martes, 11 de septiembre de 2012

El sistema financiero como sistema de información manifiestamente mejorable

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El sistema financiero como sistema de información manifiestamente mejorable
5 septiembre, 2012 Por Josep Cobarsí-Morales
en Notas ThinkEPI 2013

La crisis financiera detonada en 2008, y cuyo impacto ha llegado de una forma u otra a todo el planeta, tiene una importante componente informacional. Vale la pena intentar darle sentido y apuntar alternativas de futuro.

Una de las profecías más autorizadas sobre una crisis financiera como la actual la formulaManuel Castells: “La aniquilación y manipulación del tiempo por los mercados de capital globales gestionados electrónicamente son el origen de las nuevas formas de las crisis económicas devastadoras que se avecinan en el siglo XXI” (Castells, 1997, p. 470). Dicho autor utiliza la expresión “casino global” de raíz keynesiana referida a un conglomerado de mercados de ámbito mundial, donde se transaccionan de forma incesante una diversidad de productos financieros cada vez más sofisticados: acciones, cambio de divisas, productos derivados, futuros, etc. Estas transacciones se realizan a gran velocidad con ayuda de programas informáticos. En este “casino global” no se pone el sol, como se decía del imperio de Felipe II. Así que perturbaciones locales y puntuales en alguno de esos mercados son susceptibles de propagarse con rapidez al conjunto del sistema a través de la red de información planetaria, adquiriendo dimensión y repercusiones insospechadas.

Años antes del vaticinio de Castells, Weitzel y Marchand (1991) son pioneros en realizar un estudio de caso de un acontecimiento de este tipo desde un punto de vista de gestión de la información, concretamente el crash bursátil norteamericano de otoño de 1987, con la mayor caída en un solo día del índice Dow Jones. Ellos consideran un mercado financiero (y un mercado en general) como un sistema de información donde los precios transportan continuamente información útil para la toma de decisiones. Se entiende en un régimen de funcionamiento normal.

Pero ciertas perturbaciones en un mercado pueden alterar el valor informativo de los precios, y ello puede provocar una dinámica de volatilidad donde la confusión se realimente. En este sentido, el suceso de 1987 fue el primer aviso serio de que los mercados de bolsa nacionales habían dejado de funcionar de forma estanca como en otras épocas. Es decir, podían verse afectados por el devenir en los mercados de acciones de otros países, o por otros acontecimientos cuyo vínculo no era fácil de establecer a priori. Más allá de los detalles concretos del crash de 1987, Weitzel y Marchand, apuntan consideraciones de interés general y actual:

- Un mercado financiero puede considerarse como un sistema regido por tres tipos de infraestructuras: tecnológicas, procedimentales y regulatorias. La falta de coherencia entre unas y otras pone en riesgo el sistema. Si el entorno sociotécnico es estable resulta más fácil mantener la coherencia entre los tres tipos de infraestructura, pero si es dinámico -y con novedades continuas-, la regulación queda obsoleta ante la nueva realidad y las nuevas prácticas de los implicados en el funcionamiento diario del mercado. En este sentido, cada vez resulta más difícil a los diversos actores implicados en la definición de estas infraestructuras que gobiernan los mercados hacer su función, pues ello requiere una diversidad de conocimientos y una capacidad para calibrar las repercusiones de la regulación. Esta dificultad creciente del papel de los reguladores en asuntos relacionados con el uso de las tecnologías de la información viene apuntada, de forma más general, por Lawson et al (2010).

- Un sistema es un conjunto de partes interrelacionadas para hacer una cierta función. La falta de una visión global del sistema, o dicho de otra forma, la falta de conocimiento de las interconexiones y de lo que estas suponen, constituye un grave peligro. En este sentido, Perrow (1999) apunta el concepto de Normal accidents, en sistemas altamente acoplados basados en la tecnología. En este tipo de sistemas una perturbación se propaga a gran velocidad, o incluso de forma abrupta como cuando se abre o cierra un interruptor. Ello puede llegar al extremo de la destrucción o transformación radical del sistema, lo que se llama un “cambio de fase” (Solé, 2009). Uno de los problemas en 1987 fue la falta de conciencia de interconexión entre el conjunto de los mercados, que conforman un conglomerado global. De forma que, por ejemplo, los cambios producidos en las horas nocturnas en los mercados globales que operaban las 24 horas, se reflejaban en la apertura de la bolsa estadounidense de forma abrupta, alterando el comportamiento de los programas informáticos que ayudaban a las transacciones, concebidos para gestionar un régimen de funcionamiento más lineal y continuo.

