¿La resistencia a la inmigración es sinónimo de racismo?
Últimamente me hallo enfrascado en la lectura de un libro sobre falacias lógicas. Ya sabéis, esto es verdad porque lo dice tal persona (falacia de autoridad), estamos perdiendo nuestras raíces o nuestras costumbres (falacia de la sabiduría antigua), etc. Una de las falacias que más llama mi atención, sin embargo, es la que se refiere a que si rechazas algo automáticamente tienes miedo o sufres intolerancia hacia ese algo.
Donde más fácilmente aflora esta falacia es en el caso de la inmigración. Cualquier mínima reserva hacia la inmigración es interpretada, entonces, como un razonamiento tóxico.
Pero lo cierto es que solemos usar el racismo como comodín (al igual que el fascismo, la homofobia y otras), como metonimia del mal, como forma de boicotear el gusto, la reflexión o la evidencia científica del otro. De tal manera, muchas declaraciones son tildadas con estos epítetos políticamente alevosos de forma injustificada, lo cual provoca, como efecto secundario, una especie de autocensura: la gente intenta no decir lo que realmente piensa para no ser catalogado negativamente.
Por ejemplo, mucho racista en apariencia sencillamente es clasista: puede repudiar a los negros del Bronx pero adorar a Michael Jordan (que también es negro).
Por otro lado, la mayoría de la resistencia a la inmigración procede de la clase trabajadora. Así que, tal vez, lo que se manifiesta aquí no es racismo sino una actuación basada en el interés personal: resulta irrelevante si el que percibo como una amenaza para la conservación de mi trabajo es negro, amarillo o verde, lo importante es que es gente nueva dispuesta a desempeñar mi trabajo por un salario inferior al que yo percibo.
Tal y como señala el economista Tim Harford:
Y que tildar automáticamente estos argumentos con semejantes epítetos enrarece el debate y no permite la valoración de las ideas en su justa medida: por ejemplo, el rechazo visceral a cualquier postura que atufe a xenofobia podría resultar, a la larga, contraproducente para nuestra economía.
De nuevo, Tim Harford:
Vía | El economista camuflado de Tim Harford
Donde más fácilmente aflora esta falacia es en el caso de la inmigración. Cualquier mínima reserva hacia la inmigración es interpretada, entonces, como un razonamiento tóxico.
Pero lo cierto es que solemos usar el racismo como comodín (al igual que el fascismo, la homofobia y otras), como metonimia del mal, como forma de boicotear el gusto, la reflexión o la evidencia científica del otro. De tal manera, muchas declaraciones son tildadas con estos epítetos políticamente alevosos de forma injustificada, lo cual provoca, como efecto secundario, una especie de autocensura: la gente intenta no decir lo que realmente piensa para no ser catalogado negativamente.
Por ejemplo, mucho racista en apariencia sencillamente es clasista: puede repudiar a los negros del Bronx pero adorar a Michael Jordan (que también es negro).
Por otro lado, la mayoría de la resistencia a la inmigración procede de la clase trabajadora. Así que, tal vez, lo que se manifiesta aquí no es racismo sino una actuación basada en el interés personal: resulta irrelevante si el que percibo como una amenaza para la conservación de mi trabajo es negro, amarillo o verde, lo importante es que es gente nueva dispuesta a desempeñar mi trabajo por un salario inferior al que yo percibo.
Tal y como señala el economista Tim Harford:
Los nuevos trabajadores resultan favorables para aquellas personas cuyos recursos se tornan relativamente escasos, ya sean esos recursos tierras o títulos universitarios; pero es entendible que los trabajadores ya establecidos se resistan al ingreso de nuevos trabajadores. De hecho, las personas que resultan más afectadas por las nuevas inmigraciones son los grupos previos de inmigrantes, cuyos salarios se tornan bajísimos.Cuidado: no se está diciendo aquí que el razonamiento de la clase trabajadora sea correcto, ni que realmente los inmigrantes reduzcan las oportunidades laborales. Todo ello puede discutirse con datos y estadísticas, sosegadamente. Lo que se remarca es que mantener una u otra postura, a priori, no tiene por qué ser sinónimo de racismo o xenofobia.
Y que tildar automáticamente estos argumentos con semejantes epítetos enrarece el debate y no permite la valoración de las ideas en su justa medida: por ejemplo, el rechazo visceral a cualquier postura que atufe a xenofobia podría resultar, a la larga, contraproducente para nuestra economía.
De nuevo, Tim Harford:
Los inmigrantes cualificados hacen que los salarios de los nativos cualificados desciendan, y los inmigrantes no cualificados hacen que a los salarios de los nativos no cualificados les suceda lo mismo. En el Reino Unido, los salarios de los enfermeros del Servicio Nacional de Salud se han mantenido bajos debido a la afluencia de treinta mil enfermeros extranjeros. Allí, los inmigrantes tienen un cincuenta por ciento más de posibilidades que los nativos de obtener un título universitario. En contraste, en los Estados Unidos, que recibe una cantidad mucho mayor de inmigrantes no cualificados que el Reino Unido, son los salarios de los trabajadores no cualificados los que se han mantenido bajos: los ingresos de este grupo no han mejorado en treinta años.Así pues, ante el desafío de reflexionar y discutir sobre cualquier asunto complejo, lo prioritario es evitar las falacias, los enconamientos y, sobre todo, los juicios de valor sobre la opinión del contrario. Todos esos elementos funcionan exclusivamente como lastres del pensamiento claro.
Vía | El economista camuflado de Tim Harford