jueves, 3 de febrero de 2011

Los servicios de publicaciones de las universidades en épocas de esplendor de la evaluación científica


Los servicios de publicaciones de las universidades en épocas de esplendor de la evaluación científica

Son pocas las universidades que no cuentan con un servicio de publicaciones. Tradicionalmente han sido el reflejo de lo que la propia universidad producía, esto es, de las investigaciones que realizaban sus profesores e investigadores. En este sentido, son canales de comunicación de la investigación propia, realizada en el marco de una determinada universidad.
En lo que concierne a las revistas científicas, esto puede suponer un problema. A las revistas científicas se les exige, hoy más que nunca, que cumplan con una serie de normas, procedimientos y comportamientos establecidos a nivel internacional y que distinguen las “buenas” revistas del resto.
Se trata de cuestiones como que los artículos estén sometidos a un sistema de evaluación por expertos, que el consejo de redacción sea abierto y plural, que se cumplan rigurosamente los plazos y las normas de edición, etc.; entre ellos también se considera la diversidad de autores que firman los artículos de una revista.
Efectivamente, se defiende la revista científica como un escenario abierto a las contribuciones de cuantos autores superen los procesos de selección, independientemente de la institución de la que procedan. No existe un imperativo para que los investigadores de una universidad publiquen sólo en las revistas de esa universidad, pero es un hábito que ha estado bastante extendido hasta el momento por distintas razones: la facilidad de los autores para publicar en revistas de la “casa” –relacionada también con que los consejos de redacción eran endogámicos-, el interés de las propias revistas en mostrar la investigación propia, el asentamiento de la idea de que las revistas universitarias eran el órgano de expresión de cada institución o incluso de cada departamento o, en el mejor de los casos, la alta especialización de los autores de una institución, que hacía casi inviable publicar en otros lugares.
La evaluación de la actividad científica, en pleno esplendor y absoluta protagonista de un sinfín de conversaciones, críticas, cartas a los diarios, trabajos de investigación, publicaciones e, incluso, de algún que otro proceso judicial, hace que los servicios de publicaciones se replanteen algunas cuestiones que hasta el momento no tenían que ser objeto de su atención.
Las directrices de las asociaciones de editores científicos o de grupos de investigación especializados en la evaluación de revistas científicas marcan el “comportamiento” esperado de una revista científica.
Las agencias de evaluación, por su parte, se apoyan en esas directrices y en el conocimiento de las áreas y las dinámicas que se dan dentro de ellas para evaluar la actividad científica a través de las publicaciones.
Y, finalmente, los servicios de publicaciones, en tanto que editores de la gran mayoría de las revistas científicas españolas, deben responder a los requerimientos que la escena científica actual exige; entre ellos, apertura de sus órganos de gestión (consejos de redacción y comités científicos) y apertura también de sus contribuciones hacia autores de otras instituciones.
En los últimos años han dado un salto importantísimo en este sentido. Ese salto, en parte, ha venido dado por la presión de los propios investigadores y profesores que saben que, de no cumplir esas normas, sus contribuciones a las revistas no serán tenidas en cuenta en los procesos de acreditación o de solicitud de sexenios.
Los servicios de publicaciones de las universidades pueden ejercer un papel fundamental en la mejora de las revistas que editan. Por una parte, pueden centralizar algunas funciones que suelen resultar una carga para los editores de cada revista como las negociaciones con las imprentas, la corrección de pruebas, la maquetación o la puesta en marcha y configuración de las revistas en los sistemas de gestión editorial como OJS.
Recordemos que la edición en España no está profesionalizada en la gran mayoría de los casos y que las revistas salen adelante gracias al empeño personal y al tiempo de sus directores.
Por otra parte, la mayoría de estos servicios de publicaciones conocen bien las normas de edición de revistas, los indicadores en los que se están fijando las agencias de evaluación, los indicadores de calidad que deben aplicarse a las revistas científicas, los sistemas y plataformas que dan visibilidad y evalúan revistas y, en definitiva, “los buenos usos” que deben darse en este tipo de edición.
Esto les sitúa como agentes privilegiados ante sus editores, pues hacen de puente entre lo que se hace y lo que se espera que se haga. La sobrecarga de trabajo de los editores no siempre hace posible que puedan encargarse de otras tareas que no sean la propia edición y, en este sentido, el servicio de publicaciones puede dar el impulso para que el cambio de estrategia editorial –en aras de un mejor posicionamiento en el tremendamente competitivo escenario de las revistas científicas- sea un hecho.
Así, cada vez son más frecuentes los cursos de formación y mesas redondas organizadas por servicios de publicaciones destinadas a que los editores universitarios y los profesores de cada universidad conozcan de primera mano las características que deben reunir sus publicaciones, no sólo para ser tenidos en cuenta en los procesos de evaluación científica sino también para que sus revistas gocen de buena salud.
Esta salud viene determinada por algunos factores clave: que la revista reciba suficientes originales como para que los editores puedan seleccionar los mejores trabajos; que se especialice en un área y publique buenos trabajos en ella, evitando así tener que competir con decenas de títulos similares de carácter generalista; que se guíe por los indicadores de calidad más asentados para asegurarse que está en línea con revistas nacionales e internacionales de primer nivel.
Una revista de estas características estará en situación de recibir originales de autores de otras instituciones. Por otra parte, los profesores universitarios deben buscar el equilibrio entre lo que publican dentro de la institución –sus revistas no están vetadas para ellos- y lo que publican fuera.
En ocasiones, todo lo que se exige hoy a una revista científica puede resultar exagerado. Los editores llegan a interpretar que se está produciendo una injerencia en sus modos de hacer y que, al final, se resta autonomía a su trabajo.
Sin embargo, la evaluación de publicaciones se hace necesaria para distinguir en una oferta editorial inundada de revistas y no siempre de la mejor calidad. Se sabe que para áreas pequeñas como la Documentación o la Comunicación audiovisual se editan más de 25 revistas sólo en España y que muchas de ellas salen adelante con dificultades, ¿por qué no optar entonces por las fusiones, la reducción de títulos o la alta especialización de cada una de ellas?
Tener multitud de revistas generalistas solo genera problemas para aquellas con menos medios, con menos trayectoria o menos asentadas, además de un trabajo voluntarista que en la mayor parte de los casos tampoco da frutos.
Es necesario, por tanto, racionalizar los esfuerzos que se hacen en la edición de revistas y, en este sentido, los servicios de publicaciones pueden desempeñar un papel determinante a la hora de reconvertir el sector.

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