viernes, 21 de octubre de 2011

Aire que mata


Aire que mata

Pilar Quijada

Última revisión martes 18 de octubre de 2011
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Aire que mata
La contaminación atmosférica constituye un importante riesgo medioambiental para la salud y causa alrededor de dos millones de muertes prematuras al año en todo el mundo, según la Organización Mundial de la Salud. En nuestro país los malos humos de las ciudades son responsables de cerca de 20.000 fallecimientos al año. Consciente de la gravedad de este problema ambiental, la OMS publicó las primeras directrices sobre la calidad del aire en 1987, que revisó en 1997, y ahora acaba de lanzar el primer mapa de la contaminación mundial, con el objetivo de conocer los factores ambientales que más dañan la salud y concienciar sobre las medidas que deben adoptarse para evitarlos.
Este «ambicioso informe», como lo califica la propia Organización, se realizó en 14 regiones del planeta y fue elaborado por más de 100 expertos. En total se ha reunido información sobre la calidad del aire en 1.100 ciudades de 91 países, según los datos facilitados por los países participantes en los últimos años. El mapa se ha basado principalmente en la medida de los niveles de partículas en suspensión en la atmósfera denominadas PM10. Con este nombre se conoce a las sustancias orgánicas o inorgánicas suspendidas en el aire cuyo diámetro es inferior a 10 micras la diezmilésima parte de un milímetro y que por su pequeño tamaño pueden penetrar hasta las vías respiratorias bajas. El nivel establecido como umbral de seguridad por la OMS para las PM10 es de 20 microgramos por metro cúbico (µg/m3) de aire.

España suspende
En conjunto, nuestro país suspende en lo que a aire limpio se refiere, con un valor medio de 29µg/m3, según datos de 2008, casi diez puntos por arriba de los aconsejado, superando a Francia, Alemania, Dinamarca, Austria o Reino Unido. Y de las 28 ciudades españolas incluidas, sólo tres aprueban «por los pelos»: Santiago (18 µg/m3), Logroño (19 µg/m3) y Badajoz, justo en el límite, con 20 µg/m3. El resto superan el umbral de seguridad marcado por la OMS. Algunas incluso duplican lo aconsejable, como Granada (40 µg/m3) y Sevilla y Zaragoza (45 µg/m3), que cuentan con el peor aire respirable.
A largo plazo, a la contaminación media anual de PM10 por encima de los 20 microgramos/m3, se atribuyen en nuestro país 68 fallecimientos prematuros por cada 100.000 habitantes, según el informe «La calidad del aire en el Estado español durante 2010», presentado por Ecologistas en Acción pocos días después del mapa de contaminación realizado por la OMS.
En el informe de la OMS también se han tenido en cuenta, en la medida que los países participantes cuentan datos, otras partículas consideradas aún más dañinas: las PM2,5, con un diámetro menor a 2,5 micras 100 veces más delgadas que un cabello humano, que por su pequeño tamaño son 100% respirables, se depositan en los alvéolos pulmonares, e incluso pueden alcanzar el torrente sanguíneo. Están compuestas por elementos más tóxicos que las PM10, como metales pesados. Además, pueden permanecer durante más tiempo en el aire, lo que prolonga sus efectos nocivos y facilita el que sean transportadas por el viento a grandes distancias. Los picos de PM2,5 aparecen relacionados con los ingresos hospitalarios en la población infantil, según un estudio elaborado por Cristina Linares y Julio Díaz, investigadores del Instituto de Salud Carlos III.

