viernes, 11 de febrero de 2011

Un rayo de luz convierte al violento en manso


Un rayo de luz convierte al violento en manso
En La naranja mecánica, Anthony Burgess imaginó un método de condicionamiento pavloviano para provocar en el protagonista una aversión combinada hacia la violencia y el sexo. No tuvo éxito, pero el asombroso avance de la neurociencia puede encontrar pronto una forma más eficaz de lograr lo mismo, y también lo contrario: disparar el comportamiento agresivo de un individuo con un simple rayo de luz. Dayu Lin, David Anderson y sus colegas del Instituto Tecnológico de California (CalTech) han identificado el circuito neuronal básico que subyace al comportamiento agresivo.
FUENTE | El País10/02/2011
Está situado en una subregión concreta del hipotálamo, una estructura alojada en la base del cerebro. Sus experimentos, que se presentan en Nature, están hechos en ratones, pero el hipotálamo y sus subdivisiones son universales en los mamíferos. El sexo y la violencia también lo son, y es muy probable que unos circuitos muy similares existan también en los humanos. 

La forma más precisa de manipular circuitos cerebrales concretos es una técnica desarrollada en los últimos años llamada optogenética, porque usa tanto genes artificiales como moléculas activadas por la luz. Los detalles son muy complicados, pero la idea general es introducir en el cerebro -del ratón es este caso- unos genes diseñados para funcionar solo en ciertos tipos de neuronas, o que se puedan activar en una zona muy localizada del cerebro. 

La información fluye por los axones, o prolongaciones de las neuronas, mediante unos canales que controlan el paso de varios iones (átomos con carga eléctrica) entre el interior y el exterior de la neurona. Los canales iónicos se van abriendo ordenadamente a lo largo del axón, y el baile de las cargas positivas y negativas que entran y salen transmite una corriente eléctrica axón abajo. 

El pionero de la optogenética es el neurocientífico austríaco Gero Miesenböck, que a partir de 2002 ha estado poniéndolo a punto en moscas. Uno de los sistemas que se utilizan es un canal iónico que solo se abre si tiene a mano ATP, una molécula muy común en todos los seres vivos. Con un ingenioso diseño del gen que fabrica (o contiene la información para fabricar) el canal iónico, los científicos pueden meterlo en cualquier zona del cerebro de la mosca, como los circuitos neuronales de la reacción de huida. 

Esa es la parte genética de la optogenética. La parte opto es la siguiente: el grupo de Miesenböck envolvió el ATP en otro compuesto químico que lo inutiliza. Pero ese compuesto es sensible a la luz, de modo que libera el ATP cuando le ilumina un rayo láser. En los experimentos iniciales de Miesenböck, el rayo láser disparaba los circuitos de la huida, sin que las moscas tuvieran razón objetiva alguna para salir zumbando. 

Li y sus colegas han utilizado una variante en su trabajo con ratones. Los genes en este caso fabrican (contienen la información para fabricar) unos canales neuronales especiales, capaces de activarse por la luz, o por una luz de cierta longitud de onda concreta. La combinación de genes que solo se activan en ciertas zonas y de luces que solo inciden en cierto momento permite un control espaciotemporal muy fino en la manipulación de la actividad cerebral. Es así como Lin y sus colegas del CalTech han identificado con gran precisión los circuitos del hipotálamo que subyacen a los comportamientos agresivos. 

La nomenclatura de la anatomía del cerebro puede resultar fastidiosa, pero en realidad es tan simple como consultar un mapa urbano. Si imaginamos el hipotálamo como un reloj, las zonas laterales ocuparían la posición de las tres y las nueve. La ventral estaría a las seis. Y las zonas ventromediales (VMH, por ventro-medial hypothalamus), a las que se refiere este trabajo, están a las cinco y a las siete. Dentro de ellas, la zona ventrolateral (VHMvl) es la más próxima a la periferia del reloj. Ese es el locus cerebral de la agresividad. 

La mitad de las neuronas del VMHv se activan por igual en presencia de un macho o de una hembra, pero muchas se mantienen activas solo en uno de los dos comportamientos. Por tanto, los dos comportamientos parecen compartir algunos tipos de input. "La interacción entre el sexo y la violencia está profundamente enraizada en la arquitectura básica del cerebro", como dice el neurólogo Clifford Saper, de la Facultad de Medicina de Harvard

Esta tecnología plantea la posibilidad de inhibir esos circuitos para refrenar el comportamiento agresivo. Los científicos han comprobado que la inactivación artificial de la región del hipotálamo VHMvl funciona bastante bien para reprimir los comportamientos agresivos: el 25% de los ratones se vuelven completamente pacíficos, y los demás muestran una agresividad más moderada de lo habitual. Por desgracia para las naranjas mecánicas del futuro, este efecto solo dura ocho días. Pero esto es consecuencia de la técnica concreta que han usado Li y sus colegas para bloquear la actividad de esas redes neuronales, basada en unos virus especiales. 

Hay muchas formas de estropear un sistema, y muchísimas de estropear un sistema tan complejo como el cerebro. Por esta razón, el mero hecho de que la inactivación artificial del circuito hipotalámico VHMvl elimine el comportamiento agresivo no prueba que esa región sea el disparador esencial del comportamiento violento. 

Pero Li y sus colegas han podido obtener también la prueba complementaria: que la activación artificial, mediante luz, de esos mismos circuitos dispara el comportamiento agresivo en situaciones anormales. Por ejemplo, contra las hembras en lugar de contra los machos intrusos, o incluso contra objetos inanimados como un guante inflado. 

Que la inactivación de un circuito cerebral elimine el comportamiento agresivo solo prueba que ese es uno de los muchos elementos que pueden intervenir en el fenómeno. Pero que la actividad anormal de esos mismos circuitos dispare por sí misma el comportamiento agresivo es una evidencia que apunta al controlador fundamental del proceso. 

Un dato alentador es que el amor suprime la agresividad. Cuando los investigadores hiperactivan los circuitos del VMHvl con sus técnicas optogenéticas, los ratones macho se vuelven anormalmente agresivos: atacan no solo a machos y hembras por igual, sino también a los objetos inanimados, como el mencionado guante inflado, que se interponen en su camino. Pero esa misma hiperactivación optogenética no tiene el menor efecto si el ratón ya estaba inmerso en una actividad sexual. Es otra evidencia más de que el sexo y la violencia requieren parte de las mismas redes neuronales, y de que estas compiten entre sí hasta que uno u otro comportamiento se impone. 

Hay formas de violencia en la naturaleza que cuentan con la avenencia de la mayoría, e incluso con la legitimación de la ciencia. Que los zorros maten conejos para comer (agresión predatoria) y que los insectos envenenen a los pájaros que se los comen (agresión antipredatoria) es justo lo que cabe esperar de la "naturaleza roja en diente y garra" con que Tennyson saludó a la selección natural darwiniana. 

Pero casi tan ubicua como la anterior es la violencia contra los miembros de la propia especie. Las anémonas -las ortiguillas de los bares gaditanos-, que pese a parecer algas se cuentan entre los más primitivos animales del planeta, se azotan unas a otras con sus tentáculos venenosos. 

Los gusanos poliquetos se pelean con la trompa (proboscis, en la jerga), y los crustáceos con las pinzas. También se pelean entre sí las hormigas, las ranas, los petirrojos, los lagartos, las arañas, los salmones, los ciervos y los chimpancés. La humanidad ha sofisticado, pero de ningún modo inventado, este tipo de violencia intraespecífica. 

El grado de violencia de una sociedad tiene muy poco que ver con la genética. Los índices de violencia de un país se pueden multiplicar por 10 en cuestión de un par de décadas, sin que los genes de la población hayan tenido la menor oportunidad de cambiar de frecuencia. Las ideas del tipo naranja mecánica solo se refieren a un pequeño número de individuos, como los psicópatas, o personas incapaces de sentir culpa por hacer daño a un semejante. 

Pero sí es obvio que hay formas de convertir en agresores a las personas del montón, y que estas podrán en el futuro superar la eficacia de una arenga.

ROJA EN DIENTE Y GARRA 

Los fundamentos neuronales del comportamiento agresivo y su relación con el sexo hunden sus raíces con profundidad en la evolución de los mamíferos, y alcanza en gran parte a la historia natural de los demás vertebrados y de otros animales más primitivos. Uno de los aspectos ubicuos de este fenómeno es la relación íntima entre la agresión y la testosterona, la principal hormona sexual masculina. 

En todos los vertebrados, las estructuras cerebrales implicadas en el comportamiento agresivo -como la región hipotalámica estudiada por los científicos de California- son muy ricas en receptores de las hormonas sexuales, y en particular de la testosterona. Estos receptores son proteínas de las neuronas que reconocen específicamente a la testosterona que circula por la sangre, se pegan a ella y transmiten sus efectos al interior de la célula. 

En cualquier especie de vertebrados en la que se haya examinado la cuestión, los científicos han podido establecer una correlación estrecha entre los niveles de agresividad de un macho y sus particulares niveles de testosterona circulante. E incluso en un mismo individuo, las fases más o menos agresivas se correlacionan con las fluctuaciones temporales en sus niveles de esta hormona. 

La búsqueda de una pareja sexual, y el nivel de actividad sexual en sí mismo, siguen esos mismos patrones de relación con la testosterona. Esto se ha comprobado repetidamente en los hombres, pero incluso el deseo sexual de las mujeres viene muy afectado por sus niveles de esa hormona, que es principalmente, pero no exclusivamente, masculina. 

La íntima relación entre la testosterona y el comportamiento agresivo tiene su explicación biológica en que, en la mayoría de las especies, los machos luchan entre sí por el acceso a las hembras. Sexo y violencia son dos caras de la misma "naturaleza roja en diente y garra", dicen los científicos de CalTech. 

LAS CLAVES DE LA FEROCIDAD 

Comida, territorio y pareja. La mayoría de los animales luchan por la comida, por la defensa de su territorio o por el acceso a las hembras. Es decir, por el acceso a los máximos bienes del mundo darwiniano. 

Los genes que sobreviven. El gen Si los machos menos agresivos no logran sobrevivir, o no consiguen una pareja sexual, sus genes no pasan a las siguientes generaciones. De ahí que los genes 'agresivos' lleven las de ganar, al menos en el largo plazo, el que cuenta para las tendencias evolutivas. 

Ganar sin matar. Muchos de los conflictos entre machos, en un amplio rango de especies, suelen resolverse de alguna forma convencional, más que con la muerte del individuo perdedor. Este hecho no tiene una explicación obvia o generalmente aceptada. 

Evolución y economía. Las tendencias evolutivas de las especies tienen muchos puntos en común con el comportamiento económico de las sociedades. En una población de individuos mansos, la llegada de un solo agente agresivo puede acabar colonizando por entero la población, tal es su ventaja respecto a sus pacíficos congéneres. 

Margen de error. Pero todas estas predicciones no se cumplen si los individuos muestran comportamientos más matizados: por ejemplo, si son pacíficos en la mayoría de las situaciones, pero se vuelven agresivos con aquellos que les agreden.

Autor:   Javier Sampedro

Un chip para vigilar la insuficiencia cardiaca


Un chip para vigilar la insuficiencia cardiaca
Cuando el corazón de los pacientes con insuficiencia cardiaca ya no funciona normalmente y bombea la sangre con dificultad, comienza a aumentar la presión que tienen que soportar los ventrículos.
FUENTE | El Mundo Digital10/02/2011
Más adelante, el ciclo se completa con una acumulación de líquido y sangre en órganos como los pulmones o las extremidades. Un nuevo chip implantable capaz de ir midiendo cómo aumenta la presión intracardiaca antes de que el paciente experimente ningún signo externo podría convertirse en el nuevo 'asistente' a distancia de los cardiólogos. 

Hasta ahora, los cardiólogos emplean distintos métodos para ir midiendo esta acumulación de fluidos, desde la evaluación clínica del paciente a la radiografía de tórax, pasando por un cateterismo para medir la presión que están soportando las paredes de los ventrículos (una prueba no exenta de riesgos). Sin embargo, como señala la revista británica 'The Lancet', un pequeño dispositivo electrónico implantable podría superarlos a todos en precisión, con importantes beneficios y ventajas para el paciente.

Según el estudio Champion, dirigido por la Universidad de Ohio, y llevado a cabo en otros 64 centros de todo EE.UU., este chip (de menos de dos centímetros de tamaño) permitió reducir hasta un 39% la tasa de ingresos hospitalarios a lo largo de 15 meses en un grupo de 550 pacientes con insuficiencia cardiaca moderadamente grave.

LECTURAS EN CASA 

La mitad de ellos tuvo un seguimiento estándar, mientras que a los otros 270 se les implantó mediante un catéter el pequeño chip (con una baja tasa de infecciones y complicaciones). En su casa, los participantes midieron diariamente su presión intracardiaca con un lector (simplemente pasándoselo unos minutos por el pecho) que enviaba los datos directamente a la consulta del cardiólogo (mediante un protocolo de transmisión de datos seguros). 

"Hasta ahora, los intentos por telemonitorizar a estos pacientes habían consistido en medir datos como su peso, temperatura, tensión arterial... y enviárselos al médico", explica a ELMUNDO.es el doctor Carlos Macaya, jefe del servicio de Cardiología del Hospital Clínico de Madrid. "Pero hasta ahora era impensable poder medir la presión de la arteria pulmonar", reconoce.

La presión en dicha arteria, explica por su parte Félix Pérez Villa, de la unidad de insuficiencia cardiaca del Hospital Clínic de Barcelona, aumenta unos días antes de que el paciente se sienta mal y tenga que ingresar para recibir un cambio de la medicación. 

En función de los datos de aumento de la presión enviados por el sistema (bautizado comoCardioMEMS por la empresa que lo fabrica en Atlanta), los especialistas podían indicar a los participantes cambios en el tratamiento (como vasodilatadores o diuréticos), que tuvieron un importante efecto: en tan sólo seis meses la tasa de ingresos había descendido un 30%.

AHORRO ECONÓMICO

"Es un estudio muy interesante", destaca Macaya, al tiempo que recuerda que el pequeño chip ni siquiera necesita una batería, porque se activa y se recarga cuando entra en contacto con la consola externa. 

Al margen de los beneficios en la calidad de vida y supervivencia de los pacientes, que también destaca el equipo dirigido por William Abraham, la cuestión no es baladí en términos económicos. Según destacan en el propio artículo, los ingresos hospitalarios de pacientes con insuficiencia cardiaca le cuestan a EE.UU. casi 20.000 millones de dólares anuales (la mitad del coste global de esta patología, es decir, el equivalente a 15 millones de euros). Mientras que, por término medio, los dos últimos años de vida de los pacientes con insuficiencia pueden llegar a suponer unos 156.000 dólares por cabeza (114.000 euros).

Como explica en un comentario en la misma revista el doctor Henry Krum, de la Universidad australiana de Monash, "estamos entrando en una revolución dirigida por las soluciones tecnológicas que empiezan a surgir para este problema". Sin embargo, y aunque reconoce que aún falta tiempo antes de que se pueda generalizar el uso de estos dispositivos implantables, insiste en las grandes ventajas que pueden suponer si se elige apropiadamente a los pacientes. 

Una idea en la que coincide el doctor Pérez Villa, "el dispositivo estaría especialmente indicado para pacientes que reingresan en el hospital con mucha frecuencia; en los que los beneficios sí podrían compensar el coste del chip". Aunque concluye con cautela: "De momento no sabemos qué ocurre con el dispositivo a largo plazo, si permanece en el organismo sin riesgo; y también es posible que su uso a gran escala aumentase un poco la tasa de complicaciones de su implantación". 

Autor:   María Valerio

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Eficacia de la ketamina epidural sobre el temblor durante la resección transuretral de la próstata bajo anestesia epidural.


Eficacia de la ketamina epidural sobre el temblor durante la resección transuretral de la próstata bajo anestesia epidural.
The Efficacy of Epidural Ketamine on Shivering during Transurethral Resection of the Prostate under Epidural Anesthesia.
Han DY, Jeong HJ, Lee C, Choi DH.
Department of Urology, Wonkwang University School of Medicine, Iksan, Korea.
Int Neurourol J. 2010 Aug;14(2):105-11. Epub 2010 Aug 31. 
Abstract
PURPOSE: Ketamine may decrease core-to-peripheral redistribution of heat through direct central sympathetic stimulation and inhibition of norepinephrine uptake into postganglionic sympathetic nerve endings. The purpose of this study was to evaluate the efficacy of epidural ketamine in preventing shivering during transurethral resection of the prostate (TURP) under epidural anesthesia. MATERIALS AND METHODS: Ninety-three male patients scheduled for TURP under epidural anesthesia were enrolled in this study. Patients were randomized into one of three groups. Group 1 consisted of 31 patients who received epidural 0.75% ropivacaine, group 2 consisted of 32 patients who received epidural ketamine (0.2 mg/kg) in addition to 0.75% ropivacaine, and group 3 consisted of 30 patients who received epidural ketamine (0.4 mg/kg) in addition to 0.75% ropivacaine. Shivering and side effects such as hypotension, bradycardia, nausea, and hallucination were recorded during the anesthesia and for 2 hours while in the postanesthetic recovery room. RESULTS: Shivering was statistically more frequent in group 1 than in the other groups. The incidence of sedation was significantly higher in group 3 than in the other groups. The incidences of side effects such as hypotension, bradycardia, and nausea were significantly higher in group 1 than in the other groups. CONCLUSIONS: In this study, epidural ketamine 0.2 mg/kg and 0.4 mg/kg was shown to have a lower incidence of shivering and other side effects except sedation. In patients who undergo TURP under epidural anesthesia, the prophylactic use of low-dose epidural ketamine would be helpful in preventing any adverse effects, including shivering.
 
Ropivacaína, sufentanil, clonidina, y (S)+-ketamina preincisionales no proveen analgesia preventiva en pacientes bajo cirugía mayor del páncreas.
Pre-incisional epidural ropivacaine, sufentanil, clonidine, and (S)+-ketamine does not provide pre-emptive analgesia in patients undergoing major pancreatic surgery.
Gottschalk A, Freitag M, Steinacker E, Kreissl S, Rempf C, Staude HJ, Strate T, Standl T.
Department of Anaesthesiology, Intensive Care Medicine and Pain Therapy, Knappschaftskrankenhaus Bochum Langendreer, University Hospital Bochum, In der Schornau 23-25, 44892 Bochum, Germany.gottschalk.andre@gmx.de
Br J Anaesth. 2008 Jan;100(1):36-41. Epub 2007 Nov 27. 

Abstract
BACKGROUND: The concept of pre-emptive analgesia remains controversial. This prospective, randomized, and double-blind study compared epidural administration of ropivacaine 2 mg ml(-1), sufentanil 0.5 microg ml(-1), clonidine 3 microg ml(-1), and S(+)-ketamine 0.25 mg ml(-1) (study solution) given before incision with the same combination started at the end of the operation. METHODS: After testing the stability of the solution using high performance liquid chromatography (HPLC) and examining 12 patients for possible side-effects in comparison with the epidural infusion of ropivacaine 2 mg ml(-1) and sufentanil 0.5 microg ml(-1), 30 patients undergoing major pancreatic surgery were recruited into the study. Before induction of anaesthesia, an epidural catheter was inserted (TH6-8). Patients in Group 1 received a bolus of 8 ml followed by a continuous infusion (8 ml h(-1)) of the study solution before induction of anaesthesia. In Group 2, patients received the same volume of saline before operation, the study solution was started at the end of surgery. After operation, the infusion was maintained for at least 96 h using a patient-controlled epidural analgesia (PCEA) pump in both groups. Patients were evaluated up to the seventh postoperative day for pain and side-effects.
RESULTS: Visual analogue scale (VAS) values at rest were as follows: G1 vs G2: 24 h, 19 (sd 23) vs 6 (13); 48 h, 4 (10) vs 11 (21); and 72 h, 12 (22) vs 13 (21). VAS values during coughing and mobilization were also comparable. Total volume of epidural infusion was 904 (114) ml in G1 vs 892 (154) ml in G2. The incidence of side-effects (nausea, vomiting, and motor block) was low and not different between the groups. CONCLUSIONS: Pre-incisional epidural analgesic infusion did not provide pre-emptive analgesia compared with administration started at the end of surgery, but both groups had low pain scores.
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