martes, 24 de enero de 2012

¿Podemos hablar de crisis desde las bibliotecas?


¿Podemos hablar de crisis desde las bibliotecas?

1. La indiferencia ante la crisis
Bertold Brecht describe la crudeza del capitalismo de principios del Siglo XX poniendo en boca de un cínico Mackie Navaja: “primero es la comida, después la moral”1. Frente la crisis económica actual, casi cien años después, se oyen voces que parafrasearían al mafioso protagonista de Brecht y dirían: “¿Cómo podemos estar hablando de crisis los bibliotecarios con la de servicios fundamentales que hay que preservar?”.
Así, salvadas honrosas excepciones2, se manifiestan en privado algunos prominentes bibliotecarios y así debemos interpretar el silencio de las asociaciones profesionales españolas frente los primeros coletazos de la crisis, que están afectando ya a las bibliotecas. Pero, ¿la crisis afectará a las bibliotecas? Y, sobre todo, ¿podemos defender las bibliotecas en tiempos de crisis? Sí, definitivamente a las dos cosas.
La crisis afectará a las bibliotecas porque afectará a la totalidad de la sociedad española. Sin entrar en las causas, parece evidente que los ingresos del Estado que han sostenido los servicios públicos han descendido. Consecuentemente, bajarán los gastos del Estado. El tema es cuánto bajarán y dónde se aplicarán los recortes. Si éstos se hicieran de forma lineal, hay quien dice que es razonable pensar en un retroceso del 10% del gasto público español. Pero el gasto de las administraciones no es totalmente flexible, con lo que las disminuciones se aplicarán de forma desigual y algunas partidas lo sentirán más que otras.
Las disminuciones presupuestarias afectarán a las bibliotecas igual o más que al resto de servicios públicos. Los recortes se harán en los gastos de personal (especialmente el que no es fijo), en los gastos de funcionamiento y servicios, y en inversiones. Los que afecten a personal incidirán quizá lo mismo que en otros sectores pero una parte muy importante del presupuesto de las bibliotecas no es personal, son compras de materiales bibliográficos y servicios (en las bibliotecas universitarias los gastos de adquisiciones se aproximan a un 50% del presupuesto total).
Capítulo aparte son las inversiones, que serán las que probablemente se resientan más de un clima económico restrictivo. La remodelación o ampliación de antiguas bibliotecas y la constitución de nuevas puede que se paralice durante unos años. Es cierto que la mejora de las bibliotecas españolas realizada en los últimos años ha dependido (como veremos) del buen hacer de sus profesionales, pero lo es también que éstos han tenido a su disposición recursos para hacer nuevos edificios, para llenarlos de documentos pertinentes y actuales, y para instalar tecnología que facilita el acceso o, recientemente, para la digitalización de fondos.
Cuando ha habido recursos, ha habido para todo. En un momento de escasez se impone la priorización entre diferentes necesidades. Y es en este último punto donde ni el profesional ni sus asociaciones pueden debilitar la defensa de las aportaciones al sistema. Diligentes como somos, a veces queremos ser los primeros en recortar; altruistas como somos, estamos predispuestos a reconocer que múltiples necesidades sociales son más urgentes que las que nosotros satisfacemos; modernos como somos, hemos dibujado un futuro inmediato en la que el espacio físico de la biblioteca ya no será necesario gracias a la ubicuidad de una información digital gratuita. No ayuda tampoco el clima general de crítica a las actuaciones -no siempre responsables- de los poderes públicos. Un prestigioso periódico publicaba un artículo bajo el título: “cuando todo iba bien los ayuntamientos construyeron piscinas, bibliotecas…Ahora mantenerlas es una ruina”3.
El problema no es que si los bibliotecarios y sus asociaciones profesionales no defendemos las bibliotecas no lo hará nadie. El problema es que si no lo hacemos estamos asumiendo su prescindibilidad (y, por cierto, la nuestra como profesionales). Estos reparos en explicar a la sociedad lo que las bibliotecas le aportan demuestran poca confianza en los valores de la biblioteca y en la profesionalidad con que las gestionamos. El discurso dominante nos puede y el componente de auto-odio y complejo de inferioridad que arrastramos nos paraliza y enmudece.
La reacción tiene que proceder de distintos ámbitos, pero los propios bibliotecarios y las asociaciones profesionales deberíamos ser los primeros en protagonizarla.
2. El papel de las asociaciones profesionales
En estos momentos de turbulencias, el primer papel le corresponde a las asociaciones profesionales. Para eso las creamos: para defender la profesión y vindicarla, para mostrar con más fuerza lo que hacemos y que lo hacemos bien, para encontrar salidas y soluciones en tiempos confusos. Las asociaciones y colegios profesionales son nuestro intelectual orgánico en sentido gramsciano; es decir quien trabaja para las bibliotecas y los bibliotecarios en el frente ideológico. Su papel es fundamental al menos en tres ámbitos: identificando la crisis, explicándola y proponiendo soluciones.
