domingo, 26 de diciembre de 2010

¿De qué depende que toquemos el claxon de nuestro coche?


¿De qué depende que toquemos el claxon de nuestro coche?

Imaginaos la escena. Estáis esperando que el semáforo se ponga en verde. Lo hace… y el coche que tenéis delante no se mueve. Pasan dos, tres, cuatro segundos… ¿cuánto tardaréis en tocar el claxon (o, en su versión más amable, hacerle luces largas)?
También cabe preguntarse: ¿cuántas veces sonará el claxon? ¿Por cuánto tiempo? ¿A quién se lo tocaremos? ¿Quién lo tocaría?
Todas estas variables no son aleatorias, responden a nuestros prejuicios, por ejemplo, y en general a todos los parámetros de la psicología social que se despliega en la calle. Importa el sexo, la clase social, la experiencia al volante, el lugar, la herencia cultural, la hora del día, la cantidad de coches que hay alrededor, etc.
Por ejemplo, es más probable que un conductor de una gran ciudad, rodeado de desconocidos, recurra más al bocinazo que el conductor de un pueblo pequeño, donde es más probable que esté avisando a una persona conocida.
Incluso importa qué esté haciendo el conductor que tenemos delante. Por ejemplo, si está manteniendo una conversación a través del teléfono móvil, es más probable que pitemos con mayor frecuencia y durante más tiempo (más si somos hombres que si somos mujeres, aunque las mujeres también expresaran su ira de forma visible).

En otro estudio estadounidense clásico, repetido en Australia, el estatus del coche que no se movía era el factor determinante. Cuando el coche parado era de “gama alta”, los conductores de detrás tenían menos probabilidades de pitar que cuando el causante del tapón era un coche más barato y antiguo. Un estudio en Munich invirtió la ecuación, manteniendo el mismo coche que bloqueaba (un Volkswagen Jetta) y observando en cambio a quienes pitaban; si han conjeturado que los conductores de Mercedes pitaban antes que los de Trabant, han acertado. Un estudio parecido realizado en Suiza no halló este efecto, lo que sugiere que las diferencias culturales, como la reserva y el amor por la calma suizos, quizá se hayan dejado notar.
Como podéis imaginar, si la persona que entorpece el paso a los demás vehículos es una mujer, recibirá más bocinazos que si es un hombre (y también las propias mujeres le lanzarán más bocinazos a las otras mujeres). En otro estudio en Japón, los que llevaban la L de conductor novel también recibían más bocinazos que el resto, como si así aleccionaran al conductor inexperto.
Igualmente, en diversos países europeos se pita más al que lleva un coche con matrícula de un país extranjero. Los conductores franceses, españoles e italianos son más rápidos en usar el claxon que los alemanes, sobre todo los italianos.
Porque la vida y la carretera hacen emerger idénticos modelos mentales, estrategias, creencias y estereotipos en todos nosotros.
Todos estos estudios fueron recogidos por Journal of Social Psychology (2006, 1996, 1971, 1976 y 1968),Australian Journal of Psychology (1968) y Psychological Reports (2004).
Vía | Tráfico de Tom Vanderbilt

Los 50 mejores inventos del 2010 según la revista 'Time'


Los 50 mejores inventos del 2010 según la revista 'Time'

La revista Time acaba de dar a conocer su selección de los 50 mejores inventos de 2010. Entre ellos destacan el autobús chino que deja pasar los coches por debajo, el exoesqueleto biónico (permite a una persona en silla de ruedas levantarse y dar unos pasos) y la célula sintética de Craig Venter (impulsor también del Proyecto Genoma Humano).
El coche autopilotado Google Car, que utiliza sensores para captar el entorno, una gran base de datos, mapas y capacidad para procesar la información en tiempo real, está entre los seleccionados. Pero existen más proyectos futuristas.

El iPad está calificado como una de las invenciones del sector de la tecnología. O EyeWriter, que sirve para dibujar o incluso escribir siguiendo el movimiento del ojo.
Otro dispositivo futurista es la minicámara Looxcie, un pequeño aparato que se coloca junto al oído. Pese a su reducido tamaño nos permite grabar imagen y sonido (30 segundos), así como enviar estos datos directamente a Facebook, a YouTube o a una dirección de email sólo con pulsar un botón.
También destaca la invención de Plastiki, un barco fabricado con miles de botellas de plástico PET, y de una nueva lavadora de la compañía británica Xeros que apenas usa agua para lavar la ropa. La bioimpresora de órganos creada por las empresas Invetech y Organovo.
Sugru, un increíble material elaborado a partir de silicona que nos permite no sólo reparar o mejorar nuestros objetos sino personalizarlos y hasta crear otros nuevos. Y al “algoritmo para la identificación de sarcasmos” desarrollado por la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Vía | ABC

¿Los científicos creen generalmente en Dios?


¿Los científicos creen generalmente en Dios?

A menudo se suele propagar la idea de que la mayoría de los científicos del mundo creen en Dios o se adscriben a alguna clase de religión. Dejando de lado que el concepto de Dios probablemente será distinto entre una persona formada en ciencia y cualquier ciudadano común, esta idea sólo pondría de manifiesto que los científicos también son seres humanos, con sus debilidades y miedos.
No obstante, la idea es falsa. Diversos estudios demuestran que los científicos, a medida que incrementan sus conocimientos y su excelencia, se apartan de las sendas más trilladas de la fe o directamente se adscriben al ateísmo (o a un deísmo inocuo o a un panespiritualismo incompatible con las religiones tradicionales, como señala el físico Alan Sokal).
Lo que sucede es que públicamente resulta controvertido declararse como ateo (en EEUU, sería impensable, por ejemplo, ateísmo y presidencia de la nación). De manera que los científicos que se ganan la vida con su imagen pública no suelen ser demasiado taxativos en sus opiniones. Pero en encuestas privadas, los datos apuntan algo muy distinto.

