Dedico muchos minutos en mis presentaciones y dedicamos capítulos enteros en
Socionomía a detallar la mucha investigación al respecto de la sociabilidad de los seres humanos que está en la base del éxito de las redes sociales virtuales, del éxito de la capa social que aumenta nuestras sociedades en la actualidad.
Y es que más allá de las neuronas espejo, algunas investigaciones hablan de que incluso existe una red cerebral entera dedicada a pensar sobre nosotros mismos y otras personas, a veces denominada la
red por defecto. No está activa cuando estamos realizando ejercicios intelectuales pero cuando no estamos haciendo nada más, incluso en muy poco tiempo (2 segundos de inactividad son suficientes según la investigación), pasamos nuestro tiempo “libre” pensando en otras personas.
Sabemos también de la fuerza de las recompensas sociales, que activan el cerebro con mayor intensidad que las no sociales. También de lo intenso de los castigos sociales, que alertan al cerebro con mayor intensidad que otro tipo de amenazas, incluso físicas. El dolor social, de hecho, como saben los ingenieros del castigo cuando programan el aislamiento como tal, activa las mismas regiones cerebrales que el daño físico.
Es necesario, cada vez más, enseñar o programar espacios de desconexión.
Todo ello sigue aportando elementos de juicio acerca de la importancia de la sociabilidad aumentada actual. No hay burbuja para algo tan importante para nuestros cerebros, lo social puede llegar a ser tan gratificante (se pueden medir las elevadas cantidades de dopamina que generan las relaciones sociales en general, virtuales o no), que lo que sí puede ocurrir es que perdamos la capacidad de salir de ese estado cerebral de “red social por defecto” para crear, escribir, diseñar, ingeniar, proyectar de forma focalizada en solitario.
Dicho en otras palabras, en un contexto actual del 25% de adolescentes consultando Facebook más de 10 veces al día, según datos en población estadounidense en 2009 de
Common Sense Media, también la observación diaria nos lleva a la misma conclusión: aunque la inteligencia colectiva es importante y es mucho lo que vamos a evolucionar gracias a ella durante los próximos años, a la luz de los datos que resumimos encima de estas líneas, está claro que la inteligencia individual necesita de introspección, de soledad. Y no solo para lograr trabajo intelectual productivo sino también para cosas tan importantes como la educación emocional.
Es necesario aprender a observarnos a nosotros mismos para reconocer y tratar adecuadamente emociones, sentimientos, que podrían dañarnos o dañar a los demás. En este sentido, ser capaces de detectar emociones y pensamientos negativos a veces inconscientes para, en la medida de lo posible dominarlos, es un trabajo también, en gran medida, solitario.
Estamos hablando de introducir en nuestras aulas, de enseñar a nuestros hijos, de elaborar y pensar una nueva competencia esencial para el individuo conectado: la desconexión. Sea en forma de meditación, de relajación o de cualquiera de las técnicas conocidas para potenciar los denominados “estados alpha”, relacionados en múltiples investigaciones con la creatividad, veremos finalmente cuál es el camino más adecuado, pero está claro que se basa en una posibilidad de síntesis nueva en la historia entre lo que somos capaces de dar como individuos y lo que las posibilidades aumentadas de colaboración pueden proporcionar. El hiperindividuo está naciendo.