domingo, 10 de octubre de 2010

De la ciencia a la tecnociencia (II). La ciencia industrial y la Big Science

De la ciencia a la tecnociencia (II). La ciencia industrial y la Big Science

José Antonio Acevedo Díaz

Políticos, empresarios y ciudadanos, en general, tienden a dar valor a la ciencia sobre todo por su capacidad para resolver problemas y su utilidad social. No es de extrañar, pues, que muchos científicos de todos los tiempos se hayan enfrentado a la resolución de asuntos industriales. Así, en el siglo XIX, Pasteur resolvió con éxito ciertos problemas de las industrias francesas de la alimentación y la seda. También en el XIX, un físico teórico como Thomson (Lord Kelvin) se interesó por el cableado de la telegrafía transatlántica, entre otras cuestiones relacionadas con la tecnología y la industria de su época. Ya en el XX, Marie Curie contribuyó decisivamente a poner en marcha los procesos industriales destinados a fabricar y purificar muchas sustancias radiactivas, así como la instrumentación necesaria para ello. Bajo su dirección, el Instituto del Radio tuvo un decisivo papel en el desarrollo metrológico de la radiactividad para usos industriales y médicos.
La ciencia industrial se desarrolló con vigor en Alemania durante el último tercio del siglo XIX: desarrollo industrial derivado del electromagnetismo, industria de los tintes basada en la química orgánica, motores de combustión interna como consecuencia de la termodinámica, etc. A comienzos del siglo XX, empresas de EE.UU. como la General Electric y la American Telephone and Telegraph (ATT) transformaron sus pequeños laboratorios para trabajos rutinarios en auténticos centros de I+D+I.
Pero fue durante los años 30 del siglo XX, también en EE. UU., cuando la vocación tecnológica de la ciencia se hizo mucho más intensa; en particular, desde que surgió la big-science (la gran ciencia). Los orígenes de la big-science pueden encontrarse en la década de los 30, en la que se desarrollaron y pusieron en marcha con éxito los primeros aceleradores de partículas elementales (ciclotrones), bajo la dirección de Ernest O. Lawrence en el Radiation Laboratory de la Universidad de Berkeley (California); un proyecto pionero que culminó en 1940 con el apoyo económico de la Rockefeller Foundation, muy interesada en las posibles aplicaciones biomédicas del ciclotrón. Es llamativo comprobar cómo el laboratorio de Lawrence se parecía más a una factoría que a los típicos gabinetes de la ciencia académica.
La big-science se consolidó entre los años 40 y 50 del siglo XX, coincidiendo con la implicación de la ciencia en la Segunda Guerra Mundial. El proyecto Manhattan (Manhattan Engineer District) para la fabricación de las primeras bombas atómicas en las instalaciones de Los Álamos es un caso paradigmático de big-sciencemilitarizada. Otro proyecto de gran importancia fue el RADAR (Radio Detection and Ranging), iniciado en Gran Bretaña, aunque desarrollado en el Radiation Laboratory (Rad Lab) del estadounidense MIT (Massachusetts Institute of Technology), con la participación decisiva de los laboratorios de la Bell Telephone y la colaboración de conocidas empresas norteamericanas como WestinghouseGeneral ElectricSylvania y Du Pont. Además de su decisiva contribución militar en la Segunda Guerra Mundial, este proyecto también favoreció el desarrollo de la física del estado sólido (semiconductores), que condujo al descubrimiento del transistor en los laboratorios de la Bell Telephone a finales de 1947.
También son ejemplos de proyectos propios de la big-science: el ENIAC (Electronic Numerical Integrator and Computer) de la Universidad de Pennsylvania (Moore School of Electronics Engineering) para hacer la primera computadora electrónica, el Hubble de la NASA (National Aeronautics and Space Administration) para construir el famoso telescopio espacial en el que también colaboró la ESA (European Agency Space), los diversos proyectos relacionados con la construcción de los gigantescos aceleradores de partículas europeos del CERN (Centre Européen de Recherches Nucléaires), etc.
En suma, la big science supuso un gran cambio en la práctica científica, con rasgos como los siguientes: concentración de recursos humanos y materiales en unos pocos centros de investigación; especialización del trabajo en los laboratorios; desarrollo de proyectos científicos con relevancia política y social, que contribuyen a incrementar el poder militar, el potencial industrial, la salud o el prestigio nacional; interacción entre científicos, ingenieros, industriales y militares; burocratización y politización de la ciencia y la tecnología; pérdida de autonomía de la ciencia; riesgo alto de sus posibles impactos, etc.

