domingo, 26 de diciembre de 2010

El chocolate se acabará en 20 años


El chocolate se acabará en 20 años

Pues eso, que el chollo se acaba señores. Una nueva droga legal podría desaparecer de nuestro entorno en sólo 20 años. El chocolate. El sustituto del amor. El placer pecaminoso. El llamado prozac vegetal.
El problema es que cada año que pasa consumimos más cacao del que se produce, y la tendencia es que más tarde o más temprano terminará acabándose. ¿La razón? Su cultivo no sale tan rentable como plantar otros productos o dedicarse a oficios más estables en el sector servicios. De esta forma, los pequeños productores al Oeste de África cada vez están plantando menos cacao.
Las estimaciones dicen que en 20 años será tan raro y caro como el caviar y que muy poca gente podrá permitírselo. Por otro lado las compañías Hershey y Mars ya están trabajando con el genoma del cacao para crear plantaciones más resistentes y productivas.

Algo que esperamos que funcione, porque, como se podía leer en una de las aventuras de Charlie Brown: “una buena manera de olvidar una historia de amor es comerse un buen pudin de chocolate.
La feniletilamina, neurotransmisor liberado por el chocolate, induce la secreción de dopamina, otro neurotransmisor responsable de la capacidad de desear algo y de repetir un comportamiento que provoca placer. También induce a la producción de norepinefrina y oxitocina, mensajeros químicos del deseo sexual. También contiene anandamida, otro neurotransmisor que activa la secreción de dopamina y produce efectos de euforia similares a los de la marihuana.
Vía | Gizmodo

Se acabaron las agujas: nuevo método para medir la glucosa sin necesidad de extraer sangre


Se acabaron las agujas: nuevo método para medir la glucosa sin necesidad de extraer sangre

La sensación de pensar que nos tienen que clavar una aguja en el brazo para extraernos sangre se podría acabar pronto. Al menos cuando nos quieran medir los niveles de glucosa. ¿La alternativa? La luz. Concretamente laEspectroscopia Raman.
Los pacientes de diabetes tipo 1 podrían controlar su enfermedad gracias a este equipo del Laboratorio de Espectroscopia del Instituto de Massachussets, tras 15 años de investigación. La máquina usa tecnología de luz no invasiva para medir los niveles de glucosa en sangre escaneando el brazo o el dedo del paciente con infrarrojo cercano.
El dispositivo, entonces, distinguiría los componentes químicos identificando la frecuencia de vibración de los enlaces de las moléculas. El infrarrojo no penetra más de un milímetro por debajo de la piel, de modo que en realidad no mide la glucosa en la sangre, sino el nivel de glucosa en el fluido intersticial que rodea las células.

Pero gracias a un algoritmo es posible calcular, con este nivel, los niveles de glucosa en sangre.
Como toda nueva tecnología, tiene aún sus limitaciones, puesto que si el paciente consume glucosa o algún producto azucarado, tomaría aproximadamente unos 10 minutos para que el nuevo nivel de glucosa se vea reflejado en el fluido intersticial. Pero este obstáculo ha sido se está superando gracias a la medición a través de un método de cálculo llamado doble Corrección de Concentración Dinámica.
Vía | Sólo Ciencia

¿Por qué existe el arte?


¿Por qué existe el arte? (I)

Existe un pájaro de Australia y Nueva Guinea al que podríamos llamar pájaro Número 9, aunque su verdadero nombre sea tilonorrinco. Lo podríamos llamar Número 9 porque hace unos años, un inversor mexicano batió el récord mundial de una subasta de pintura al pagar más de 109 millones de euros por Número 9, de Jackson Pollock.
Así pues, podemos considerar Número 9 como el epítome del arte y de todos sus efectos y consecuencias en el ser humano. El tilonorrinco representa lo mismo en el mundo de la ornitología, pues los machos de esta ave construyen complicados nidos que decoran exagerada y fútilmente con diversos objetos, como orquídeas, conchas de caracoles, bayas y cortezas de árbol. Algunos de ellos incluso pintan literalmente esas enramadas con residuos de frutas que regurgitan, empleando hojas o cortezas a modo de pincel.
Hasta aquí, los paralelismos entre el arte humano y el arte ornitológico son sorprendentes, pero también lo son en sus implicaciones psicológicas y sociales: las hembras de tilonorrinco valoran los nidos y se emparejan con los autores de las creaciones más simétricas y más profusamente ornamentadas. De igual modo, los pintores, escritores o músicos humanos, por el hecho de serlo, tienen más éxito social y sexual.
Tanto el acto creativo, como las derivaciones de éste (éxito social o sexual, placer estético, competencia artística, etc.), parecen regirse entonces por los parámetros de la selección natural. El arte, básicamente, funcionaría de la misma manera que lo hace la cola de un pavo real: como reclamo que demuestra que existe una buena dotación de genes.