Es fácil decir que hay crisis pero lo es menos concretarlo en un sector determinado. En nuestro caso va a ser importante saber si las inversiones en bibliotecas van a disminuir y cuánto, si el personal empleado va a descender, si va a aumentar la externalización de servicios… Es decir, hacer un seguimiento de la evolución del sector a través de indicadores fiables4, que nos permitan medir si hay crisis y qué dimensión tiene, tal como lo ha empezado a hacer la Asociación Andaluza de Bibliotecarios5.
La crisis, además de identificarse, debe analizarse. En nuestro caso a los efectos de una recesión de la inversión pública debe sumarse la profunda transformación derivada de la digitalización de la información. Los cambios, gestados de forma constante a lo largo de las pasadas décadas, son profundos y están poniendo las bibliotecas en la tesitura de desaparecer o de transformase. A nivel del imaginario popular, la emergencia de lo digital podría anular la necesidad de la biblioteca física. Debemos combatir la idea fácil de que a más digitalización menos bibliotecas y, a su vez, revisar nuestras prácticas profesionales. La revolución digital hará en un breve plazo de tiempo, obsoletas las normas de catalogación, los criterios de creación de colecciones y los instrumentos de evaluación de servicios, y las asociaciones profesionales deben facilitar el cambio y ayudarnos a protagonizarlo.
Finalmente, las asociaciones deben combatir la crisis en nuestro sector ofreciendo salidas y soluciones. No es fácil, sin duda, pero a ello debemos dedicarnos colectivamente (a través de las asociaciones) a explicitar los beneficios que las bibliotecas aportan. Quizá se trate más de defender los niveles de servicio conseguidos que de pedir la creación de nuevas bibliotecas (con la excepción las escolares, como luego comentaré). Debemos explicar que ni se han hecho demasiado bibliotecas, ni se han hecho en lugares que no se debía, ni las hechas son demasiado grandes.
3. El papel de los profesionales y de las bibliotecas
Estas actuaciones colectivas deberían reforzarse con las que podamos ejercer los profesionales desde nuestros lugares de trabajo. Vamos a vivir tiempos difíciles y la valoración que la sociedad haga de las bibliotecas dependerá tanto del discurso global que sepamos articular colectivamente como de lo que vean que se hace en las bibliotecas concretas que la gente conoce. Creo que algo podemos hacer racionalizando nuestras actividades, cooperando más y mostrando mejor lo que las bibliotecas consiguen.
Ahora es un buen momento para revisar nuestras prácticas profesionales. Seguro que todo lo que hacemos estuvo justificado en algún momento, pero ahora quizá ya no lo esté. Soy poco propenso a creer que los saltos hacia delante solucionen nada por sí mismos, sino más bien de buscar maneras de mejorar lo que ya hacemos. Centrándonos en la catalogación, por ejemplo, hay un amplio recorrido de mejora para quien no esté hoy copiando catalogaciones en más de un 90% de sus adquisiciones, para quien no participe en catálogos colectivos que mejoren la accesibilidad de sus colecciones o para quien no tenga aún la totalidad de su colección catalogada en formato estandarizado y accesible desde internet6.
Si continuamos queriendo hacer las cosas tal las hemos hecho siempre estamos cavando nuestra tumba. No se trata de abandonar los valores profesionales que justifican la existencia de las bibliotecas. Se trata de revisar con profundidad los medios y la forma (edificios, colecciones y servicios) con los que hemos estado satisfaciendo las necesidades sociales con respecto la información.
Cooperar más es la receta que internacionalmente todo el mundo recomienda para estos momentos de disminución de recursos. Cooperar más para producir de forma colectiva instrumentos que satisfagan las necesidades de los usuarios en una medida que no podemos alcanzar con nuestros propios medios. Los catálogos colectivos vuelven a ser quizá los mejores ejemplos. Con ellos mejoramos la información bibliográfica que prestamos, podemos racionalizar las adquisiciones y establecer sólidos servicios de préstamo entre bibliotecas. Cooperar más para ahorrar, para tener lo mismo de forma menos cara. A nivel internacional las bibliotecas cooperan compartiendo catalogación, préstamo, almacenes de documentos de bajo uso, compras de documentación digital, programas de gestión… Queda aún mucho camino de cooperación por recorrer que nos haga más eficientes y más efectivos.
Finalmente, debemos mejorar la visibilidad de lo que aportamos a la sociedad a la que servimos. Las bibliotecas han estado siempre comprometidas con la efectividad de los recursos que les asignan sus financiadores, pero lo han hecho tradicionalmente con estadísticas de uso. Pero éstas dicen o “significan” ya poco y las bibliotecas debemos encontrar nuevos sistemas para mostrar a la sociedad que nos financia que “vale la pena” seguir invirtiendo e invertir aún más en bibliotecas.
Actualmente parece que la profesión nos recomienda ya no mostrar cuánto hacemos (cantidad) o cómo lo hacemos de bien (calidad), sino a mostrar que lo que hacemos tiene impacto en la misión de la institución que nos soporta financieramente7. Al final, la percepción que la sociedad tenga de las cosas será (debería ser) determinante en el momento en que los gobiernos decidan dónde priorizan y dónde recortan la financiación de los servicios públicos. Por otra parte, tenemos cierta tendencia a preferir lo que creemos que es lo que se debe usar a lo que el usuario prefiere usar.
4. ¿Podemos defender las bibliotecas en época de crisis económica?
He empezado este texto argumentando que lo que nos paraliza frente las restricciones presupuestarias es, en el fondo, la consideración de que hay servicios públicos mucho más importantes que los de las bibliotecas. No voy a entrar en consideraciones sobre las importancias relativas de unos u otros servicios públicos, pero, como profesionales, debemos defender activamente las bibliotecas y al menos debemos hacerlo desde tres puntos de vista: la profesionalidad de su gestión, su insuficiencia en algunos casos, y su valor social.
Llevamos unos 30 años de democracia a lo largo de los cuales la sociedad española ha tenido que reconstruir servicios públicos culturales a partir de bases muy débiles o inexistentes. Las bibliotecas lo han hecho razonablemente bien. Lo han hecho en base a dos aciertos: la profesionalidad y las buenas prácticas. Hemos apostado por la formación de los profesionales y por una gestión profesional de las bibliotecas (esto último a costa de roces frecuentes con los responsables políticos), hemos fijado objetivos, los hemos planificado y hemos gestionado los recursos con criterios de servicio público. Y para fijar qué queríamos, la profesión ha tenido en cuenta (en general) las mejores y más modernas realizaciones a nivel mundial en el campo de las bibliotecas.
Debemos aún razonar que hay insuficientes bibliotecas en algunos ámbitos. Sin entrar en otros terrenos quiero centrarme en lo que considero el peor déficit de las bibliotecas españolas: las de centros educativos de primaria y secundaria. El sistema educativo español es claramente mejorable si queremos ser un país generador de riqueza y bienestar; sus niveles de fracaso escolar son escandalosos. La riqueza material que perseguimos con tanto afán se sustenta sobre la riqueza cultural y educativa. Nuestro sistema educativo necesita bibliotecas (y profesionales que las gestionen) si queremos que la ciudadanía del futuro sea capaz de aprender a lo largo de la vida y sea un agente activo en la sociedad de la información. Los países con mejores resultados en educación consideran importantes las bibliotecas escolares8.
Finalmente, debemos estar convencidos del valor social de las bibliotecas. Hay al menos tres motivos para fomentar las bibliotecas siempre y también en momentos de crisis económica:
1) Las bibliotecas son equipamientos que permiten y refuerzan el crecimiento de las personas y sustentan el autoaprendizaje, la formación a lo largo de la vida y la alfabetización tecnológica.
2) Las bibliotecas son entornos públicos que no están basados en el consumo, que permiten la satisfacción de las aficiones individuales y que refuerzan los hábitos culturales en los que se sustentan todos los sectores de la cultura.
3) Son instituciones que favorecen a los desfavorecidos y ayudan así a la inclusión social y a la creación de lazos comunitarios; en momentos de crisis económica, las bibliotecas son para mucha gente el refugio que no podrá encontrar en otro sitio.
“No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales”.
Son palabras de Federico García Lorca casi contemporáneas a las del personaje de Brecht citadas al inicio. García Lorca las pronunció en 1931 con motivo de la inauguración de la biblioteca pública de Fuente Vaqueros (Granada)9.
España, por debajo una piel reciente de modernización material, tiene un substrato secularmente deficitario en educación y cultura. En este panorama, las bibliotecas somos una solución, no un problema.
Notas y referencias
1. “Ópera de los 3 centavos”, balada “¿De qué vive el hombre?”.
2. La crisis económica coge menos desprevenidos a nuestros colegas extranjeros, al menos los de los EUA. Por ejemplo la asociación de consorcios Icolc publicó en enero de 2009 laStatement on the global economic crisis and its impact on consortial licenses (reescrito en junio de 2010 y con traducción española disponible en:
http://www.recercat.net/handle/2072/68139
En España, y como honrosas excepciones, la han tratado, que yo sepa, José-Antonio Gómez-Hernández en un ThinkEPI de 3 de octubre (“La previsible agudización de la crisis en las bibliotecas públicas durante 2012”) y la Asociación andaluza de bibliotecarios (“Estudio sobre el impacto de la crisis económica en las bibliotecas andaluzas”) en su Boletín n. 100, p. 119-136.