De la ciencia a la tecnociencia (I). Orígenes y profesionalización de la ciencia moderna

De la ciencia a la tecnociencia (I). Orígenes y profesionalización de la ciencia moderna

José Antonio Acevedo Díaz

La ciencia, como búsqueda sistemática de conocimiento teórico (episteme), tiene sus orígenes en la Grecia Clásica. No obstante, tal y como se acepta habitualmente, la ciencia moderna es un fenómeno muy posterior, que puede datarse entre finales del XVI y comienzos del XVII. El filósofo Francis Bacon fue el gran propagandista de la ciencia moderna durante el siglo XVII.
Aunque el dogma teoricista, heredero de la tradición platónica-aristotélica, siempre ha estado presente en la civilización occidental, Bacon defendió que el conocimiento para manipular las cosas materiales era más útil para el progreso social que el saber abstracto, subrayando así la vertiente instrumental de la ciencia. El propio Descartes también llegó a afirmar que verdad y utilidad son inseparables.
Una mirada al pasado nos permite comprobar que los científicos siempre se han relacionado en mayor o menor medida con el Estado, el ejército, los empresarios y los comerciantes en cualquier época. Son conocidas las implicaciones sociales, industriales y comerciales de afamados científicos londinenses durante los siglos XVII y XVIII, tales como Boyle y Hooke. La ciencia moderna tuvo el sentido de lo útil e interés por los asuntos tecnológicos desde sus orígenes.
Entre 1670 y 1870 la ciencia pasó de una vocación a ser una profesión. En 1840, William Whewell empleó por primera vez el término “científico” en vez de “filósofo natural” para designar a quien practicaba la ciencia. Aunque ya estaba parcialmente organizada, a comienzos del siglo XIX la posición social de la ciencia era aún muy diferente de la que tuvo después. Los científicos no solían disponer más que de sus propios medios y recursos por entonces, salvo los que les proporcionaban unas cuantas academias e instituciones generalmente mantenidas por los diferentes Estados, aspecto en el que Francia fue una adelantada en el siglo XVIII.
La institucionalización profesional de la ciencia comenzó a producirse hacia el último tercio del siglo XIX. De esa época son, por ejemplo, el Laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge en Inglaterra (1874) y el Instituto Pasteur de Francia (1888). Pero, si hay un lugar donde la ciencia tuvo una profunda academización durante el XIX, éste fue Alemania. Allí se fomentó la investigación en equipo (seminar) o, como se diría hoy, la constitución de grupos de investigación. Así, a partir de 1825 Liebig empezó a crear una escuela de investigación química en la Universidad de Gressen, que tuvo una enorme importancia para la ciencia alemana. También se fundaron importantes instituciones profesionales de ciencia y tecnología en los países más avanzados, sobre todo en Alemania, en gran parte debido al impulso del desarrollo del electromagnetismo y la electrotecnia industrial, y al de la química orgánica relacionada con la industria de los tintes. Una muestra de ello fue la creación en Alemania, durante 1887, del Instituto Imperial de Física y Tecnología (Physikalisch-Technische Reichsanstalt, PTR), impulsado, diseñado y construido por Ernest Werner Siemens y presidido por Helmholtz desde su inauguración.
En los años 80 del XIX había algunas empresas alemanas y suizas que empleaban a científicos en sus laboratorios, en particular químicos, los cuales no realizaban sólo análisis rutinarios, sino que desarrollaban nuevos procesos y obtenían productos novedosos. La ciencia industrial comenzaba así a surgir como profesión atractiva para los científicos. A finales del XIX, coincidiendo con la profesionalización de la actividad científica, la ciencia moderna occidental se había apropiado de la tecnología y la exhibía como una muestra del éxito de la aplicación de los conocimientos científicos teóricos. La investigación académica se encontraba muy por delante de la investigación industrial, pero ésta lograría su pleno desarrollo a partir de la primera guerra mundial durante el siglo XX, sobre todo en los EE.UU. de Norteamérica.

EL DEBATE: Del trópico, los tomates y la clonación in vitro. Las dificultades de buscar información académica en Internet

En esta entrada me gustaría que pusieran mucha atención en el portal 

www.explora-intelligo.info 

porque  a mi parecer es un extraordinario buscador en español, ademas de ser algo realmente practico  e intuitivo.


