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Sin embargo, dos siglos antes el filósofo y físico Isaac Newton ya había descrito en un cuaderno de sus tiempos de estudiante este mecanismo que aún intriga a los científicos. La botánica moderna sostiene que la savia circula por la planta en un doble circuito similar al de la sangre en los animales y seres humanos pero, sin una fuerza mecánica que la impulse, como hace el corazón en éstos. Con la teoría de la cohesión-tensión, varios científicos a caballo entre el siglo XIX y el XX, explicaron cómo la savia podía moverse de las raíces hasta las hojas. Simplificado en extremo, el mecanismo es el mismo que cuando se succiona de un tubo y el agua sigue brotando aunque desaparezca ese impulso inicial. Aunque todavía hay quienes la cuestionan, esta es la posición dominante entre los botánicos.
David Beerling, botánico de la Universidad de Sheffield, sostiene que Newton ya había llegado a una conclusión similar hace unos 350 años. Releyendo sus notas en un cuaderno de cuando era estudiante, Beerling ha encontrado una breve reflexión en la que el físico, filósofo, matemático y hasta alquimista inglés se metía también a botánico y explicaba con una fascinante actualidad como es la circulación de la savia. "Intercalado entre los epígrafes Filosofía y Filtración y Atracción Eléctrica, hay una media página de texto sobre las funciones de las plantas", escribe el investigador británico. "Bajo la rúbrica Vegetales, escrita en su característica escritura ordenada y legible, aparece un registro de las ideas de Newton sobre cómo los poros de los tallos permiten la elevación de la materia a lo largo de los brotes y cómo este movimiento eleva la savia desde las raíces de los árboles", añade. Para Newton, a pesar de todo un hombre de su tiempo, la luz como fuente de energía era aún un misterio. Como explica el botánico británico en un correo, el autor de los Principia y la ley de la gravitación universal sostenía que "la luz provoca que el agua se evapore de los brotes y esto arrastra más agua desde las raíces". Tal y como cuenta Beerling en la revista Nature Plants, en términos modernos, Newton estaba detallando cómo funciona la transpiración en las plantas, clave en la circulación de la savia. El texto de su cuaderno estudiantil viene acompañado por un dibujo donde Newton esquematizó el proceso. Por desgracia para la botánica, Newton no se adentró más en el mundo de las plantas. En los años siguientes dedicaría todo su tiempo a concretar sus ideas sobre la gravedad y las leyes de la dinámica, que le abrieron hueco en el panteón de la ciencia. Autor: Miguel Ángel Criado |
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Los expertos buscan lo que denominan 'extremófilos'; pequeños organismos microscópicos capaces de sobrevivir en ambientes extremos como el 'continente blanco', con temperaturas bajo cero y una elevada concentración de agua salada. La chilena Jenny Blamey, de la Fundación Biociencia, viaja desde 2008 a la Antártida buscando bacterias, enzimas y otros microorganismos que puedan tener alguna aplicación en la industria. Esta bioquímica con un doctorado en Estados Unidos ha recorrido Siberia, el Ártico y varios puntos de Chile estudiando los 'extremófilos', aunque reconoce que la Antártica es un lugar único para ese tipo de investigación. "A diferencia de lo que piensa la mayoría de la gente, si bien más del 70% de la superficie de la península Antártica está cubierta de hielo, contiene todos los tipos de ambientes extremos que alguien como yo puede encontrar", explica en una entrevista conEfe. "Hay volcanes activos, salares, hielo a la orilla del mar, sitios donde hay hielos eternos y suelos geotermales. Para mí es el paraíso de los extremófilos", añade.