Por supuesto, todo ello ocurre lejos de nuestra conciencia, a nivel freático. Si al pájaro Número 9 le preguntáramos por qué invierte tantos recursos en su nido, al igual que cualquier otro artista humano respondería que su interés no pasa por obtener prestigio social o una pareja sexual más interesante sino quesiente la necesidad irresistible de expresarse de ese modo, de jugar con el color y la forma, de explorar su sensibilidad y comunicarla al mundo.
Obviamente, si el tilonorrinco o Picasso jamás admitieron la motivación profunda de sus inclinaciones artísticas fue porque la naturaleza nunca necesitó que supieran el motivo de esas inclinaciones, como tampoco les reveló la razón de que sintieran la necesidad de comer determinados alimentos y no otros de una manera bastante regular y continuada.
Por ejemplo, podemos constatar que el gusto químico empieza en el momento de nacer o poco después: los recién nacidos prefieren soluciones azucaradas a agua sola, y en el siguiente y estricto orden de preferencia: sucrosa, fructosa, lactosa y glucosa. Los recién nacidos, asimismo, rechazan las sustancias ácidas, saladas o amargas, y responden a cada una de ellas con expresiones faciales universalmente reconocibles.
De igual modo, en el plano estético también nacemos equipados con plantillas semejantes a las del gusto químico: podemos constatar que, diez minutos después de nacer, nos fijamos más en diseños faciales normales dibujados en carteles que en diseños anormales, por ejemplo. O se tiende a prestar más atención a formas simétricas que a formas asimétricas.
En la siguiente entrega de este artículo ahondaremos en ello.



¿Por qué existe el arte? (II)

Actualmente se conoce con bastante precisión cómo funciona el proceso de la digestión, e incluso por qué preferimos asimilar grasas antes que otras sustancias, pero ello no ha hecho desaparecer nuestra afición por la gastronomía, por elaborar recetas o por acudir a restaurantes.
Nos deleitamos con un plato bien cocinado sin cuestionarnos si nuestras papilas gustativas sólo encuentran sabroso lo que es rentable a nivel metabólico. Incluso los conocimientos obtenidos sobre el tema han permitidoelaborar dietas hipocalóricas en un contexto donde los alimentos muy calóricos ya no escasean como antaño; es decir, han hecho que la gente sea más responsable para con su alimentación y que no se deje llevar por el simple capricho, como por ejemplo postulaba De la Mettrie, médico y autor del ensayo El hombre máquina (1748):

El ser humano debe gozar de los placeres carnales y disfrutar de la repostería trufada hasta la saciedad. De la Mettrie llevó a la práctica su teoría y no tardó en fallecer por el empacho.
Todo ello debería despejar cualquier recelo a la hora de escudriñar científicamente las razones adaptativas que llevaron a Picasso a pintar como pintaba (aunque él nunca lo sospechase). Un conocimiento científico del arte no sólo no devaluará el arte sino que contribuirá a su desarrollo, como ha sucedido con la gastronomía. La ciencia no arranca la magia de las cosas, sino que las dota de una magia más interesante, compleja y enriquecedora. Y el hecho de que un pájaro se sienta invadido por una pulsión artística como la de cualquier creador humano refuerza la idea de que el arte no es una manifestación ajena al escrutinio científico.
Con todo, el estudio del arte desde un punto de vista científico resulta bastante más esquivo que el estudio de la digestión. Porque el arte es sin duda un rasgo marcado por la selección natural, pero a la vez es un invento de profundas raíces biológicas como lo son la religión, la lengua o las estructuras sociales, sin duda rasgos humanos mucho más complejos que la digestión.
De momento sólo se dispone de un puñado de teorías biológicas acerca del florecimiento del arte en la cultura humana. La más aceptada es la que postula que el arte sería un subproducto de otras tres adaptaciones biológicas: el ansia de estatus, el placer estético de experimentar con objetos y entornos adaptativos y la capacidad de diseñar artefactos para obtener los fines deseados.
El ansia de estatus ya se ha mencionado: a raíz de la reproducción sexuada, tuvo que nacer aparejada una manera de calibrar cuán óptimo es genéticamente una pareja sexual potencial. Además de las evidentes muestras de salud, fuerza o fertilidad, nació algo así como el marketing biológico: la promoción e incluso la exageración de los rasgos deseables por el otro sexo a fin de persuadirle de que se es la pareja más apropiada. Así nacieron los pintalabios o los comportamientos imprudentes, que no son más que publirreportajes de luz, sonido y aroma para atraer y seducir a la posible pareja.
La cola de un pavo real, por ejemplo, es un anuncio que expresa tácitamente: soy capaz de generar este espectáculo visual, arrastrarlo a todas partes a pesar de que lastra mis movimientos y, además, sigo vivo y sano, y he conseguido escamotear a los depredadores, lo cual debe demostrar que dispongo de una cantidad de recursos tan enorme que puedo despilfarrarlos de este modo tan esencialmente inútil e imprudente.
Bajo es misma premisa, por ejemplo, se podría explicar la razón de que una fresa sea tan roja, como unos labios femeninos pintados, tal y como señala Ulrich Renz:
La fresa también ejerce en cierto modo de objeto sexual y se presenta al transeúnte con su color rojo, provocativo y apetitoso, con el objeto de poner en circulación sus semillas.
Seguiremos en la siguiente entrega de esta serie de artículos sobre los fundamentos científicos del arte.



¿Por qué existe el arte? (III)

El arte es la demostración de que se dispone de recursos adaptativos: habilidad, creatividad, inteligencia, tiempo suficiente para despilfarrarlo en creaciones inútiles para la supervivencia. Y también la exhibición de estímulos supernormales, la exageración de las cualidades.
Volviendo a la ornitología, la gaviota adulta hembra tiene una mancha anaranjada en su pico que los polluelos se dedican a picar instintivamente para estimular a la madre a regurgitar y así alimentarles. Niko Tinbergendemostró que los polluelos picaban con más intensidad un modelo exagerado de la mancha anaranjada de la gaviota, aunque esa exageración fuera imposible en la naturaleza.
Las manifestaciones artísticas serían los estímulos supernormales mejor explotados por los seres humanos: la música, por ejemplo, es una experiencia auditiva intensificada y purificada que sobrestimula la corteza cerebral, tal y como ha señalado Pascal Boyer. Los colores saturados de las pinturas hacen lo propio.
Y también los memes de un libro, que no dejan de ser semillas que anhelan ponerse en circulación. Semillas generadas por cerebros que desean germinar en otros cerebros, como genes culturales.
Según el estado actual de las ciencias del comportamiento, el ser humano es la única especie que practica la verdadera imitación. Y precisamente la imitación es nuestra gran conquista evolutiva: la imitación nos sirve para asumir inmediatamente, sin perder el tiempo en tanteos, aquellas soluciones a problemas complejos que otros hallaron antes que nosotros.

