CULTURA
El Museo ABC, una deslumbrante revelación para Financial Times
El diario británico «Financial Times» publicó el día 24 un extenso reportaje sobre el nacimiento del Museo ABC de Dibujo e Ilustración, que reproducimos aquí por su interés
Día 26/12/2010
Aunque hablar del fin de los periódicos puede resultar exagerado, lo que los rotativos no pueden ya reclamar es su antiguo papel de motor del arte gráfico. A pesar de ello, el nuevo Museo ABC de Dibujo e Ilustración, que ha abierto sus puertas el mes pasado en Madrid, dará alas a los viejos devotos de las ramas extintas.
El nuevo espacio exhibe uno de los archivos periodísticos mejor conservados de Europa, pero también cultiva los nuevos talentos en animación y otros medios digitales. La presencia de ambas, viejas y nuevas artes, en el mismo edificio es la mejor manera de recordar que el dibujo, incluso el que nace en internet, hunde sus profundas raíces en los medios impresos.
Casi todas las publicaciones centenarias han perdido la mayor parte de sus archivos o bien fueron incapaces de retener desde el principio las obras de arte que utilizaban. El diario ABC, fundado al comienzo del pasado siglo, no sólo guardó las ilustraciones que encargaba sino que pudo salvarlas a pesar de golpes militares, dos dictaduras y una guerra civil.
Juan Gris y Salvador Dalí, entre otros pintores españoles, trabajaron para ABC en su día, pero algunos de los ejemplos más impresionantes en la exposición inaugural se deben frecuentemente a las piezas que artistas anónimos enviaban a los concursos de portadas convocados en los años treinta por ABC y Blanco y Negro.
El museo se ha construido en una antigua fábrica de cerveza en el barrio del Conde Duque; a pesar de su adusta entrada, un patio pavimentado con triángulos irregulares de acero y cristal, se puede considerar ya otro tesoro entre la colección de museos de Madrid. La primera muestra temporal del centro, «El efecto iceberg», reúne 350 obras que representan una mera selección de su archivo, que atesora la friolera de 200.000 piezas.
El inicio del siglo XX abre con la habitual panoplia de arte en carteles poblados de sombreros de copa, monóculos, tocados imposibles, largos guantes y rotundas sonrisas. Extrañas, plateadas piezas simbolistas pobladas de duendes y hadas-insectos, acompañan algunas de las vigorosas historias de Blanco y Negro. Como ocurre con muchas de las revistas de la época, la atención se centra en el torbellino de la vida en la ciudad moderna. Multitudes revolotean junto a los carteles de los espectáculos, el gentío pasea junto a los escaparates de la Gran Vía, y acude al Teatro Real cuando los Ballet Rusos trajeron «El pájaro de fuego» a la ciudad en 1916.
Lo más curioso de todo ello, sin embargo, no radica tanto en el estilo o el sujeto como en el formato del material más tradicional. Aquellas primeras piezas son depuradas pinturas al óleo: jóvenes bellezas con vestidos diáfanos, bañadas en aquella asombrosa, límpida luz tan del gusto de Ramón Casas y Emilio Sala. Además, la exposición revela claramente cómo los viejos pintores y sus valores artísticos eran desplazados en favor de los más jóvenes del lugar: los ilustradores profesionales.
Modernismo
Por dar un ejemplo, la gran contribución de Francisco Ramírez en el albor del siglo XX fue la delicadeza de sus paisajes urbanos art nouveau. En los años treinta estaba también ilustrando algo parecido a los «thrillers» de Raymond Chandler con un estilo americanizado y tan duro como los detectives que retrataba. Cada vez más, los títulos de las obras y la acción que reflejan surgen para la historia misma y para el momento concreto. He ahí lo instantáneo de la vida moderna: lo que hoy se consume, en la papelera mañana.
