Biblioteca Argentina: un siglo haciendo leer a los rosarinos
Fue inaugurada el 24 de julio de 1912. En sus salas conviven libros del 1500 con nuevas tecnologías
La Biblioteca Argentina, una de las instituciones sin las cuales simplemente ni se podría imaginar Rosario, se apresta a cumplir un siglo el 24 de julio. En estos cien años pasó de 9 mil volúmenes a más de 220 mil, aunque a lo largo del tiempo fue perdiendo lectores de manera ineludible, al ritmo de los cambios tecnológicos que fueron instaurando otros dispositivos de lectura y otros soportes de información. Así fue como la entidad comprendió que debería reconvertirse o morir, para lo que diversificó enormemente su oferta cultural: hoy brinda talleres gratuitos, conciertos, cine, muestras de plástica, cursos personalizados de alfabetización informacional y visitas temáticas a las escuelas. Y su ejemplar más antiguo —una "Bucólica" de Virgilio, de 1556— convive con Facebook.
La historia de la biblioteca es un caso paradigmático de muchas otras fundaciones de instituciones progresistas en Rosario. Corría 1909 y la proximidad del centenario de Mayo llevó a un distinguido abogado e historiador de la ciudad, Juan Alvarez, a plantear la creación de una gran biblioteca pública como aporte a la celebración.
Pujanza y progreso. "En esta ciudad de 200 mil habitantes no existe una sola biblioteca pública susceptible de cumplir dignamente la función que a tales establecimientos está asignada. Ha llegado el momento de que esta provincia de Santa Fe, exponente de la pujanza de la raza cuando la guerra lo hizo necesario, sea hoy, en plena paz y prosperidad, exponente de nuestra cultura", escribió Alvarez (por entonces secretario municipal) al intendente Isidro Quiroga.
La obra fue asumida por el gobierno local y dos años después, el 24 de julio de 1912, la biblioteca abría sus puertas ante uno de los grandes referentes de la cultura nacional de inicios de siglo y rector de la Universidad de La Plata, Joaquín V. González, de cuya conferencia inaugural nació el lema aún legible sobre su puerta: "Conocer es amar; ignorar es odiar".
El ideal universalista de la biblioteca convivió inicialmente con los grandes interrogantes a que obligaba la construcción de la Nación, búsquedas que quedaron plasmadas tanto en la colección bibliográfica como en la elección de emblemas del saber: leones babilónicos, la piedra Rosetta descifrada por Champollion, esculturas clásicas.
La colección original, de 9 mil volúmenes, fue creciendo a medida que los rosarinos eran invitados a proponer títulos a condición de aportar dinero para su compra. Aun así, irregulares subvenciones nacionales, provinciales y municipales tuvieron en ascuas a la biblioteca en más de una ocasión.
Nuevamente las familias ilustres de Rosario jugaron a favor de que la entidad ganara brillo como centro de actividades culturales aspirando a que funcionara a la vez como punto de encuentro y pertenencia social. Así se formó el Círculo de la Biblioteca para celebrar festivales artísticos con regularidad y del éxito de esa empresa nacieron luego el Primer Salón de Bellas Artes y, muchos años más tarde, el teatro El Círculo.
Pero desde entonces ya pasó un siglo y la institución no cesó de incorporar nuevos servicios. Por razones muy distintas a las de comienzos del siglo XX, hoy vuelve a apelar a la estrategia de que su rol exceda lo estrictamente bibliográfico y juega casi como un centro cultural.
Además de desarrollar una labor estrictamente bibliográfica, sumó servicio de internet, sala infantil y pedagógica, un sector de lectura accesible a ciegos y disminuidos visuales, cursos de alfabetización informática (que eligen muchos adultos mayores), talleres y visitas guiadas para instituciones educativas.
Sus lectores, recordó Romero, pueden realizar búsquedas por el catálogo on line (hoy tiene más de 220 mil ejemplares) y enterarse de actividades a través del blog institucional. También organiza muestras, charlas, conciertos y recitales.
¿Quiénes son hoy los usuarios más asiduos de la biblioteca? Gente de toda edad, dice Romero, aunque pinta a dos lectores paradigmáticos: jóvenes estudiantes que llegan con textos propios para hacer uso de la sala de lectura ("dicen que acá se logran concentran más", cuenta) y personas mayores que echan mano al servicio de "estantería abierta", donde pueden elegir libros como de una biblioteca hogareña para llevárselos a casa o leerlos en el bar.
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