Pero esta imitación no debe de ser mecánica, en modo zombi, sino una imitación avispada, capaz de descartar los detalles superfluos de los sustantivos. Un buen imitador (si volvemos a la analogía gastronómica) es aquél que puede copiar la esencia de una receta de cocina y no la receta al pie de la letra: de este modo podrá adaptarla a sus propias necesidades o a los ingredientes disponibles; incluso podrá mejorarla. Es decir, la receta es orientativa y flexible aunque el resultado sea fundamentalmente el mismo.
En ese sentido, cabe deducir que una persona que posee una capacidad de imitación muy afinada es sencillamente una persona con una gran capacidad de supervivencia. El sexo contrario anhelará reproducirse con un ejemplar así a fin de que la descendencia también se vea favorecida por esa capacidad de mimesis. Pero ¿cómo saber si una persona es un imitador competente? ¿Cómo detectar a alguien capaz de capturar mejor los memes? Un buen atajo es fijarse en un artista.
El artista de éxito, generalmente, es aquél que ha sido capaz de imitar lo sustantivo de sus antecesores artísticos para recombinarlo de tal forma que resulte original y atractivo, y sobre todo digno de ser imitado a su vez por los sucesores. Ésta, pues, sería la explicación memética de que un actor bajito y feo como Charles Chaplin tuviera tanto éxito con las mujeres.
Por último, el arte también nació por el placer estético de experimentar con objetos y entornos adaptativos y la capacidad de diseñar artefactos para obtener los fines deseados. ¿Qué es un entorno adaptativo? Por ejemplo, un paisaje amplio y luminoso desde el interior de una cueva (un lugar en el que nos sentimos protegidos y disponemos de una panorámica del exterior a fin de poder detectar cualquier atisbo de amenaza).
Basta con echar un vistazo a la historia de la pintura para descubrir muchos paisajes de similares características en lienzos de todo el mundo. En general, el ser humano, desde su nacimiento, presta más atención a rasgos del mundo visual que indiquen seguridad, inseguridad o hábitats cambiantes, con o sin vistas panorámicas, verdor, agrupamiento de nubes o puestas de sol. Lo mismo sucede en el plano auditivo: el trueno, el viento, el borbolleo del agua, el canto de las aves, las pisadas, los latidos de un corazón: todos ellos son sonidos que tienen peso emocional porque proceden de sucesos a los que vale la pena prestar atención; y por eso, tal vez, la esencia de muchos ritmos musicales no sea más que plantillas simplificadas de estos evocativos sonidos medioambientales.
De manera más completa, V. S. Ramachandran y William Hirstein elaboraron algo así como las ocho leyes de la experiencia estética en un estudio aparecido en 1999 : los elementos exagerados atraen la atención; aislar una sola pista visual permite concentrar la atención; la agrupación de las percepciones destaca los objetos del fondo; el contraste da más fuerza; la solución de problemas visuales da más fuerza también; un punto de vista único es sospechoso; las metáforas o juegos visuales realzan el arte; y la simetría es atractiva.
Por otro lado, todos estamos capacitados para diseñar herramientas y disfrutamos usándolas. Si unimos el deleite que nos produce la armonía de determinadas formas con la necesidad de construir una casa, ahí tenemos un el desarrollo artístico de la arquitectura o la ebanistería, por ejemplo.



¿Por qué existe el arte? (y IV)

Para finalizar, y volviendo a la analogía gastronómica, debemos asumir que un estudio más profundo del arte podría revolucionar el mismo concepto de arte, catapultándolo a un estadio mucho más maduro.
Ésta es la razón por la que obligamos a los niños a comer frutas o verduras, porque hay abundancia, tanto de recursos alimentarios como de conocimientos sobre los mismos. Una revolución pareja debería producirse en el ámbito del arte, una revolución impulsada por la acumulación sistemática de conocimientos que fundamenten las bases biológicas del arte a fin de responder con mayor claridad a preguntas apremiantes del tipo:
¿Qué es arte y qué no lo es? ¿Por qué hay obras que triunfan y otras no? ¿Tiene sentido el ejercicio de la crítica tal y como la conocemos actualmente?
Unas preguntas que precisan de respuestas maduras que impliquen diversas ramas de la ciencia, como la neurobiología, la genética o la psicología evolutiva. Respuestas, en suma, que desenreden el puñado de mitos y opiniones subjetivas o mercantilistas que han marcado el significado del arte en todas las culturas del mundo.
Y sólo entonces el arte adquirirá una entidad universal, tal y como sucedido en otro rango con la física, por ejemplo.

Si algún día nos visitaran extraterrestres inteligentes, probablemente no encontrarán nada interesante en las obras de Shakespeare o en la música de Mozart. Y con toda seguridad, su expresión artística, de tenerla, en nada se parecerá a la nuestra.
Pero si dichos extraterrestres han descubierto la energía nuclear y las naves espaciales, conocerán las mismas leyes que conocemos nosotros. La física de cualquier ser inteligente de cualquier planeta del universo podría traducirse isomórficamente, punto por punto, de conjunto a punto, y de punto a conjunto, en una notación humana.
Un enfoque científico del arte, que enmendara por fin la brecha entre cultura artística y cultura científica, conseguiría algo similar: otras inteligencias seguirían sin asimilar la narrativa de Shakespeare, pero sin duda comprenderían las razones subyacentes, meméticas, evolutivas y otras, que influyeron e impulsaron a Shakespeare durante muchos años a llenar cientos de pergaminos con manchas de tinta.
Vía | La ciencia de la Belleza de Ulrich Renz / Cómo funciona la mente de Steven Pinker / Consilience de Edward O. Wilson

¿Los chinos son realmente más parecidos entre sí que nosotros?


¿Los chinos son realmente más parecidos entre sí que nosotros?

Cuando contemplamos un grupo e orientales no podemos evitar sentir que todos tienen la misma cara (y que todos se apellidan Lee), pero ¿hasta qué punto esto es cierto? ¿Existe mayor homogeneidad fisonómica entre los asiáticos?
La respuesta que se ha dado hasta ahora al hecho de que, por ejemplo, los europeos no distingan con precisión a los chinos, se conoce como el “efecto de otras razas” (ORE, según sus siglas en inglés). Este efecto se produce porque los rasgos de los asiáticos son muy distintos a los de los occidentales y por eso, al no estar acostumbrados a ellos, éstos no pueden procesar con exactitud sus características faciales.
Lo que se cree es que somos capaces de percibir más diferencia entre los miembros de la etnia a la que pertenecemos que entre los miembros de otras etnias, de igual modo que todos los chimpancés, por ejemplo, nos parecen esencialmente iguales.

Para confirmarlo, el psicólogo estadounidense H. L. Teuber, experto en los mecanismos cerebrales del reconocimiento facial, propone la siguiente hipótesis:
Nuestra (relativamente) reciente salida de África y consiguiente diáspora nos ha llevado a una variedad extraordinariamente amplia de hábitats, climas y modos de vida. Es probable que las diferentes condiciones ambientales hayan ejercido fuertes presiones selectivas, sobre todo en las partes externamente visibles, como la piel, que son las más castigadas por el sol y el frío.
Podéis leer, por ejemplo, son la anormalidad de tener la piel blanca y los ojos azules en el artículo Esas anómalas personas de cara blanca llamadas europeos (I) y (y II).
A esto hay que añadirle otra hipótesis complementaria: las barreras culturales a la reproducción.
Debido a la enorme influencia de la tradición cultural a la hora de escoger con quién nos apareamos y a que nuestras culturas y, a veces, nuestras religiones, sobre todo en lo tocante a la elección de la pareja sexual, fomentan el rechazo a los forasteros, esas diferencias superficiales que ayudaron a nuestros antepasados a preferir a sus congéneres antes que los forasteros se habrían visto reforzadas de una manera totalmente desproporcionada respecto de las verdaderas diferencias genéticas existentes entre los humanos.
Esta idea también ha sido sustentada por Jared Diamond en El tercer chimpancé.
Es decir, que no sólo nos diferenciamos de los demás por cuestiones geográficas, sino que fomentamos esa diferencia por la selección sexual, lo cual provoca que los asiáticos sean cada vez más diferentes a nosotros. Y que todos nos parezcan, en consecuencia, más uniformes. Como uniformes les parecemos nosotros a ellos.
Richard Dawkins propone no obstante dos versiones diferentes de esta hipótesis, una fuerte y otra débil:
Según la teoría fuerte, el color de la piel y otras marcas genéticas llamativas evolucionaron como herramienta de discriminación a la hora de escoger pareja sexual. Según la teoría débil, que podemos considerar antesala de la fuerte, las diferencias culturales tales como el lenguaje y la religión desempeñan en las etapas iniciales de la especiación el mismo papel que la separación geográfica. Una vez que las diferencias culturales propiciaron esa separación inicial, con el consiguiente efecto de que ya no habría flujo génico que mantuviese unidos a los grupos, éstos comenzaron a evolucionar por separado y a distanciarse genéticamente, como si estuviesen separados en sentido geográfico.
Vía | El cuento del antepasado de Richard Dawkins

¿De qué depende que toquemos el claxon de nuestro coche?


¿De qué depende que toquemos el claxon de nuestro coche?

Imaginaos la escena. Estáis esperando que el semáforo se ponga en verde. Lo hace… y el coche que tenéis delante no se mueve. Pasan dos, tres, cuatro segundos… ¿cuánto tardaréis en tocar el claxon (o, en su versión más amable, hacerle luces largas)?
También cabe preguntarse: ¿cuántas veces sonará el claxon? ¿Por cuánto tiempo? ¿A quién se lo tocaremos? ¿Quién lo tocaría?
Todas estas variables no son aleatorias, responden a nuestros prejuicios, por ejemplo, y en general a todos los parámetros de la psicología social que se despliega en la calle. Importa el sexo, la clase social, la experiencia al volante, el lugar, la herencia cultural, la hora del día, la cantidad de coches que hay alrededor, etc.
Por ejemplo, es más probable que un conductor de una gran ciudad, rodeado de desconocidos, recurra más al bocinazo que el conductor de un pueblo pequeño, donde es más probable que esté avisando a una persona conocida.
Incluso importa qué esté haciendo el conductor que tenemos delante. Por ejemplo, si está manteniendo una conversación a través del teléfono móvil, es más probable que pitemos con mayor frecuencia y durante más tiempo (más si somos hombres que si somos mujeres, aunque las mujeres también expresaran su ira de forma visible).

