Hace más de 50 años, se demostró la existencia de los genes que predisponen al cáncer por la ganancia de función, permitiendo la identificación de los oncogenes. Después se verificó que también la pérdida de función de los llamados genes supresores de tumores, lleva al desarrollo de fenotipos cancerosos. Los mecanismos que conducen a estas situaciones no deseadas implicarían no sólo a causas genéticas (mutaciones) sino también a los códigos epigenéticos (regulación de la expresión de los genes) y su interacción con el ambiente. El resultado sería que las células pierden su comportamiento social y su potencial de auto-suicidio, ganando la capacidad de proliferar y crecer sin control así como la destreza de desplazamiento y de anidación en otros tejidos.
Como en muchos o en casi todos los aspectos de la biología humana, y de lo que la rodea, el correcto funcionamiento de un sistema vital complejo va asociado a la coexistencia y la regulación de los contrarios. En el caso que nos ocupa, lo podríamos plantear como una lucha entre los que empujan frente a los que frenan la proliferación y el crecimiento celular.
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