Cómo Evitar los Costes de Aprendizaje
La calidad de las decisiones que tomas y de las acciones que realizas, pero también de las que decisiones que toman las organizaciones y de sus acciones, depende en gran medida de la calidad del conocimiento que se utiliza para ello.
En otras palabras, si el conocimiento aplicado para tomar una decisión, o para llevar a cabo una acción, es pobre, incompleto o está obsoleto, la calidad de la decisión, o de la acción, será probablemente inferior a la adecuada.
El problema se agrava cuando esta calidad insuficiente de la decisión, o de la acción, da lugar a una situación inesperada y no deseada, cuya resolución conlleva, por lo general, un coste adicional, normalmente también imprevisto.
Vemos casi a diario como personas y organizaciones hacen cosas o toman decisiones que, al poco tiempo, deben corregir con otra decisión o con otra acción en sentido opuesto.
Como ejemplo, no es extraño que alguien se ponga a montar un mueble de IKEA sin haber echado un vistazo siquiera a las instrucciones de montaje. En la mayoría de las ocasiones el mueble acaba mal montado, o simplemente no se puede acabar de montar, por lo que hay que desmontarlo y volverlo a montar.
Supongamos que el tiempo que se tarda en leer las instrucciones es de 5 minutos y el tiempo de montaje, sabiendo montar el mueble, es de 25 minutos.
Haciendo las cosas bien, es decir, haciendo una inversión en aprendizaje de 5 minutos, el mueble estará montado correctamente en media hora.
Haciendo las cosas mal, es decir, “ahorrándote” la inversión en aprendizaje de 5 minutos inicial, puedes perder fácilmente 5 minutos hasta llegar al punto en que no puedes seguir, otros 5 minutos en desmontar lo que has montado mal, 5 minutos -ahora sí- en leer las instrucciones y, finalmente, 25 minutos en montarlo. Total, has tardado 50 minutos en acabar de montarlo, lo que significa un coste de aprendizaje de 10 minutos, un 20% más del tiempo necesario.
Lo más absurdo es que estas situaciones indeseadas y estos sobrecostes son fácilemente previsibles y, por tanto, evitables.
El punto de partida es ser lo suficientemente humilde como para reconocer que posiblemente haya detalles importantes sobre aquéllo que vas a hacer o decidir que aún ignoras.
El siguiente paso es tener un mínimo de paciencia e invertir el tiempo necesario en conocer los detalles clave más relevantes sobre lo que vas a hacer o decidir, ya que ésta es la mejor forma de minimizar el riesgo de error.
Lo próximo sería encontrar las fuentes idóneas para acceder al conocimiento que necesitas. En ocasiones, la única forma de acceder a ese conocimiento será a través de fuentes escritas pero en otras muchas podrá ser preguntando a personas más próximas, con más experiencia o directamente involucradas en aquello que vas a hacer o sobre lo que vas a decidir.
Preguntar sólo te obliga a escuchar, no a estar de acuerdo con la respuesta ni a seguirla. La ventaja de preguntar a personas es que, aunque puedas no compartir sus puntos de vista, te proporcionará generalmente una perspectiva más amplia que te ayudará a no pasar por alto ninguna información importante para lo que vas a hacer o decidir.
En realidad, se trata simplemente de invertir -ahora- una mínima parte del tiempo y los recursos que tendrías que gastar -luego- en solucionar los problemas causados por tu precipitación e ignorancia.
Parece claro que la agilidad es una cualidad imprescindible hoy día pero no se debe caer en el error de confundir rapidez con precipitación. Es importante ser rápido pero es más importante aún hacer las cosas bien a la primera, aunque se tarde un poco más, que hacerlas rápido y mal y luego tener que repetirlas.
Además, aunque la excusa habitual para justificar una decisión errónea -por precipitada- es la socorrida “falta de tiempo”, la realidad es que esto rara vez es cierto ya que, por hacer las cosas mal, acabas empleando siempre más tiempo del necesario. El verdadero motivo por el que se suelen hacer mal las cosas, o se toman decisiones no suficientemente documentadas, tiene mucho más que ver con la pereza mental que con la escasez de tiempo.
Los costes de aprendizaje son cada vez más frecuentes e importantes en cuantía y creo que merece la pena reflexionar sobre en qué medida podrían evitarse o, al menos, atenuarse, ya que perjudican muy seriamente a la productividad.
Porque lo cierto es que aprender sobre algo antes de hacerlo o de decidir sobre ello es, fundamentalmente, una cuestión de actitud y que invertir proactivamente en aprenderlo permite un ahorro enorme en esos costes de aprendizaje ni deseados ni previstos.
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