Le pedimos un día tranquilo para compartirlo con los lectores de ABC, y la cosa se fue complicando. Con semanas de antelación se escogió el 18 de noviembre, un día con una agenda más bien relajada que acababa con un auténtico final de fiesta, una cena de gala en el Círculo del Liceo, entidad que le rendía homenaje por sus 50 años de carrera otorgándole su Medalla de Oro y que inauguraba, además, la «Sala de Audiovisuales Montserrat Caballé». Pero nada más llegar a la cita, Montse Caballé, su sobrina y secretaria privada, me avisa que la agenda se ha complicado, pues al mediodía le han confirmado una rueda de prensa en la televisión autonómica catalana: ese día se presentaba un espectáculo benéfico con el que Caballé ha colaborado grabando junto a su hija, la soprano Montserrat Martí, el himno del programa. El resto seguía según lo acordado. Eso, en medio de una gira frenética: acabada de aterrizar desde Rusia y antes de regresar a Austria y Alemania.
¿Así sigue siendo la vida de la Caballé a los 77 años? ¿De dónde saca tanta energía? No la veo ni tensa ni preocupada como otras veces. Es una mujer con carácter, acostumbrada a tomar decisiones y también a que otros las tomen por ella. «Soy una mujer con suerte», explica. «Que mi hermano se haya preocupado de mi carrera desde el comienzo fue fundamental. Así yo podía concentrarme en lo mío, en cantar, en estudiar las obras que tenía que interpretar».
Esta semana ha celebrado los cumpleaños de su marido, de su hija y de su sobrina. Ella, en abril de 2013, cumplirá 80... ¿Cómo los celebrará? «De ninguna manera», contesta. «No sé si estaré... Me parece muy bien celebrarlo, pero ahora no me apetece. Primero hay que asimilar eso de tener 80. Yo soy fuerte, considerando todas las enfermedades que he pasado, y por eso creo que la edad se lleva en la mente. Hay que mantenerse lo mejor posible, activa, y nunca quedarse a la espera de la muerte. Eso es empezar a morir, porque hay que sentirse vivo, hacer lo que a uno le gusta: no se debe pensar en la edad; si estuviera pendiente de ello no haría nada de lo que hago. Yo necesito trabajar, estar activa. Además, he tenido la suerte de colaborar con muchas iniciativas humanitarias. Me ha dado fuerza visitar lugares devastados no solo por la fuerza de la naturaleza, sino también por las guerras que hacemos los hombres. Recuerdo que en los 70 y 80 valoré muchísimo visitar campos de refugiados, y no es que disfrute con las desgracias de los demás: se trata de ir en su apoyo. Todo esto me ha ayudado a agradecer lo que me ha dado la vida».
Nos centramos en lo cotidiano y veo que había hecho los deberes. Me explica: «Mi despertador suena siempre a las 7:15 h. Me duermo tarde y me despierto pronto —no duermo nunca más de 6 horas—, pero mi marido sí que duerme poco; yo soy de tiro largo. Me levanto, me estiro en el suelo y durante una media hora hago ejercicios de respiración: me pongo mi peso encima del abdomen —diez kilos— y hago mi gimnasia para mantener la musculatura. Cada día de mi vida y desde siempre. Para los cantantes esto es fundamental. Después me ducho y me tomo mi medicación —para la tensión, a raíz del ictus que tuve en 1992— y desayuno café con leche y cuatro galletas integrales sin azúcar... A partir de entonces comienzo a mirar las músicas que tengo que cantar, pero hasta la tarde no vocalizo ni canto. Me tomo mis vitaminas (B-12) y mis complejos proteicos, ya que siempre he tenido algo de anemia y he estado baja de azúcar. Desde el ictus todo lo controlo más, no estoy a más de 90 de tensión. Comemos entre las 13 y las 13.15, siempre temprano, y después me voy con mi grabadora a mi habitación y comienzo a escuchar la música que tengo que estudiar. A eso de las 16.00 vocalizo unos 45 minutos y entonces llega el pianista y comenzamos a pasar las obras».
Una tarta con su nombre
Toma sacarina y sigue con su eterna dieta vegetariana —«aunque ahora he aumentado el pescado y, muy de tanto en tanto, me como un huevo»—. En un momento llega su hermano Carlos con un paquete de una famosa pastelería de la zona alta de Barcelona: «Seréis los primeros en probar la tarta Montserrat Caballé», anuncia. Tiene una base de bizcocho de chocolate, una capa de frutos del bosque y una gran mousse de marrón glasé, una de las debilidades de la diva. La decoración incluye una clave de sol y un disco de chocolate con el anagrama de la Caballé. La probamos con curiosidad y a ella no le gusta lo ácido... «Es raro», dice como para no herir sentimientos. El pastelero tendrá que revisar la fórmula, ya que es absurdo que la tarta que lleve su nombre no sea de todo su gusto. «Debe ser un aficionado a la ópera», comenta Caballé mientras se come solo la capa del mousse. «Sí y no», dice su sobrina: «Es un gran fan tuyo y su sueño era dedicarte algo. Por eso nos pidió permiso para hacerla». Al probar la tarta, le comento que no puedo comer gluten y la Caballé me pregunta, inocente: «¿Qué es el gluten?». Después de explicárselo, me mira un poco triste: «Yo no como pasta, no tomo grasas ni nada de eso que dices. ¿Por qué no adelgazo? Peso 97,5 kilos y me cuesta horrores perderlos...» Prefiero cambiar de tema y le pregunto por esta vida que lleva ahora, lejos de la ópera escenificada.
«Esto comenzó en Londres en 1992, cuando los médicos me lo aconsejaron después del ictus cerebral que tuve. A partir de entonces hice menos producciones y más recitales y conciertos. Todo esto influyó para construirme una nueva vida. Tengo un baúl de cosas que están esperando. Siempre me piden música española, pero este tema es muy delicado porque me ha tocado vivir situaciones complicadas por el tema de los derechos de autor, o sea que hay que escoger muy bien...»
—¿Añora la vida anterior?
—Para nada. Era muy agotadora y no me dejaba estar con mis hijos. Además, al principio Bernabé (Martí, su marido) todavía cantaba, lo que nos obligaba a estar separados... Cuando podíamos, volvíamos a casa sin que el teatro supiera... Pero esto se hace hasta el día de hoy, porque somos humanos y estar encadenado a un hotel es desesperante.
—¿Su última visita a un supermercado?
—Aquí en España no voy, porque no puedo comprar y al final pierdo el tiempo. Mi obligación es atender a quien me pida una foto o una firma... En otras ciudades sí que voy al mercado. En Austria y en Alemania soy más popular que la Moños, pero puedo hacer mis cosas. Aquí en España la gente me siente muy cercana, como de la familia. Una vez estaba pagando, con el dinero en la mano, y una señora me pidió una foto. Le dije, muy seria: «¿uede esperarse por favor, no ve que ahora no puedo?» Y se enfadó y se marchó; ante eso no puedo hacer nada... Siempre llevo fotos firmadas y las agoto en los aviones y cuando voy de compras...
—¿Cómo controla el maquillaje y la peluquería? Siempre parece recién salida de la sala de maquillaje...
—Me lo hago todo yo sola. Lo aprendí en Bremen, y esto tengo que agradecérselo a la señora que allí me maquillaba. Me enseñó cómo peinarme y a sacarme el máximo partido con lo que tengo: «Tiene una cara redonda, por eso evite peinados hacia atrás que pretendan adelgazarle, porque el efecto será contrario. Tiene suerte porque tiene ojos y frente grande, y eso ayuda a disimular».
—¿Incluso para las actuaciones?
—Siempre me maquillo y me peino yo.
—¿Y cómo lo hace con los postizos?
—Me los pongo sola... Tengo pelucas de todos los tipos y tamaños, largas, moños, trenzas...
—¿Cuántos armarios tiene para su ropa?
—No tengo armarios, tengo dos habitaciones completas... Y maletas con los trajes de teatro...
—¿Para cuándo su museo?
—No... Eso de un museo es cosa de... No sé... No, ¡por Dios!
—Pero una diva como usted…
—¡No me llames diva, que suena muy mal!
—¡Siempre dice lo mismo! ¡Pero si eso es una diva, le guste o no!
—¿Qué quiere decir diva?
—¡Diosa! ¡Usted ha sido una diosa para varias generaciones!
—Una cosa es el Olimpo, pero yo no pertenezco a eso...
—Eso es lo que usted cree. Dígaselo a los miles de fans que tiene en todo el mundo.
—Mira, cada uno canta lo mejor que puede, y punto, tratando de servir lo mejor que puede el mensaje del autor. El compositor es el único divo y es a quien no hay que traicionar, porque de lo contrario también se traiciona al público.
—No me va a convencer de que no es una diosa.
—Yo soy una persona común y corriente, que pesa 97,5 kilos, que tiene sus años y que le duele horrores el tobillo... Una mujer que hace lo que puede, tanto en el ámbito familiar como en el de mi trabajo, en la música, y sin olvidar nunca mi pasión por las causas justas.
—Barcelona le agradecería un museo con sus recuerdos.
—¡Qué va!
—Si hubiera políticos sensibles...
—¡Pero es que no hay! Recuerdo un alcalde de Barcelona que me ofreció fundar una gran escuela superior de canto e interpretación, con maestros como Andrés Segovia, Joaquín Achucarro, Nicanor Zabaleta, Teresa Berganza, Alicia de Larrocha... Un plantel de profesores de gran altura. En eso trasladaron al alcalde a Madrid, pero antes de marchar me dijo que fuera a hablar con su sustituto, que el proyecto no podía morir. Pero el nuevo consejero de Cultura me dijo que en el plan había demasiados «artistas extranjeros», es decir, no catalanes. Antes ya me había pasado, en una cena, estando mi marido —aragonés— presente: ese mismo político dijo: «El único pecado de Montserrat es que se ha casado con un extranjero». Me estaba levantando para marcharme, indignada, pero Marta Ferrusola, esposa de Jordi Pujol, me cogió la mano para que no me levantara, y me calmó. Nunca más supe del proyecto...
—¿Vota usted?
—No. Solo lo hice después del 23-F, porque había que reafirmar nuestra democracia. Ahora veo políticos que no se preocupan de la cultura, que piensan que la ópera es un arte burgués para unos pocos... He visto por la televisión a muchos de los políticos españoles y, ¡nada! No se apoyan políticas educativas, culturales, artísticas... Lo primero que se recorta es la cultura... Como mucha gente de este país, estoy muy desilusionada de nuestros políticos.