Desde el seno materno
Desde antes de nacer el aire contaminado ya deja huella en el cordón umbilical. Y respirar aire sucio al principio o al final del embarazo aumenta la probabilidad de parto prematuro. El riesgo se sitúa entre el 10 y el 25 por ciento más respecto de las mujeres que viven en zonas menos contaminadas, según un estudio hecho en Los Ángeles. El monóxido de carbono y las partículas contaminantes de los vehículos a motor adelantan el parto. Además, a más aire sucio, menor peso del bebé al nacer, baja talla gestacional y retraso en el crecimiento intrauterino. Incluso antes la contaminación ya provoca anomalías reproductivas, apunta David Rojas, investigador del Centro del Investigación en Epidemiología (CREAL), de Cataluña. Todas estas secuelas están asociadas al dióxido de nitrógeno (NO2), un gas presente en el aire de las ciudades que procede en su mayor parte de la oxidación del monóxido de nitrógeno (NO) de los automóviles. Por medio de este gas enfermedades crónicas como la diabetes están vinculadas también a la contaminación: «A diferencia de las partículas más grandes, los gases pasan la barrera alveolo-sangre, y pueden viajar a cualquier órgano o sistema. Provocan un cambio en el estrés oxidativo en los islotes del páncreas, con lo que disminuye la síntesis y liberación de insulina. También en las células musculares, que deben absorber la glucosa, se altera la membrana, lo que provoca una disminución de la recaptación del azúcar, que se mantiene más tiempo en la sangre», apunta Rojas.
Los más afectados, los enfermos crónicos, los menores de 15 años y mayores de 65, coinciden los expertos. En la infancia la contaminación «se relaciona sobre todo con más patología respiratoria y asma, que a largo plazo puede traducirse en enfermedades respiratorias o cardiovasculares», señala el doctor Fernández Álvarez, coordinador del área de Medio Ambiente de la Sociedad Española de de Neumología y Cirugía Torácica (Separ). Los contaminantes inhalados provocan inflamación a distintos niveles y pueden constituir un riesgo cardiovascular, que es lo que provoca más muertes, precisa este experto.
Aunque la relación más directa se establece entre asma y niveles de contaminación, como explica Manuel Sánchez Solís, presidente de la Sociedad Española de Neumología Pediátrica (SENP): «Algunos contaminantes atmosféricos pueden desencadenar crisis en los pacientes asmáticos. Pero también es interesante saber que hay estudios epidemiológicos amplios que empiezan a sugerir que la contaminación tienen no solo relación con las crisis de asma, sino con el origen mismo de la patología. Los niños que viven en ambientes contaminados tienen más riesgo de padecer asma». El ozono, el dióxido de nitrógeno y el dióxido de azufre se empiezan a relacionar con el origen de esta patología, mientras que las partículas en suspensión tienen bastante más relación con las crisis agudas, precisa el doctor Sánchez Solís.

Más asma y alergias
El estudio Sapaldia, respaldado por el Fondo Nacional Suizo de Investigación Científica, en colaboración con el Centro de Investigación en Epidemiología Ambiental (CREAL) destaca que cuanto mayor es la contaminación por partículas en suspensión procedentes del tráfico en el lugar de residencia, más elevado es el riesgo de desarrollar asma. Aunque es la enfermedad crónica respiratoria más frecuente en niños, las conclusiones del estudio Sapaldia también son válidas para los adultos, ya que las partículas en suspensión emitidas por el tráfico se relacionan con la aparición de asma en adultos no fumadores.

El estudio se llevó a cabo en Suiza, entre los años 1991 y 2002, en el marco del estudio Sapaldia, del que se seleccionaron un total de 2.725 personas no fumadoras, con edades comprendidas entre los 16 y los 60 años. Durante este período, 41 personas de un total de 2.725 (1,5 % de todos los examinados) han desarrollado esta enfermedad sin ser fumadoras. Estos 41 casos de asma no se repartían de forma aleatoria por la geografía suiza, sino que aparecían con mayor frecuencia en zonas de tráfico intenso. Por el contrario, en los lugares donde la carga de tráfico rodado disminuía, también se reducía de forma paralela el riesgo de desarrollar asma. 

También las alergias se incrementan con el aire sucio, como advierte otro estudio, esta vez llevado a cabo en Alemania. El riesgo de un niño de desarrollar alergias se incrementa en un 50% a causa de la contaminación del tráfico. Además es mayor cuanto menor es la distancia entre el domicilio y las avenidas transitadas, según este estudio llevado a cabo en 2008 entre casi 6.000 niños de entre 4 y 6 años de edad por el German Research Center for Environmental Health de Alemania, publicado en la revista «American Journal of Respiratory and Critical Care Medicine». 

Los efectos en los más pequeños van más allá, como explica Sánchez Solís: «La función pulmonar está disminuida en los niños que viven en ambientes contaminados. No es una disminución muy notable ni se convierte en insuficiencia respiratoria, pero se pierde función pulmonar. Y puede convertirse en un factor de riesgo de Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC) en la vida adulta.
Tráfico cerca del colegio
«Estudios realizados en colegios que están cerca de autovías comparados con otros más alejados, reflejan que los niños de zonas más expuestas al tráfico tienen peor función pulmonar que los que están en colegios de áreas menos contaminadas», resalta el presidente de la SENP, que cree razonable proponer una reducción del tráfico rodado en las zonas próximas a los colegios. Una recomendación que contrasta con la persistente costumbre de acercar a los niños en coche hasta la misma puerta del centro escolar, evitando que caminen y aumentando los niveles de contaminación en el aire que respiran. Sin embargo, hay poca legislación al respecto, con la excepción de California, que prohíbe la construcción de nuevas escuelas a menos de 300 metros carreteras de tráfico intenso.