EL DEBATE: Del trópico, los tomates y la clonación in vitro. Las dificultades de buscar información académica en Internet

Rodolfo Barrere y Lautaro Matas
Observatorio Iberoamericano de la Ciencia, la Tecnología y la Sociedad
¿Qué tienen en común el trópico, los tomates y la clonación in vitro? Al menos una cosa, que son los diferentes temas abordados por los tres primeros documentos científicos que ofrece Google Scholar cuando un usuario introduce el cotidiano término “cultivo”. Parecen cosas muy distintas, y efectivamente lo son, aunque el buscador no puede privilegiar uno sobre el otro porque no tiene forma de saber qué está buscando realmente el usuario. Y es que los usuarios, muchas veces, no sabemos muy bien qué es lo que buscamos. Nuestro ejemplo del agua resulta un poco extremo, pero ¿qué pasa si nuestro hipotético usuario, frustrado por la imprecisa experiencia inicial -y devanándose los sesos en un esfuerzo de precisión- busca ahora bajo los términos “cultivos y agua”? Encontrará una vez más una diversidad importante de temáticas, que van desde la necesidad de agua en la agricultura, la calidad de la misma e información sobre riego tecnificado. La cosa mejora, pero nuestro esforzado investigador aún tiene muchas decisiones que tomar, refinando la búsqueda en un proceso iterativo -y temporalmente indefinido- hasta que dé con lo que buscaba o se canse y dedique su ancho de banda a una tarea menos frustrante, como hacer un Sudoku en Internet o chatear con amigos.
Es que el foco de este tipo de herramientas está puesto en la “recuperación de información”, una disciplina que busca resolver el viejo problema de encontrar una aguja en un pajar. El ordenamiento de los resultados según su relevancia medida en citas, por ejemplo, es de gran utilidad, pero sigue partiendo de la base de que sólo nos interesan las agujas y no, por ejemplo, una máquina de coser completa que, oculta en el mismo pajar, solucionaría mucho mejor nuestro problema.
En realidad Internet no se parece tanto a un pajar sino, más bien, a un gigantesco cajón de sastre en el que se mezclan desordenadamente un sinnúmero de elementos, agujas incluidas, que unas veces nos pueden ser útiles y otras no. Para colmo, nuestro cajón no para de llenarse: algunas estimaciones afirman que el volumen de información digital se duplica cada veinte meses. En ese desordenado contexto, y recordando la imprecisión que suelen tener nuestras búsquedas a la hora de explorar la información en Internet, un problema adicional reside en restringir demasiado los criterios, en alguno de los pasos del iterativo proceso de búsqueda, dejando afuera algo que nos hubiera interesado mucho, aunque aún no lo sabemos. ¿Cómo puedo buscar algo que no conozco aún?
A este nuevo dilema busca dar solución otra disciplina de las ciencias de la información, la del “descubrimiento de conocimiento”. Una de sus ramas, que resulta útil en un terreno vasto como el de la información académica en Internet, intenta ofrecer un mapa de ese terreno desconocido. Para ello se basa, por ejemplo, en la extracción automática de conceptos a partir del análisis del lenguaje natural, su ordenamiento a partir de las relaciones que se pueden establecer entre ellos y su representación gráfica. El portal Intelligo (www.explora-intelligo.info), que presentamos recientemente, está en esa línea.
Cuando uno busca bajo el término “cultivo” en Intelligo no obtiene tan sólo una lista de documentos que contienen esa palabra, sino también una representación gráfica de los temas contenidos en ellos y articulados según sus relaciones en esos documentos. Así veremos un mapa en forma de una red, en la que cada una de las ramas agrupa a diferentes temas: por un lado el cultivo de tejidos en laboratorio, por otro los temas agrícolas y más allá el desarrollo sostenible.
Esa red de conceptos no emerge de ninguno de los documentos en particular, sino de la totalidad del conjunto que hemos recortado con nuestra expresión de búsqueda. Es el resultado de la producción colectiva de todos los autores cuyos documentos se analizaron. No se trata de una herramienta de búsqueda, en el sentido estricto, sino más bien de una herramienta de exploración y descubrimiento.
Este panorama abre las puertas a una serie de discusiones. Por un lado, la necesidad de un abanico de herramientas como las mencionadas, cada una más útil que la otra según la ocasión, para aprovechar la información disponible. Por el otro, las capacidades que exige a los usuarios el análisis de la abundante información académica en Internet y su contra cara: las brechas que se pueden abrir entre investigadores, ya no sólo por el acceso o no a la información, sino también por las capacidades de explorarla y comprenderla para hacer el mejor uso de ella.