No se puede decir que el arte «autónomo» cesara de jugar un papel importante. La amplitud de miras del arte gráfico puede valorarse en la selección de los años veinte y treinta, un tiempo en el que la mayoría de los lectores de corte burgués estaban satisfechos con las formas de la vanguardia. Como añadido a la pureza de la ilustración, el gusto de Daniel Vázquez Díaz se sometía a los retratos a lápiz, como el de Manuel de Falla que forma parte de la exposición, y los paisajes como los apuntes de los suburbios madrileños de Francisco Sancha aún no se consideraban fuera de lugar en la revista.
Hay toda una sucesión de asombrosas portadas en aquellos años. Puede que los nombres no sean muy conocidos hoy, pero la estética internacional que contribuyeron a formar terminó por configurar el estilo propio de revista que todos apreciamos. Una portada de 1929, de José Almada, muestra tres chicas en un balcón, tranquila, sencilla y elegante en sus verdes y grises distintivos —un estilo que una publicación como «The New Yorker» ha encarnado desde entonces.
El modernismo de estas portadas se modula con la plenitud del aroma local: opulentos rojos, amarillos y azules, y el ocasional y exótico toque norteafricano. En otro punto, una pieza de Sirio de 1931 retrata, en formas geométricas el pelo liso y azabache y el mentón bulboso de «el hombre del día: Pablo Picasso». También hay una pieza aquí de una de las más grandes artistas españolas, Maruja Mallo, cuyas maravillosas pinturas de los años treinta, coloristas, complejas y con toques de mitología popular, tienen tanto en común con Diego Rivera.
La edad dorada no podía durar. Y lo que ocurrió entonces con la colección, en 1936, seguramente, podría considerarse una singular, única, crónica de la historia. Cuando estalló la guerra civil, ABC se encontró partido en dos: un ABC en la Sevilla franquista y un ABC en el Madrid republicano. De aquella época, sólo han sobrevivido las portadas del diario de Madrid.
Las jóvenes y los arlequines desaparecieron y fueron reemplazados por gigantes figuras de fornidos trabajadores, que cada semana aplastarían con su puño a otra sanguijuela fascista.
Buena parte de esta versión del realismo socialista nos recuerda la cartelería bélica de la guerra civil pero, para los jóvenes españoles que sólo conocen ABC en su actual encarnación como uno de los grandes diarios conservadores, puede suponer un shock. La victoria de Franco en 1939 trajo una nueva transformación en la producción gráfica de ABC. Después de algunos breves homenajes clásico-fascistas al caudillo, la ilustración del diario parece haber tratado de hacerse (con algunas excepciones, por supuesto) tan inofensiva como fuera posible. Al contemplar estos estudios sentimentales de recintos feriales y parques llenos de niños jugando pintados en los cincuenta y los sesenta (un tiempo en el que el garrote vil aún daba «matarile» en las cárceles españolas) me encontré a mí mismo rememorando una pieza de los años treinta, un gouache de Francisco Sancha titulado «La hora del cine» que de otro modo hubiera podido pasar inadvertido. Describiendo a los madrileños en polainas y gorras que salen de los tugurios en obras de 1935, puedes sentir su inmediatez: el olor afilado de los cigarrillos en el aire frío, el azul eléctrico en el anochecer invernal. Mientras la prensa sometida a censura vuelve a la seguridad de una polvorienta caja de bombones, la función, el poder de los periódicos en una sociedad libre es poder ilustrar el momento que les toca vivir.
Por supuesto, el declive de la ilustración en periódicos y revistas no ocurrió durante las dictaduras. La fotografía ya reina sobradamente y aquellos días de ilustración, en los periódicos al menos, resisten casi exclusivamente en la caricatura y el chiste. Cuán diferente nos parece 1930 comparado con el presente, no sólo formalmente sino en generosidad y amplitud de miras. Los retratos (no caricaturas solamente), paisajes campestres y urbanos engalanaron sus páginas, y todo ello en un despliegue de técnicas y estilos cuya libertad fue marca de la casa.
Si hay algo que esta exposición nos deja claro es qué radical y atrevido nos parece hoy todo aquello.
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