En otro estudio estadounidense clásico, repetido en Australia, el estatus del coche que no se movía era el factor determinante. Cuando el coche parado era de “gama alta”, los conductores de detrás tenían menos probabilidades de pitar que cuando el causante del tapón era un coche más barato y antiguo. Un estudio en Munich invirtió la ecuación, manteniendo el mismo coche que bloqueaba (un Volkswagen Jetta) y observando en cambio a quienes pitaban; si han conjeturado que los conductores de Mercedes pitaban antes que los de Trabant, han acertado. Un estudio parecido realizado en Suiza no halló este efecto, lo que sugiere que las diferencias culturales, como la reserva y el amor por la calma suizos, quizá se hayan dejado notar.
Como podéis imaginar, si la persona que entorpece el paso a los demás vehículos es una mujer, recibirá más bocinazos que si es un hombre (y también las propias mujeres le lanzarán más bocinazos a las otras mujeres). En otro estudio en Japón, los que llevaban la L de conductor novel también recibían más bocinazos que el resto, como si así aleccionaran al conductor inexperto.
Igualmente, en diversos países europeos se pita más al que lleva un coche con matrícula de un país extranjero. Los conductores franceses, españoles e italianos son más rápidos en usar el claxon que los alemanes, sobre todo los italianos.
Porque la vida y la carretera hacen emerger idénticos modelos mentales, estrategias, creencias y estereotipos en todos nosotros.
Todos estos estudios fueron recogidos por Journal of Social Psychology (2006, 1996, 1971, 1976 y 1968),Australian Journal of Psychology (1968) y Psychological Reports (2004).
Vía | Tráfico de Tom Vanderbilt

Los 50 mejores inventos del 2010 según la revista 'Time'


Los 50 mejores inventos del 2010 según la revista 'Time'

La revista Time acaba de dar a conocer su selección de los 50 mejores inventos de 2010. Entre ellos destacan el autobús chino que deja pasar los coches por debajo, el exoesqueleto biónico (permite a una persona en silla de ruedas levantarse y dar unos pasos) y la célula sintética de Craig Venter (impulsor también del Proyecto Genoma Humano).
El coche autopilotado Google Car, que utiliza sensores para captar el entorno, una gran base de datos, mapas y capacidad para procesar la información en tiempo real, está entre los seleccionados. Pero existen más proyectos futuristas.

El iPad está calificado como una de las invenciones del sector de la tecnología. O EyeWriter, que sirve para dibujar o incluso escribir siguiendo el movimiento del ojo.
Otro dispositivo futurista es la minicámara Looxcie, un pequeño aparato que se coloca junto al oído. Pese a su reducido tamaño nos permite grabar imagen y sonido (30 segundos), así como enviar estos datos directamente a Facebook, a YouTube o a una dirección de email sólo con pulsar un botón.
También destaca la invención de Plastiki, un barco fabricado con miles de botellas de plástico PET, y de una nueva lavadora de la compañía británica Xeros que apenas usa agua para lavar la ropa. La bioimpresora de órganos creada por las empresas Invetech y Organovo.
Sugru, un increíble material elaborado a partir de silicona que nos permite no sólo reparar o mejorar nuestros objetos sino personalizarlos y hasta crear otros nuevos. Y al “algoritmo para la identificación de sarcasmos” desarrollado por la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Vía | ABC

¿Los científicos creen generalmente en Dios?


¿Los científicos creen generalmente en Dios?

A menudo se suele propagar la idea de que la mayoría de los científicos del mundo creen en Dios o se adscriben a alguna clase de religión. Dejando de lado que el concepto de Dios probablemente será distinto entre una persona formada en ciencia y cualquier ciudadano común, esta idea sólo pondría de manifiesto que los científicos también son seres humanos, con sus debilidades y miedos.
No obstante, la idea es falsa. Diversos estudios demuestran que los científicos, a medida que incrementan sus conocimientos y su excelencia, se apartan de las sendas más trilladas de la fe o directamente se adscriben al ateísmo (o a un deísmo inocuo o a un panespiritualismo incompatible con las religiones tradicionales, como señala el físico Alan Sokal).
Lo que sucede es que públicamente resulta controvertido declararse como ateo (en EEUU, sería impensable, por ejemplo, ateísmo y presidencia de la nación). De manera que los científicos que se ganan la vida con su imagen pública no suelen ser demasiado taxativos en sus opiniones. Pero en encuestas privadas, los datos apuntan algo muy distinto.

