Hay libros que no se consiguen acabar
Leer, claro. Pero ¿acabar o no acabar el libro? Un dilema que no se nos plantea cuando no nos gusta una película o hemos perdido el interés por una serie de televisión: cambiamos el canal o salimos del cine. Y santas pascuas. Pero dejar un libro a medias… Son muchas las personas que se sienten culpables ante la perspectiva de no terminar de leer una obra que en su momento nos interesó lo suficiente como para comprarla o pedirla prestada. Hay algo como de falta de respeto, sufrimiento por ese autor que dio lo mejor de sí mismo y cuya obra rechazamos insensibles… Pero no nos agobiemos. Si somos de los que hemos decidido que no vamos a seguir intentándolo más cuando se nos ha atragantado un título, no estamos solos. Y además tengamos presente una sentencia de Anthony Burgess, el gran autor de, entre otras, La naranja mecánica: “La posesión de un libro es un sustituto de su lectura”. Claro que no sabemos si se lo aplicaba a sí mismo.
Una encuesta realizada hace unos años en Gran Bretaña daba la razón a Burgess y demostraba que libro comprado no equivale a libro leído. Y sorprendentemente, el número dos de esa lista en la que ningún autor querría ver su nombre lo ocupaba un título inesperado, Harry Potter y el cáliz de fuego: el 32 por ciento de lectores lo había dejado a medias. El tercero era el que muchos podemos imaginar: Ulises, de James Joyce, tal vez las mil páginas más alabadas pero menos concurridas de la literatura contemporánea. Y en el número seis, una muestra de que la polémica vende, aunque luego decore una estantería: Los versos satánicos, de Salman Rushdie. Eso en lo que se refiere a ficción, porque en la no ficción Bill Clinton con Mi vida y Margaret Thatcher con Los años de Downing Street comparten abandonos con My side, de David Beckham. La lista ampliada incluía desde Tolstói y su Guerra y paz a Moby Dick y El alquimista de Paulo Coelho. La moraleja es que aquí hay para todos.
Pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿hemos de sentirnos mal por dejar un libro a medias? ¿Hemos de esforzarnos en llegar hasta el final? Algunas personas sienten que ledeben al autor el esfuerzo de la lectura, como si el abandono fuera el equivalente a una traición. En este caso, habría que ser muy cuidadoso a la hora de elegir los libros que uno compra, no vaya ser que por empecinarnos en una lectura equivocada (para nuestros gustos, no para los de otras personas) acabemos convirtiendo en tortura lo que debería ser un placer, algo que le sucedió sin ir más lejos a esta escribidora cuando, siendo demasiado joven, se enfrentó a un título duro: El siglo de las luces, de Alejo Carpentier. El resultado fue el libro aparcado, pero sin querer iniciar otro para no reconocer la derrota, y medio año sin leer hasta que se impuso la cordura. Como bien dice el Eclesiastés, hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol, y también para los libros.
No todos piensan igual: en este mundo de objetivos cumplidos, se ofrecen en la red múltiples páginas que ayudan a leer, ofreciendo herramientas, como si se tratara de una construcción, para llegar hasta el final. Uno de los trucos consiste en no frecuentar librerías hasta que hayamos acabado, ya que una de las razones esgrimidas por los abandonadores en serie es que cada nuevo título parece más seductor que el anterior, y así se van amontonando en la mesilla de noche ejemplares sólo empezados y que en el mejor de los casos se irán simultaneando entre ellos hasta ser definitivamente desechados cuando la montañita se desplome. Otros ocuparán su lugar, y así indefinidamente. A estos mudables individuos se les insta a establecer una rutina para reforzar la constancia y leer cada día un cierto número de páginas, flexible según las posibilidades de cada uno, pero de forma continuada, llueva, nieve o truene.
Claro que el problema es el número de páginas, porque en realidad el argumento mayoritariamente aducido en la citada encuesta para dejar de leer es el tiempo y el peor de sus cómplices, la televisión. Pero en ese caso, ¿por qué insistimos en comprar Crimen y castigo, también bien posicionado en la lista de abandonos de la encuesta? Pues comoinversión intelectual en nuestras estanterías, básicamente. O porque sentimos realmente la obligación de conocerlos. Un ejemplo es la lectura casi generacional de Rayuela, de Julio Cortázar. Pues bien, que sepan cuantos se han sentido decepcionados (consigo mismos) por no haber encontrado en esta narración el placer que supuestamente debía darnos que existe un grupo en Facebook denominado “Yo no pude terminar de leer Rayuela aunque me gusta Cortázar”. Otra cosa son los libros de moda, esos que todo el mundo lee, o cree que debe leer, aunque sólo sea para comentarlos en público. Muchos de ellos entran directamente en una categoría quizás peor que la de los libros no terminados: aquellos que ni siquiera se comenzaron. De nuevo Anthony Burgess, que por lo que se ve tenía mucha doctrina que ofrecer al respecto, solía decir que los libros de éxito “se compran como mobiliario; sin leer, mantienen todo su valor, leídos, parece que hayamos tirado el dinero”.
Justamente un autor de éxito como Umberto Eco reconocía en una entrevista que “hay libros en nuestras estanterías que no hemos leído y que con toda seguridad nunca leeremos; los guardamos en la creencia de que lo haremos más adelante, tal vez en otra vida”. En su ensayo Nadie acabará con los libros (Lumen, 2010), en colaboración con Jean-Claude Carrière, Eco se preguntaba cuánta gente en la actualidad ha leído Finnegans Wake, obra maestra de James Joyce, de principio a fin, y cuántos habían hecho lo propio con la Biblia, del Génesis al Apocalipsis. La pregunta quedaba sin respuesta. Mientras, el artista austriaco Julius Deutschbauer ha creado en Viena una exposición permanente, The library of unread books (la biblioteca de los libros no leídos). Deutschbauer, que también es bibliotecario, decidió hace tiempo que el número de libros no leídos es muy superior al de los que sí han gozado de ese privilegio, y desde hace años colecciona volúmenes donados que tienen una única cualidad en común: sus anteriores propietarios creen que deberían leerlos, pero nunca encontraron la ocasión de hacerlo. Algo que nos ocurre a casi todos. Parco consuelo.