sábado, 18 de diciembre de 2010

Estambul, crisol cultural y étnico

Estambul, crisol cultural y étnico

Alex Escorihuela


22 Noviembre 2010
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Skyline de Estambul, desde la torre Gálata.
Quizá Estambul no sea hoy la capital del mundo que predijo Flaubert hace 160 años, pero merecería serlo. Orhan Pamuk apunta que la profecía del autor de Madame Bovary no pudo hacerse realidad tras la caída y desaparición del imperio otomano. Sin embargo, “el peso de las cenizas y las ruinas decrépitas del imperio hundido” no ha alterado lo que más cautivó al poeta normando: ese crisol cultural y étnico que pasea por unas zonas históricas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Un puente entre dos mundos
Estambul ha sido siempre un puente entre dos mundos, entre dos mares, entre dos continentes. El Bósforo, el estrecho de Estambul, divide la ciudad en dos partes, conecta el mar de Mármara con el mar Negro y separa Europa de Asia. Fue aquí donde Jason y los argonautas derrotaron a las Simplégades siguiendo la paloma enviada por Eufemo, hijo de Poseidón, y desde entonces las rocas Cianeas no han vuelto nunca a moverse para traquilidad de los 130 buques que diariamente navegan en la actualidad por la angosta “S” del estrecho. Fluyen y confluyen mercancías y gentes de todo el mundo en Estambul.
Dos puentes colgantes, Bosphorus y Fatih Sultan Mehmed, cruzan el Bósforo para unir Europa y Asia. Un estuario con forma de cimitarra vuelve a dividir la ciudad en el lado europeo: el Cuerno de Oro. Este puerto natural formado por una península separa el Estambul moderno del Estambul histórico, dos aspectos de la misma ciudad que vuelven a unirse gracias a tres puentes: el de Gálata, el de Atatürk y el puente Halic. Llegar a Estambul por mar, navegar por el Cuerno de Oro y acercarnos a puerto mientras contemplamos como el sol recorta las siluetas de las mezquitas es la mejor manera de enamorarse de la ciudad desde el primer momento.
En este enclave es donde se fundó la ciudad griega de Bizancio, la Puerta de Oriente según una medievalista concepción eurocéntrica del mundo. Algunos occidentales llegan imbuidos todavía por el falso mito exótico que pintaron los artistas orientalistas, una sensualidad que la decimonónica Europa toleraba públicamente sólo fuera de sus fronteras. Así, el harén del Palacio Topkapi es uno de los lugares más visitados por el turista que busca reminiscencias de aquellas odaliscas representadas por Ingres. Sin embargo, al margen del interés histórico o artístico de sus palacios, mezquitas, iglesias y museos, el visitante pronto se percata del principal regalo que ofrece Estambul: la riqueza de una multiculturalidad que se manifiesta en una convivencia real y cotidiana. Esta coexistencia diversa ha despertado las simpatías tanto en Europa como en el mundo árabe y ha convertido a Estambul en punto de encuentro donde conocer, ver y comprender realmente al otro.
Estambul, no Constantinopla
Como toda Grecia, Bizancio acabó bajo la tutela de Roma y, en el año 330, se convirtió oficialmente en Constantinópolis, residencia imperial de Constantino quien hizo enviar hasta allí numerosas obras de arte desde todas las provincias del imperio. Los habitantes del lugar, sin embargo, vivían en un lugar sin nombre y sin dueño; en la ciudad, eis tên polin o, lo que es lo mismo, Istanbul pronunciado por un turco.
Quizá, como cantan They Might Be Giants, Estambul nunca fue Constantinopla (ninguna ciudad pertenece exclusivamente a sus gobernantes) pero es indiscutible que la huella bizantina marcó profundamente su carácter. La iglesia de Santa Sofía o de la Divina Sabiduría, por ejemplo, es hoy un museo que muestra al mundo el esplendor del arte bizantino y, frente a ella, la Mezquita Azul surge también como culminación y mezcla arquitectónica de dos siglos de evolución de la iglesia bizantina y la mezquita otomana.
La islámica Estambul, muestra orgullosa su pasado, sus vinculaciones con la civilización occidental y crea en Sultanahmed una de las plazas más emblemáticas del mundo gracias a los dos fantásticos templos que se alzan en ella compitiendo en belleza y a la diversidad cultural y civilizacional de sus paseantes. Comercio, mercadeo y turismo conforman un paisaje cosmopolita único que impregna el lugar de un aire de tolerancia y libertad ejemplares.
Santa Sofía, la Cisterna de la Basílica o Palacio Sumergido y otros monumentos como el Acueducto de Valente, el Museo de los Mosaicos o la famosa Torre Gálata nos recordarán que desde siempre Turquía ocupó un lugar importante en el nacimiento de la civilización occidental. No, Estambul no es Constantinopla, pero nosotros sí, nosotros somos estambulitas.
Apuntalando el cielo
Constantinopla fue conquistada por los turcos en 1453 en pleno ocaso de la Edad Media y pasó a formar parte del Imperio otomano. El cambio cultural y religioso de la ciudad durante este período fue completo. El islamismo se impuso en la ciudad y aunque muchas iglesias se conservaron, otras se convirtieron en mezquitas. Cada sultán construía una mezquita para conmemorar su reinado, pero también las madres y esposas de los sultanes contribuían en la construcción de nuevos templos y, así, infinidad de minaretes acabaron apuntalando el cielo de Estambul confierendo a la ciudad un encanto singular. La Mezquita del sultán Ahmed o Mezquita Azul (la emblemática rival en belleza de Santa Sofía), la de Beyazid o Mezquita de las palomas (con numerosas inscripciones del gran calígrafo Seyh Hamdullah), la de Süleymaniye (el espectacular encargo de Suleiman I el Magnífico) o la Mezquita Nueva o Yeni Cami (integrada en una de las vistas más emblematicas de la ciudad) destacan especialmente por su magnificencia. No es de extrañar que árabes y musulmanes estén fascinados por Estambul y la visiten asiduamente. El creciente número de visitantes árabes e iraníes en calles y museos es una realidad patente. Si Alá es grande y misericordioso, Estambul es comprensiva y, por añadidura, tolerante.