José Antonio López Cerezo: ‘La cultura científica tiene un extraordinario valor práctico para mejorar la vida de las personas’

José Antonio López Cerezo: ‘La cultura científica tiene un extraordinario valor práctico para mejorar la vida de las personas’

Georgina de Diego (OEI-AECID) José Antonio López Cerezo es catedrático en Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Oviedo. Entre otras actividades profesionales dedicadas a la ciencia, la cultura, sociedad y la educación, coordina el Máster Oficial de Estudios Sociales de la Ciencia en el que imparte un seminario sobre Cultura Científica.  Se trata de uno de los investigadores más destacados del ámbito iberoamericano con un amplio reconocimiento en la vanguardia de la investigación mundial en temas de Ciencia, Tecnología y Sociedad que ha tenido una influencia decisiva en el impacto que el enfoque CTS ha tenido en Iberoamérica.
Pregunta: ¿Cuál es la necesidad de desarrollo de la cultura científica en Iberoamérica hoy en día?
Un lugar común de nuestros días es la importancia del recurso del conocimiento para el desarrollo económico y social. De ese recurso dependen no solamente el crecimiento económico y la competitividad, sino también otros elementos que son fundamentales para el bienestar de las sociedades y no se expresan en el mercado, como la conservación del entorno, un buen sistema público de salud o la educación de calidad. En ese sentido, creo que una de las principales prioridades de la región es fortalecer los sistemas de ciencia y tecnología de los países, no solamente mediante un mayor esfuerzo nacional sino también mediante la cooperación. Dicho esto, quiero también añadir que la ciencia y la tecnología no acaban en el laboratorio. Tienen continuidad en la empresa, en la escuela y en la sociedad. Sin interés por la ciencia en la población, sin oportunidades de aprendizaje en los medios, sin una presencia importante de las ciencias en la educación reglada, sin aprecio por la profesión científica, sin consumo de información científica, sin un nivel adecuado de alfabetización en ciencia entre los ciudadanos, etc., sin estas cosas un sistema de ciencia y tecnología se convierte en una isla que languidece y no tiene otra opción más que debilitarse continuamente. La buena salud de un sistema de ciencia y tecnología depende crucialmente de las vocaciones científicas que seamos capaces de generar en los jóvenes, del aprecio y respaldo de la población, que haga más improbables los recortes políticos en tiempos de dificultad, de la sensibilización de gestores y empresarios y la creación de una cultura de la innovación. Pero además, la cultura científica tiene un extraordinario valor práctico para mejorar la vida de las personas, en tanto que consumidores o usuarios de productos y artefactos técnicos, en el supermercado o en el hospital, o en tanto que profesionales que pueden hacer uso de la información especializada para obtener mejoras laborales. Tiene también la cultura científica un gran valor para la maduración democrática de los ciudadanos, dada la presencia ubicua de la ciencia en todos los ámbitos de la vida, pues sus oportunidades de formarse una opinión e implicarse en asuntos de interés general dependen cada vez en mayor medida de su familiaridad con la ciencia. Y, por último, no podemos olvidar el valor intrínseco de la cultura científica para las personas. Nos hace mejores personas. La experiencia de un joven que descubre asombrado la belleza de una demostración matemática, la sobria elegancia de una ley física o la exquisita armonía del funcionamiento del cuerpo humano, es una experiencia que nos enriquece enormemente y potencia lo mejor de cada uno.
P: ¿Qué experiencias  conoce que destaquen en el buen desarrollo de la cultura científica?
La cultura científica no es el simple resultado de la divulgación de la ciencia. Es un fenómeno multidimensional complejo, que, en ese mismo sentido, puede expresarse en una diversidad de planos y generar diversos tipos de experiencias. En primer lugar podemos mencionar la cultura científica “escolar”, saber por ejemplo que el centro de la Tierra está muy caliente o que los antibióticos no son efectivos con los virus. Este tipo de cultura se expresa como alfabetización científico-técnica y un indicador es la capacidad de comprensión de suplementos científicos de diarios. También cabe destacar una cultura científica crítica que es la base de la reflexión y hace posible entender el alcance político, económico o las implicaciones éticas de las noticias en la vanguardia del desarrollo científico-tecnológico. Por ejemplo, saber qué está en cuestión en el tema del calentamiento global o los alimentos transgénicos. A continuación puede destacarse una cultura científica práctica, que se expresa en la utilización del conocimiento científico en la vida diaria de las personas como consumidores de artículos, como usuarios de sistemas de transporte o de salud, etc. Debemos ser conscientes de que vivimos completamente rodeados de productos y sistemas científico-técnicos, y de que una buena parte de la información que manejamos ordinariamente para tomar cualquier clase de decisión es información científica o técnica (sobre proteínas, calorías, watios, riesgos de sustancias diversas, programas de ordenador, interferencias electromagnéticas, etc.). Y, por último, puede también mencionarse una cultura científica cívica, en la que la apropiación individual del conocimiento científico genera una implicación en la vida social de la comunidad a través de experiencias de participación. Por ejemplo, cuando enviamos una carta al director de un diario, convocamos una reunión de vecinos, vamos a un juzgado a poner una denuncia, o convencemos a los amigos respecto a evitar el consumo de cierto tipo de productos, en respuesta a un riesgo potencial derivado de un producto tecnológico, una instalación industrial o una obra pública. A esto último me refería cuando hablaba de la cultura científica como instrumento de maduración democrática para las personas.
P: ¿Por qué genera conflictos sociales en determinados contextos?
