domingo, 26 de diciembre de 2010

¿Tener fe en Dios es bueno para la salud?


¿Tener fe en Dios es bueno para la salud? (I)

Aunque la creencia en Dios carece de cimientos epistemológicos serios, y que creer en Dios no dista mucho de creer en Santa Claus, tal vez la fe en sí misma pueda tener algún beneficio, sino intelectual al menos en la salud.
El efecto placebo no es más que curarse por autosugestión cuando crees estar tomando una medicina que en realidad es un producto inocuo (parte del éxito de la homeopatía es precisamente ése). ¿Podría ocurrir algo parecido con la religión?
A pesar de que la gente que está en contra de la religión o que se declara atea acostumbra enumerar las cosas negativas que ofrece la religión, como ya referí en ¿La religión es la causa de todos los males?, hoy, sin que sirva de precedente, vamos a intentar enumerar alguna de las positivas (si es que podemos considerarlas así).

Un estudio realizado en 1999, llevado a cabo por un equipo de investigadores de la Universidad de Texas, sugería una correlación entre asistencia a la iglesia y esperanza de vida: las personas que asisten a la iglesia con regularidad viven aproximadamente 7 años más que las personas que no lo hacen.
Concretamente, si vamos a la iglesia una vez por semana, viviremos 6,6 años más. Si vamos a rezar a la iglesia más de una vez por semana, entonces nuestras posibilidades aumentan hasta los 7,6 años.
Bien, quizá es un estudio un tanto débil porque, por una parte, ganamos tiempo, pero por otro lo invertimos en ir a la iglesia. Algo así como si la iglesia fuera una cámara de criogenización que evitara que pasara el tiempo. Pero lo más importante es qué datos arrojaría este estudio si, por ejemplo, se calculara el aumento de esperanza de vida de los que acuden a clases de salsa (que además hacen deporte), tal y como sugirió recientemente Robin Dunbar.
Uno de los investigadores pioneros en el campo de la salud y la fe es el doctor Harold G. Koening, del Centro Médico de la Universidad de Duke. Según Koening, el hecho de que acudir a la iglesia aumente la esperanza de vida nada tiene que ver con la existencia de Dios o el poder sobrenatural de las oraciones, sino de factores psicológicos y sociales ligados al hecho de pertenecer a una religión organizada:
Funcionarían tanto si Dios existe como si no, siempre que las personas se comporten como si existiera o creyeran que existe. (…) Es necesario realizar más investigaciones para determinar si los efectos son los mismos en la cristiandad, en el budismo, en el islamismo, en el judaísmo o en cualquier otro credo.
Koenig se define como hombre de fe y cree profundamente en el poder curativo de la fe, pues admite que a él mismo le ha servido para superar grandes obstáculos en su vida y reunir fuerzas de flaqueza cuando ya lo creía todo perdido.
Pero también admite que esta clase de plus de supervivencia que ofrece la fe funciona mejor en individuos más vulnerables desde el punto de vista emocional y con menor cantidad recursos para hacer frente a los problemas.
Hay personas dotadas genéticamente con más fuerza de voluntad o con mayor capacidad de recuperación:
las creencias religiosas ayudan a todo el mundo, pero son especialmente valiosas para aquellas personas que se encuentran en el extremo más débil.

Hasta aquí la parte positiva. Pero también hay un lado oscuro. Igual que sucede con el placebo (por ejemplo, al emplearlo en exceso en una enfermedad que necesita una medicina real), la fe puede ponerse en nuestra contra cuando hablamos de nuestra psiconeuroinmunología.
Kenneth Pargament, psicólogo y profesor de la Universidad Bowling Green, de Ohio, sugiere que, ante determinados problemas, uno puede llegar a pensar que ha sido abandonado por ese dios en el que cree, o que quizá su antagonista, el diablo, está haciendo de las suyas, quizá castigándole por algún desliz moral. Y entonces, la fe se convierte en una amplificación del tormento.
Pargament estudió a 596 personas que estaban hospitalizadas tras haber sufrido varias enfermedades. Todos ellos superaban los 55 años y declaraban que se sentían despreciados, abandonados o castigados por Dios. Los pacientes sumidos en este dilema religioso tenían entre un 6 y un 10 % más riesgo de morir en comparación con los que no estaban en esa situación.

El peor pronóstico se lo llevaban los pacientes que creían que el diablo era el responsable de su enfermedad: tenían entre el 19 y el 28 % más de probabilidades de morir durante el periodo de estudio de dos años.
Pargament es judío y tiene fuertes convicciones religiosas, así que también teoriza sobre la razón de que las creencias religiosas puedan ser tan positivas y, a la vez, tan negativas. Él cree que todo depende de lo madura que sea nuestra idea de Dios.
Es decir, si creemos en un Dios que se inmiscuye en cada uno de los detalles de nuestra vida o que nos castiga o nos premia, que nunca permitirá que pase nada malo, etc.; seremos los más propensos a sufrir la parte negativa de la fe. Sin embargo, si creemos en un Dios de decisiones inescrutables, tanto para la bueno como para lo malo, entonces podemos sentirnos más fácilmente protegidos o dirigidos hacia un fin último.
En otras palabras, la fe tiene más efectos positivos cuanto más nos desvinculamos de nuestros juicios y permitimos que algo superior e inexplicable (que tampoco debe admitir duda) dirija en última instancia nuestra existencia. Aunque ni siquiera entendamos para qué (de hecho, es importante no entederlo).
¿Los filósofos clásicos, los estoicos que se afincaban en la ataraxia, obtendrían los mismos beneficios en la salud gracias a su pasotismo? ¿Sería un buen equivalente laico a la religión?
Vía | El club de los supervivientes de Ben Sherwood

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