Acompañada de María Ángeles Cabrera, alumna de doctorado en biotecnología de la Universidad de Santiago (Usach), y Jairo Pereira, alumno de Ingeniería en Biotecnología, Blamey ha participado estas últimas semanas en la 51 edición de la Expedición Antártica Chilena, organizada por el Instituto Antártico Chileno(INACH). Los investigadores han tomado muestras de sedimentos terrestres y marinos en lugares como la Isla Decepción, en el archipiélago de las Shetland del Sur. Este misterioso lugar fue un importante puerto ballenero en el siglo pasado y se creó a partir del derrumbe de un volcán que entró en erupción por última vez en 1969. Isla Decepción es una importante fuente de 'extremófilos' porque en sus orillas hay microorganismos que viven en las gélidas aguas antárticas y otros que lo hacen a más de cien grados en las pequeñas fumarolas que emergen de la arena debido a la actividad volcánica. Blamey y su equipo toman muestras de sedimentos bajo una fina pero persistente lluvia en Isla Decepción y después los cultivan en el laboratorio, para aislar los microorganismos. Luego los identifican y buscan proteínas y otros compuestos que "puedan tener alguna aplicación en la vida de los seres humanos", explica. Durante estos últimos años ha identificado unos 300 microorganismos, de los que cerca del 70% no habían sido descritos con anterioridad. "Pertenecen a grupos conocidos, pero son nuevas especies, lo que los hace muy interesantes ya que tienen algunas propiedades diferentes a las que ya conocemos", señala Blamey. Algunos de estos pequeños organismos y sus biocompuestos sirven para disolver grasas, petróleo, o tienen propiedades antibacterianas y antibióticas. También ha hallado una enzima que protege de los rayos ultravioleta y un pigmento que, según las primeras pruebas de laboratorio, permite disminuir el número de células cancerígenas. Estos descubrimientos vinculan la ciencia aplicada con industrias como la farmacéutica o la alimenticia y suponen además una alternativa al modelo productivo actual, con procesos químicos altamente contaminantes y dañinos para el medio ambiente. "Un aspecto fundamental que debe sopesarse es cómo llevar a cabo los procesos industriales de una forma mucho más amigable, menos contaminante, reduciendo el gasto energético y la huella de carbono. Y esto es posible a través de estos procesos microbiológicos y bioquímicos", sostiene la investigadora. A modo de ejemplo, Blamey asegura que algunas reacciones químicas muy costosas y contaminantes que se llevan para fabricar plásticos se pueden realizar con la participación de biocompuestos provenientes de microorganismos u otras fuentes de origen biológico. |
Ya en 1969, los psicólogos sociales Jerry Boucher y Charles Osgood plantearon la hipótesis de Pollyanna. Sostenían que los humanos tienen una tendencia universal a usar con mayor frecuencia y variedad palabras positivas que negativas. Desde entonces y convertido ya en el Principio de Pollyanna, la idea ha tenido tantos defensores como detractores.
Un grupo de investigadores estadounidenses y australianos ha hecho la mayor recopilación de palabras hasta la fecha para testar la hipótesis. Hace unos años habría requerido un enorme esfuerzo en personal y recursos, pero en la era delBig Data, estos científicos usaron máquinas y algoritmos de búsqueda y selección para reunir miles de millones de palabras sacadas de Twitter, Google, subtítulos de películas, letras de canciones o libros en español, inglés, chino, árabe o indonesio, entre otros. "Analizamos los 10 idiomas y en cada fuente que mirásemos, las personas usan más palabras positivas que negativas", dice el matemático de la Universidad de Vermont (EE.UU.) y principal autor del estudio, Peter Dodds. Con algoritmos, las máquinas seleccionaron las 10.000 palabras más usadas en las 10 lenguas analizadas y, después, centenares de nativos de cada lengua las puntuaron en una escala del 1 al 9, desde las más negativas hasta las más positivas. Por ejemplo, vocablos como muerte o violencia tienden a puntuar bajo, mientras que besos, vacaciones o felicidad salen mucho mejor paradas. El 5 sería el valor neutral y se correspondería a palabras como el, o pero. Cada palabra fue calificada por 50 personas diferentes. Eso da un total de cinco millones de resultados. Con ese torrente de datos, los investigadores pudieron crear una clasificación de lenguas según su optimismo. En primer lugar, aparece el español. En este caso se usaron tres fuentes de palabras del español de México: Twitter, el buscador Google y los libros indexados en Google Books. En segundo lugar, aparece el portugués de Brasil, seguido del inglés obtenido de los textos del diario The New York Times. La lista la cierran el chino, el coreano, el ruso y el inglés, pero solo el de las letras de las canciones. "Sin embargo, lo relevante es que todas las lenguas tienen un sesgo positivo", comenta Dodds en un correo. Por cada palabra con carga negativa en español, se usan nueve palabras positivas. Incluso en el caso del chino, la relación es 30/70 a favor de la alegría, según muestran en el estudio, publicado enProceedings of the National Academy of Sciences, PNAS. El equipo capitaneado por Dodds, autor de una especie de medidor de la felicidad en Twitter, ya había comprobado la validez del Principio de Pollyanna en el inglés y ahora cree haber demostrado su carácter universal. Para este investigador, la razón de esta tendencia al optimismo en la comunicación tiene una base social: "El lenguaje es una nuestra de gran tecnología social y, aunque hay muchos conflictos y problemas en el mundo, estos corpus de textos muestran una desviación positiva porque somos seres sociales". Sin embargo, otros científicos que también han estudiado este fenómeno sostienen que el estudio presenta un serio fallo en su diseño. En las investigaciones basadas en encuestas, los participantes tienden a dar valores positivos en cualquier escala. Es lo que en psicología o sociología llaman sesgo de aquiescencia. "Es como usar una lente tintada de rosa para mirar al mundo y sacar la conclusión de que hay un patrón universal de rosa en la realidad", comenta el investigador del Instituto Federal de Tecnología de Zúrich (ETH), el español David García. Este científico social ya había detectado el Principio de Pollyanna en el inglés, el alemán y el español en una investigación anterior. Pero también comprobó que, aunque menos usadas, las palabras negativas contienen más información que las positivas. Para García, la supuesta universalidad de los resultados "es en realidad un sesgo experimental". Autor: Miguel Ángel Criado |
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En 2010 se vertieron al mar una media de ocho millones de toneladas de plástico desde 192 países con costa, según un estudio publicado en Science. Es una descomunal masa entre 10 y 1.000 veces mayor que la que habría flotando, es decir, como con los icebergs, el problema de la contaminación marina puede ser monstruosamente mayor de lo que se aprecia desde la superficie.
Si se colocara toda esa basura a lo largo de las costas de la Tierra, habría cinco bolsas de la compra llenas de plásticos cada 30 centímetros, dice Jenna Jambeck, investigadora de la Universidad de Georgia y coautora del estudio. La masa de residuos crecerá cada año, dice. En 2015 se lanzarán al mar más de nueve millones de toneladas y, en 2025, el doble que en 2010. Hasta ahora, varios trabajos habían estimado cuánto plástico hay ya flotando en el mar, pero ninguno se había propuesto calcular cuánto llega desde tierra cada año. El equipo de Jambeck lo ha hecho en base a datos oficiales de producción de plásticos, renta de cada país y gestión de residuos. Su estudio se centra en las poblaciones costeras, las que viven a una distancia de hasta 50 kilómetros del mar y el trabajo ha englobado zonas en las que habitan unos 2.000 millones de personas. Los autores consideran que el origen de los residuos que acaban en el mar está en todo ese plástico que se tira de mala forma (por ejemplo en vertederos a cielo abierto o como desperdicios en el suelo) y que escapa a los servicios de recogida de basuras. Una fracción, mayor o menor dependiendo de las condiciones en cada país, acabará en el mar. El estudio ha calculado esa fracción en base a datos de EE.UU. y después los ha extrapolado al resto usando varios rangos de conversión. Los cálculos indican que en 2010 se produjeron 99,5 millones de toneladas de residuos plásticos en el área estudiada, de las que 31,9 millones fueron mal retiradas, es decir, susceptibles de llegar al mar. De toda esa masa de basura, entre 4,8 y 12,7 millones de toneladas llegaron al mar (la media serían esos ocho millones de toneladas los que habla Jambeck). El estudio señala a los 20 países que más contaminan y que, juntos, producen más del 80% de todo el plástico mal gestionado que hay en el mundo. China es de largo el número uno, seguido por Indonesia, Filipinas, Vietnam y Sri Lanka. Más países asiáticos que actualmente experimentan una potente expansión económica como Bangladesh, Malasia o Myanmar también aparecen alto en la lista, intercalados con algunos africanos como Egipto, Nigeria o Suráfrica, entre otros. En el puesto 16 está Brasil, en el 19 Corea del Norte y en el 20, EE.UU. Los países con costa de la UE ocuparían el puesto 18, señala el trabajo. PLÁSTICO INVISIBLE Estudios anteriores, incluido uno realizado con datos de la expedición Malaspina, habían calculado que hay entre 6.350 y 245.000 toneladas de plástico flotante. Sus autores ya advirtieron de que se trataba de una fracción muy pequeña de lo que realmente podría haber en los océanos. Para Andrés Cózar, investigador de la Universidad de Cádiz que participó en el estudio de Malaspina, el trabajo actual aporta "una pieza importante del puzle de la polución marina con plásticos". "Probablemente, el punto más débil es la conversión de plástico mal gestionado a plástico que acaba en el océano, pues usan porcentajes bastante constantes para todos los países", advierte. Pero aún así las estimaciones encajan con las cantidades de plástico que su propio equipo echó en falta al analizar los residuos en superficie. El nuevo estudio refuerza la hipótesis de una evolución en vertical del plástico en el mar. La mayor cantidad no estaría en esas supuestas islas flotantes de plástico, cuya existencia puso en entredicho la propia expedición Malaspina, sino una masa mucho mayor que se descompone y acaba en fondo. Cózar señala que cuando se trata de plástico, en la fauna marina "siempre que se busca se encuentra", y ya se ha hallado este material en el sistema digestivo de en unas 600 especies, desde ballenas a mejillones. Otras mediciones recientes de las capas profundas del océano han detectado una gran abundancia de microplásticos, dice, y todas estas piezas del puzle apuntan a que hay un tránsito vertical del plástico desde la superficie al fondo marino cuyas consecuencias son desconocidas. "No sabemos lo que está pasando con todo ese plástico en el fondo marino", reconoce Cózar. Los autores del estudio calculan que, de no hacer nada, en 2025 se habrán vertido al océano unos 155 millones de toneladas de plásticos. Se trata de una proyección incierta, claro, y además, dicen, hay posibilidad de reducir de forma drástica la llegada de los residuos al mar, por ejemplo, mejorando los sistemas de recogida de basuras. Uno de los mayores retos es conseguir que esto suceda en los países en desarrollo que copan la lista de los más contaminantes. Autor: Nuño Domínguez |