Otros estudios apuntan incluso a una merma de la capacidad intelectual, como el publicado en 2008 en «American Journal of Epidemiology», que sostenía que los niños que viven en barrios donde la contaminación es elevada tienen inferiores coeficientes intelectuales y obtienen peores puntuaciones en otros tests de inteligencia y memoria. Según los autores, de la Harvard School of Public Health (Estados Unidos), el efecto de la polución sobre la inteligencia es similar el que se observa en los hijos de mujeres que fuman al menos 10 cigarrillos diarios durante el embarazo o de los niños expuestos al plomo. Los investigadores examinaron a 202 niños del área de Boston, de 8 a 11 años de edad, y relacionaron varias mediciones de la función cognitiva con la exposición estimada a la contaminación emitida por vehículos a motor. Cuando mayor era la exposición a la contaminación producida por el tráfico peores fueron las puntuaciones de los niños en las pruebas de inteligencia.

Determinadas sustancias, como los hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP) derivados de la combustión del carbón o petróleo, tienen una estructura pegajosa que se adhiere al ADN y producen cambios epignéticos, «en tiempo real»: aumentan los grupos metilo del material genético y silencian genes. Esta variación en la expresión génica puede alterar la capacidad de crecimiento y aprendizaje.

Principal foco
El tráfico rodado es en la actualidad es el principal foco de contaminación ambiental. A ello ha contribuido la deslocalización de gran parte de las industrias contaminantes, trasladadas a países «más competitivos» ahora algo menos pobres y más contaminados y la alta concentración demográfica en las ciudades. De esta forma, nuestro medio habitual de locomoción resulta mortal no solo por los accidentes que provoca una conducción poco responsable, sino también por las emisiones contaminantes que produce. Algo que pasa más desapercibido a pesar de que en 2009 en el Estado español fallecieron de forma prematura a causa de la contaminación del aire, 2.714 personas, siete veces más que por accidentes de tráfico en el mismo periodo. Las muertes prematuras achacadas a contaminación se producen normalmente por un acortamiento de la esperanza de vida en meses o años.
Las partículas en suspensión presentes en la atmósfera pueden actuar también como un disparador inmediato de ataques cardiacos. La revista «The Lancet» de febrero de este año publicaba los resultados de un metanálisis llevado a cabo por investigadores de la universidad Hasselt, de Bélgica. Según los autores, la contaminación es un precipitante de los infartos de miocardio que se sitúa al mismo nivel que el ejercicio físico, los sucesos estresantes, el alcohol o el café. 

No solo son los malos humos que salen de los tubos de escape los que merman la salud. Hay otros emisores menos conocidos y, lo que es peor, aún no regulados, como explica Xavier Querol, investigador del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Barcelona. El desgaste de ruedas, frenos y pavimento contribuyen a ensuciar el aire urbano por la emisión de partículas en suspensión en una cantidad igual a los gases de los automóviles. Sin embargo, «las normativas actuales sobre emisión de coches solo afectan a las del tubo de escape, a pesar de que las generadas por el desgaste llevan una carga de metales importante. Actualmente hay estudios que demuestran que esos metales de frenos cobre y antimonio y ruedas zinc tienen también un impacto sobre la salud. Una ciudad como Madrid puede llegar a registrar una concentración de cobre de 90 microgramos por metro cúbico de aire, 20 unidades superior a la de Huelva, que cuenta con la principal fábrica de este metal», explica Querol.

MEJOR EN BICICLETA, PESE A TODO
Moverse en bici por la ciudad es una medida en alza que ayuda a combatir la contaminación, aunque no está exento de riesgos. La exposición a mayores niveles de contaminación y el riesgo de accidentes de tráfico son los más importantes. Sin embargo, estos se compensan con el beneficio que produce el hecho de pedalear. Según un estudio llevado a cabo por David Rojas, del CREAL, publicado en el «British Medical Journal»: «El beneficio obtenido al hacer actividad física supera 70 veces al riesgo de la contaminación y accidentes. Ir al trabajo en bicicleta es más saludable que estar sentado en el Montseny respirando aire puro», señala Rojas. El ciclista tiene un 23 % menos de riesgo de morir que el que va sentado en el coche. Y este en el interior del habitáculo se respira un aire más contaminado que fuera, según el estudio. Incluso en el autobús el nivel de contaminación es mayor. «Cuanto más cerca estés de la fuente de emisión, mayor es la concentración de contaminantes», aclara Rojas. A esto hay que añadir el sedentarismo y el estrés provocado por los atascos. Para calcular el riesgo, el estudio midió la concentración de PM2,5, que se han asociado con un incremento de la mortalidad por cualquier causa. En definitiva, asegura este experto, cualquier tipo de ejercicio en la ciudad es más saludable que el sedentarismo, a pesar de los niveles de contaminación.

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