Notas en blanco y negro
La República en Turquía se estableció de la mano de Mustafa Kemal Atatürk en 1929 tras la Guerra de Independencia Turca. La mayoría de los turcos ven a Atatürk como padre y salvador de su país pero también hay sectores que lo acusan de ser un “extremista secular”. En cualquier caso, la europeización de Turquía se impuso con leyes y reformas que orientarán al país hacia una modernización industrial basada en principios ideológios nacionalistas, estatistas, populares, republicanos y laicos “tutelados” por el ejército. Aunque los derechos de los ciudadanos turcos se han visto incrementados (la mujer, por ejemplo, adquiere el derecho al voto en 1934, mucho antes que algunos países europeos) todavía hay aspectos como la libertad de expresión o el papel intervencionista de los militares que tienen mucho camino por recorrer desde un punto de vista democrático.
Un omnipresente retrato de Atatürk aparece en los locales de la administración y en numerosas tiendas y restaurantes; esta imagen acompaña ciertas estampas costumbristas como artesanos trabajando en las calles, gentes conversando frente a los portales, niños recogiendo envases de plásticos, carretas de fruta o flores arrastradas por hombres, autobuses anticuados abarrotados… Un amalgama de escenas que despierta el recuerdo de una Europa de posguerra fotografiada en blanco y negro y que contrasta con la rutilancia de los nuevos rascacielos o las nuevas vanguardias artísticas que podemos encontrar en galerías de arte contemporáneo o en el Istanbul Modern Art Museum. Progreso y tradición, riqueza y pobreza, ocio y trabajo coexisten en las calles de Estambul insistiendo en su permanente carácter dual.
Sonidos, sabores, olores, colores
En nuestro paseo por Estambul oímos al almuecín llamar a oración por altavoces repartidos estratégicamente por la ciudad. El vendedor de helados golpea las campanillas de su puesto para llamar nuestra atención. El tranvía tintinea con fuerza para avisarnos de su presencia mientras un taxista también hace sonar el claxón recordando al paseante la posibilidad de desplazarse en aquel vehículo. Por encima del rumor de una animada conversación, las fichas de backgammon golpean el tablero en un gesto de determinación. El vendedor de maíz tostado insiste con su voz en lo que el aroma de su puesto ya nos explica. Guardianes del hamman nos invitan a descubrir las excelencias del baño turco y políglotas vendedores de alfombras nos ofrecen tentador té y conversación. Los camareros nos alertan sobre el espacio que guardan para nosotros acompañado del mejor plato mientras el tanbur y el ud suenan melódicos.
Reverberan muchos de estos sonidos en las paredes del Gran Bazar, uno de los templos al comercio más grandes del mudo y lugar donde el visitante adquiere conciencia de estar en una megalópolis.
Colores y aromas se funden con intensidad para deleite de los sentidos en el Bazar de las Especias. Los puestos de kebab lanzan a la calle su aroma especiado; el humo de la brasa anuncia la presencia de buen pescado en los alrededores del Bósforo, y en las terrazas, el vapor del té caliente (negro o de manzana) se mezcla con el del también arómatico tabaco de narguile.
Por la noche, las tiendas de lámparas refulgecen con intensidad; los neones de los restaurantes tiñen con sus reflejos ondulantes las aguas del Bósforo y las mezquitas iluminadas continúan compitiendo en belleza mostrando su figura recortada por la oscuridad.
Miramos y admiramos un Estambul que nos acompaña en el descubrimiento del otro y nos sorprende mostrando una imagen inesperada de nosotros mismos.
ESTAMBUL EN EL CINE
Estambul (1943) de Norman Foster Orson Welles y Joseph Cotten en un thriler de espías ambientado en la ciudad de Estambul.
Drácula Istanbul’da (1953) de Mehmet Multar La única película del conde ambientada en una ciudad islámica.
Desde Rusia con amor (1963) de Terence Young. James Bond Connery viajará hasta Estambul para resolver una nueva misión.
Topkapi (1964) de Jules Bassin. Un grupo de ladrones de guante blanco planea el robo de la daga de oro del Palacio de Topkapi.
Estambul 65 (1965) de Antonio Isasi-Isasmedi. Una bella agente del FBI investiga la desaparición de un eminente profesor en Estambul.
Asesinato en el Orient Express (1974) de Sydney Lumet. Basada en la novela de Agatha Christie. Poirot viaja en ferry criuzando el Bósforo antes de coger el tren.
El puente sobre Estambul (1975) de Maximillan Schell. Intriga criminal de complejas implicaciones morales ambientada en Estambul.
La pasión turca (1994) de Vicente Aranda. Desideria viaja a Estambul con unos amigos y descubre erotismo y pasión de la mano de un guía turco.
Hamah, el baño turco (1997) de Ferzan Ozpetek. Bella historia de amores y rencores en Estambul.
Un toque de canela (2003) de Tassos Boulmetis. Un profesor de astrofísica regresa a su Estambul natal después de años de exilio en Grecia.
Cruzando el puente: los sonidos de Estambul (2005) de Fatih Akin.
Un músico y compositor europeo viaja hasta Estambul para descubrir su diversidad musical.

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