Respecto al estallido de 2008, sin disponer de una explicación exhaustiva, conocemos algunas aspectos sobre cómo se incubó. Por ejemplo, sabemos que en la gestión interna del sistema financiero se jugó con combinaciones de productos de nueva creación. Así, un conjunto de hipotecas podía ser “paquetizado” y comercializado de una entidad a otra, para facilitar su financiación y -en teoría- mejorar la gestión de riesgos. La idea de partida no era mala, y podía dar más juego al conjunto del sistema para asumir de forma compartida el riesgo, combinando la gestión de los previsiblemente buenos pagadores con los demás. Pero su utilización masiva y el encadenamiento de ventas y reventas entre diferentes entidades comportaron que los propios gestores perdieran la noción de los productos en juego y del riesgo consiguiente que asumían. Sobre ello podéis encontrar una explicación pormenorizada en el capítulo 1 del libro de Otte (2010). El autor centra la exposición del capítulo sobre la gestión business to business entre las entidades financieras en un contexto internacional.

Ahora bien, otra faceta de la crisis global de 2008 (oficializada en 2010 en nuestro país) es la gestión business to customer a nivel local. Para aproximarnos a ello no necesitamos consultar libros, basta con recapitular nuestra propia experiencia. Quienes tenemos cierta edad recordamos con nostalgia los tiempos en que los productos financieros de ahorro o de crédito eran fácilmente computables. Podías estar más o menos de acuerdo con las condiciones, pero sabías a qué jugabas. Disponías de un marco para tomar decisiones según tus circunstancias y tu carácter.

Hace tiempo que esto dejó de ser así. Los nombres y condiciones de los productos empezaron a cambiar con inusitada rapidez. Y bajo el glamour de un determinado nombre comercial, las condiciones eran difíciles de computar y se hallan sujetas a incertidumbres varias. Por ejemplo, se han ofrecido productos de ahorro a un año que proponían, o bien un interés atractivo si el IBEX-35 quedaba por encima de una cota determinada, o bien un 0% si no se alcanzaba esa cota. Curiosa oferta dirigida a un público objetivo que en su inmensa mayoría tiene una vaga idea de ese índice, y no digamos respecto a pronosticar su valor futuro. Por no hablar de hipotecas o de las llamadas participaciones preferentes.

¿Qué se ha hecho a nivel global después de estos desastres? Tal y como apunta Otte, inyectar dinero público en algunos bancos y seguir básicamente con las mismas reglas respecto al “casino global”. Sí hay ciertos movimientos respecto a la supervisión bancaria a nivel global, por parte del llamado Basel Committe on Banking Supervision, creado en 1974 y que periódicamente ha ido promulgando directrices de ámbito internacional. Las más recientes, denominadas Basilea III, son de 2010-2011 y tardarán años en implementarse. En lo que a nuestro sector profesional concierne, las directrices implicarán una mejora de los sistemas de información bancarios, en orden a que las propias entidades y las autoridades supervisoras puedan hacer análisis de riesgos más ajustados. Poner la gestión de la información al servicio de un mejor análisis de riesgos no es mala idea, si bien plantea dificultades prácticas considerables respecto a confidencialidad, interpretación y demás. Colegas que se dedican a los sistemas de información en este sector están contentos, pues prevén trabajo para años.

Ahora bien, podemos preguntarnos si cabría plantear vías adicionales sobre la gestión de la información en el sector financiero y bancario.

Por ejemplo, los productos de ahorro o de crédito dirigidos al usuario final podrían estar claramente etiquetados y tipificados, y administrados bajo cierto protocolo. Podrían incluir una clasificación clara y/o una checklist de sus características principales, o incluso alguna advertencia puntual. Más o menos como los medicamentos: nos puede resultar complicada la lectura de un prospecto, pero por lo menos establece orientaciones clave para el personal sanitario y los pacientes. Y pone a todos los implicados en situación respecto al riesgo que conlleva un manejo inadecuado.