No creo que la cultura científica genere conflictos por sí misma. La cultura científica es más bien un recurso, un instrumento que hace posible que ciertos conflictos sociales aparezcan o se manifiesten de ciertas formas. Pero el origen de esos conflictos es en mi opinión de naturaleza política. Una población ignorante se inhibirá ante un proyecto tecnológico que pueda generar un riesgo, o bien, debido a su posicionamiento político, se dejará llevar ciegamente por el grupo de interés que critique y presente batalla a ese proyecto. Ser científicamente cultos nos hace más capaces y menos manipulables. Es esa capacidad, ese “empoderamiento” que induce la cultura científica en las personas, el que utilizamos para reconocer y valorar un riesgo que ha generado otro actor social por acción o por omisión -la administración pública o una empresa, por ejemplo-, y de este modo tomar una decisión bien fundamentada acerca de cómo proceder. De otro modo nos quedamos al margen de la participación o, si finalmente nos involucramos, nos convertimos en rehenes de un grupo de presión en lo que suele convertirse en una dinámica ciega de enfrentamiento político. La cultura científica nos permite ser protagonistas en conflictos sociales relacionados con aplicaciones del conocimiento científico o desarrollos tecnológicos, y una proporción de asuntos generales cada vez mayor está relacionada con la ciencia y la tecnología. Quiero además añadir que los conflictos sociales no son negativos; son la pauta natural de una sociedad democrática saludable. La acción de los agentes sociales, en la búsqueda legítima del beneficio propio, genera con frecuencia riesgos potenciales o efectos negativos para la salud, economía o bienestar de otros agentes sociales. De ahí el conflicto. Pero no es ni inusual ni disfuncional. Para encauzar adecuadamente esos conflictos están los poderes del Estado en una sociedad democrática, mediante las leyes y la aplicación de las leyes. Una sociedad sin conflictos es una sociedad que reprime o esconde el disenso, es un tipo de sociedad que muchos recordamos y creo que ninguno queremos volver a vivir.
P: ¿Qué importancia real le da la población a la cultura científica? ¿Cuál es su nivel de conciencia?
La importancia que le concede la población a la cultura científica depende de lo que entendamos por cultura científica, y también de la población a la que hagamos referencia. Una encuesta reciente, de otoño de 2007, ofrece datos interesantes sobre los ciudadanos iberoamericanos. Se trata de una macroencuesta sobre percepción social de la ciencia y cultura científica promovida por la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) y la Red Iberoamericanos de Indicadores de Ciencia y Tecnología (RICYT), y pasada en las ciudades de Buenos Aires, Bogotá, Caracas, Madrid, Panamá, Santiago de Chile y Sao Paulo. De acuerdo con esta encuesta, que ofrece datos análogos a los de las correspondientes encuestas nacionales, los habitantes de las grandes urbes de Iberoamérica no tienen un gran interés por los temas de ciencia y tecnología. A este desinterés acompaña lógicamente un consumo muy bajo de este tipo de temas, en una población que se informa mayoritariamente a través de la televisión. Sin embargo, si entendemos la cultura científica de un modo un poco más amplio, no como cultura escolar sino como cultura crítica y práctica, e incluimos en los temas de ciencia no solamente descubrimientos científicos e inventos, sino también los temas de alimentación, salud, medio ambiente y medicina, entonces el interés como el consumo es mucho mayor y se acerca más a los temas estrella habituales (deportes, economía, espectáculos, etc.). Es también destacable, siguiendo esa encuesta, la alta valoración que dan los ciudadanos del potencial de la ciencia y la tecnología para transformar nuestras condiciones de vida, para bien o para mal. Al respecto, la percepción mayoritaria es claramente positiva, aunque hay una proporción importante de la población, superior al 40%, que considera que el desarrollo científico y tecnológico no sólo es fuente de muchos o bastantes beneficios sino también de muchos o bastantes riesgos. Sobre esta base, es lógico que esas mismas personas se hayan expresado mayoritariamente en esa misma encuesta a favor de la participación ciudadana en asuntos públicos relacionados con la ciencia o la tecnología. Cabe destacar que esa encuesta incluyó dos bloques de preguntas específicas sobre participación ciudadana en materia de ciencia y tecnología, como personas afectadas o simplemente interesadas en aplicaciones de la ciencia o instalaciones tecnológicas que puedan suponer un cierto impacto económico, para la salud o el medio ambiente. Aunque hubo diferencias significativas entre ciudades, con una mayor inclinación general a la participación en Buenos Aires y Panamá, en general la mayoría de los entrevistados se expresó con claridad a favor de tener cierta capacidad de influencia y oportunidades de participación en esta clase de temas. Creo que son resultados muy interesantes, pues no sólo contribuyen a perfilar una cierta dimensión política de la cultura científica, sino también muestran vías de acción para las políticas públicas en la materia.
P: ¿Hay algún dato sorprendente en el estudio de percepción de la ciencia y la tecnología? ¿Algún dato alarmante que cree justifique más aún la necesidad de desarrollo de la cultura científica?
Tomando como fuente documental esa misma encuesta, sí creo que hay algunos datos inquietantes que justifican una atención especial. En la posterior explotación de resultados, y utilizando programas estadísticos de análisis multivariante, se detectó un grupo poblacional con un muy fuerte distanciamiento respecto de la ciencia. Este grupo, que reúne a casi un cuarto de la población encuestada, no se interesa por la información científica ni la consume, tiene una marcada visión negativa de la ciencia y la tecnología, no atribuyen utilidad al conocimiento científico y es indiferente respecto a cuestiones de participación. Es un grupo que está muy distribuido por las diferentes ciudades, aunque en él tiene un peso especial la población con una escolaridad baja. Es un trabajo estadístico que coordinó Montaña Cámara, de la Facultad de Farmacia en la Universidad Complutense de Madrid. La mera existencia de este grupo poblacional señala un desafío político, pero también muestra la estrecha dependencia de la cultura científica de una población respecto a la calidad y fortaleza de su sistema educativo. Mejorar la cultura científica de una sociedad no requiere únicamente multiplicar la oferta de información científica en los medios y espacios de comunicación social (como periódicos, televisión o museos de ciencia), requiere asimismo dar una mayor presencia a las ciencias en la educación reglada, mejorar las estrategias de enseñaza-aprendizaje y, en general, centrar los esfuerzos en la mejora de la educación de los jóvenes. En todas las encuestas aparece una estrecha asociación positiva entre nivel de escolaridad alcanzado y nivel de interés y consumo de información científica.
