestra labor", explica Consuelo Roca de Togores, arqueóloga y antropóloga física en el Museo Arqueológico de Alicante. "Los escáneres, el análisis del ADN, etc. nos permiten ver muchas cosas; cada vez más", añade. Estos avances técnicos han permitido, por ejemplo, encontrar muestras de la bacteria que causa la tuberculosis en restos del 7000 a. C. o determinar la presencia de sífilis en esqueletos británicos anteriores al descubrimiento de América y concluir así que Colón no trajo esta infección al viejo continente.
A la parte clásica de la paleopatología se ha unido en las últimas décadas el análisis del ADN, que además de su importante función en el plano evolutivo de las especies o de identificación de los restos, "ofrece la esperanza de poder investigar otras patologías que no dejan esta huella, como las infecciones", explica Carlos Lalueza, del Instituto de Biología Evolutiva del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
"Es un campo científico muy atractivo" pero que está aún en pañales ya que "hay pocos estudios de calidad", matiza. Pero cuando la técnica y los estándares metodológicos mejoren, el estudio de los fragmentos de ADN hallados en restos antiguos podría ayudar a "conocer cómo eran los patógenos hace 500 o 1.000 años y estudiar así su rápida evolución", señala Lalueza.
Consuelo Roca de Togores
Parte de nuestra historia
Los conocimientos que ofrece la paleopatología son pocos porque los testimonios que han llegado hasta nuestros días también lo son. Aunque miles de millones de personas han muerto desde que el hombre se separó de sus antepasados homínidos, sólo algunos de los que fueron inhumados o momificados (y no incinerados o tratados por otros ritos funerarios 'destructivos') han podido perdurar y algunos de ellos, por deseo de las confesiones religiosas a las que pertenecieron -en España hay ciertos conflictos con judíos y musulmanes, en EEUU con los indios-, no pueden ser estudiados.
A pesar de las dificultades, la paleopatología ha permitido averiguar que la enfermedad es un fenómeno tan antiguo como la propia especie humana, que el hombre ha tratado de combatirla y que su presencia ha influido en la evolución de las civilizaciones y pueblos.
"Cuando hay textos escritos, todo es más fácil. Pero si te vas más atrás en el tiempo, no contamos con eso. La única información sobre los estilos de vida, las enfermedades y su abordaje sólo podemos obtenerla de los restos", subraya Roca de Togores.
Y el estudio de los restos desde el punto de vista paleopatológico se ha convertido en una parte esencial de la arqueología y "cualquier estudio que no lo tenga en cuenta será cuando menos incompleto", señala Manuel Campo Martín, colaborador docente de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid."No se puede querer reconstruir el pasado de cualquier civilización sin tener en cuenta qué papel ha jugado la salud y la enfermedad".
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