Por otra parte, los productos financieros (ya sean destinados al usuario final o al intercambio entre las propias entidades financieras) podrían ser testeados previamente a su puesta en explotación, simulando su uso masivo en condiciones reales. Esos mismos modelos de simulación podrían facilitar la monitorización continua del sistema financiero global, poniendo de manifiesto las conexiones del sistema y los jugadores clave, y detectar de forma temprana perturbaciones potencialmente catastróficas. Este tipo de ideas se esbozan en Buchanan (2012). Nótese que las técnicas de simulación que se han venido usando hace años como ayuda al diseño de sistemas tecnológicos como una red de telecomunicaciones o la estructura de un edificio, requerirían de no pocas adaptaciones para su aplicación en sistemas sociotécnicos como los mercados financieros, donde el comportamiento humano en interacción con la tecnología es clave a la hora de manejar información y tomar decisiones.

Y también habría que considerar el refuerzo de los sistemas de trazabilidad, de reportvoluntario y anónimo a una autoridad independiente en caso de incidencias menores o de detección de riesgos potenciales, y los procedimientos y criterios para facilitar la investigación en caso de incidencia mayor. En línea de lo que se practica en aviación civil, discutido por Thomas y Helmreich (2002) para su posible aplicación en medicina. Sin embargo, parece que una investigación a fondo en nuestro país sobre lo acaecido no está en la agenda.

En todo caso, sean éstas u otras ideas, cabe plantear un mejor manejo de la información para la creación de una adecuada cultura de seguridad y que el sistema financiero global pueda ser considerado como altamente fiable, en la línea de lo que Pidgeon (1997) conceptualiza para todo tipo de organizaciones, lo cual está lejos de conseguirse. En este sentido, esta nota no pretende ser más que una breve aproximación a estas cuestiones. Ahora bien, todo apunta a que la prevención de futuras crisis requerirá la aportación de conocimiento no solamente desde el ámbito de la economía, sino también de otras disciplinas de las ciencias sociales, como la nuestra.

Referencias bibliográficas:

Buchanan, Mark. “Economics: Meltdown modelling”. Nature, 2009, n. 460 pp. 680-682, 2009.
http://www.nature.com/news/2009/090805/full/460680a.html

Castells, Manuel. La era de la información. Economía, sociedad y cultura. Vol. I La sociedad red. Madrid: Alianza Editorial, 1997.

Lawson, Judy; Kroll, Joanna; Kowatch, Kelly. The New Information Professional. Your Guide to Careers in the Digital Age. Lodon: Neal-Schuman, 2010.

Otte, Max. El crash de la información. Los mecanismos de la desinformación cotidiana. Barcelona: Ariel, 2010.

Perrow, Charles. Normal Accidents: Living with High Risk Technologies. Princeton: Princeton University Press, 1999.

Pidgeon, Nick. “The Limits to Safety? Culture, Politics and Man-Made Disaster”.Journal of contingencies and crisis management, 1997, v. 5, n. 1, pp. 1-14.

Solé, Ricard. Redes complejas: del genoma a Internet. Barcelona: Tusquets, 2009.

Thomas, Erich J.; Helmreich, Robert, L. Will Airlines Safety Models Work in Medecine? En: Rosenthal, Marylinn M.; Sutcliffe, Kathleen M. (ed.) Medical Error What Do We Know What Do We Do, pp. 218-234. San Francisco, Jossey-Bass, 2002.

Weitzel, John R.; Marchand, Donald A. The US Stock Market Crash of 1987: The Role of Information System Malfunctions. En: Horton, Forest W.; Lewis, Denis (ed.). Great Information Disasters, pp. 185-202. London: Aslib, 1991.
Cómo citar este artículo:
Cobarsí-Morales, Josep. “El sistema financiero como sistema de información manifiestamente mejorable”. Anuario ThinkEPI, 2013, v. 7, pp. ¿¿-??.

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