P: ¿Cuáles cree que son los límites de la ciencia en su divulgación?
Más que de límites me gustaría hablar de oportunidades. Señalar oportunidades es también indicar límites y carencias, pero centrando el discurso en el lado positivo. De un modo habitual, podemos entender la divulgación científica como un proceso de transferencia de conocimiento, desde un polo productor de conocimiento (los científicos), pasando por un medio que traslada un mensaje (los medios de comunicación con sus profesionales), hasta un polo receptor de conocimiento (los ciudadanos). Tomando en consideración estas dimensiones, hay oportunidades de mejora en cada eslabón del proceso e incluso en la modificación de la estructura del propio proceso. Por señalar solamente algunos de esos retos, con respecto a los científicos que trabajan y producen resultados que pueden alimentar una mejor y más intensa divulgación, hay deficiencias muy claras. Hay, por ejemplo, una falta de incentivos curriculares a la divulgación, y esta llega incluso a ser un demérito en muchas áreas de conocimiento. No es infrecuente el profesor universitario que tiene que eliminar las entradas de divulgación en su currículum cuando prepara este para un concurso o una oposición, anticipando un tribunal poco receptivo a esa clase de actividades. Otra deficiencia tiene que ver con la rendición de cuentas de los resultados de la investigación. Con mucha frecuencia, las convocatorias de financiación de proyectos de investigación con fondos públicos no demandan más que la rendición final de cuentas ante los pares científicos, no ante los “impares”, es decir, los ciudadanos que no llegan a saber qué se está haciendo con el dinero de sus impuestos. Si nos centramos ahora en la dimensión de la mediación, que es responsabilidad de los periodistas y profesionales de la comunicación de la ciencia, creo que hay un cierto déficit de profesionales preparados para realizar esa tarea satisfactoriamente. La ciencia que encontramos habitualmente en los medios es una ciencia ahistórica, triunfalista y descontextualizada; es una ciencia donde el lado humano, los aspectos políticos o los dilemas éticos suelen estar ausentes. Es una divulgación que se preocupa por la actualización científica, procedente por ejemplo de revistas como Science oNature, pero no de la actualización metacientífica de una imagen académica de la ciencia ya caduca y poco ajustada a la realidad. En este sentido, creo muy positiva una mayor presencia de la filosofía, la historia y la sociología de la ciencia en los programas formativos de periodistas científicos y profesionales de la divulgación. En relación a lo anterior, pero también debido a motivos estructurales propios del mundo de la comunicación, hay una cierta falta de espíritu crítico y una tendencia al sobredimensionamiento en la comunicación de noticias científicas. Un ejemplo, entre muchos, son los proyectos hoteleros en la luna (Hilton), recogidos en los medios tras el anuncio del descubrimiento de barro congelado en los casquetes polares lunares, o las espectaculares promesas de cura de enfermedades que se asocian cada poco tiempo con pequeños avances en genética o bioquímica, y que pronto pasan al olvido y van alimentado la incredulidad pública. En los casos donde se recoge críticamente una noticia es cuando existe un mercado específico asociado a la crítica, como en la utilización comercial de los organismos genéticamente modificados o la investigación con células madre embrionarias, consiguiendo en estos casos más bien amplificar públicamente la cuestión e incluso tematizarla políticamente por el efecto “bola de nieve”. Por último, con respecto al polo de la apropiación social, hay una falta de estímulos y motivación ciudadana respecto a la apropiación de conocimiento científico y tecnológico, debido en parte al menos, a los factores anteriores. Este creo que es el caso particular de los países iberoamericanos, unos países donde además existe una estrecha asociación de la cultura -y las personas cultivadas- con la cultura artística y literaria, contribuyendo así al desinterés por la ciencia. Creo también que hay vías de mejora si repensamos mejor el propio proceso de comunicación social de la ciencia. Los ciudadanos, en este proceso, no pueden ser vistos como meros receptores pasivos de contenidos científico-técnicos. Tienen intereses y actitudes, y también son portadores de otros tipos de saber; tienen unas especificidades que con frecuencia no son tenidas en cuenta por aquellos que producen ciencia y por aquellos que la trasmiten. Más producción de conocimiento científico, mayor oferta en los medios, no significa inexorablemente más apropiación de la ciencia. El desinterés y la desconfianza pueden conducir al fracaso. No hay que olvidar que los dos motivos más frecuentemente aducidos por los ciudadanos en las encuestas, en respuesta a la pregunta por su falta de inclinación por la ciencia, son que no la entienden y que no les interesa. Sin duda, algo estamos haciendo mal. Y la reacción, desde luego, no puede limitarse a mejorar la presencia de la ciencia en medios y museos, por importante que sea, hay también que actuar en las escuelas, en los sistemas de ciencia y tecnología, y reorientar las actuaciones de forma que los ciudadanos dejen de ser concebidos como científicos o ingenieros subdesarrollados, como meros sujetos pasivos con un déficit de información y actitudes.

Experto Universitario de Divulgación y Cultura Científica

Experto Universitario de Divulgación y Cultura Científica

Este curso está enfocado a mejorar las capacidades, habilidades y  conocimientos de aquellas personas vinculadas profesionalmente al ámbito de la gestión de I+D+i, la comunicación institucional en centros públicos o privados de investigación, la promoción de  la actividad científica, la transferencia de conocimientos o el periodismo científico y de divulgación.
Se trata de una iniciativa del la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI), y cuenta con la colaboración de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID).
Esta estrategia de formación se ofrece en el marco de la Escuela de Ciencia del Centro de Altos Estudios Universitarios de la OEI (CAEU).
El plan de estudios propuesto es el resultado de la actualización y mejora del Curso Iberoamericano de Formación de Agentes de Cultura Científica. Actualmente, en su segunda edición, este Curso ha contado con una amplia aceptación.
La transformación de este Curso en Título Propio de la Universidad de Oviedo se ha realizado contando con el asesoramiento de diferentes instituciones e investigadores del entorno iberoamericano y especialistas en los diferentes campos temáticos tratados. Así, para la elaboración del material didáctico se ha contado con un amplio equipo expertos (ver Programa), y la dinámica general y estructura es el resultado de la amplia experiencia del CAEU de la OEI en la organización de cursos de enseñanza virtual.

Objetivos

El objetivo del curso es complementar las habilidades divulgativas de investigadores, gestores de I+D y responsables de las áreas de comunicación de organismos productores de conocimiento.
El objetivo fundamental del curso es complementar las habilidades divulgativas de investigadores, gestores de I+D y responsables de las áreas de comunicación de organismos productores de conocimiento. Se trata, así mismo, de una iniciativa vinculada al más ambicioso proyecto de establecer una Red Iberoamericana de Comunicación y Divulgación Científica, que contribuya a:
  1. Fortalecer las relaciones entre investigadores de la Región, fomentando la colaboración y la creación de sinergias mediante el intercambio de recursos y conocimientos.
  2. Facilitar la identificación de iniciativas innovadoras estratégicas, relacionadas con la divulgación de la ciencia, que mejoren el desarrollo social y la competitividad empresarial.
  3. Incrementar el volumen de información relativa a I+D+i disponible para la sociedad y la transmisión de un acervo científico en Iberoamérica.
  4. Habilitar canales que mejoren la visibilidad internacional de la Ciencia gestada y producida en Iberoamérica.
La formación de los divulgadores y agentes de cultura científica y su posterior labor profesional permitirá cumplir cuatro funciones, ofreciendo servicios directos a otros tantos sectores:
  1. A la comunidad científica, poniendo a disposición de la misma un espacio virtual a través del cual dar a conocer sus avances e innovaciones e identificar grupos de investigación con intereses afines o complementarios.
  2. A los medios de comunicación que encuentran a través de una herramienta específica informaciones relacionadas con dos ámbitos de difícil cobertura para ellos como son la Ciencia y la Tecnología, y que podrán hacer llegar a la sociedad de manera rigurosa y fiable.
  3. Al sector empresarial que halla en la Red un elemento para la identificación de innovaciones y novedades científicas que pueden llegar a ser de interés comercial, facilitando así la transferencia de conocimientos.
  4. A la sociedad en general, mediante la ampliación y el acceso a informaciones y material divulgativo por parte de la ciudadanía.

Instituciones

  • Vicerrectorado de Ordenación Académica y Nuevas Tecnologías de la Universidad de Oviedo
  • Centro de Altos Estudios Universitarios (CAEU) de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación la Ciencia y la Cultura (OEI)
  • Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID)
Colaboran:
  • Dpto. de Filosofía [Universidad de Oviedo]
  • Dpto. de Teoría de los Lenguajes y Ciencias de la Comunicación [Universidad de Valencia]
  • Centro de Estudios, Desarrollo y Educación Superior (Redes)
  • Ingenio – Instituto de Gestión de la Innovación y del Conocimiento [CSIC-UPV]
  • Instituto de Estudios sobre Ciencia y Tecnología (ECYT) [Universidad de Salamanca]
  • Unidad de Investigación en Cultura Científica del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT)
  • Unidad de Cultura Científica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)
  • Instituto de Filosofía del CSIC
  • Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT)

Feria Internacional de Productos, Equipos y Servicios para la Salud

Expomedical
Del 13 al 15 de octubre
Argentina
FUENTE | madri+d07/10/2010

Tipo de evento: Feria Internacional de Productos, Equipos y Servicios para la Salud
Organizador: Mercoferias S.R.L.
Inscripciónwww.expomedical.com.ar/preacreditacion.html
Objetivos: Las últimas tecnologías en equipamiento médico-hospitalario, experimentar in-situ nuevos productos y encontrarse cara a cara con fabricantes, importadores y distribuidores, Destinatarios: Distribuidores, Importadores, Mayoristas, Comerciantes, Fabricantes, Jefes de Compra, Administradores Hospitalarios, Técnicos y Jefes de Área de Hospitales, Clínicas, Sanatorios, Geriátricos, Consultorios y Laboratorios de Argentina y Latinoamérica.
Agendawww.expomedical.com.ar/jornadasyseminarios_listado.html