Este científico de carácter amable fue un genio precoz: con 16 años se apuntó en la Facultad de Medicina de Turín, donde asistió a las clases del anatomista Giuseppe Levi junto con Rita Levi Montalcini y Salvador Luria, también galardonados con el Nobel. Se licenció en 1934, con 20 años y las máximas calificaciones. Durante la II Guerra Mundial prestó servicio como oficial médico en el frente francés y en el ruso. Cuando se derrumbó el régimen de Benito Mussolini, participó en la Resistencia pero aprovechó poco la llegada de la paz y la libertad a su país natal: en 1947 se mudó a Estados Unidos para reunirse con su viejo compañero de estudios, Luria, que había abandonado Italia para ponerse a salvo de las leyes raciales impuestas por el fascismo.
Dulbecco accedió a un puesto docente en el Instituto de Tecnología de California (Caltech), donde empezó a estudiar los tumores. A principios de la década de los sesenta descubrió que algunos tipos de cáncer son causados por la infección de virus que penetran en el ADN de la célula, alteran su funcionamiento y determinan su degeneración. Es el hallazgo que le llevará al Nobel (junto a David Baltimore y Howard Temin) y que cambiará para siempre la manera de curar tumores. Sus últimos años de investigación estuvieron dedicados a la génesis de estas enfermedades, sobre todo al cáncer de mama. Impulsó además el proyecto internacional genoma humano, cuyo objetivo era trazar un mapa del ADN de nuestra especie. Para coordinar el equipo italiano del genoma, en 1987 volvió a su país, al Instituto de Tecnologías biomédicas del Consejo Nacional de Investigación (CNR) de Milán. Sin embargo, en 1995 el Estado suprimió la financiación y el proyecto naufragó. Fue una gran decepción para Dulbecco, que volvió a Estados Unidos con un regusto de amargura.
"Recuerdo que el CNR no consideró oportuno seguir las investigaciones justo cuando estábamos a punto de entrar en el meollo de nuestro trabajo: Dulbecco no podía contar con el apoyo de personas influyentes que defendieran su obra", declaró Paolo Vezzoni, compañero suyo en el proyecto del genoma. Al igual que centenares de jóvenes científicos, ninguneados por las academias autóctonas y humillados con años de precariedad, el premio Nobel Renato Dulbecco llenó su maleta y voló a California. Esta vez, para siempre.
La fuga de cerebros, por la que se ven casi obligados a optar numerosísimos investigadores transalpinos, fue una las mayores preocupaciones de este brillante y cortés científico. Tanto fue así, que en 1999 se tragó su decepción y aceptó presentar el Festival de San Remo para promover el retorno de los científicos italianos. Durante aquella semana de febrero, los italianos aprendieron a conocerle y a quererle: ligeramente incómodo encima del escenario, de humor brillante y actitud humilde, conquistó a toda la audiencia. Fabio Fazio, periodista y presentador que estuvo a su lado en el escenario del Teatro Ariston, le recordaba así: "Vivió la vida larga y llena de satisfacciones propias de los hombres libres. Se caracterizaba por esa apertura mental tan fundamental para los investigadores. Era una persona especial, dulce, siempre accesible a todos".
Autor: Lucía Magi
|
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario