miércoles, 29 de diciembre de 2010

La Peste Negra, apocalipsis medieval

La Peste Negra, apocalipsis medieval

26 02 2009
A finales del siglo XIV tuvo lugar en toda Europa una brutal epidemia de peste que acabó, en muchas zonas, con más del 50% de la población. Las gentes de aquella época creyeron que había llegado el Apocalipsis y que la Providencia castigaba así a los hombres por todos sus pecados. El infierno se hacía realidad sobre la Tierra sembrando de cadáveres y apestados las sucias y abarrotadas calles de las grandes ciudades y de los pequeños pueblos de un extremo al otro del continente…
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El hombre medieval estaba sin duda acostumbrado a los contratiempos del destino. Los periodos de hambrunas, carestías de todo tipo y guerras eran algo habitual. Sin embargo, nadie podía imaginarse que la muerte, aquella figura tenebrosa que comenzó a partir de entonces a representarse embozada, siempre acechante entre las sombras, se llevaría por delante a millones de almas como consecuencia del mayor desastre epidémico de la historia: la peste negra.
Todo comenzó en el año 1348, cuando la misteriosa enfermedad, como si de una plaga apocalíptica se tratara, se cebó con la indefensa población de casi todo el continente europeo, asolando ciudades y pueblos enteros y sembrando de cadáveres los campos y las calles de las grandes urbes. La muerte negra, como empezó a conocerse, acabó con casi la tercera parte de la población europea. Los cuatro jinetes del Apocalipsis se abatían contra los hombres como nunca antes lo habían hecho. Para las supersticiosas mentalidades de la época era el comienzo del fin del mundo, y la sensación de pánico generalizado sólo era comparable, salvando las distancias, a la que se vivió en el umbral del año 1000.
Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, grabado de Alberto Durero (1498)
Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, grabado de Alberto Durero (1498)
Orígenes inciertos
Occidente no se enfrentaba a una epidemia completamente nueva, pues ya en el siglo VI un brote de la enfermedad, conocido como “Peste de Justiniano” asoló gran parte del Imperio Bizantino. Y aunque causó numerosos estragos, no fue comparable, en cuanto a virulencia y catastrofismo, con la pandemia vivida entre 1348 y 1351.
Existen discrepancias entre los historiadores sobre cuál fue realmente el punto de origen de la peste medieval, aunque la mayoría coincide en aceptar que pudo partir de la región de Yunnan, en el sudeste de China, transmitida a través de las caravanas asiáticas que recorrían el Imperio mongol en parte de la Ruta de la Seda. En 1387, millones de personas estaban muriendo en China, la India y en gran parte de las tierras del Islam. A Europa llegaban rumores sobre una terrible enfermedad acompañados de descripciones apocalípticas sobre el origen de la epidemia, como lluvias de ranas y serpientes, tormentas con fuertes granizadas y rayos y finalmente un humo hediondo y truenos espantosos.
Ese mismo año, el mal debió de entrar en contacto con los europeos en el puerto de Caffa –hoy Teodosia–, entonces colonia de Génova en el Mar Negro, hacia donde acudían las numerosas caravanas citadas. Poco después, la ciudad fue asediada por el khan tártaro Djani Beck, quien se vio obligado a levantar el sitio cuando una misteriosa plaga –la temible peste negra– comenzó a matar sin miramientos a sus tropas. Al general se le ocurrió entonces la brillante y terrible idea de lanzar al interior de la ciudad mediante catapultas los cadáveres pestilentes de centenares de sus soldados, treta mediante la cual pretendía “envenenar a los cristianos” y, como si de una pionera guerra bacteriológica se tratara, logró que la muerte negra penetrara en Caffa. Después, doce galeras ocupadas por genoveses que habían contraído la enfermedad arribaron al puerto de Mesina (Italia) en octubre de 1387 y propagaron la peste de forma increíblemente rápida, mientras otros barcos, también infectados, llegaban desde Oriente a Génova y Venecia. Cuando las autoridades genovesas reaccionaron ya era demasiado tarde. Nada ni nadie podía detener ya a la peste.
Fortaleza en la antigua Caffa, lugar de origen de la peste
Fortaleza en la antigua Caffa, lugar de origen de la peste
Comienza la plaga
Los primeros síntomas de la enfermedad consistían en fiebre elevada y escalofríos, que en ocasiones se confundían con los de otras enfermedades. Poco después hacían acto de presencia angustia y ansiedad, unidas a un aumento de la fiebre, mareos y vómitos. El paciente, que vivía en una estado de postración constante, perdía en ocasiones el conocimiento, todo ello en medio de fuertes sudores que desprendían un profundo y particular olor, según los cronistas “similar al de la paja podrida”. A ello se unían terribles dolores de cabeza, desnutrición, sensación de asfixia, grandes temblores y una lengua pastosa y blanquecina.
Pero, aunque desagradable, aquello no era lo peor: pronto aparecían hinchazones en las ingles, bajo las axilas o detrás de las orejas –allí donde se encontraban los ganglios linfáticos–, signos inequívocos de que la letal enfermedad estaba actuando. En ocasiones alcanzaban el tamaño de una manzana o un huevo, por lo que el vulgo comenzó a llamarlos “bubones”, palabra derivada del griego boubon –bulto, tumor–, que dio origen a la denominación de “peste bubónica”, también conocida como “peste negra”, pues los bultos, manchas y úlceras adquirían un color negruzco. No era extraño que los bubones supurasen, generando un horrible hedor y, si llegaban a romperse, producían en el paciente un dolor prácticamente indescriptible. Cuando la infección derivaba en infección pulmonar –la conocida como variante neumónica–, el paciente tenía pocas posibilidades de salir con vida, además de convertirse en peligroso foco de contagio, al poder transmitir la enfermedad por el aire, a través de la tos, de forma similar a la gripe. Cuando esto sucedía el enfermo presentaba bronquitis aguda, dolor en el tórax e incluso broncopulmonía de tipo hemorrágico que provocaba que expulsara esputos sanguinolentos.
Grabado medieval en el que se pueden apreciar los bubones en los afectados por la terrible epidemia
Grabado medieval en el que se pueden apreciar los bubones en los afectados por la terrible epidemia.
Otra de las consecuencias de la peste bubónica era el delirio –delirium–, un estado alucinógeno generado por la fiebre que provocaba en muchos casos que algunos enfermos sufrieran accidentes e incluso se suicidaran. La arcaica medicina de los galenos de la época atribuía el contagio al aire viciado y a la falta de salubridad en las ciudades –lo cual no era del todo desacertado–, pero no sería hasta 1894 cuando se descubriera finalmente el mecanismo de contagio de la peste: la pulga de la rata negra –rata de cloaca– o xenopsylla cheopis. La enfermedad pasó a denominarse entoncesYersinia Pestis, en honor a su descubridor, el suizo Alexandre Yersis, discípulo de Pasteur, quien realizó sus investigaciones durante un brote epidémico que azotó Hong-Kong a finales del siglo XIX.
Sin embargo, en la Baja Edad Media se creía que el mal se debía, cuando no a la ira de Dios, a una descompensación de los humores del cuerpo, cuando no a un castigo divino. En una crónica de la ciudad de Mallorca se puede leer que “Las enfermedades que ahora hay vienen y proceden de la superabundancia de sangre, como los dichos médicos dicen y de eso tienen experiencia”. La extracción de esta sangre corrupta era uno de los remedios más utilizados por los galenos y las sangrías se convirtieron en algo común para aliviar los síntomas de los apestados, bien rajando con bisturí o aplicando sanguijuelas sobre la zona afectada, remedio bastante desagradable, pues éstas pueden aumentar hasta ocho veces su propio peso durante la succión. A la larga las sangrías eran una pésima solución, pues dejaban al enfermo más debilitado y por tanto con más riesgo de morir.
Un infierno se abate sobre la Tierra
Los roedores campaban a sus anchas por unas ciudades llenas de suciedad, donde la higiene personal dejaba mucho que desear y en una época en la que se llegó a aconsejar, por ejemplo, lo que recogía la siguiente receta: “Bañarse es cosa muy dañosa, pues el baño hace abrir las porosidades del cuerpo por las cuales el aire corrompido entra y produce fuerte impresión en nuestro cuerpo o en nuestros humores”.
En un escenario de tales características la enfermedad tuvo el campo libre para actuar impunemente, sembrando el caos, el terror y la muerte allí por donde pasaba. Nadie creía que las ratas eran en parte las culpables de su transmisión y el hombre estaba acostumbrado a convivir con estos roedores, que se hallaban por todas partes. En los barrios pobres y degradados se hacinaban las gentes humildes siendo un potencial foco de infección. Por si esto fuera poco, Europa estaba sumida en uno de los peores conflictos de la historia: la Guerra de los Cien Años (1339-1453) entre Francia e Inglaterra. Las bajas eran a veces muy numerosas y los campos quedaban regados de cadáveres mutilados y mal enterrados que, una vez corruptos, contribuían a expandir la pandemia.
La muerte negra sumió a reinos y ciudades enteras en la más absoluta ruina y decadencia, y sus efectos fueron atroces, como narró la pluma del genial escritor italiano Giovanni Boccaccio. Los cementerios eran insuficientes para enterrar a los miles de cadáveres que se hacinaban y la burocracia se paralizó casi por completo en las grandes urbes. Para muchos historiadores, la epidemia fue el comienzo del fin del feudalismo. La propagación de la peste provocó también el estallido de focos revolucionarios y grandes desórdenes en importantes núcleos urbanos –como en Flandes y en algunas ciudades italianas–. Las revueltas fueron constantes y en algunos casos llegaron a alcanzar cotas de gran dramatismo, como en la Ciudad Eterna.
"La danza de la muerte" fue reproducida en pinturas y grabados
"La danza de la muerte" fue reproducida en pinturas y grabados
Las cifras de defunciones hablan por sí solas. Los venecianos morían en la increíble proporción de 600 personas al día. Se estima que Inglaterra perdió el 25 por ciento de su población –en verano de 1348 eran enterrados casi 300 cadáveres al día– y Escocia prácticamente un 30 por ciento. El espectro de la peste fue aún más voraz en Francia y Alemania, donde acabó con la vida de nada menos que el 50 por ciento de su población. Muchas ciudades vieron impotentes cómo sus habitantes disminuían drásticamente. Florencia, con 100.000 habitantes, perdió a la mitad de su población. En Venecia falleció el 60 por ciento de la población –moría la increíble proporción de 600 personas al día– y en Avignon la mitad de sus habitantes. En la sede pontificia, en sólo 6 semanas, 11.000 personas fueron enterradas en un mismo cementerio. Se decidió entonces que el Papa, Clemente VI, bendijera el Ródano e incontables cadáveres se arrojaron al río, que sirvió como sepultura. Sin embargo, aquella precipitada y desesperada acción contribuyó a expandir también la epidemia.
La península Ibérica tampoco se libró del impacto epidémico y en algunas ciudades desapareció más de la mitad de la población, como en Barcelona, donde murieron 38.000 de sus 50.000 ciudadanos. En el Reino de Mallorca, fallecieron alrededor de 9.000 personas. Y la lista es interminable y realmente estremecedora.
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Aunque muchos historiadores afirman que desapareció a causa de la plaga el 30% de la población europea, algunos creen que esta tasa llegó a alcanzar el 50%, algo que nunca sabremos con certeza pero que pone igualmente los pelos de punta. Nada a lo largo de la Historia, ni guerras, ni catástrofes naturales, ni siquiera armas de destrucción masiva, han provocado una mortandad tan alta como la peste negra del medievo.
Combatir la enfermedad
La mayor parte de los “médicos” que ayudaron a los apestados eran voluntarios, pues los doctores cualificados por lo general huían, sabedores del peligro que corrían. Para poder ayudar a los apestados y evitar contagiarse, los médicos con el tiempo se protegerían con una vestimenta realmente esperpéntica, que les daba un aspecto algo grotesco. Convencidos de que la enfermedad se transmitía a través del olfato, idearon una máscara que acababa en forma de largo pico de ave –quizá porque al comienzo de la enfermedad se creía que ésta era diseminada por los pájaros y dicha máscara ayudarían a espantarlos–, en cuyo interior introducían distintas hierbas aromáticas que servirían –o eso creían– para neutralizar el aire corrupto y que éste no se introdujera por sus fosas nasales.
El fuerte influjo de las creencias supersticiosas de la época provocó que los doctores llevasen también unos anteojos negros sobre la máscara que creían eran un eficiente amuleto contra el “mal de ojo”, pues no obstante la muerte negra era considerada una plaga maldita. Además, una larga túnica también de color negro cubría su cuerpo, un enorme sombrero protegía su cabeza y portaban una larga vara o bastón de madera y guantes para no entrar en contacto directo con los apestados. Su aspecto grotesco advertía a los transeúntes, de forma indirecta, del peligro de contraer la enfermedad.
Un médico de la peste con su extravagante vestimenta
Un médico de la peste con su extravagante vestimenta
Con la intención de evitar la dispersión de la pandemia, los cadáveres eran sacados con carretillas fuera de las ciudades, donde se introducían en grandes fosas para ser quemados después. No obstante, durante el tiempo que permanecían a la espera de ser calcinados –varios días debido a la falta de enterradores–, la putrefacción contribuía a propagar aún más el mal.
Procesiones, mártires y flagelos
Bastaron apenas dos o tres años para diezmar Europa, lo que generó dos tendencias realmente opuestas de asimilar lo ocurrido entre las gentes: muchos se dieron al libertinaje, a la bebida y al sexo desenfrenado –incluidos un gran número de clérigos–, que adoptaban esta actitud ante la brevedad de la vida y el acecho inevitable de la muerte; otros, por el contrario, se dedicaron a la existencia beatífica, a la contemplación espiritual, el pietismo y la penitencia.
Flagelantes en plena acción fustigadora
Flagelantes en plena acción fustigadora
Creían que la peste bubónica no era sino una especie de plaga bíblica que se abatía sobre los hombres para castigarlos por sus pecados. Este clima de histeria y fanatismo religioso provocó que muchas personas comenzaran a automutilarse como forma de redención y penitencia. Se hicieron muy populares las llamadas procesiones de flagelantes, que recorrían ciudades y pueblos azotándose con varas y látigos cual si del mismísimo Juicio Final se tratase, desgarrando sus carnes e implorando el perdón entre charcos de sangre.
Los penitentes se fustigaban con látigos de cuero anudados con pinchos de hierro. Algunos sufrían graves heridas entre los omoplatos, y algunas mujeres, extasiadas, recogían la sangre con sus propios vestidos y se la pasaban por los ojos, al creer que era milagrosa. Creían que con esa durísima penitencia se conseguiría mitigar la ira de Dios y aplacar de esta forma la peste. En procesiones que reunían hasta 1.000 fieles, los flagelantes se imponían caminar durante 33 años y medio como los años que vivió Jesucristo. Sin bañarse, abandonando sus bienes y sin practicar sexo, marchaban de ciudad en ciudad realizando actos que hoy catalogaríamos de masoquistas, ante la muchedumbre enfervorecida.
Procesión de flagelantes, por Goya
Procesión de flagelantes, por Goya
Las gentes imploraban al cielo, sacaban las reliquias de las iglesias, se realizaban rituales eclesiásticos, se celebraban múltiples misas… Sin embargo, estos multitudinarios actos facilitaron en muchas ocasiones la expansión de la enfermedad.
Por su parte, los astrólogos y algunos médicos creían que la causa de la peste, de los “efluvios malignos del aire”, se encontraba en la influencia de los astros ¡siempre los astros! concretamente en la nefasta conjunción de los planetas Júpiter, Marte y Saturno y también al efecto negativo de eclipses y cometas –al menos esa fue la respuesta que dieron los físicos de la Sorbona al rey francés Felipe VI cuando planteó qué había provocado la corrupción del aire–. En medio de este catastrofismo cogieron fuerza las interpretaciones más descabelladas, como que el mal se producía “por malvados hijos del diablo que con ponzoñas y venenos diversos corrompen los alimentos”, según reza un escrito contemporáneo.
En 1348 la peste negra recorrió a toda velocidad –algo que no se explican algunos investigadores y estudiosos de la Medicina–, sembrando la muerte y la destrucción, un largo camino que iba de Sicilia a Inglaterra, hasta alcanzar su clímax. Fue entonces cuando en Italia las autoridades de la ciudad de Pistoia, convencidas de que Dios estaba castigando al mundo, creían que la ciudad debía purgar sus pecados. Se publicaron ordenanzas que prohibían el juego, la blasfemia y la prostitución. Normas que se empezaron a aplicar en diferentes ciudades y países.
En Alemania las brutales torturas de los flagelantes impactaron sobremanera a las gentes. Era creencia común que la sangre de los mártires era sagrada, por lo que poco a poco este movimiento heterodoxo fue sustituyendo en amplios lugares a la religión oficial, cuyas plegarias no evitaban la muerte de nadie. Miles de fieles seguían en masa a estos personajes, muchos de los cuales se creían dotados de gracia divina a través del sacrificio de su sangre y afirmaban ser capaces de realizar milagros en nombre de Cristo. Aseguraban que los niños fallecidos podían revivir en su seno y el pueblo creía que algunos animales hablaban gracias a su intercesión. Estas asombrosas “facultades”, fruto sin duda del fanatismo y la superstición, no evitaron sin embargo que los cadáveres siguieran amontonándose en las calles.
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Los cristianos comunes creían que las procesiones de los flagelantes eran una especie de purificación espiritual que también los elevaba a ellos. El pueblo asociaba su llegada a la desaparición de la terrible enfermedad, por lo que el papa Clemente VI comenzaba a inquietarse. El fanatismo era cada vez más extremo y, para que el Todopoderoso perdonara al hombre, al pecador, en varios lugares se expulsó de las ciudades a las prostitutas y a los judíos –el colectivo más perseguido–, que en ocasiones eran quemados vivos, como si fueran brujas.
Pogromos y persecución religiosa
Para los cristianos medievales los hebreos eran quienes más ofendían a Dios, pues los consideraban los responsables de la crucifixión de Jesús –lo que había despertado la ira divina provocando la epidemia–, así que el odio popular, alimentada por los sermones de curas exaltados y de los flagelantes, se volcó contra ellos. Marcados desde sus orígenes con el estigma de pueblo maldito, el hecho de mantener sus costumbres, su lengua y religión, apartados del resto, les convertía en foco habitual de la ira de los cristianos. Además, practicaban el préstamo de dinero y recaudaban impuestos para la nobleza, lo que para una población que no admitía por principio religioso la usura, constituía toda una verdadera afrenta. Con la llegada de la muerte negra, el odio que se sentía hacia este colectivo desde hacía siglos se volcó contra ellos.
Miles de miembros de este colectivo fueron apaleados y masacrados, en brutales pogromos –persecuciones– por todo el continente. Se les acusaba de algo realmente pintoresco: los hebreos, en medio de un complot pergeñado al parecer por los judíos de Toledo, habían envenenado el agua de los pozos y fuentes de toda la Cristiandad y corrompido el aire, lo que había provocado la peste. Se les sometió a terribles torturas para que confesaran que todos los hebreos eran culpables de conspiración.
Esto provocó grandes matanzas en Carcasona y en Narbona, entre otros lugares. En los guetos millares de personas fueron descuartizadas, degolladas y quemadas vivas por los cristianos. En enero de 1348, 600 judíos fueron quemados vivos en Basilea, matanzas que se repitieron en Zurich y Chillon y que se avivaron en la Corona de Aragón, donde muchos miles fueron pasados a cuchillo. En mayo la aljama judía de Barcelona fue devastada por completo, extendiéndose el odio antisemita a ciudades como Cervera, Tárrega o Lérida.
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A pesar de que el papa Clemente VI, desde Aviñón –entonces sede pontificia–, hizo un llamamiento a la población y mediante una bula prohibió las matanzas, los saqueos y la conversión forzosa de los judíos sin juicio previo, afirmando que éstos enfermaban igual que el resto de la población, lo que hacía improbable que fueran los responsables, las persecuciones continuaron, si cabe con más inquina.
El día de San Valentín de 1349, los ciudadanos de Estrasburgo reunieron a 2.000 judíos que acabaron ardiendo en la hoguera. El caos se apoderó de toda Europa, los saqueos fueron cada vez más frecuentes y la violencia se convirtió en una amenaza aún más terrible que la peste.
El principio del fin
Los flagelantes comenzaron a alejarse de su original pietismo y a abandonarse a las orgías, copulando con las mujeres en público completamente ebrios. Muchos maleantes y delincuentes se unieron al movimiento, y saqueaban las Iglesias por las que pasaban. Finalmente, Clemente VI publicaría otra bula en 1349 -Inter sollicitudines-, donde condenaba al movimiento como herético, y acusaba a sus miembros de cometer crímenes que “hacían enojar a Dios”. Algunos de los cabecillas fueron apresados y decapitados en presencia de sus seguidores, y aunque la secta no desapareció por completo, poco a poco fue perdiendo fuerza, al tiempo que desaparecían los terribles efectos de la enfermedad.
Flagelantes
Flagelantes
Aquellos judíos que no habían sido asesinados o muertos por la peste, tuvieron que abandonar su hogar y exiliarse. A finales del siglo XIV, en amplios territorios de Francia, Inglaterra y Alemania ya no había ninguno. Sin embargo, éstos fueron acogidos en Cracovia (Polonia), por el rey Casimiro el Grande. Nadie creía entonces que en pleno siglo XX la comunidad hebrea volvería a ser masacrada, esta vez por la ira de los nazis.
La terrible plaga había dejado su huella de muerte y destrucción a lo largo de miles de kilómetros, atormentando el alma de millones de personas y diezmando casi a la mitad la población europea. Con el tiempo los hombres volverían a tomar el control de la situación, pero ya nunca volverían a ser los mismos. Ahora conocían las llamas del infierno.
El poeta italiano Petrarca cantó como nadie el sufrimiento y la pena, la pérdida de los seres queridos que causó la peste bubónica: “Considera lo que hemos sido y lo que ahora somos… /¡Dónde estáis amigos queridos!/ ¡dónde los rostros amados!/ Éramos una multitud, ahora estamos casi solos…”.
Óscar Herradón. Artículo publicado en la revista ENIGMAS

Disfunción cardiaca en niños malnutridos

Disfunción cardiaca en niños malnutridos
Myocardial dysfunction in malnourished children
Faddan NA, El Sayh KI, Shams H, Badrawy H.
Ann Pediatr Card [serial online] 2010 [cited 2010 Dec 16];3:113-8.
 
Background : Malnourished children suffer several alterations in body composition that could produce cardiac abnormalities. Aim : The aim of the present study was to detect the frequency of myocardial damage in malnourished children as shown by echocardiography and cardiac troponin T (cTnT) level. Methods : Forty-five malnourished infants and young children (mean±SD of age was 11.24 ±7.88 months) were matched with 25 apparently healthy controls (mean±SD of age was 10.78±6.29 months). Blood sample was taken for complete blood picture, liver and kidney function tests, serum sodium, potassium, calcium levels and cTnT. All the malnourished children were subjected to echocardiographic evaluation. Results : Malnourished children showed a significantly lower left ventricular (LV) mass than the control group. The LV systolic functions were significantly impaired in patients with severe malnutrition. The cTnT level was higher than the upper reference limits in 11 (24.44%) of the studied malnourished children and all of them had a severe degree of malnutrition. The cTnT level was significantly higher in patients with anemia, sepsis and electrolyte abnormalities and it correlated negatively with LV ejection fraction (EF). Six of the studied children with high cTnT levels (54.5%) died within 21 days of treatment while only one case (2.9%) with normal level of cTnT died within the same period. Conclusions: LV mass is reduced in malnourished children. Children with severe malnutrition have a significant decrease in LV systolic functions. Elevated cTnT levels in malnourished children has both diagnostic and prognostic significance for cardiomyocyte damage.