Para respaldar esto, Sokal ofrece datos de un sondeo reciente que muestra que aproximadamente el 39 % de los científicos estadounidenses cree en “un Dios a quien rezar a la espera de una respuesta”, mientras que el 45 % no son creyentes y un 15 % no tienen opinión definida.
Entre los miembros de la Academia Nacional de Ciencias, la creencia en Dios se desploma a un 7 %. Un 72 % no cree en Dios. Y un 21 % es agnóstico.
En 1914 y 1933, el psicólogo James H. Leuba se propuso poner a prueba la hipótesis de que cuanto más instruida es la gente, menos probable es que crea en Dios. Para ello, realizó una encuesta entre científicos estadounidenses, y sus respuestas confirmaron la idea de que es mucho menos probable que crean en Dios los miembros de este colectivo que el público general. En 1997 y 1998, Edward J. Larson y Larry Withampublicaron dos artículos en Nature mostrando los resultados de sendos estudios en los que se repitieron las encuestas de Leuba.
La mayor propensión a la increencia de los “grandes” científicos, Leuba la atribuyó a su “superior conocimiento, entendimiento y experiencia”, y los resultados de 1998 confirmarían sus predicciones. Larson y Witham, a pesar de ser creyentes ellos mismos (Larson asiste a una iglesia metodista y Witham declara sentirse confortable con el Dios definido por Leuba), no dejan de reconocer que el resultado de su encuesta es coherente con otros datos estadísticos, y citan al historiador Paul K. Conkin (1998): “Hoy, cuanto mayor es el nivel educativo de los individuos, o mejores sus resultados en test de inteligencia o de rendimiento, menos probable es que sean cristianos”. Los datos de que disponemos en España apuntan en el mismo sentido (Pérez-Agote, Santiago 2005, pp. 43 y 82): conforme aumenta el nivel de estudios, disminuye la creencia en Dios; el 90,4 % de los españoles sin estudios creen en Dios, pero sólo el 55,5 % de quienes tienen estudios superiores. Entre éstos, no reza nunca el 43,7 %, pero sólo el 15,8 % de quienes carecen de estudios.
En un próximo artículo profundizaré un poco más en estos datos, pero por el momento podéis echar un vistazo a Buddhachannel, sitio del que he extraido alguno de los datos que refiero.
Vía | Más allá de las imposturas intelectuales de Alan Sokal

¿Por qué creemos que somos mejores que los demás, sobre todo al volante de nuestro coche?


¿Por qué creemos que somos mejores que los demás, sobre todo al volante de nuestro coche? (I)

narcisismo.jpgSobre todo se pueden escuchar estas frases en el contexto de un bar: ay, si yo gobernase el mundo; ay, si me dejaran a mí tomar las riendas de mi empresa; ay, si dependiera de mí tal o cual cosa. O la más común de todas: la mayoría de gente no tiene ni repajolera idea de conducir (o cualquier otra cosa). (Nótese que el dueño de esta frase probablemente se excluirá del grupo de “los que no saben).
Una simple estadística nos permitiría deducir, pues, que la mayoría de gente es mejor que la mayoría de gente, algo que resulta de todo punto imposible. Es decir, que la mayoría de gente miente. O más bien: la mayoría de gente tiende a creer que es mejor que los demás.
Los psicólogos que examinaron un estudio llamado Inventario de Personalidades Narcisistas, que ha calibrado durante las últimas décadas los indicadores narcisistas de la sociedad (midiendo reacciones como las frases que inician este post), revelaron que en 2006 dos terceras partes de los encuestados obtuvieron puntuaciones más altas que en 1982. Lo cual sugiere que así es: la gente acostumbra, más que nunca, a tener una visión positiva e inflada de sí misma. 
Gracias a esta estadística se pudo establecer una correlación quizá demasiado aventurada, aunque tiene bastante sentido: justo en esa época, las encuestas también revelaron que la carretera se había convertido en un entorno menos agradable.
El tráfico, un sistema que requiere conformidad y cooperación para funcionar en su mejor versión, se estaba llenando de personas que compartían un pensamiento común: “Si yo gobernara la carretera, sería un lugar mejor.” Cuando, a pesar de todo, topamos con un feedback negativo en la carretera, tendemos a encontrar modos de excusarlo u olvidarlo con rapidez. Una multa es un raro incidente que uno atribuye rezongando a que los agentes de policía deben “cumplir su cuota”; el bocinazo de otro conductor es motivo de ira, no de vergüenza o remordimiento; un accidente podría verse como pura mala suerte.
Nuestro cerebro está diseñado para evidenciar más fácilmente los errores de los demás (mira que te lo dije, déjame que te dé un consejo, mira que es mala persona, yo nunca haría algo así) y no tanto nuestros propios errores. Con independencia de nuestro historial de conducción, si en una encuesta nos preguntan qué tal conducimos, probablemente afirmaremos sin dudar: bien. Incluso por encima de la media.
En la próxima entrega de este artículo sobre la viga del ojo ajeno y la paja en el propio os referiré algunos experimentos que refuerzan esta idea.



¿Por qué creemos que somos mejores que los demás, sobre todo al volante de nuestro coche? (y II)

narcisismo-1.jpgHay un dicho muy apegado al terruño español, un tanto grosero pero muy generalizado: menos mi madre y mi hermana, todas putas. De nuevo la cultura popular refrenda que somos más conscientes de los defectos de los demás que de los propios (o los de nuestros allegados).
Diversos experimentos en países de todo el mundo hacen hincapié en esta tendencia, sobre todo en el ámbito del tráfico rodado. Los psicólogos lo denominan “sesgo optimista”, y un sketch de los Monty Python lo ridiculizaba así: “¡Todos estamos por encima de la media!”.
Algunos psicólogos sugieren que esta tendencia quizá responda a una muleta psicológica a fin de afrontar con mayor confianza la tarea que generalmente resulta más peligrosa y compleja a nivel de coordinación psicomotriz de las personas normales: la conducción de un coche.
De hecho, un estudio reveló que los conductores eran más optimistas que los pasajeros cuando se les pedía que puntuaran sus probabilidades de verse envueltos en un accidente de tráfico.
Esta tendencia también explicaría la razón de que la mayoría de conductores esté en contra de las nuevas medidas viarias, al menos en un principio, como la obligación de llevar cinturón de seguridad o la restricción del uso de teléfonos móviles. Además, sobrevaloramos los riesgos para la sociedad e infravaloramos el nuestro propio.