Para respaldar esto, Sokal ofrece datos de un sondeo reciente que muestra que aproximadamente el 39 % de los científicos estadounidenses cree en “un Dios a quien rezar a la espera de una respuesta”, mientras que el 45 % no son creyentes y un 15 % no tienen opinión definida.
Entre los miembros de la Academia Nacional de Ciencias, la creencia en Dios se desploma a un 7 %. Un 72 % no cree en Dios. Y un 21 % es agnóstico.
En 1914 y 1933, el psicólogo James H. Leuba se propuso poner a prueba la hipótesis de que cuanto más instruida es la gente, menos probable es que crea en Dios. Para ello, realizó una encuesta entre científicos estadounidenses, y sus respuestas confirmaron la idea de que es mucho menos probable que crean en Dios los miembros de este colectivo que el público general. En 1997 y 1998, Edward J. Larson y Larry Withampublicaron dos artículos en Nature mostrando los resultados de sendos estudios en los que se repitieron las encuestas de Leuba.
La mayor propensión a la increencia de los “grandes” científicos, Leuba la atribuyó a su “superior conocimiento, entendimiento y experiencia”, y los resultados de 1998 confirmarían sus predicciones. Larson y Witham, a pesar de ser creyentes ellos mismos (Larson asiste a una iglesia metodista y Witham declara sentirse confortable con el Dios definido por Leuba), no dejan de reconocer que el resultado de su encuesta es coherente con otros datos estadísticos, y citan al historiador Paul K. Conkin (1998): “Hoy, cuanto mayor es el nivel educativo de los individuos, o mejores sus resultados en test de inteligencia o de rendimiento, menos probable es que sean cristianos”. Los datos de que disponemos en España apuntan en el mismo sentido (Pérez-Agote, Santiago 2005, pp. 43 y 82): conforme aumenta el nivel de estudios, disminuye la creencia en Dios; el 90,4 % de los españoles sin estudios creen en Dios, pero sólo el 55,5 % de quienes tienen estudios superiores. Entre éstos, no reza nunca el 43,7 %, pero sólo el 15,8 % de quienes carecen de estudios.
En un próximo artículo profundizaré un poco más en estos datos, pero por el momento podéis echar un vistazo a Buddhachannel, sitio del que he extraido alguno de los datos que refiero.
Vía | Más allá de las imposturas intelectuales de Alan Sokal

¿Por qué creemos que somos mejores que los demás, sobre todo al volante de nuestro coche?


¿Por qué creemos que somos mejores que los demás, sobre todo al volante de nuestro coche? (I)

narcisismo.jpgSobre todo se pueden escuchar estas frases en el contexto de un bar: ay, si yo gobernase el mundo; ay, si me dejaran a mí tomar las riendas de mi empresa; ay, si dependiera de mí tal o cual cosa. O la más común de todas: la mayoría de gente no tiene ni repajolera idea de conducir (o cualquier otra cosa). (Nótese que el dueño de esta frase probablemente se excluirá del grupo de “los que no saben).
Una simple estadística nos permitiría deducir, pues, que la mayoría de gente es mejor que la mayoría de gente, algo que resulta de todo punto imposible. Es decir, que la mayoría de gente miente. O más bien: la mayoría de gente tiende a creer que es mejor que los demás.
Los psicólogos que examinaron un estudio llamado Inventario de Personalidades Narcisistas, que ha calibrado durante las últimas décadas los indicadores narcisistas de la sociedad (midiendo reacciones como las frases que inician este post), revelaron que en 2006 dos terceras partes de los encuestados obtuvieron puntuaciones más altas que en 1982. Lo cual sugiere que así es: la gente acostumbra, más que nunca, a tener una visión positiva e inflada de sí misma. 
Gracias a esta estadística se pudo establecer una correlación quizá demasiado aventurada, aunque tiene bastante sentido: justo en esa época, las encuestas también revelaron que la carretera se había convertido en un entorno menos agradable.
El tráfico, un sistema que requiere conformidad y cooperación para funcionar en su mejor versión, se estaba llenando de personas que compartían un pensamiento común: “Si yo gobernara la carretera, sería un lugar mejor.” Cuando, a pesar de todo, topamos con un feedback negativo en la carretera, tendemos a encontrar modos de excusarlo u olvidarlo con rapidez. Una multa es un raro incidente que uno atribuye rezongando a que los agentes de policía deben “cumplir su cuota”; el bocinazo de otro conductor es motivo de ira, no de vergüenza o remordimiento; un accidente podría verse como pura mala suerte.
Nuestro cerebro está diseñado para evidenciar más fácilmente los errores de los demás (mira que te lo dije, déjame que te dé un consejo, mira que es mala persona, yo nunca haría algo así) y no tanto nuestros propios errores. Con independencia de nuestro historial de conducción, si en una encuesta nos preguntan qué tal conducimos, probablemente afirmaremos sin dudar: bien. Incluso por encima de la media.
En la próxima entrega de este artículo sobre la viga del ojo ajeno y la paja en el propio os referiré algunos experimentos que refuerzan esta idea.



¿Por qué creemos que somos mejores que los demás, sobre todo al volante de nuestro coche? (y II)

narcisismo-1.jpgHay un dicho muy apegado al terruño español, un tanto grosero pero muy generalizado: menos mi madre y mi hermana, todas putas. De nuevo la cultura popular refrenda que somos más conscientes de los defectos de los demás que de los propios (o los de nuestros allegados).
Diversos experimentos en países de todo el mundo hacen hincapié en esta tendencia, sobre todo en el ámbito del tráfico rodado. Los psicólogos lo denominan “sesgo optimista”, y un sketch de los Monty Python lo ridiculizaba así: “¡Todos estamos por encima de la media!”.
Algunos psicólogos sugieren que esta tendencia quizá responda a una muleta psicológica a fin de afrontar con mayor confianza la tarea que generalmente resulta más peligrosa y compleja a nivel de coordinación psicomotriz de las personas normales: la conducción de un coche.
De hecho, un estudio reveló que los conductores eran más optimistas que los pasajeros cuando se les pedía que puntuaran sus probabilidades de verse envueltos en un accidente de tráfico.
Esta tendencia también explicaría la razón de que la mayoría de conductores esté en contra de las nuevas medidas viarias, al menos en un principio, como la obligación de llevar cinturón de seguridad o la restricción del uso de teléfonos móviles. Además, sobrevaloramos los riesgos para la sociedad e infravaloramos el nuestro propio.

