El primero fue un paciente de Ceuta que viajó a Barcelona para que se le implantara un desfibrilador. Ya han pasado 30 años de este hito médico en España y desde aquel 16 de junio de 1984 los desfibriladores han llegado para quedarse y han supuesto una mejoría en la calidad de vida de aquellas personas que lo necesitaban. "En los primeros años hablábamos de resucitar al paciente, un concepto totalmente novedoso", apunta Antoni Bayes, el primer español que implantó un desfibrilador en el hospital San Pablo de Barcelona. Se trataba del 'milagro de la resucitación', señala Concepción Moro, puesto que tras una muerte súbita, gracias a la acción de este aparato, se 'vuelve a la vida' en unos pocos segundos. "Algo ciertamente parecido al milagro de Lázaro", compara esta cardióloga cuyo equipo del hospital Ramón y Cajal de Madrid fue uno de los pioneros en España.
Hasta esa fecha existían los desfibriladores externos, aparatos que producen una descarga eléctrica sobre el tórax de una persona que ha sufrido una parada cardíaca; sin embargo, señala Moro, fuera de un hospital la persona que experimentaba una fibrilación ventricular seguía muriendo súbitamente, porque resultaba imposible revertir la arritmia antes de que se produjera el daño cerebral irreversible. "Necesitábamos urgentemente algo para prevenir estas muertes", recuerda Bayés. El concepto de desfibrilación no era nuevo, asegura este experto que actualmente trabaja en el Hospital Quirón de Barcelona, pero "muchas personas seguían muriéndose por la calle".
Fue un médico polaco llamado Michel Mirowski el primero en tener la genial idea de diseñar un dispositivo implantable que permitiera evitar la muerte súbita cardiaca. La idea le vino a la cabeza tras la dolorosa experiencia de perder un amigo que sufrió una muerte súbita e inesperada. La muerte súbita, explica la doctora Moro, sigue siendo frecuente: se estima una incidencia en Europa, similar a la de EE.UU., de 350.000 episodios anuales. La causa principal del 75-80% de los casos es la arritmia más letal que puede darse en el corazón, la fibrilación ventricular.
La fe y el empuje de este médico polaco, sumado a la tecnología, permitieron el desarrollo de un desfibrilador miniaturizado. Hay que recordar, explica Moro, que en la década de los 80, ya existía una larga experiencia con los marcapasos, aparecidos en la década de los sesenta y que servían para controlar los ritmos cardiacos anormalmente lentos. El nuevo dispositivo estaba enfocado a tratar los ritmos cardíacos rápidos y malignos, como la fibrilación y la taquicardia ventricular. Los primeros dispositivos, recuerda Bayés, eran muy grandes y se implantaban en el abdomen y mediante unos cables se conectaba con el corazón. "Ahora son muchos más pequeños", asegura Jerónimo Farré, otro de los pioneros en implantar desfibriladores en España. "Se ha avanzado mucho en la miniaturización, todo es ahora mucho más pequeño que hace 30 años", comenta el experto de la Fundación Jiménez Díaz.
¿CÓMO FUNCIONAN?
Los desfibriladores reciben una señal eléctrica continua con información del ritmo cardiaco del paciente y cuando es necesario, por una arritmia, producen una descarga de forma automática. Ahora bien, señala Moro, "administrar un choque eléctrico sobre el corazón no es inocuo y además es doloroso. Es decir, aplicar choques sin que el paciente lo necesitara no es gratuito, pero todavía podía ser más grave la situación opuesta, es decir que el paciente iniciara la fibrilación ventricular y el dispositivo no la tratara, por no reconocer la arritmia".
Fue en 1980 cuando se implantó el primer desfibrilador en un paciente. Comenzaba así la experiencia clínica con el denominado desfibrilador automático implantable. Los pioneros, la Universidad John Hopkins, plantearon un estudio en todo el mundo en el que participaron dos centro españoles: el hospital Santa Cruz y San Pablo de Barcelona y la Fundación Jiménez Díaz en Madrid. El estudio finalizó con resultados muy positivos y en 1985 se aprobó su uso en el mundo. Desde entonces, la eficacia de este dispositivo para evitar la muerte súbita se ha consolidado y son ya millones de personas los que los llevan.
La evolución del desfibrilador en estos 30 años ha sido imparable: más pequeños, más eficaces y más selectivos, comenta Moro. "De la zona abdominal han pasado a alojarse debajo de la clavícula, como cualquier marcapasos convencional; de precisar una operación quirúrgica con anestesia general para su implante, hoy es todo mucho más sencillo. Así al simplificarse el implante, se ha pasado de tener una mortalidad del 4% a una por debajo al 1%". Además, explica Moro, desde hace unos pocos años existe también la posibilidad de implantar un desfibrilador con un sistema totalmente subcutáneo, tanto para la detección como para el tratamiento de las arritmias del paciente. Los dispositivos actuales, explica Bayés, son multiprogramables y tienen algoritmos de detección cada vez mas sofisticados e inteligentes. Pero, asegura el cardiólogo catalán, "debemos ir reduciendo las infecciones y perfeccionar para evitar las descargas inapropiadas". Porque, comenta, "todavía hay personas que se mueren a pesar de los desfibriladores". En este sentido Farré comenta que uno de los retos es la identificación precisa de aquellas personas que debería portar un desfibrilador. Actualmente, apunta por su lado Moro, los principales candidatos a recibir un desfibrilador automático son: personas que ha tenido arritmias o infartos previos, como una vía de prevención secundaria en persona mayores; personas con miocardopatías, hipertrofias o síndromes coronarios, que generalmente son más jóvenes, y en pacientes añosos son corazón desgastado.
En España, según el Registro Español de Desfibrilador Automático Implantable de 2012, se ponen unos 4.000 dispositivos al año, cifras inferiores a las de otros países que no quiere decir que se está haciendo peor. "Se puede decir que lo estamos haciendo mejor al ser más conservadores y seleccionar mejor a los pacientes", indica Farré. Numerosos estudios clínicos han comprobado la superioridad de los desfibriladores sobre los fármacos antiarrítmicos en la prevención de la muerte súbita en sujetos considerados de alto riesgo. Asimismo, el coste/eficacia de esta terapia ha sido analizada repetidamente dado el alto precio de estos aparatos y siempre la conclusión de estos estudios ha sido favorable a los desfibriladores.
Otro tema es el coste. "No son baratos -asegura Moro-, aunque afortunadamente estamos muy lejos de los 4 millones de pesetas (24.000 euros)". Hoy en día su coste está en torno a los 18.000 euros, "pero hay que añadir que no son para toda la vida: hay que renovarlos cada 4 o 5 años", afirma la cardióloga. Bayés concluye que "los avances tecnológicos no tienen fin2. Así, los dispositivos serán cada vez más complejos y reducidos, pero permitirán "tratar y diagnosticar al mismo tiempo", controlar a los pacientes "a distancia" y mejorar no solo la calidad de vida, sino también "la esperanza de vida de los pacientes".
Autor: R. Ibarra
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