Las encuestas han revelado, por ejemplo, que a la mayoría de conductores les gustaría ver prohibida la escritura de mensajes de texto mientras se conduce; esas mismas encuestas demuestran también que la mayoría de personas lo han hecho.
Tal vez requiramos lo que se conoce como “metacognición”, que significa, según Cornell Justin Kruger yDavid Dunning, psicólogos de la Universidad de Cornell, que somos “ineptos e inconscientes de serlo”. Es decir, lo mismo que le pasaría a una persona que ignora las normas de la gramática cuando se le pide que valore juiciosamente un texto escrito por ella: el texto es correcto, afirmará con convicción.
Así pues, esta tendencia también se observa en otros ámbitos de la vida.
Los inversores afirman por sistema que son mejores que el inversor medio para escoger acciones, pero al menos un estudio sobre cuentas de corretaje reveló que los operadores más activos (cabe suponer que entre los más confiados) generaban los menores beneficios.
Y esta tendencia se produce con más frecuencia en las actividades que se consideran relativamente fáciles (como la conducción) y no relativamente complejas (como hacer malabarismos con diversos objetos a la vez). Además, las actividades consideradas relativamente fáciles (aunque no lo sean en realidad), son difíciles de cualificar. Por ejemplo, en una carrera de 100 metros sin obstáculos es fácil quién es mejor que los otros, pero ¿cómo saber cuánto un conductor es mejor que otro? ¿Que nunca ha tenido un accidente? ¿Que consume poco combustible?
Los psicólogos han bautizado a esta tendencia como “efecto del lago Wobegon” (donde todos los niños están por encima de la media).
Vía | Tráfico de Tom Vanderbilt

El ADN determina nuestro grado de altruismo, egoísmo y cooperación


El ADN determina nuestro grado de altruismo, egoísmo y cooperación (I)

Si bien el entorno puede influir en la manera que somos, nuestro altruismo, egoísmo y cooperación tienen una fuerte influencia genética.
Para probar esta teoría es necesario fijarse en los gemelos. Así que los investigadores Nicholas A. Christakis yJames Fowler se dirigieron a un pueblo llamado Twinsburg, en pleno Ohio rural. Anualmente se celebra allí un festival que, desde 1976, concentra a un buen número de gemelos, festejando así el nombre del pueblo (twinsignifica gemelo en inglés).
En su primer año de celebración ya concentró 37 parejas de gemelos. Hoy en día es la concentración anual de gemelos más grande del mundo.
Los científicos de todo el mundo aprovechan estas insólitas concentraciones para llevar a cabo experimentos, en un lateral de la feria. Los voluntarios que se someten a las pruebas reciben una pequeña compensación económica.
Algunos gemelos son dicigóticos: sólo comparten la mitad de su ADN. Pero otros son monocigóticos: comparten exactamente todas las variantes de todos los genes que componen su ADN. Son clones.

Las diferencias en el grado de similitud genética resultan ser un poderoso experimento natural que nos permite estimar cuánto influyen los genes en una determinada característica. Por ejemplo, los gemelos idénticos casi siempre tienen los ojos del mismo color, pero los gemelos dicigóticos a menudo los tienen de color distinto.
No hay pocos críticos de estos experimentos. Argumentan que si se trata de estudiar rasgos del carácter y los gemelos se clasifican a sí mismos como idénticos, procurarán siempre parecerse el uno al otro, su familia los tratará así y también sus amigos. Lo cual sería una semejanza de entorno y no genética.
Pero esta crítica ha sido refutada de manera ingeniosa.
Hay gemelos que son erróneamente considerados idénticos, y basta una simple prueba genética para demostrar que no lo son. Si es el entorno social lo realmente hace que los gemelos sean más parecidos, entonces los gemelos tomados por idénticos deberían ser tan parecidos entre sí como unos gemelos idénticos verdaderos. Pero cuando los científicos llevan a cabo pruebas sobre una variedad de características (inteligencia, personalidad, actitudes y demás) se encuentran con que los gemelos aparentemente idénticos no se parecen más entre sí que unos gemelos dicigóticos. Esto significa que la similitud se produce por estados genéticos idénticos y no como consecuencia de una autopercepción.
Y ¿qué experimento se realizó en Twinsburg para calcular hasta qué punto el altruismo, el egoísmo y la cooperación está escrita en nuestra naturaleza? Lo veremos en la próxima entrega de este artículo.
Vía | Conectados de Nicholas A. Christakis



En Twinsburg, Christakis y Fowler llevaron a cabo una simple prueba de cooperación llamada “juego de la confianza”.
En ella, se sitúa a cada gemelo con una persona desconocida. Se le asigna a cada gemelo el rol de primer jugador y segundo jugador. Al primer jugador se le entran 10 dólares, y se le pide que decida cuánto dinero debe darle al segundo. También se le dice a ambos jugadores que cada dólar entregado al segundo jugador será triplicado, de manera que si, por ejemplo, el primer jugador entrega 10 dólares, el segundo recibirá 30.
A continuación se pregunta al segundo jugador cuánto dinero querría devolverle al primero (esta vez sin triplicar). De este modo, si el segundo jugador ha recibido 30 dólares y quiere repartirlos a medias con el primer jugador, le entregaría 15 dólares y se guardaría 15 para él. Como resultado, el primer jugador ganaría 5 dólares.