Enlace para leer el artículo completo:

Insuficiencia cardiaca en pediatría. Plan de actuación en atención primaria
Dr. JM Galdeano Miranda, Dr. C. Romero Ibarra, Dr. O. Artaza Barrios. 
S. de Cardiología Pediátrica. Servicio Cardiovascular 
H. de Cruces. Barakaldo. H. Vírgen del Camino. Pamplona. H. Luis Calvo Mackenna. Santiago de Chile 

Introducción 
Se define la Insuficiencia Cardíaca en Pediatría (ICP), como la incapacidad del corazón para mantener un gasto cardia-co o volumen minuto adecuado a los re-querimientos del organismo. 
La insuficiencia cardiaca es en el niño la manifestación de una enfermedad grave, generalmente una cardiopatía congénita, que con frecuencia tiene un tratamiento eficaz. Esto hace de sumo interés que el pediatra esté familiarizado con sus manifestaciones clínicas y con su tratamiento para poder realizar un diagnóstico precoz y adoptar las medidas terapéuticas adecuadas.

 
Soporte vital extracorpóreo en disfunción cardiaca pediátrica
Extracorporeal life support in pediatric cardiac dysfunction.
Coskun KO, Coskun ST, Popov AF, Hinz J, El-Arousy M, Schmitto JD, Kececioglu D, Koerfer R.
Department of Thoracic and Cardiovascular Surgery, University of Göttingen, Göttingen, Germany.
J Cardiothorac Surg. 2010 Nov 17;5:112.
Abstract
BACKGROUND: Low cardiac output (LCO) after corrective surgery remains a serious complication in pediatric congenital heart diseases (CHD). In the case of refractory LCO, extra corporeal life support (ECLS) extra corporeal membrane oxygenation (ECMO) or ventricle assist devices (VAD) is the final therapeutic option. In the present study we have reviewed the outcomes of pediatric patients after corrective surgery necessitating ECLS and compared outcomes with pediatric patients necessitating ECLS because of dilatated cardiomyopathy (DCM). METHODS: A retrospective single-centre cohort study was evaluated in pediatric patients, between 1991 and 2008, that required ECLS. A total of 48 patients received ECLS, of which 23 were male and 25 female. The indications for ECLS included CHD in 32 patients and DCM in 16 patients. RESULTS: The mean age was 1.2 ± 3.9 years for CHD patients and 10.4 ± 5.8 years for DCM patients. Twenty-six patients received ECMO and 22 patients received VAD. A total of 15 patients out of 48 survived, 8 were discharged after myocardial recovery and 7 were discharged after successful heart transplantation. The overall mortality in patients with extracorporeal life support was 68%. CONCLUSION: Although the use of ECLS shows a significantly high mortality rate it remains the ultimate chance for children. For better results, ECLS should be initiated in the operating room or shortly thereafter. Bridge to heart transplantation should be considered if there is no improvement in cardiac function to avoid irreversible multiorgan failure (MFO).

Atentamente
Dr. Enrique Hernández-Cortes
Anestesiología y Medicina del Dolor

Situacion actual del diagnostico prenatal no invasivo

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Mortalidad asociada a las fracturas del anillo pélvico


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Artículo nº 1584. Vol 12, diciembre 2010.
Autor: Encarnación Molina Domínguez

Mortalidad asociada a las fracturas del anillo pélvico

Artículo original: Pelvic ring fractures are an independent risk factor for death after blunt trauma. Schulman JE, O'Toole RV, Castillo RC, Manson T, Sciadini MF, Whitney A, Pollak AN, Nascone JW. J Trauma 2010; 68(4): 930-934. [Resumen] [Artículos relacionados]

Introducción: Las fracturas pélvicas se asocian a una importante morbimortalidad. Existen pocos estudios que valoren si las lesiones localizadas a nivel del anillo pélvico son un factor de riesgo independiente de mortalidad.

Resumen: Los autores estudian de forma retrospectiva 31.550 pacientes atendidos en un centro de trauma entre 1995 y 2002, e identifican los traumatizados con y sin fracturas del anillo pélvico (1.017 y 30.119, respectivamnte). Incluyen las variables: GCS < 8 puntos, frecuencia respiratoria > 30 rpm, ISS ≥ 13, ISS ≥ 18, edad > 65 años, fractura pélvica, TAS < 90 mm Hg, AIS craneal > 2 y distintas comorbilidades. Excluyen los pacientes con lesiones por arma de fuego y otros traumatismos pélvicos. Las fracturas fueron clasificadas en: Young-Burgess LC1, fracturas estables Young-Burgess LC1, LC2 y APC1 y fracturas pélvicas AIS score ≤ 2, y comparan la mortalidad esperada y observada en los traumatismos con y sin este tipo de localización. Hubo un total de 1.017 pacientes, de los cuales el 70% tenían lesión tipo I. La mortalidad en los pacientes traumáticos con y sin fracturas del anillo pélvico era de 9,1% y 3,4% respectivamente (P < 0,0001). El análisis multivariante mostró que la mortalidad asociada a las fracturas del anillo pélvico era 1,9 veces mayor. Otros factores de riesgo independientes de mortalidad fueron la edad, las puntuaciones ISS y GCS, la presión arterial sistólica y la frecuencia respiratoria al ingreso, y la presencia de comorbilidades.

Comentario: El estudio muestra que la fractura del anillo pélvico es factor de riesgo independiente de mortalidad en el paciente traumatizado. Sin embargo, junto a las limitaciones de los estudios retrospectivos hay que señalar que no se describen el tipo de lesiones asociadas, la técnica de imagen utilizada, tipo de tratamiento realizado, causas de mortalidad y el tiempo transcurrido hasta el fallecimiento. Llama la atención que los autores no den excesivo valor a quiénes realizan el diagnóstico o no incluyan las variables ventilación mecánica o la transfusión de hemoderivados. Sin embargo, es un estudio importante que aunque referido a un solo centro incluye un amplio número de pacientes, por tanto, sería interesante la realización de otros estudios que valoren este tipo de fracturas en el paciente traumatizado.
Encarnación Molina Domínguez
Hospital General de Ciudad Real
©REMI, http://remi.uninet.edu. Diciembre 2010.

Búsqueda en PubMed
:
  • Enunciado: Mortalidad en las fracturas de pelvis
  • Sintaxis: Pelvic ring fractures AND mortality[mh]
  • [Resultados]
Palabras clave: Fracturas de pelvis, Politraumatismos, Pronóstico, Mortalidad.

Los multimillonarios de EEUU ponen fin a su década más altruista


Los multimillonarios de EEUU ponen fin a su década más altruista




El creador de Facebook Mark Zuckerberg se sumó este mes al club de los multimillonarios de EEUU que donarán la mayor parte de su fortuna a obras caritativas en un anuncio que culmina la que algunos han acuñado ya como "década filantrópica".

El encargado de inaugurar la tendencia fue el inversor Warren Buffett, un magnate famoso por su frugalidad, que en junio del 2006 sorprendió a sus compatriotas y al mundo al prometer que destinaría el 99% de su patrimonio, valorado en unos 50.000 millones de dólares, a causas benéficas. "Quiero dejarles a mis hijos lo suficiente para que sientan que puedan hacer cualquier cosa que deseen pero no tanto como para que no tengan ganas de hacer nada", le gusta decir a Buffett.

Este año, él y sus amigos Bill y Melinda Gates, que también han prometido ceder la mayoría de su capital, lanzaron oficialmente "The Giving Pledge" (La promesa de dar), una campaña que invita a los estadounidenses más ricos a destinar su fortuna al bien común.

"A menudo las vastas colecciones de posesiones acaban por poseer a su dueños", señala Buffett en una carta en el sitio web de "The Giving Pledge" en la que invita a los afortunados como él a seguir sus pasos y en la que asegura que su activo más preciado, "aparte de la salud", son los buenos amigos.

A sólo unos días de que acabe el año, cerca de 60 multimillonarios se han sumado ya a "La promesa de dar". La lista incluye al director de cine George Lucas, al empresario Ted Turner, el magnate David Rockefeller, el inversor Carl Icahn y el alcalde de Nueva York Michael Bloomberg, entre otros. 

"La realidad de las grandes fortunas es que ni las puedes gastar ni te las puedes llevar contigo", explica Bloomberg en su "promesa de dar", en la que asegura que el grupo formado por Buffett y Gates puede tener un impacto "sin precedentes en lo que la filantropía puede alcanzar". 

La cultura filantrópica está profundamente arraigada en EEUU, donde hay 1,5 millones de ONGs, más de 60 millones de voluntarios e infinidad de movimientos comunitarios. La que Buffett describe como "la sociedad más generosa del planeta" ha donado a causas benéficas más de 300.000 millones de dólares anuales en los últimos años, según los datos de la organización Giving USA.

Las muestras de generosidad se repiten a gran y pequeña escala. Estos días, por ejemplo, ha saltado a los medios de comunicación estadounidenses la historia de Reed Sandridge, un ex empleado de una organización sin ánimo de lucro de la capital estadounidense que se quedó sin trabajo en septiembre del 2009. 

"Me deprimí un poco. Quería conseguir un trabajo (...) realmente quería algún tipo de responsabilidad y también conectar con mi comunidad local", explicaba Sandridge este mes en una entrevista con el blog Huffington Post.

Tras analizar sus finanzas, descubrió que tenía ahorros para sobrevivir un año y algún dinero sobrante que decidió entregar al ritmo de diez dólares diarios a un extraño que lo necesitase en una especie de experimento social. 

Un año más tarde, Sandridge, que relata su experiencia en el blog "A year of giving" ("Un año de regalos"), está mucho mejor que cuando empezó y no sólo porque ha encontrado trabajo sino porque asegura que el dar lo ha convertido en un ser humano "más rico".

Sandberg dice ser consciente de que los diez dólares diarios que donó durante un año no pueden cambiar la vida de nadie, pero aun así asegura confiar en que el acto de dar inspire a otros a perseguir los ideales que el filósofo francés Auguste Comte imaginó cuando acuñó el término 'altruismo', según explica en su blog. 

"Los resultados específicos son menos importantes que el bien que podemos alcanzar todos juntos", concluye el pequeño filántropo estadounidense. Su próximo proyecto es reclutar a otros desempleados que quieran invertir en "amabilidad" durante una semana y que después relaten sus experiencias. Sandberg recuerda que con unos 15 millones de personas sin trabajo en Estados Unidos, esa contribución podría lograr una gran diferencia.

Participa para no ser programado

El caparazón: Participa para no ser programado

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Posted: 28 Dec 2010 06:44 AM PST
Tenía en algún lugar del escritorio esta revisión crítica del último libro de Rushkoff, que en su momento me ayudó a reflexionar sobre algunas de las resistencias típicas al cambio de paradigma en el que estamos inmersos.
Resumo en algunas líneas cada capítulo del libro y aporto mi opinión, a menudo contraria. Creo que el título no debería ser “Programa o serás programado” sino el que titula este post.
Dicho de otro modo, mi tesis básica es que no es necesario saber “programar para no ser programado”, que ningún individuo aislado debe saberlo todo, que es necesario, como sociedad, tener individuos que sepan programar pero también otros con otras competencias más blandas, tradicionalmente denominadas “soft skills”, de filtrado, de análisis crítico, incluso de desarrollo ético,  que deben ser complementarias a la programación.
Me hacía pensar también en ello Daniel Pink, con su “Asiaficación”  (todo lo que puede ser externalizado, producido en Asia, lo es) y la necesidad de educar en occidente personas más creativas, que desarrollen capacidades típicamente asociadas al hemisferio derecho de nuestro cerebro.
Dicho en otros términos, lo importante será saber participar, saber colaborar y poner en común lo que todos/as sabemos.
Me quedo con un ejemplo que me explicaban hace pocos días: ¿Qué diferencia hay entre un hacha de sílex y un Iphone si ambas son tecnologías creadas por el hombre?
La respuesta está en que son muchas más las personas necesarias para crear un Iphone que, como diría Kelly, la propia organización social puede ser considerada la primera tecnología.
Colaboremos, participemos de la nueva inteligencia global y no seremos programados.

