viernes, 29 de abril de 2011

Los proyectos de memoria ciudadana y la biblioteca orientada a los contenidos 2.0


Los proyectos de memoria ciudadana y la biblioteca orientada a los contenidos 2.0

LOS CONTENIDOS LOCALES se han convertido en el tema estrella de los últimos encuentros profesionales1. Todos estamos viendo una necesidad, un nicho y una ocasión para nuestro taller de experimentos. Parece como si encajaran tecnologías, recursos, sensibilidades y prácticas.
Sin embargo convendría no perder el norte y recordarnos que la biblioteca no podrá ocupar, a medio plazo, el espacio de otros agentes sociales, ni el de otros actores del sector de la información. Tampoco puede ser el centro de las redes sociales (si es que eso existe).
Quizá tampoco una gran “generadora de contenidos sociales”. Nuestras sociedades son muy complejas y pocos agentes públicos o privados tienen la fortaleza para ser el centro de nada, ni actores predominantes. A las bibliotecas e instituciones de la memoria nos bastaría con trabajar como un nodo útil en la endiablada maquinaria de las redes de usuarios y contenidos. Otro nodo más que aporte desde nuestras fortalezas. Por ejemplo a socializar el concepto de patrimonio y memoria.
El espacio urbano nos sirve como espejo para valorar nuestra memoria, que empieza a ser un agente recuperador del patrimonio; “todo esto antes era huerta”, “aquí había un videoclub”, “aquí estaba la guardería donde mi tía trabajaba“, “durante cinco años funcionó un cine-forum en aquella parroquia” o “en este callejón dormía un vagabundo”.
Los arqueólogos reconstruyen con gran esfuerzo la forma de unos barrios desaparecidos y sustentan hipótesis sobre formas de vida, costumbres y ciclos históricos. Un ciudadano curioso podría pensar, ingenuamente, que en la sociedad moderna no hay sitio para los agujeros de la memoria, que todo queda registrado. No les falta razón, muchas de estas historias van siendo continuamente rescatadas con el relato y la fotografía, primero en la prensa y luego gracias a la edición local apoyada por ayuntamientos y obras sociales y empresas editoriales de pequeño recorrido. Ese pasado es sostenido tanto por rigurosos estudios académicos basados en archivos y la explotación de fuentes semivírgenes, como por humildes cronistas y libros de recuerdos.
Sin embargo, no es suficiente; es muy poco para una sociedad sobreinformada, digital y en red, que no se sacia con diez o doce páginas de recuerdos o con varias fotos de ocasión. Sabe que existe -o debería existir- mucho más y lo quiere todo: los detalles, las fotos, los vídeos, los planos, la fecha y la hora.
El ciudadano curioso, responsable penúltimo de este patrimonio del pasado reciente (a veces no mucho más allá una o media generación), sabe que habría mucha más información si una fuerza milagrosa pudiera revolver el tiempo con el café y poner en orden un archivo de la memoria ciudadana. Pero no existe un agente económico capaz de llevar esta empresa adelante, ni la red de bibliotecas públicas ni la Fundación Bbva.
Fernando Juárez (2010) comenta que “el contenido local constituye un segmento no atractivo para la industria editorial pero indispensable para las instituciones”. Podemos añadir que también se percibe como “indispensable”, o de un intenso valor, para la identidad de las personas y las comunidades.
Por esta razón, el único actor que puede afrontar este reto es la propia sociedad. Son los propios ciudadanos los que pueden poner en valor sus competencias informacionales para producir estos contenidos de la memoria local que no existirán completos si no es mediante el crowdsourcing: la capacidad de las multitudes movilizadas alrededor de una tarea relevante para encontrar, rescatar y analizar la información del pasado. Contenidos generados por comunidades donde hay una idea organizadora y una necesidad informativa que cubrir. Contenidos apoyados en otros contenidos.
La biblioteca quizá no ponga en marcha estos proyectos, pero puede ser un dinamizador, un agente especializado en el acceso a recursos bibliográficos o un intermediario para la gestión de derechos de uso, o, sin más, otro grupo de usuarios que aporta contenidos.
Sin embargo, la lógica del beneficio institucional suele poner a la institución cultural en el centro de los proyectos, apropiándose de él, rentabilizándolo y diluyendo la variable capacidad creativa de las comunidades.
La biblioteca, más que generadora de contenidos sociales, tenderá a actuar como facilitadora de la evolución y construcción de comunidades de usuarios. Puede aportarles, entre otros, espacios de interacción, recursos de información no digitales, apoyos puntuales y visibilidad institucional. Aunque las enciclopedias locales participativas podrían ser un buen ejemplo, dejémoslas a un lado por el momento y exploremos otras formas de construir la memoria compartida.
Quizá he sido críptico y poco claro en los versos. Quería decir: recopilar fotografías y anotarlas con historias. Guardar relatos, orales y escritos. Rescatar nombres propios.
Reconvertir el fondo local y profundizar en los detalles, no dejar huecos e ir poco a poco enlazando los contenidos entre sí, tejiendo redes cada vez más ricas entre los usuarios, las comunidades y las instituciones. Quizá influir en formas adecuadas de organizar la información social.
Particularmente me parece sugerente el proyecto “Creating communities” de las bibliotecas públicas de Denver2, que ofrece un portal de acceso a información histórica convencional para que los ciudadanos puedan ir compartiendo “su historia de la ciudad”.
El conocimiento y las vivencias de la comunidad se mezclan con los instrumentos documentales de sus instituciones. Ayudarles a construir las historias de sus edificios, poniendo a su disposición un lugar, una web, y unos medios: los catálogos, los bancos de imágenes, las bases de datos del catastro. Hacerles investigadores de su propio pasado. Crear un contexto que añada sentido a tantos esfuerzos por almacenar y digitalizar. Algo así como convocar una macrobeca de investigación histórica. Poner a todo un barrio a excavar en su propio yacimiento. Regalar un pasado que recuperar.
Y las bibliotecas, o quién sea, deben estar a la altura del reto tanto si son promotoras, y se lucen, como si sólo son meras participantes, y son útiles. En todo caso los aspectos de reutilización y el de originalidad son fundamentales.
Originalidad: hay que descubrir qué nuevos contenidos específicos faltan y participar en proyectos que estén en esa órbita. Hay que crear nueva materia prima.
Reutilización: Ha de poder ser remezclada en la Red con pocas barreras técnicas y de licencia. Alguien creará el producto final, quizá nosotros, bibliotecarios, quizá ellos, ciudadanos.
¿Somos capaces de ayudar a la generación social de contenidos sin sacar beneficios directos de imagen corporativa?
¿Es también ser 2.0 aceptar humildemente una función utilitaria lejos del primer plano?
Notas
2. Creating Communities – Denver Public Libraries.
Referencias bibliográficas
Juárez-Urquijo, Fernando. “Edición y gestión digital en la Biblioteca Pública”.Anuario ThinkEPI, 2011, v. 5, pp. ¿¿-??.
Tapscott, D.Williams, D. Wikinomics: la nueva economía de las multitudes inteligentes. Paidós, 2008.
Cómo citar este artículo:
Saorín, Tomás. “Los proyectos de memoria ciudadana y la biblioteca orientada a los contenidos 2.0″. Anuario ThinkEPI, 2011, v. 5, pp. ¿¿-??.

No hay comentarios: