Ante la poca sutileza en la interpretación de una ironía, sorna o chicana dirían en el barrio, y de la operación política mediática que se hiciera sobre el discurso de la presidenta en la Universidad de Harvard, quienes nos dedicamos a enseñar e investigar nuestros problemas para contribuir a su solución, seguimos creyendo que es necesario descolonizar el imaginario sobre la uniformidad universal e histórica de las instituciones universitarias.
No existe “la Universidad”, existen “universidades” que tienen distintas misiones, métodos de enseñanza y funciones acordes a la época y al lugar en el que se sitúan. Las primeras universidades se crearon en Europa hace más de mil años y se dedicaban a interpretar la verdad teológica, a traducir los textos sagrados. Los clérigos eran los pocos que sabían leer y escribir, los ciudadanos no existían. Reyes, príncipes y clérigos eran los estamentos poderosos que enseñaban la verdad caída del cielo. Por eso Jauretche nos decía que la universidad argentina no podía ser como la de Sumatra o Borneo y le podemos agregar la de Harvard, u Oxford o Cambridge. La presidenta lo sabe, por eso creó nuevas universidades en el conurbano.
Se sigue queriendo uniformar, evaluar y calificar a las universidades con parámetros racionalistas y universales a través de una razón abstracta sin historicidad ni territorio. Harvard no sirve para el conurbano bonaerense, no sólo porque es otra realidad con distintos problemas, no sólo porque no cobramos miles de dólares, sino porque acá no enseñamos a dominar el mundo, no enseñamos para la especulación financiera o la dominación usuraria y tampoco para la dominación bélica de otros pueblos que no son como nosotros ni tienen nuestros problemas. Enseñamos a resolver nuestros problemas para construir una patria más justa, a desarrollar nuestra industria y a consolidar nuestra soberanía nacional y popular ampliando día a día los derechos ciudadanos en la construcción de nuestra identidad.
Desde 1949, nuestras universidades son gratuitas a fin de permitir el acceso masivo de nuestros jóvenes a los estudios superiores. Las sostiene todo el pueblo argentino teniendo claro que es una inversión necesaria para el desarrollo y para la construcción cada vez más equitativa de nuestro país. Lanús tampoco serviría a Boston.
Ya en 1910, el boliviano Franz Tamayo escribía la Creación de una pedagogía nacional abogando por cambiar los métodos pedagógicos para que sirvieran a su pueblo y su país tomando en cuenta la historicidad particular. Para él, la pedagogía ha sido una labor de “copia y calco”, hay que formar bolivianos concluye y no “jimios franceses o alemanes”.
Giuseppe Cacciatore, sostiene que se puede “proceder el antídoto contra la degeneración dogmática del universalismo: la necesidad pues, de que la dimensión general no se separe nunca de la historicidad determinada de las naciones civiles y del irreductible patrimonio de las diferencias histórico-culturales de cada comunidad”.
El eurocentrismo y sus pretensiones universalistas con el optimismo del progreso perenne lineal y ascendente del género humano, conlleva el peligro de que sus normas uniformantes y sus estructuras supranacionales se transformen en abstracciones e idolatrías y aplasten “las diferencias nacionales, para no mencionar los millones de víctimas de carne y hueso que en este siglo fueron inmolados en nombre de esas doctrinas universalistas”[2].
El historicista Benedetto Croce había explicado en su Historia de Europa que “La idea de la nacionalidad, opuesta al humanitarismo abstracto del siglo precedente y a la obtusidad que hacia la idea de pueblo y patria mostraban hasta escritores como Lessing, Schiller y Goethe, y a la poca o ninguna repugnancia que solía sentirse por las intervenciones extranjeras, quería promover a la humanidad a la forma concreta, que era la de la personalidad, tanto de los individuos como de los complejos humanos, unidos por comunes orígenes y recuerdos, costumbres y actitudes, de las naciones ya históricamente existentes y activas o de las que despertarían a la actividad; e intrínsicamente no oponía barreras a las formaciones nacionales cada vez más amplias y comprensivas, pues “nación” es un concepto espiritual e histórico y, por lo tanto, en devenir, y no naturalista e inmóvil, como el de la raza. La misma hegemonía o primacía que se reivindicaba para este o aquel pueblo…., era teorizada como el derecho y el deber de ponerse a la cabeza de todos los pueblos para convertirse en apóstol de la civilización” [3].
En Argentina, Arturo Jauretche[4] se ocupó también del colonialismo cultural y nos decía que ““La intelligenzia es el fruto de una colonización pedagógica...La juventud universitaria, en particular, ha asimilado los peores rasgos de una cultura antinacional por excelencia...en la Argentina, el establecimiento de una verdadera cultura lleva necesariamente a combatir la “cultura” ordenada por la dependencia colonial...El combate contra la superestructura establecida abre nuevos rumbos a la indagación, otorga otro sentido creador a la tarea intelectual, ofrece desconocidos horizontes a la inquietud espiritual, enriquece la cultura aún en su aséptico significado al proveerla de otro punto de vista brindado por las peculiaridades nacionales”...Sólo por la victoria en esta contienda evitaremos que bajo la apariencia de los valores universales se sigan introduciendo como tales los valores relativos correspondientes sólo a un momento histórico o lugar geográfico, cuya apariencia de universalidad surge exclusivamente del poder de expansión universal que les dan los centros donde nacen, con la irradiación que surge de su carácter metropolitano”.
Creemos que a fin de construir una epistemología de la periferia así como para intervenir en la realidad de nuestras naciones, debemos descolonizar los aún persistentes paradigmas europeístas y globalizadores en la educación, la cultura y también en la toma de decisiones políticas que pretenden ser universales ya que ellas no se aplican a sociedades imaginarias, racionalistas y universales.
Juan Bautista Vico, quien quiso encontrar la naturaleza de las naciones a partir de su ciencia nueva, entendió que la verdad que podremos alcanzar sólo surgirá de nuestra propia realidad y no de la vanidad de la Naciones ni de los Doctos iluminados por la Razón Universal. Una realidad donde las razones se cruzan con las pasiones en la creación histórica.
[1] Tamayo, Franz: Creación de la pedagogía nacional, Archivo y Bibliotecas Nacionales de Bolivia, 1910.
[2] Ibídem.
[3] Croce, Benedetto: Storia d´Europa, Adelphi, Milano, 1991
[4] Jauretche, Arturo: Los profetas del odio, Peña Lillo, Bs.As., 1992.
© Ana Jaramillo: Es miembro del Instituto Nacional Manuel Dorrego. Rectora de la Universidad Nacional de Lanús. Doctora en Sociología. Licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y doctorada en igual disciplina por la Universidad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Obtuvo también la maestría en Sociología en Flacso -México- revalidada por la UBA.
Fuente: http://www.nacionalypopular.com/
No existe “la Universidad”, existen “universidades” que tienen distintas misiones, métodos de enseñanza y funciones acordes a la época y al lugar en el que se sitúan. Las primeras universidades se crearon en Europa hace más de mil años y se dedicaban a interpretar la verdad teológica, a traducir los textos sagrados. Los clérigos eran los pocos que sabían leer y escribir, los ciudadanos no existían. Reyes, príncipes y clérigos eran los estamentos poderosos que enseñaban la verdad caída del cielo. Por eso Jauretche nos decía que la universidad argentina no podía ser como la de Sumatra o Borneo y le podemos agregar la de Harvard, u Oxford o Cambridge. La presidenta lo sabe, por eso creó nuevas universidades en el conurbano.
Se sigue queriendo uniformar, evaluar y calificar a las universidades con parámetros racionalistas y universales a través de una razón abstracta sin historicidad ni territorio. Harvard no sirve para el conurbano bonaerense, no sólo porque es otra realidad con distintos problemas, no sólo porque no cobramos miles de dólares, sino porque acá no enseñamos a dominar el mundo, no enseñamos para la especulación financiera o la dominación usuraria y tampoco para la dominación bélica de otros pueblos que no son como nosotros ni tienen nuestros problemas. Enseñamos a resolver nuestros problemas para construir una patria más justa, a desarrollar nuestra industria y a consolidar nuestra soberanía nacional y popular ampliando día a día los derechos ciudadanos en la construcción de nuestra identidad.
Desde 1949, nuestras universidades son gratuitas a fin de permitir el acceso masivo de nuestros jóvenes a los estudios superiores. Las sostiene todo el pueblo argentino teniendo claro que es una inversión necesaria para el desarrollo y para la construcción cada vez más equitativa de nuestro país. Lanús tampoco serviría a Boston.
Ya en 1910, el boliviano Franz Tamayo escribía la Creación de una pedagogía nacional abogando por cambiar los métodos pedagógicos para que sirvieran a su pueblo y su país tomando en cuenta la historicidad particular. Para él, la pedagogía ha sido una labor de “copia y calco”, hay que formar bolivianos concluye y no “jimios franceses o alemanes”.
Giuseppe Cacciatore, sostiene que se puede “proceder el antídoto contra la degeneración dogmática del universalismo: la necesidad pues, de que la dimensión general no se separe nunca de la historicidad determinada de las naciones civiles y del irreductible patrimonio de las diferencias histórico-culturales de cada comunidad”.
El eurocentrismo y sus pretensiones universalistas con el optimismo del progreso perenne lineal y ascendente del género humano, conlleva el peligro de que sus normas uniformantes y sus estructuras supranacionales se transformen en abstracciones e idolatrías y aplasten “las diferencias nacionales, para no mencionar los millones de víctimas de carne y hueso que en este siglo fueron inmolados en nombre de esas doctrinas universalistas”[2].
El historicista Benedetto Croce había explicado en su Historia de Europa que “La idea de la nacionalidad, opuesta al humanitarismo abstracto del siglo precedente y a la obtusidad que hacia la idea de pueblo y patria mostraban hasta escritores como Lessing, Schiller y Goethe, y a la poca o ninguna repugnancia que solía sentirse por las intervenciones extranjeras, quería promover a la humanidad a la forma concreta, que era la de la personalidad, tanto de los individuos como de los complejos humanos, unidos por comunes orígenes y recuerdos, costumbres y actitudes, de las naciones ya históricamente existentes y activas o de las que despertarían a la actividad; e intrínsicamente no oponía barreras a las formaciones nacionales cada vez más amplias y comprensivas, pues “nación” es un concepto espiritual e histórico y, por lo tanto, en devenir, y no naturalista e inmóvil, como el de la raza. La misma hegemonía o primacía que se reivindicaba para este o aquel pueblo…., era teorizada como el derecho y el deber de ponerse a la cabeza de todos los pueblos para convertirse en apóstol de la civilización” [3].
En Argentina, Arturo Jauretche[4] se ocupó también del colonialismo cultural y nos decía que ““La intelligenzia es el fruto de una colonización pedagógica...La juventud universitaria, en particular, ha asimilado los peores rasgos de una cultura antinacional por excelencia...en la Argentina, el establecimiento de una verdadera cultura lleva necesariamente a combatir la “cultura” ordenada por la dependencia colonial...El combate contra la superestructura establecida abre nuevos rumbos a la indagación, otorga otro sentido creador a la tarea intelectual, ofrece desconocidos horizontes a la inquietud espiritual, enriquece la cultura aún en su aséptico significado al proveerla de otro punto de vista brindado por las peculiaridades nacionales”...Sólo por la victoria en esta contienda evitaremos que bajo la apariencia de los valores universales se sigan introduciendo como tales los valores relativos correspondientes sólo a un momento histórico o lugar geográfico, cuya apariencia de universalidad surge exclusivamente del poder de expansión universal que les dan los centros donde nacen, con la irradiación que surge de su carácter metropolitano”.
Creemos que a fin de construir una epistemología de la periferia así como para intervenir en la realidad de nuestras naciones, debemos descolonizar los aún persistentes paradigmas europeístas y globalizadores en la educación, la cultura y también en la toma de decisiones políticas que pretenden ser universales ya que ellas no se aplican a sociedades imaginarias, racionalistas y universales.
Juan Bautista Vico, quien quiso encontrar la naturaleza de las naciones a partir de su ciencia nueva, entendió que la verdad que podremos alcanzar sólo surgirá de nuestra propia realidad y no de la vanidad de la Naciones ni de los Doctos iluminados por la Razón Universal. Una realidad donde las razones se cruzan con las pasiones en la creación histórica.
[1] Tamayo, Franz: Creación de la pedagogía nacional, Archivo y Bibliotecas Nacionales de Bolivia, 1910.
[2] Ibídem.
[3] Croce, Benedetto: Storia d´Europa, Adelphi, Milano, 1991
[4] Jauretche, Arturo: Los profetas del odio, Peña Lillo, Bs.As., 1992.
© Ana Jaramillo: Es miembro del Instituto Nacional Manuel Dorrego. Rectora de la Universidad Nacional de Lanús. Doctora en Sociología. Licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y doctorada en igual disciplina por la Universidad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Obtuvo también la maestría en Sociología en Flacso -México- revalidada por la UBA.
Fuente: http://www.nacionalypopular.com/