Aprendiendo un poco más de la sociedad norteamericana: Acabo de encontrar por casualidad este texto en un hermoso blog. Les dejo la presentación del administrador y el texto, que recomiendo a mis colegas bibliotecarios:
"Decía hace un par de siglos el bueno de Mariano José de Larra que el verdadero talento no consiste en saber lo que hay que decir, sino lo que hay que callar. Pero en este mundo extraño en que nos ha tocado vivir, los silencios matan más que las palabras y cuando nos pasen la factura deberemos rendir cuentas no por las cosas que dijimos sino por todas aquellas situaciones en las que nos quedamos callados".
No te quieren, Huckleberry.
Publicado el 19 abril 2011 por Tico
Biblioclastia es un palabro de nuevo cuño para designar la curiosa afición (tradicionalmente reservada a emperadores, guardianes de la fe y militarotes varios) de convertir los libros de su habitual estado sólido a un estado gaseoso por el infalible método de meterles candela. El primer biblioclasta del que tenemos noticia fue el emperador Huang Ti quien, además de construirla Gran Muralla, echó a las llamas toda la literatura china existente hasta el año213 a.c. Después torturó y ejecutó a todos los escritores que había en el imperio. Por si acaso.
Como humo se nos fue también el medio millón de libros que tenía la biblioteca de Al Hakam, quemada en 1002 por Almanzor para ganarse a los creyentes más ortodoxos. Pero sería con la llegada, de la Santa Inquisición cuando, ya con más profesionalidad y dedicación, por la chimenea del fanatismo religioso se nos esfuma todo el conocimiento andalusí acumulado durante ocho siglos, transformadas en volutas y pavesas la filosofía, la física, la botánica, la astronomía, la poesía, etc… Y de hoguera en hoguera, llegamos a la Opernplatz de Berlín en 1933, donde Goebbels mandó quemar todo lo que el buen hombre consideraba “literatura antialemana” entre los que se contaban autores como Einstein, Hemingway, Kafka, Jack London, Karl Marx, Emile Zolá, HG Wells o Freud. Este último comentaba para consolarse que “al menos me han quemado en buena compañía”.
Y es que si de inquisidores y nazis va la cosa, no podemos obviar la clarividencia del poeta alemán Heinrich Heine cuando advertía que “allá donde se queman los libros se termina quemando a las personas”.
En nuestros días, afortunadamente, ya no se quema a nadie. Que sepamos. Sólo se les encarcela, tortura, se pone precio a sus cabezas (Salman Rushdie o de cómo la mediocridad literaria es rentable si se toca lo suficiente las narices al personal integrista) se les secuestra judicialmente los ejemplares o simplemente se les veta en las editoriales y las bibliotecas. Y ahí es donde vamos.
La American Library Association celebra anualmente su Semana de los libros censurados: Celebrando la libertad para leer. Con ello pretenden visibilizar la presión que ejercen los grupos de ídem para sacar de las bibliotecas públicas y de la distribución comercial aquellos libros que a estos señores y señoras incomodan. ¿Quieren algunos ejemplos?
La fundamentalista Sarah Palin trató de sacar de la biblioteca de su ciudad natal una larga serie de libros por considerarlos (sic) ofensivos a la moral americana (es decir, a la suya) y pretendía que criaran telarañas las estanterías que antes albergaran La naranja mecánica, Un mundo perfecto, Los cuentos de Canterbury, Tarzán de los monos, El amante de Lady Chatterley, Huckleberry Finn, Tom Sawyer, El señor de las moscas, El Decamerón,Lisistrata, El Mercader de Venecia, la saga de Harry Potter y, cómo no, encabezando el ranking mi libro de cabecera: Las uvas de la ira (nótese que Steinbeck tiene también en esa lista a De hombres y ratones y a Al este del Edén). La pobre de Mary Ellen Emmons, a la sazón bibliotecaria de Wasilla, se negó a tal despropósito contra la literatura universal. Fue despedida un mes más tarde.
¿Más libros?
King&King (Linda de Haan y Stern Nijland) trata de un príncipe en edad casadera que, tras rechazar sucesivas potenciales princesas, conoce a otro príncipe del que queda prendado y con quien finalmente se casa. Algo que no debió parecerle muy bien a la asociación de padres y madres que secuestraron literalmente ese libro infantil de la biblioteca de la escuela municipal de Lexington, Massachusetts.
Paradojas de la estulticia, los alumnos/as de la escuela secundaria de Irvine, California, leen censurado el más famoso libro escrito contra la censura literaria: Fahrenheit 451. Concretamente las autoridades escolares tacharon en toda la obra las palabras “mierda” y “demonio”. No se rían. MIERDA. DEMONIO. MIERDA.
El País de las Maravillas de Alicia desde luego no es China: en la provincia de Hunan fue prohibido porque los animales hablan. Espero que esas autoridades chinas no vean Intereconomía.
Más crudo lo tiene el pobre Huckleberry, el cuarto personaje más prohibido actualmente en las escuelas gringas. Parece que a alguna gente le molesta que a lo largo de la obra aparezca más de 200 veces la palabra “negro”. Vetado por racista. Cuando Huckleberry vio la luz en 1885 se le proscribió de las escuelas de los Estados sureños por su (sic) “prédica abolicionista”. Vetado por antirracista.
El Código da Vinci me parece un libro malo de narices. Pero no tanto como para que lo prohíban como de hecho ocurre en Líbano por (sic) ofender al cristianismo, según la comunidad católica local.
Y en los Emiratos Árabes se han tomado demasiado en serio lo de la varita de Harry Potter; la saga está prohibida por incitar a la infancia a practicar la brujería.
La fabrica de chocolates de Charly estuvo cerrada en Colorado porque el contenido refleja una (ejem) “pobre filosofía de vida”. Normal, piensa uno/a: acostumbrados/as a la profundidad reflexiva y metafísica de las series gringas de TV lo demás es superficial.
También el Ulysses estuvo prohibido en gringolandia y no por ladrillazo (lo cual no habría sido reprochable en extremo, a fe mía) sino por el pasaje en que Joyce describe a Leopold Bloom jugando al cinco contra uno mientras mira las piernas de una señora.
Y hablando justo de eso, los profesores de una escuela pública en East Hampton, Nueva York, preocupados de que sus alumnos pudieran quedarse ciegos, enanos y con espinillas buscando a Wally, retiraron la obra de la biblioteca porque en una de las láminas aparecía una imagen microscópica de una señora en la playa haciendo topless. Ah, Wally, Wally, símbolo erótico de toda una generación.
¿Les parece surrealista? Aún hay más: “Sexo… ¿Qué es? Desarrollo, cambios corporales, sexo y salud sexual” (It’s Perfectly Normal: Changing Bodies, Growing Up, Sex and Sexual Health) de Robie Harris está vetado (sic) “por promover la educación sexual”. Sí. Es lo que suelen tener los libros de educación sexual.
Un aviso: si alguno/a de ustedes es miembro del opusdei (cosa de la que, si han llegado hasta aquí, albergo serias dudas) ha de saber que necesitará un permiso especial de su director espiritual, y éste para autorizárselo del Prelado, si quiere leer, ejem, 6.892 libros.
Y para terminar como empezamos, recuerdo la impresión que me produjeron de adolescente las primeras líneas de un libro que me regaló mi padre:
“Este libro puede estar mejor o peor escrito pero tiene la misma ventaja innegable que cualquier otro: con este libro se puede encender un fuego”
Se trataba, obviamente de un Manual de Supervivencia.