New York Struggles as Blizzard’s Impact Chastens Bloomberg

New York Struggles as Blizzard’s Impact Chastens Bloomberg

Todd Heisler/The New York Times
Cars stuck in the snow on Franklin Avenue in Brooklyn on Tuesday. More Photos »
As New York City struggled with huge snowdrifts left by a crippling blizzard the day before, Mayor Michael R. Bloomberg acknowledged on Tuesday that the cleanup had been slower than expected and the impact worse than had been apparent when the snow stopped falling.
While major thoroughfares seemed at least passable, especially in Manhattan, streets across vast stretches of the city remained untouched, leaving tens of thousands of residents unable to get to jobs and many facing long waits for ambulances and other emergency services.
Plows were unable to clear scores of streets that remained blocked by stuck buses and cars.
City officials pressed resources from several agencies to work, as a chorus of complaints from residents and elected officials arose on blogs and call-in shows. Christine C. Quinn, the City Council speaker, who has often sided with the mayor, said the city’s response to the blizzard was the worst in memory.
“Clearly, the response was unacceptable,” said Ms. Quinn, who announced she would hold a hearing on the matter. “We’re hearing reports from all over of people not even having seen a plow by the afternoon of the day after. This is a level of lack of cleanup that I really can’t recall.”
At a midday news conference, Mr. Bloomberg set a more somber tone than he had a day earlier, when he assured New Yorkers that the cleanup was proceeding smoothly. On Tuesday, he said he had visited all five boroughs, and asked for patience as the city dealt with the sixth-biggest snowfall in its history.
“It is a bad situation,” he said, adding: “Nobody suggests that this is easy. Nobody suggests that this is pleasurable. But I can tell you this: We are doing everything that we can think of, working as hard as we can.”
His sanitation commissioner, John J. Doherty, said the department would not meet its usual goal of plowing all city streets within 36 hours after snow stops falling. Mr. Doherty said that he could not be certain when the work would be finished, and that some smaller streets might still remain impassable by Wednesday afternoon, more than 50 hours after the snow stopped.
Vito Turso, a department spokesman, said that as of 5 p.m. Tuesday, the agency had plowed 99 percent of the city’s primary thoroughfares, 76 percent of its secondary streets — those that feed into main arteries — and 52 percent of its tertiary roads since snow began. But many of those may need to be plowed again.
Mass transit limped back on Tuesday, as the area’s commuter railroads resumed limited service and airports began trying to move backlogs of stranded passengers. Two subway lines and dozens of bus routes remained out of commission. The city also grappled with many immobilized ambulances, fire trucks and tens of thousands of 911 calls since the storm began, many of them for minor troubles, city officials said.
As reasons for the snow-plowing delays, Mr. Bloomberg cited the storm’s fast-falling snow, and powerful winds that conspired to re-cover plowed streets. But he attributed much of the difficulty to drivers who tried to move their vehicles even as the snow fell hard on Sunday night and early Monday morning.
A shortage of tow trucks continued to hamper the effort, the mayor said. More than 1,000 private vehicles had been towed from just three main thoroughfares. More than 200 ambulances became stuck, some more than once, though all but 40 had been pulled out by Tuesday morning. Mr. Bloomberg said measures would be taken to prevent that from happening in the future.
“We’ve looked at some things that we probably could have done better,” the mayor said.
Some other officials were quick to criticize his decisions. Bill de Blasio, the city’s public advocate, said Mr. Bloomberg should have declared a snow emergency, requiring that parked vehicles be removed from major roadways, as the storm approached on Saturday evening. “I don’t think New Yorkers got a clear enough message,” Mr. de Blasio said.
Mr. Bloomberg told reporters that declaring a snow emergency would have led to more problems — though he spoke only of issuing an alert as snow fell, not before, when people would have time to respond.
“The snow emergency would require everybody on the main streets to move their car, and the question is, to where?” the mayor said. “All it would have done was put an awful lot more cars stuck in the middle of roads, which would have made plowing even more difficult.”
More questions are likely to be raised. The Council has scheduled a hearing on the response effort for Jan. 10. Some are already asking whether staffing reductions played a role in city plows’ inability to keep up with the snowfall on main streets during the storm — a problem that sanitation officials say kept them from starting on smaller roadways sooner.

The budget for the Sanitation Department, which runs snow removal efforts, has increased to $1.32 billion, from $1.09 billion in fiscal year 2006.
But the ranks of uniformed members have fallen to a planned 7,016 by next June from 7,733 in 2006, said Doug Turetsky, a spokesman for the city’s Independent Budget Office. That is the lowest staffing level since 1997, though the number has bounced up and down several times since. The Bloomberg administration shrank the department’s uniformed ranks by 400 through attrition but recently hired 100 new workers and ordered the demotion of 100 foremen back into the ranks of workers, said Harry Nespoli, president of the Uniformed Sanitationmen’s Association.
Mr. Nespoli said he believed that staffing should be increased, for just this sort of emergency. But he said the staff reductions and discord over the demotions had not slowed the city’s response to the storm. Rather, he said, the ferocity of the storm and stranded vehicles created special challenges.
“The day guys on Monday were having a hard time moving around because of stranded buses, cars and other vehicles,” Mr. Nespoli said. “That made for a slow start.”
In addition to the department’s 1,700 plows and the 2,000 workers it had on duty at any given time during the storm, Mr. Bloomberg listed numerous city agencies that were contributing personnel and equipment to the cleanup.
Another 70 private tow and 16 heavy-duty trucks were hired, as is common during large storms. But it was still not enough. The mayor said hiring private owners of heavy equipment had been difficult because so many companies were closed for the holidays.
As 911 calls poured in, Mr. Bloomberg said police officials had taken the unusual step of sending patrol cars to respond to calls for an ambulance, to provide coverage in case the ambulance does not arrive.
On Monday, there were 49,478 emergency calls, the sixth-highest total in the system’s history, said Paul J. Browne, the chief police spokesman. The most was during the 2003 blackout, with 96,660 calls; Sept. 11, 2001, brought the third-highest total, 55,574. Call volume was down on Tuesday, with 28,180.
Mr. Bloomberg said he shared the anger emanating from snowbound neighborhoods. But he also showed some irritation of his own, saying people’s perceptions were based largely on whether their own streets were clear.
“We cannot do everything all the time, and we are doing the best we can,” he said.
Street clearing remained uneven. Most streets in Upper Manhattan, from Harlem to Washington Heights, were cleared by noon Tuesday, though snow was still a problem on side streets where cars had blocked plows.
In Flatbush, Brooklyn, on Tuesday afternoon, a tractor-trailer blocked the intersection of Clarendon Road and Bedford Avenue, where it had been stuck since Monday. The driver, Alex Gonzalez, 30, said he was destined for a delivery in the neighborhood when the truck stopped.
“I knew it was going to be bad,” he said. “But when the company says you got to do a delivery, you’ve got to do a delivery.”
Around the corner, Wendell Thomas, 27, took the day off from work at Interfaith Hospital, where he is a janitor. “You can’t get a cab, you can’t get a bus,” Mr. Thomas said. “It’s like we’re held hostage. But we still got rent to pay. We still got bills to pay.