Este juego se llama “de confianza” porque la decisión del primer jugador refleja el grado de confianza que tiene en que el segundo jugador le devuelva parte del dinero. Cuanto más dinero entregue, mayor será su confianza en el segundo jugador. Análogamente, la decisión del segundo jugador nos indica hasta qué punto es merecedor de esa confianza. Cuanto más dinero devuelva, mejor estará correspondiendo a la generosidad inicial del primer jugador. Valores altos de confianza y de correspondencia a la confianza indican un comportamiento prosocial, más cooperativo.
Christakis y Fowler realizaron estos experimentos durante dos años, a nada menos que 800 gemelos. Al compararse los resultados entre gemelos idénticos y gemelos dicigóticos, descubrieron que los genes influyen significativamente tanto en la confianza como en la correspondencia a la confianza.
Paralelamente, por casualidad, un economista del MIT llamado David Cesarini realizó las mismas pruebas a cientos de parejas de gemelos en Suecia. Los resultados fueron casi idénticos.
Desde entonces, estos investigadores han concluido que:
los genes influyen en el comportamiento en los juegos del dictador y del ultimátum. Esto significa que la cooperación, el altruismo, el castigo y el aprovecharse del esfuerzo ajeno (oportunismo) están escritos en nuestro ADN. No cabe duda de que nuestras experiencias vitales tienen un gran impacto sobre todas estas características, pero por primera vez hemos encontrado pruebas de que la diversidad en estas preferencias sociales es, al menos en parte, resultado de nuestra evolución genética.
Vía | Conectados de Nicholas A. Christakis

El cerebro humano está programado para pecar


El cerebro humano está programado para pecar

Nuestro cerebro tiene propensión a pecar. Es algo natural, instintivo, viene de serie. Es lo que acaba de sugerir un estudio de la Universidad de Nothwestern (EEUU). Los siete pecados capitales están enredados en nuestro cableado neuronal.
El estudio me parece un poco obvio: las prescripciones morales se imponen para controlar, gestionar o incluso frenar las predisposiciones naturales (porque no siempre lo natural es bueno, y mucho menos en todos los contextos). Por ejemplo, la gula está provocando una epidemia de obesidad en Estados Unidos, y la gula no es más que el instinto de alimentarse con productos grasos a fin de sobrevivir a épocas de escasez… o a la persecución de un depredador.
Sólo nuestros antepasados aquejados del pecado de la gula lograron sobrevivir y transmitir genéticamente su gula. El pecado de la gula salvó a nuestra especie, aunque ahora sea un problema con tantos bollycaos en el supermercado.

Lo mismo sucede con la lujuria, que según otros estudios nos orienta hacia la procreación. En el estudio se mostraba a los sujetos diversas escenas de películas eróticas que eran proyectadas en una pantalla situada en la parte posterior del escáner y debían visualizarlas a través de un espejo mientras eran monitorizados con dicho escáner.
La resonancia resultante reflejaba que el sistema límbico, encargado de procesar respuestas fisiológicas frente a estímulos, se activaba cuando veíamos algo que nos gusta. La lujuria permitió que en épocas donde la supervivencia estaba en peligro nos reprodujéramos a gran velocidad.
¿Y la pereza? Según Adam Safron, uno de los autores del estudio:
Nunca teníamos la certeza de cuándo volveríamos a ingerir una comida sustanciosa. Así que, si era posible, descansábamos. Las calorías que no quemábamos mientras llevábamos a cabo actividades, las podíamos usar para procesos corporales de crecimiento o de recuperación.
La envidia y la soberbia, tras los análisis del Instituto Nacional de Ciencias Radiológicas de Japón y la Universidad Motclair State, respectivamente, se sugiere que son emociones dolorosas o que producen consecuencias dolorosas en quienes las padecen.
La Universidad de New South Wales, en Australia, realizó un estudio sobre la ira. Algunos de los participantes del estudio partían con una predisposición derivada de su personalidad. En los depresivos y proclives a guardar rencor, la corteza prefrontal medial se activaba. Esto podría tener relación con la evolución ancestral del cerebro que se vio afectada por el entorno.
El caso de la avaricia, sin embargo, todavía no dispone de estudios cerebrales, y según un estudio de la Northwestern, podría ser una emoción más condicionada que el resto por el aprendizaje y el entorno.
Vía | Eco Diario

Nuevo insecto ayudará a los forenses a resolver crímenes


Nuevo insecto ayudará a los forenses a resolver crímenes

Series de televisión como CSI podrán contar ahora con un nuevo personaje: el Prochyliza nigricornis. (Siempre que el capítulo transcurra en Europa).
Este díptero tiene una gran propensión por los cadáveres en avanzado estado de descomposición. Hasta el momento se pensaba que este díptero, de hábitos necrófagos, sólo vivía en Alemania, Eslovaquia, Holanda, Reino Unido, República Checa y Suiza pero un reciente estudio de la Universidad de Alcalá de Henares (UAH) ha encontrado esta especie en el centro de España.
Esta familia de insectos es importante a la hora realizar estimaciones del intervalo postmortem en cadáveres en avanzado estado de descomposición. Además, como el Prochyliza nigricornis está asociado a hábitats y épocas del año muy concretas, su observación puede ser útil para ubicar geográficamente la investigación.

Si bien la noticia pueda parecer un poco macabra, lo cierto es que la existencia de este insecto en tierras españolas es un síntoma de buena salud ecológica.
Descubierto por miembros del Instituto Universitario de Investigación en Ciencias Policiales, este insecto se dedica a la descomposición y el reciclaje de la materia orgánica de los bosques; su existencia también denota que hay una fauna de vertebrados bien conservada, como ha señalado uno de los científicos que ha realizado el estudio, Daniel Martín-Vega.
El descubrimiento de esta nueva especie de insecto ha sido publicada en el último boletín de la Asociación Española de Entomología.