Las encuestas han revelado, por ejemplo, que a la mayoría de conductores les gustaría ver prohibida la escritura de mensajes de texto mientras se conduce; esas mismas encuestas demuestran también que la mayoría de personas lo han hecho.
Tal vez requiramos lo que se conoce como “metacognición”, que significa, según Cornell Justin Kruger yDavid Dunning, psicólogos de la Universidad de Cornell, que somos “ineptos e inconscientes de serlo”. Es decir, lo mismo que le pasaría a una persona que ignora las normas de la gramática cuando se le pide que valore juiciosamente un texto escrito por ella: el texto es correcto, afirmará con convicción.
Así pues, esta tendencia también se observa en otros ámbitos de la vida.
Los inversores afirman por sistema que son mejores que el inversor medio para escoger acciones, pero al menos un estudio sobre cuentas de corretaje reveló que los operadores más activos (cabe suponer que entre los más confiados) generaban los menores beneficios.
Y esta tendencia se produce con más frecuencia en las actividades que se consideran relativamente fáciles (como la conducción) y no relativamente complejas (como hacer malabarismos con diversos objetos a la vez). Además, las actividades consideradas relativamente fáciles (aunque no lo sean en realidad), son difíciles de cualificar. Por ejemplo, en una carrera de 100 metros sin obstáculos es fácil quién es mejor que los otros, pero ¿cómo saber cuánto un conductor es mejor que otro? ¿Que nunca ha tenido un accidente? ¿Que consume poco combustible?
Los psicólogos han bautizado a esta tendencia como “efecto del lago Wobegon” (donde todos los niños están por encima de la media).
Vía | Tráfico de Tom Vanderbilt

El ADN determina nuestro grado de altruismo, egoísmo y cooperación


El ADN determina nuestro grado de altruismo, egoísmo y cooperación (I)

Si bien el entorno puede influir en la manera que somos, nuestro altruismo, egoísmo y cooperación tienen una fuerte influencia genética.
Para probar esta teoría es necesario fijarse en los gemelos. Así que los investigadores Nicholas A. Christakis yJames Fowler se dirigieron a un pueblo llamado Twinsburg, en pleno Ohio rural. Anualmente se celebra allí un festival que, desde 1976, concentra a un buen número de gemelos, festejando así el nombre del pueblo (twinsignifica gemelo en inglés).
En su primer año de celebración ya concentró 37 parejas de gemelos. Hoy en día es la concentración anual de gemelos más grande del mundo.
Los científicos de todo el mundo aprovechan estas insólitas concentraciones para llevar a cabo experimentos, en un lateral de la feria. Los voluntarios que se someten a las pruebas reciben una pequeña compensación económica.
Algunos gemelos son dicigóticos: sólo comparten la mitad de su ADN. Pero otros son monocigóticos: comparten exactamente todas las variantes de todos los genes que componen su ADN. Son clones.

Las diferencias en el grado de similitud genética resultan ser un poderoso experimento natural que nos permite estimar cuánto influyen los genes en una determinada característica. Por ejemplo, los gemelos idénticos casi siempre tienen los ojos del mismo color, pero los gemelos dicigóticos a menudo los tienen de color distinto.
No hay pocos críticos de estos experimentos. Argumentan que si se trata de estudiar rasgos del carácter y los gemelos se clasifican a sí mismos como idénticos, procurarán siempre parecerse el uno al otro, su familia los tratará así y también sus amigos. Lo cual sería una semejanza de entorno y no genética.
Pero esta crítica ha sido refutada de manera ingeniosa.
Hay gemelos que son erróneamente considerados idénticos, y basta una simple prueba genética para demostrar que no lo son. Si es el entorno social lo realmente hace que los gemelos sean más parecidos, entonces los gemelos tomados por idénticos deberían ser tan parecidos entre sí como unos gemelos idénticos verdaderos. Pero cuando los científicos llevan a cabo pruebas sobre una variedad de características (inteligencia, personalidad, actitudes y demás) se encuentran con que los gemelos aparentemente idénticos no se parecen más entre sí que unos gemelos dicigóticos. Esto significa que la similitud se produce por estados genéticos idénticos y no como consecuencia de una autopercepción.
Y ¿qué experimento se realizó en Twinsburg para calcular hasta qué punto el altruismo, el egoísmo y la cooperación está escrita en nuestra naturaleza? Lo veremos en la próxima entrega de este artículo.
Vía | Conectados de Nicholas A. Christakis



En Twinsburg, Christakis y Fowler llevaron a cabo una simple prueba de cooperación llamada “juego de la confianza”.
En ella, se sitúa a cada gemelo con una persona desconocida. Se le asigna a cada gemelo el rol de primer jugador y segundo jugador. Al primer jugador se le entran 10 dólares, y se le pide que decida cuánto dinero debe darle al segundo. También se le dice a ambos jugadores que cada dólar entregado al segundo jugador será triplicado, de manera que si, por ejemplo, el primer jugador entrega 10 dólares, el segundo recibirá 30.
A continuación se pregunta al segundo jugador cuánto dinero querría devolverle al primero (esta vez sin triplicar). De este modo, si el segundo jugador ha recibido 30 dólares y quiere repartirlos a medias con el primer jugador, le entregaría 15 dólares y se guardaría 15 para él. Como resultado, el primer jugador ganaría 5 dólares.