Wi-Fi Overload at High-Tech Meetings

Wi-Fi Overload at High-Tech Meetings

Robert Galbraith/Reuters
Last June, Steven Jobs of Apple asked people to turn off laptops and phones because a strained network was interfering with his presentation.
SAN FRANCISCO — Internet entrepreneurs climb on stage at technology conferences and praise a world in which everyone is perpetually connected to the Web.
But down in the audience, where people are busy typing and transmitting this wisdom, getting a Wi-Fi connection is often downright impossible.
“I’ve been to 50 events where the organizer gets on stage and says, ‘It will work,’ ” said Jason Calacanis, chief executive of Mahalo, a Web search company. “It never does.”
Last month in San Francisco at the Web 2.0 Summit, where about 1,000 people heard such luminaries as Mark Zuckerberg of FacebookJulius Genachowski, chairman of the Federal Communications Commission, and Eric E. Schmidt of Google talk about the digital future, the Wi-Fi slowed or stalled at times.
Earlier this year, Steven P. JobsApple’s chief executive, had to ask the audience at his company’s developer conference to turn off their laptops and phones after his introduction of the iPhone 4 was derailed because of an overloaded Wi-Fi network.
And few of Silicon Valley’s technorati seem willing to forget one of the biggest Wi-Fi breakdowns, on the opening day of a conference in 2008 co-hosted by the technology blog TechCrunch. It left much of the audience steaming over the lack of Internet access. The next morning, the organizers — who included Mr. Calacanis — clambered onto the stage to apologize and announce that they had fired the company that installed the Wi-Fi.
Technology conferences are like revival meetings for entrepreneurs, deal makers and the digitally obsessed. Attendees compulsively blog, e-mail, text and send photos and video from their seats.
Some go so far as to watch a webcast of the event on their laptops rather than look up at the real thing right in front of them. Nearly all conferences make free Wi-Fi available to keep the crowd feeling connected and productive.
The problem is that Wi-Fi was never intended for large halls and thousands of people, many of them bristling with an arsenal of laptops, iPhones and iPads. Mr. Calacanis went to the extreme at the Web 2.0 Summit by bringing six devices to get online — a laptop, two smartphones and three wireless routers.
He explained — while writing e-mails on his laptop — that as a chief executive and investor, he needed dependable Internet access at all times. “You’ve still got to work,” Mr. Calacanis said.
Wi-Fi is meant for homes and other small spaces with more modest Internet demands, says Ernie Mariette, founder of Mariette Systems, which installs conference Wi-Fi. “You’re asking a technology to operate beyond its capability.”
Conference organizers and the Wi-Fi specialists they hire often fail to provide enough bandwidth. Many depend on the infrastructure that the hotels or convention centers hosting their events already have in place.
Companies that install Wi-Fi networks sometimes have only a day to set up their equipment in a hall and then test it. They must plan not only for the number of attendees, but also the size and shape of the room, along with how Wi-Fi signals reflect from walls and are absorbed by the audience.
“Every space is different and every crowd is different,” Mr. Mariette said.
What is good enough for a convention of podiatrists is woefully inadequate for Silicon Valley’s connected set.
“I’ve been to health care conferences where no one brings a laptop,” said Ross Mayfield, president of the business software company Socialtext and a technology conference regular.
Technology conferences are an anomaly. Some regulars joke, perhaps accurately, that the events are host to more Internet devices per square foot than anywhere in the world. All too often, the network freezes after becoming overwhelmed with all the nonstop streaming, downloading and social networking.
That was what happened this year at the RailsConf, a software conference in Baltimore, when attendees caused Wi-Fi gridlock by tuning in to a webcast of an unrelated event across the country. Nearly everyone, it turned out, wanted to watch Apple’s live unveiling of the iPhone 4, the very one that fell victim to a Wi-Fi crash.
Adding more Wi-Fi access points does not necessarily fix the problem, Mr. Mariette said. In fact, doing so may make the situation worse by creating more interference.
To avoid Wi-Fi gridlock, conference organizers sometimes ask attendees to turn off electronics they are not using and to refrain from downloading big files. Cooperation is generally mixed, however.
Last year, an attendee at Web 2.0 Expo in New York was so desperate to get online that he offered to pay Oren Michels, chief executive of Mashery, a Web services company, to share his mobile Internet connection. MiFi, as the device is called, enables users to create mini-Internet hot spots using a mobile carrier’s network, not conference Wi-Fi.
“He said, ‘Can I give you 20 bucks for access?’ ” Mr. Michels recalled. “It was just some random person sitting next to me.”
Even if Wi-Fi devices are not connected to the network, they constantly emit signals that create background noise, sometimes until it becomes impossible to get online. IPhones and most BlackBerrys, along with certain laptops, are more susceptible than other devices because they operate on 2.4 GHz, a part of the spectrum that offers only three channels.
The Wi-Fi curse also extends to tech industry press conferences. Google, for instance, once held a press day at its headquarters in Mountain View, Calif., during which the Wi-Fi failed for several hours, although it was restored during the event’s final minutes. The flub did not exactly build confidence that Google and its partner, EarthLink, could deliver on their plans — since abandoned — to blanket San Francisco with free Wi-Fi.