Lo que pasa en nuestro cerebro cuando estamos conduciendo un coche


Lo que pasa en nuestro cerebro cuando estamos conduciendo un coche

A pesar de aquella noticia que os referí sobre un coche que recorrió medio mundo sin conductor o de que KITT fuera capaz de ayudar a Michael Knight en sus peligrosas misiones, lo cierto es que conducir un coche requiere de unas destrezas que aún no han sido aprendidas por los ordenadores.
Conducir probablemente sea la actividad cotidiana más compleja que lleva a cabo un ser humano, porque es una competencia formada por, al menos, 1.500 subcompetencias, según estimó A. J. McKinght y B. Adamsen Driver Education Task Analysis.
Un estudio de un tramo de carretera en Maryland (EEUU) reveló que aparecía determinada información cada 0,6 metros, lo que a 48 km por hora significa estar expuesto a 1.320 ítems de información, o aproximadamente a 440 palabras por minuto, señalaba el estudio.


El equivalente sería leer tres o cuatro párrafos de este artículo mientras se contempla a la vez un puñado de imágenes, por no hablar de lo que señala el divulgador Tom Vanderbilt:
En cualquier momento dado estamos orientándonos por el terreno, inspeccionando nuestro entorno en busca de peligros e información, manteniendo nuestra posición en la calzada, juzgando la velocidad, tomando decisiones (una veinte por cada 1,6 km, reveló un estudio), evaluando riesgos, ajustando instrumentos, adelantándonos a las acciones futuras de los demás… y eso mientras quizá saboreamos un café con leche, pensamos en el episodio de anoche de American Idol, calmamos a un bebé o comprobamos el buzón de voz.
El simple encuentro con un semáforo en ámbar pone en funcionamiento una compleja cadena de pensamientos que fundiría los plomos de cualquier ordenador. ¿Cuánto tiempo le queda al semáforo? ¿Me dará tiempo? ¿Cuánto tengo que acelerar para conseguirlo? ¿Vale la pena? ¿Infringiré alguna norma? ¿Si decido frenar de golpe, me dará el coche que tengo detrás? ¿Si apuro demasiado, el coche del otro semáforo tiene aspecto de que acelerará antes de tiempo, produciendo una colisión? ¿Está mojada la calzada? ¿Quedaré atrapado en un cruce, bloqueando la cruadrícula? Y un largo etcétera.
Los ingenieros llaman “zona de dilema” al instante en que estamos demasiado cerca del semáforo en ámbar, como para detenernos y, aun así, demasiado lejos para superarlo sin que nos lo saltemos en rojo. A juzgar por las tasas de accidentes, el dilema es de órdago.
Los ingenieros pueden hacer que el ámbar dure más, pero eso reduce la capacidad del cruce…, y en cuanto corra la voz del generoso cronómetro del semáforo, quizá no sirva sino para animar a más conductores a acelerar y probar suerte.
Conducir, pues, no sólo implica cuestiones técnicas sino también psicológicas y sociales. Conducir es tan intrincado como relacionarse con otras personas. Y para lograr eso, hasta KITT se queda corto todavía.
Vía | Tráfico de Tom Vanderbilt

Singularidades extraordinarias de animales ordinarios (XLV): la termita


Singularidades extraordinarias de animales ordinarios (XLV): la termita

Todos hemos mencionado alguna vez a las termitas, pero muy pocos las hemos podido ver con nuestros propios ojos. Sin embargo, las 2.600 especies de termitas que existen en el mundo constituyen el 10 % de la biomasa total del planeta.
Después de los rumiantes, las termitas son las criaturas más contaminantes: su dieta rica en fibra es la responsable del 11 % de las emisiones globales de metano. Por eso su estómago se parece también al de las vacas: cuenta con diversos compartimentos para descomponer la celulosa; y sus intestinos albergan 200 tipos de microbios que la trasforman en energía.

Se están llevando a cabo estudios de estos organismos diminutos financiados por la industria del biocombustible para comprobar si tienen el secreto de la extracción de combustible limpio a partir del maíz.
¿En qué se basa una termita para comerse una u otra madera? En las vibraciones que produce cuando empieza a roerla. Prefieren, pues, los muebles a los árboles. Las fibras de madera se rompen al morderlas y envían impulsos al cuerpo que revelan el tipo y tamaño de la pieza.
Las obreras ciegas son las que roen la madera para alimentar al resto de la colonia directamente de su boca o de su ano.
Pero las termitas también pueden excavar a través del hormigón. En Norteamérica provocan más daños que los incendios y las inundaciones combinadas.
Las termitas tienen grandes valores familiares, y además son monógamas, a pesar de que viven en colonias de millones de individuos. La reina se parece a la madre de Alien: puede aumentar hasta 300 veces su tamaño original porque sus ovarios se expanden. La reina de la especie Odontotermes obesus, por ejemplo, pone un huevo por segundo, más de 80.000 al día.
En 2007, una investigación sobre el ADN reveló que en realidad son cucarachas. Su antiguo orden Isoptera (“alas iguales”) ha quedado atrás y ahora son Blattodea (blatta en griego significa “cucaracha”). La teoría es que evolucionaron a partir de ancestros similares a cucarachas cuando desarrollaron la capacidad de comer madera.
Las termitas son uno de los insectos culinarios más populares: contienen un 75 % más de proteínas que un filete de ternera. En Nigeria se vende caldo de termitas en cubitos.
Vía | El pequeño gran libro de la ignorancia (animal) de John Lloyd

El alfabeto como máquina de generar ideas nuevas


El alfabeto como máquina de generar ideas nuevas

Creemos que las ideas surgen del simple runrún de nuestra cabeza. Sin embargo, hay elementos coadyuvantes tanto dentro como fuera de nuestra cabeza, estímulos que pueden permitirnos alcanzar ideas más nuevas de una forma inédita hasta el momento.
Según Eric Havelock, experto en lenguas clásicas, y David Olson, psicólogo, el alfabeto sería uno de estos elementos que estimularían nuestro magín. Su retadora hipótesis es que la eficacia del alfabeto griego condujo a una transformación sin parangón del pensamiento humano.
Al liberar a la gente de una tradición verbal, la eficacia del alfabeto nos permitió liberarnos también de restricciones como la memorización o las estrategias metacognitivas para conservar la cultura oral.