Este juego se llama “de confianza” porque la decisión del primer jugador refleja el grado de confianza que tiene en que el segundo jugador le devuelva parte del dinero. Cuanto más dinero entregue, mayor será su confianza en el segundo jugador. Análogamente, la decisión del segundo jugador nos indica hasta qué punto es merecedor de esa confianza. Cuanto más dinero devuelva, mejor estará correspondiendo a la generosidad inicial del primer jugador. Valores altos de confianza y de correspondencia a la confianza indican un comportamiento prosocial, más cooperativo.
Christakis y Fowler realizaron estos experimentos durante dos años, a nada menos que 800 gemelos. Al compararse los resultados entre gemelos idénticos y gemelos dicigóticos, descubrieron que los genes influyen significativamente tanto en la confianza como en la correspondencia a la confianza.
Paralelamente, por casualidad, un economista del MIT llamado David Cesarini realizó las mismas pruebas a cientos de parejas de gemelos en Suecia. Los resultados fueron casi idénticos.
Desde entonces, estos investigadores han concluido que:
los genes influyen en el comportamiento en los juegos del dictador y del ultimátum. Esto significa que la cooperación, el altruismo, el castigo y el aprovecharse del esfuerzo ajeno (oportunismo) están escritos en nuestro ADN. No cabe duda de que nuestras experiencias vitales tienen un gran impacto sobre todas estas características, pero por primera vez hemos encontrado pruebas de que la diversidad en estas preferencias sociales es, al menos en parte, resultado de nuestra evolución genética.
Vía | Conectados de Nicholas A. Christakis

El cerebro humano está programado para pecar


El cerebro humano está programado para pecar

Nuestro cerebro tiene propensión a pecar. Es algo natural, instintivo, viene de serie. Es lo que acaba de sugerir un estudio de la Universidad de Nothwestern (EEUU). Los siete pecados capitales están enredados en nuestro cableado neuronal.
El estudio me parece un poco obvio: las prescripciones morales se imponen para controlar, gestionar o incluso frenar las predisposiciones naturales (porque no siempre lo natural es bueno, y mucho menos en todos los contextos). Por ejemplo, la gula está provocando una epidemia de obesidad en Estados Unidos, y la gula no es más que el instinto de alimentarse con productos grasos a fin de sobrevivir a épocas de escasez… o a la persecución de un depredador.
Sólo nuestros antepasados aquejados del pecado de la gula lograron sobrevivir y transmitir genéticamente su gula. El pecado de la gula salvó a nuestra especie, aunque ahora sea un problema con tantos bollycaos en el supermercado.

Lo mismo sucede con la lujuria, que según otros estudios nos orienta hacia la procreación. En el estudio se mostraba a los sujetos diversas escenas de películas eróticas que eran proyectadas en una pantalla situada en la parte posterior del escáner y debían visualizarlas a través de un espejo mientras eran monitorizados con dicho escáner.
La resonancia resultante reflejaba que el sistema límbico, encargado de procesar respuestas fisiológicas frente a estímulos, se activaba cuando veíamos algo que nos gusta. La lujuria permitió que en épocas donde la supervivencia estaba en peligro nos reprodujéramos a gran velocidad.
¿Y la pereza? Según Adam Safron, uno de los autores del estudio:
Nunca teníamos la certeza de cuándo volveríamos a ingerir una comida sustanciosa. Así que, si era posible, descansábamos. Las calorías que no quemábamos mientras llevábamos a cabo actividades, las podíamos usar para procesos corporales de crecimiento o de recuperación.
La envidia y la soberbia, tras los análisis del Instituto Nacional de Ciencias Radiológicas de Japón y la Universidad Motclair State, respectivamente, se sugiere que son emociones dolorosas o que producen consecuencias dolorosas en quienes las padecen.
La Universidad de New South Wales, en Australia, realizó un estudio sobre la ira. Algunos de los participantes del estudio partían con una predisposición derivada de su personalidad. En los depresivos y proclives a guardar rencor, la corteza prefrontal medial se activaba. Esto podría tener relación con la evolución ancestral del cerebro que se vio afectada por el entorno.
El caso de la avaricia, sin embargo, todavía no dispone de estudios cerebrales, y según un estudio de la Northwestern, podría ser una emoción más condicionada que el resto por el aprendizaje y el entorno.
Vía | Eco Diario

Nuevo insecto ayudará a los forenses a resolver crímenes


Nuevo insecto ayudará a los forenses a resolver crímenes

Series de televisión como CSI podrán contar ahora con un nuevo personaje: el Prochyliza nigricornis. (Siempre que el capítulo transcurra en Europa).
Este díptero tiene una gran propensión por los cadáveres en avanzado estado de descomposición. Hasta el momento se pensaba que este díptero, de hábitos necrófagos, sólo vivía en Alemania, Eslovaquia, Holanda, Reino Unido, República Checa y Suiza pero un reciente estudio de la Universidad de Alcalá de Henares (UAH) ha encontrado esta especie en el centro de España.
Esta familia de insectos es importante a la hora realizar estimaciones del intervalo postmortem en cadáveres en avanzado estado de descomposición. Además, como el Prochyliza nigricornis está asociado a hábitats y épocas del año muy concretas, su observación puede ser útil para ubicar geográficamente la investigación.

Si bien la noticia pueda parecer un poco macabra, lo cierto es que la existencia de este insecto en tierras españolas es un síntoma de buena salud ecológica.
Descubierto por miembros del Instituto Universitario de Investigación en Ciencias Policiales, este insecto se dedica a la descomposición y el reciclaje de la materia orgánica de los bosques; su existencia también denota que hay una fauna de vertebrados bien conservada, como ha señalado uno de los científicos que ha realizado el estudio, Daniel Martín-Vega.
El descubrimiento de esta nueva especie de insecto ha sido publicada en el último boletín de la Asociación Española de Entomología.