No habría que insistir mucho en el valor expresivo del silencio sino fuera por la compartida tendencia a olvidarlo. Recordar los beneficios de callar fue lo que se propuso un clérigo francés del siglo XVIII
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Al escribir su Historia de la locura en la era clásica, Michel Foucault se vio ante la paradoja de abordar lo que está fuera de lo racional desde un pensamiento signado por el cartesianismo. En su ardorosa defensa de lo irracional se vio ante la quimera de explicarla.
Dos siglos antes, otro francés, el clérigo Antoine Dinouart se vería ante cuestión semejante al proponerse compendiar lo que sería una preceptiva del arte de callar: ¿cómo hablar de un arte que consiste precisamente en no hablar?
Obvio, la tarea intelectual del abate Dinouart, no ofrecía la monumental dificultad de la empresa de pensamiento de Foucault. En realidad, para aquel religioso que, como muchos en el siglo XVIII, era muy dado a la vida mundana, su obra sería más bien el necesario complemento al arte de la elocuencia, la retórica.
Eran tiempos los que le tocaran en vida al religioso, de la turbulencia intelectual previa a la Revolución Francesa, de consolidación del individualismo y de precisamente la razón cartesiana, y en consecuencia de pérdida de poder y ascendencia de la Iglesia, en los que la elocuencia de filósofos y pensadores políticos tal vez llegaba al extremo del abuso, el desbordamiento, la obcecación; un ambiente en demasía ruidoso que lo llevó a escribir: “La furia por hablar y por escribir sobre la religión, sobre el gobierno, es como una enfermedad epidémica, que afecta a un gran número de cabezas entre nosotros. Tanto los ignorantes como los filósofos del día han caído en una especie de delirio”. La coincidencia que pueda observarse en la Venezuela del presente no es casual. La tal epidemia parece haber replicado ahora en este país.
Un cura de mundo
A juzgar por los datos aportados por sus biógrafos, el abate Dinouart no era precisamente una personalidad religiosa recogida en el silencio espiritual. No era para nada silencioso, sino más bien dado a departir, plácido y entusiasta, con el mundo laico y a dejarse llevar por las mundanales tentaciones, aparte de ser un polígrafo que publicó con cierto frenesí obras propias y ajenas. Escribió mucho sobre una materia más bien vedada a los curas: el sexo femenino. Y en 1749 publicó para disgusto del obispado un opúsculo titulado Le triomphe du sex (El triunfo del sexo).
Si se puso a escribir un arte de callar, no fue impelido por un ansia mística, sino por la muy concreta y política necesidad de defender la religión en un mundo cada vez más descreído. En 1771 publica L’Art de se taire principalement en matière de religión (El arte de callar principalmente en materia de religión).
J.J. Courtine y C. Haroche, en un estudio de la obra incluido en la edición en castellano (Siruela, 2007) establecen: “La publicación en 1771, de El arte de callar es un acto político, una llamada al orden, en el sentido más fuerte del término.
Los autores de este estudio señalan que el manual de Dinouart deviene entonces en “una ética del silencio en la palabra y la escritura”, lo que resulta muy a propósito no solo para los religiosos, sino en general para todo aquel que tenga en la elocuencia una profesión, a saber los políticos y los disertadores de la política.
Dinouart discierne los muchos significados que anidan en el callar, cuando el sonido de la voz cede el paso a la acción del cuerpo, “la elocuencia del cuerpo” que debe ser controlada tanto como la palabra dicha.
Y así propone una preceptiva con principios tales como: “Solo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio; o “No hay menos debilidad o imprudencia en callar cuando se está obligado a hablar que ligereza e indiscreción en hablar cuando se debe callar”.
Para aquellos que en vista de su profusa figuración pública tienden al desbordamiento verbal, asienta una máxima: “El hombre nunca es más dueño de sí que en el silencio: cuando habla parece, por así decir, derramarse y disiparse por el discurso, de forma que pertenece menos a sí mismo que a los demás”.
En cualquier caso, el tópico de aquellos hombres que dicen deberse a lo público, no significa que se deban menos a sí mismos, sobre todo, por consideración a los demás.