3. La vanguardia, 18 septiembre, 2011 (consulta 13.01.12).
http://www.lavanguardia.com/vida/20110918/54217278723/joyas-impagables.html
4. El reciente estudio de Fesabid sobre el sector se situaría en esta línea a pesar de que no incide de forma especial en la crisis económica y las bibliotecas. Ver: Gómez-HernándezJosé-AntonioHernández-SánchezHilarioMerlo-Vega, José-AntonioProspectiva de una profesión en constante evolución: estudio Fesabid sobre los profesionales de la información. Madrid: Fesabid, 2011. 130 p. ISBN 978-84-930335-9-0.
http://www.slideshare.net/fesabid/estudio-fesabid-prospectiva-de-una-profesin-en-constante-evolucin
Por cierto, en esta versión en SlideShare (consulta: 13 enero, 2012) es prácticamente imposible la lectura.
5. Ver: “Estudio sobre el impacto de la crisis económica en las bibliotecas andaluzas”, en elBoletín de la Asociación andaluza de bibliotecarios, 2010, n. 100, pp. 119-136.
http://www.aab.es/aab/images/stories/Boletin/100/7_impacto_crisis_economica.pdf
6. Esto incluye los fondos o colecciones especiales, la importancia de los cuales demasiado a menudo hemos minusvalorado desde las bibliotecas.
7. Indispensable tener en cuenta:
OakleafMegan, “The Value of Academic Libraries”, Association of college & research libraries, 2010.
http://www.ala.org/ala/mgrps/divs/acrl/issues/value/val_report.pdf
OCLC Perceptions of libraries 2010: context and community.
http://www.oclc.org/reports/2010perceptions.htm
8. School libraries and teacher librarians in 21st century Australia (Canberra: Parliament of the Commonwealth of Australia, 2011). ISBN 978-0-642-79396-6 (impreso), 978-0-642-79397-3 (electrónico).
9. Lo acaba de publicar la Asociación andaluza de bibliotecarios en su Boletín n. 101, de enero-junio de 2011, p. 135-136.
http://www.aab.es/aab/images/stories/Boletin/101/9_miscelanea.pdf

1 respuesta a ¿Podemos hablar de crisis desde las bibliotecas?

  1. José-Antonio Gómez-Hernández
    REIVINDICAR LA CALIDAD DE LOS SERVICIOS
    Del análisis de Lluís Anglada (que suscribiría por completo) se concluyen muchas cosas preocupantes y que merecen atención:
    Parece que aceptamos (tanto los profesionales como la sociedad en general) como inevitable la reducción de recursos para las bibliotecas, lo que nos lleva a la paralización de la reivindicación o al abatimiento. Los bibliotecarios concretos estarán haciendo lo que pueden, quizás trabajando y haciendo más con menos en su puesto de trabajo, pero el problema no es ese, sino el envejecimiento de colecciones, el cierre de bibliotecas (hace unos días se cerraron 7 bibliotecas de la Red Municipal de Bibliotecas de Murcia, que el ayuntamiento gestionaba mediante externalización), la falta de mantenimiento de tecnologías y redes, con lo que supone de restar el servicio de internet en las bibliotecas o que no estén operativos los ordenadores, el freno a proyectos de modernización, y la falta de atención a necesidades sociales de muchos que no tienen otros medios para informarse, estudiar o acceder a contenidos.
    Parece fundamental evitar que se considere socialmente poco relevante la falta o el retroceso de los servicios bibliotecarios, y como dice Lluís somos nosotros los primeros que debemos evidenciar su utilidad y reivindicarlos. Los ciudadanos, como perjudicados por la reducción de nuestros servicios, deberían reivindicarlos también, pero debemos empezar dando ejemplo nosotros. Y desde luego, la ayuda y el liderazgo de nuestras asociaciones sería deseable, y es muy necesaria en un sector como el nuestro, muy atomizado en miles de bibliotecas con poco personal, situaciones diferentes y diversa dependencia administrativas.
    Luchar por mantener la calidad de los servicios para nuestros ciudadanos es una forma de demostrarles que nos interesan, que queremos serles útiles en sus procesos de aprendizaje permanente, inclusión, acceso a la información y a la consecución de sus objetivos. Aunque quizás no consigamos los objetivos o sólo en parte, demostrar que nos esforzamos por mantener nuestros servicios y evolucionar es una manera de ganarnos su confianza, visualizar nuestra convicción, evitar la transmisión de imágenes de impotencia, y conectar con la defensa que los usuarios deben hacer de sus derechos de acceso a la información a través de bibliotecas públicas en condiciones.
    La idea de que en el “imaginario popular la emergencia de lo digital podría anular la necesidad de la biblioteca física” debería estimular un esfuerzo colectivo de mostrar nuestra utilidad social en los tres ámbitos que indica Anglada.

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