Tales estrategias, por impresionantes que fueran, tenían un coste. A veces de manera sutil, en ocasiones abiertamente, la dependencia del ritmo, la memoria, las fórmulas y la estrategia constreñían lo que podía decirse, recordarse y crearse.
Según Maryanne Wolf, no sólo fue el alfabeto griego el responsable de nuestra impresionante zancada cognitiva. Mil años antes que los griegos, el sistema de escritura ugarítico (un sistema pseudoalfabético) causó también importantes cambios culturales. Más atrás todavía, en la literatura acadia, observamos un florecimiento de ideas (en parte, indudablemente, basadas en la tradición oral) registradas por un sistema logosilábico no alfabético.
Si echamos un vistazo global a la historia, vemos que lo que ha fomentado el desarrollo del pensamiento intelectual de la humanidad no fue el primer alfabeto, ni siquiera la repetición óptima de un alfabeto, sino la escritura en sí. Como el psicólogo ruso del siglo XX Lev Vygotsky decía, el acto de poner las palabras y los pensamientos por escrito estimula y en sí mismo cambia las ideas.
Cabe puntualizar, con todo, que, desde una perspectiva cognitiva, no fue sólo el alfabeto el que producía nuevas ideas, sino más bien que la creciente eficiencia promovida por los sistemas alfabéticos y silábicos hizo que las nuevas ideas fueran accesibles a más gente y en una etapa más temprana del aprendizaje lector. Por ello, cuando nació el alfabeto griego también se dio un prolífico período de escritura, arte, filosofía, teatro y ciencia, posiblemente uno de los florecimientos más explosivos de la historia.
Vía | Cómo aprendemos a leer de Maryanne Wolf

Cuando la tecnología informática funciona deliberadamente mal para que resulte más rentable a su fabricante


Cuando la tecnología informática funciona deliberadamente mal para que resulte más rentable a su fabricante

A veces, cuando el ordenador empieza a fallarme sin motivo aparente, por ejemplo funcionando ridículamente lento, o colgándose obstinadamente al abrir determinado programa, puedo llegar a pensar que los traviesos gremlins existen, y que hay justo uno ahí dentro haciéndome la vida imposible.
Los gremlins fueron un invento americano británico, concretamente de la Royal Air Force de servicio en Oriente Medio durante la Segunda Guerra Mundial, para justificar los accidentes frecuentes que se sucedían en sus vuelos. Pero lo cierto es que hay fabricantes que introducen gremlins deliberadamente en sus productos… y lo hacen de verdad, por una única razón: ganar más dinero.
Por ejemplo, observemos lo que ocurre con una impresora de la marca IBM, concretamente la impresora láser LaserWriter E. Es una impresora barata y de baja calidad. Pero si la evisceramos, descubriremos que contiene los mismos componentes de la impresora de alta calidad (y más cara) LaserWriter. Lo hace que IBM es introducir un chip en la impresora barata que la hace más lenta.
La razón para esto es doble. Por una parte, si IBM vendiera todas sus impresoras al mismo precio que su versión barata, ganaría menos dinero. Por otra parte, si diseña y produce en masa un único modelo para luego venderla a dos precios distintos, entonces puede ganar mucho más. La razón de esto es el cliente más adinerado.

Cuando las cosas baratas apenas si diferencian de las cosas caras, los clientes con mayor poder adquisitivo prefieren las cosas baratas (son ricos, pero no tontos). Para que un cliente con dinero decida gastar más dinero hace falta un incentivo: que el producto que adquiera sea mejor que el barato (o que se diferencie en algo sustancial, que también puede ser el simple aspecto externo, que será más cuidado).
Parece un verdadero desaprovechamiento del producto, pero aparentemente era más barato paraIBM hacer esto que diseñar y fabricar dos impresoras completamente diferentes. Intel, el fabricante del chip, hizo una jugada similar al vender dos chips procesadores muy parecidos entre sí a diferentes precios. En este caso, el chip de inferior calidad era realmente el más caro de producir: se obtuvo desactivando una de las funciones del chip superior, para lo cual debía hacerse un trabajo adicional.
Es decir, que hay productos que son más caros de producir que se venden más baratos que productos que son más baratos que producir, aunque ambos productos sean casi idénticos. El mundo al revés. Y todo para fijar precios según el tipo de cliente que adquiere el producto.
Es la misma lógica que se emplean en la ropa cara respecto a la barata: ¿por qué la ropa barata acostumbra a ser más fea, peor diseñada y de colores menos sofisticados que la ropa cara? Además de que hay menos inversión de medios, una explicación alternativa podría ser que una misma marca fabrica dos versiones de ropa: y la barata la fabrica especialmente fea para que el cliente con dinero no tenga la tentación de sustituirla por la cara.
En los productos alimentarios, las marcas blancas (normalmente fabricadas por marcas importantes) tienen envases más feos y peor diseñados: así comprar comida cara es algo más que comprar comida de mejor calidad.
A menudo, los paquetes de software tienen dos o más versiones: una de ellas tiene todas las funciones activadas (el paquete “profesional”) y la otra se vende al mercado masivo a un precio considerablemente inferior. Algunas personas no se dan cuenta de que lo típico es que la versión profesional se diseñe primero y que algunas de sus funciones se desactiven para la versión destinada al mercado masivo. A pesar del elevado precio de la versión profesional, en realidad es la versión más barata la que tendrá de antemano un coste adicional para quien la desarrolle y, por supuesto, las dos versiones se venden en CD (cuyo coste de producción es el mismo).
Las empresas han descubierto, pues, que una manera eficaz de fijar los precios de acuerdo con el cliente pasa por exagerar las diferencias entre el mejor y el peor servicio, aunque ello sea incluso más costoso en el caso del peor servicio.
Vía | El economista camuflado de Tim Harford

El agua: ¿embotellada, filtrada o del grifo?


El agua: ¿embotellada, filtrada o del grifo?

La venta de agua cada vez es un negocio más lucrativo: sencillamente la gente ha adoptado la creencia de que el agua es salud, y que cuanto mejor sea el agua, más salud tendrá: así pues, mejor el agua embotellada o filtrada que la del grifo. Por ello la gente cada vez compra más agua embotellada, o realiza costosas inversiones para instalarse filtros purificadores.
Pero ¿hasta qué punto esto es cierto?
En la mayoría de los países del Primer Mundo, el agua del grifo es potable y no reviste ninguna contraindicación para la salud. Por ejemplo, según la Inspección Británica de Agua Potable:
Todo el suministro de agua potable de Inglaterra y Gales puede beberse con seguridad y no es preciso instalar ningún tratamiento doméstico adicional como medida de protección sanitaria.
Además, un informe reciente reveló que el 99,96 % de las muestras de agua cumplían las normas legales respecto al control de pesticidas. Las que no la cumplían tampoco suponían un riesgo sanitario.
En Estados Unidos, la calidad del agua corriente posee más variaciones, pero hasta el Consejo de Defensa de los Recursos Naturales considera que no es necesario filtrarla.

La Asociación de Consumidores concluyó asimismo en un informe que el agua corriente, filtrada o no filtrada, a menudo sabía mejor que el agua embotellada, y que ninguna fuente de agua contenía niveles peligrosos de bacterias.
Entonces ¿los negocios de agua filtrada son un timo? No exactamente. Lo cierto es que el agua filtrada con esos procesos es más saludable. El problema es que sólo es ligeramente más saludable. Hasta el punto de que, pensar que podemos prolongar nuestra esperanza de vida con el agua filtrada en vez de agua sin filtrar, es como pensar que aumentaremos nuestra calidad de vida con 91 minutos de ejercicio semanales en vez de 90 minutos. La diferencia es despreciable.
Incluso los fabricantes de filtros más honestos no se esfuerzan demasiado en vender la idea de que el agua filtrada es más saludable:
Por ejemplo Brita, líder del mercado británico, centra su marketing en los beneficios generales de beber agua y únicamente en la mejoría de su sabor que ofrecerían sus filtros. También reconocen abiertamente que sus cartuchos no pueden eliminar nitratos, asegurándonos que las “empresas de agua tienen que cumplir las normas establecidas por el reglamento de la calidad del agua de la Comunidad Europea.
Con el agua embotellada sucede algo parecido (incluso algunas aguas embotelladas ni siquiera son minerales sino filtradas, como Aquafina de Pepsi o Dasani de Coca-Cola). El petróleo y el agua embotellada pronto rivalizarán por ser la mercancía cuyo comercio genera más dinero en el mundo; no en vano, el empresario multimillonario estadounidense Thomas Boone Pickens, que forjó su fortuna en las explotaciones petroleras de Texas, ahora ha visto donde está el verdadero negocio: comprar reservas de agua para luego embotellarla y venderla a precio de oro.
De añadidura, las botellas de plástico son un verdadero problema medioambiental. Las botellas de agua producen sólo en Estados Unidos un total de 1,5 millones de toneladas de desperdicios de plástico; un plástico que ha requerido 178 millones de litros de petróleo para ser fabricado. El plástico no es biodegradable, tardará cientos o miles de años en desaparecer.
Tenedlo en cuenta la próxima vez que sobreestiméis el incremento infinitesimal del riesgo que supone para nuestra salud el beber agua no filtrada o comer fruta con cantidades minúsculas de pesticidas.
Vía | ¿Se creen que somos tontos? de Julian Baggini

Tú eres normal, tu hijo es normal, la mayoría somos normales: consecuencias de ser más gente de la que podemos imaginar


Como varias veces os he explicado en otros artículos, como Sólo entendemos a los grupos de 150 personas (I) y (y II), nuestro cerebro está preparado para asimilar un número relativamente pequeño de personas. Nuestros antepasados se desarrollaron en comunidades reducidas, y la actual explosión demográfica es un fenómeno reciente: nuestros cerebros no han evolucionado desde entonces, adaptándose a la nueva realidad.
Podemos observar pistas sobre ello en todo lo que nos rodea (por ejemplo, el terrorismo basa su efectividad en esta falla de nuestro cerebro, El miedo infundado al terrorismo, los accidentes de tráfico, la violencia de género y otros hechos matemáticamente improbables).
A esto se le suman algunos vicios que cometemos todos a la hora de pensar, que también emanan de cómo está cableado nuestro cerebro, como, por ejemplo, la tendencia a la confirmación: es decir, tender a considerar más sólidas las teorías e hipótesis que respaldan lo que ya creemos, y pasar más por alto aquéllas que las socavan. Por ejemplo: la mayoría de padres consideran a sus hijos mejores que la media, entre otras cosas porque son más amables con sus defectos o errores y recuerdan más vivamente sus logros.

Mira qué dibujo ha hecho mi niña, es la mejor, es una artista. Esta tendencia, como dije antes, se retroalimenta de la incapacidad de nuestro cerebro a la hora de asimilar que hay tantos millones de niñas en el mundo que, afirmar eso, además de aventurado, es excesivamente narcisista.
Somos incapaces de imaginar los miles de nacimientos, muertes, palabras, decisiones, ilusiones, vidas, en suma, que se producen en un solo día. Nuestro cerebro, adaptado a comunidades reducidas de individuos, calibrada para conectar con un máximo de 150 personas, es incapaz de imaginar tantas vidas como también es incapaz de imaginar los billones de estrellas que salpican el universo.
Pero las redes sociales del futuro, cada vez más alimentadas por elementos multimedia y con programas específicamente diseñados para encontrar patrones sociales, tal vez consigan que problemas que antes nos parecían graves o exclusivos se conviertan en algo más pueril o común; y también nos pondrán en nuestro justo sitio: personas corrientes con problemas corrientes. Quizá entonces nos parezca abyecto quejarnos de una huelga de controladores aéreos porque truncan nuestras vacaciones cuando hay millones de personas que nunca han tenido vacaciones, por poner el dedo en la llaga en un asunto de rabiosa actualidad (sólo digo tal vez, tampoco está en mi ánimo polemizar).
O tal vez la tecnología de las redes sociales no cambiará nada en realidad. Tal vez el cerebro se cerrará a ellas de forma instintiva, por mucho que avancen las telecomunicaciones y la información sobre los demás. O tal vez la gente tienda a agruparse en comunidades más reducidas, ajenas al mundo exterior, a fin de evitar el mareo frente a tantos inputs.
Vía | Jitanjáfora: desencanto de Sergio Parra


Tú eres normal, tu hijo es normal, la mayoría somos normales: consecuencias de ser más gente de la que podemos imaginar (y II)

En la novelaJitanjáfora: desencanto (que próximamente saldrá al mercado y que será en la segunda parte de Jitanjáfora) a raíz de estas ideas se imagina una cofradía que, como los huteritas o los amish, deciden organizarse en comunidades de no más de unas decenas de individuos a fin de evitar la náusea de asumir tanto conocimiento que hasta ahora había permanecido en la sombra, bajo la filosofía de que, superado determinado umbral perceptivo, una persona puede llegar a abolir sus capacidades cognitivas; de que demasiada información sólo desinforma; de que un amparaje superlativo funde los plomos de la atención.
De esta manera, los invididuos conseguirían recuperar su individualidad y su relevancia en el mundo; una especie de control de natalidad:

No por motivos maltusianos, sino meramente psicológicos. El cerebro del hombre está programado en base a grupos de congéneres de unos cuarenta o cincuenta miembros: las tribus prehistóricas solían moverse en estos baremos. En las sociedades actuales, en las que el hombre debía convivir en macrocomunidades de miles o hasta millones de individuos, el cerebro se negaba a aceptar la realidad. Por ejemplo, si un ataque terrorista liquidaba seis vidas, el cerebro, anclado en el pasado, computaba esta pérdida como atroz: seis vidas menos en una comunidad de cuarenta podría suponer la destrucción de ésta; pero en ningún momento el cerebro asume que seis vidas en una realidad en la que conviven siete mil millones apenas debería infundirnos temor: no más temor que nos infunde la muerte por accidente doméstico, responsable de segar la vida a miles de personas al año. Otro ejemplo era la idea de sentirse especial cuando uno afirma «siempre me pasa lo peor a mí» o ideas agoreras del mismo estilo, que en una superpoblación no tienen sentido, tropiezan en una falacia provinciana, una realidad túnel: nadie en el primer mundo puede afirmar tales cosas parangonándose, por ejemplo, con los millones de habitantes del tercer mundo. O esa chica de veinte años que se considera muy alocada y vividora, muy cool, y que al ingresar en un salón de Chat lo hace bajo el nick de CrazyGirl; en ningún momento será consciente que en Internet deben de haber del orden de cien mil chicas que, como ella, han decidido ponerse el nick CrazyGirl para proyectar idénticos ideales: si lo fuera, el pudor no le permitiría llamarse como tantas otras que también se consideran únicas y especiales. Lo mismo sucede en la dimensión del arte, donde el público y sobre todo la crítica se empecina en sostener que en determinada época hay un Cervantes, un Shakespeare o un Van Gogh, cuando, estadísticamente, la ley de combinatorias culturales evidenciaría la existencia de varios millares de autores de similares características a Shakespeare. La crítica, aquí, obra a modo de criba para evitar que tales presupuestos entre en conflicto con la manera que tiene un cerebro de la Edad de Piedra de procesar el mundo.
O tal vez impondremos peajes a las autopistas por las cuales nos llegue tanta información sobre los demás quepueda eclipsar nuestra individualidad. Es decir, nos agruparemos en comunidades pequeñas incluso de manera virtual. Por ejemplo, diversificando las redes sociales y generando redes exclusivas y excluyentes.
Algunas comunidades florecientes, incluso, exigen una invitación de uno de sus miembros para poder acceder a ellas. La más reputada es aSmallWorld: sus miembros sólo pertenecen a la clase alta o a la VIP, como financieros o actores. Su fundador es un ejecutivo neoyorquino que mantiene en secreto la lista de sus miembros, aunque se barajan nombres como el de Tiger Woods y Alejandro Agag. Como en los restaurantes más exclusivos, la lista de espera para entrar en aSmallWorld es de meses.
Los cambios que producirán las redes sociales que pronto formarán parte de nuestras vidas son inciertos. Quizá, fantaseando un poco, se generará algo que ya conjetura el divulgador Steven Johnson en su libroSistemas emergentes, donde hace una analogía con las colonias de hormigas, donde la colonia es un superorganismo que funciona en base a la suma de millares de decisiones simples tomadas por hormigas individuales ajenas al proyecto mayor de la colonia:
Reemplacemos hormigas por neuronas, y feromonas por neurotransmisores y podríamos estar hablando del cerebro humano. De modo que si las neuronas pueden concentrarse para formar cerebros conscientes, ¿es tan inconcebible que ese proceso pueda reproducirse hacia un nivel superior? ¿No podrían los cerebros individuales conectarse unos con otros, en este caso a través del lenguaje digital de la Web, y formar algo mayor que la suma de sus partes, lo que el filósofo y sacerdote Teilhard de Chardin llamó la “noosfera”?