domingo, 28 de noviembre de 2010

Arriba las manos, esto es un aeropuerto

INTERNACIONAL / ENTRE LA HUMILLACIÓN Y LA SEGURIDAD

Arriba las manos,esto es un aeropuerto

La amenaza es real. Y las medidas de precaución, necesarias. Pero en Estados Unidos, muchos pasajeros denuncian el exceso y el bochorno de los cacheos

Día 28/11/2010 - 10.52h
El 7 de noviembre Tom Sawyer, un profesor jubilado de 61 años, hacía cola en el aeropuerto de Detroit, en el estado de Michigan, para volar a Orlando, Florida. Ante su negativa a pasar por un escáner corporal (Sawyer sobrevivió a un cáncer de vejiga, y le asusta la radiación) le comunicaron que debería someterse a un cacheo manual «mejorado» de la Transport Security Administration (TSA), la agencia federal que vela por la seguridad aeroportuaria.
Un cacheo de una mujer musulmana en el aeropuerto de Minneapolis
Informado de que le van a cachear, el hombre se preocupa: superó el cáncer de vejiga pero va a todas partes con una bolsa de plástico (disimulada bajo la ropa) donde se deposita su orina. Cuando está llena la cambia por otra y ya está. Dadas las circunstancias ruega al agente de la TSA que le registre en privado, a lo cual el agente accede. También le ruega que sea delicado.
A esto no accede tanto. Este hombre mayor y de salud menguada recordará después la sensación de «atrapado» dentro de un cuartito sin ventanas, donde se sintió muy solo y muy poquita cosa, con su ropa interior por los suelos, sus ojos bajos para disimular la vergüenza. Pero lo peor estaba por llegar. El agente del TSA procede con tan poca maña que la bolsa de orina se rompe y derrama su contenido sobre las ropas de Sawyer. Este queda tan atónito que no atina ni a protestar. Sólo recuerda que se quedó allí abrumado, con los ojos llenos de lágrimas, mientras el hombre del gobierno ni siquiera se disculpaba por lo ocurrido. Ni lo mencionaba.
¿A lo mejor porque él tampoco supo qué decir, porque también es una persona y sintió vergüenza? En todo caso, nada que ver con el tormento de Sawyer. Sin ropa de recambio ni tiempo para conseguirla antes de que saliera su avión tuvo que embarcar en ese estado. Y atravesar así de norte a sur el mapa de Estados Unidos.
«Quítese la blusa»
Luego está Cathy Bossi, una azafata de Carolina del Norte también conminada a pasar por el escáner cuando se dirigía no a emprender un viaje sino a su trabajo de cada día. Inquieta a su vez por la radiación (ella también es superviviente de un cáncer, concretamente de mama) eligió el registro. Dos agentes femeninas del TSA la acompañaron al preceptivo cuartito y nada más empezar el cacheo se dieron cuenta de que algo raro pasaba con su pecho. Cathy Bossi se lo explicó: tras pasar por una mastectomía lleva una prótesis. Las agentes exigieron verla.
Cathy Bossi recuerda como extremadamente «bochornoso, humillante y degradante» el momento en que se abrió la blusa y se la mostró. Desde entonces se dedica a dar toda la publicidad a su caso. Un poco más reacio ante los medios se ha mostrado Tom Sawyer, aunque agradece haber recibido una llamada del jefe de la TSA, John Pistole, para pedirle perdón. Pistole incluso pidió a Sawyer que le ayude a formar mejor a los agentes encargados de los registros.
Son sólo dos anécdotas recientes de lo que significa volar en Estados Unidos. Hay otras. Blogueros que salen al encuentro de los escáneres videocámara del teléfono móvil en mano, y que luego bloguean consejos para quien quiera dejar constancia grabada de su aventura: no grabar las imágenes de los monitores, eludir grabar un agente de la TSA a la cara, hablar todo el rato para forzarles a contestar y a dar información, plantear preguntas concretas (del tipo, ¿qué me van a hacer exactamente?) antes que retóricas (¿se han leído ustedes la Constitución?).
En vísperas del puente de Acción de Gracias se disparó el activismo mediático y online contra los registros. Se habilitaron páginas web y seguimientos en Twitter para dar cuenta de los abusos, informar a los ciudadanos de sus derechos y animarles a ejercerlos, rechazando los escáneres corporales y exigiendo el registro manual.
Esta estrategia podía parecer un tanto contradictoria habida cuenta que hay más gente que se siente avasallada por los registros manuales (más del 50 por ciento) que la que se opone a los escáneres corporales (34). Con lo cual en realidad se estaba instando a la gente a elegir la forma de control más invasiva. Si la TSA «mejoró» los registros manuales esperando que así descendería la oposición a los escáneres corporales, le ha salido el tiro por la culata. Pero no es muy distinta la trayectoria de tiro de los que quizás esperaban que llamando al plante frente a los escáneres paralizarían los aeropuertos de América. Pocos se plantaron.
¿Un frente para el Tea Party?
No faltaron notas de color. En el aeropuerto de La Guardia se presentó Jason Rockwood, un bloguero de 33 años, en camiseta y calzoncillos. Dijo que era su manera de protestar y de solidarizarse con Sawyer. En otros aeropuertos hubo quien se dirigió a los controles sólo con calzoncillos y una chica se quedó en bikini. ¿Indignación legítima? ¿Histeria? No es imposible que mucho americano medio experimente un ultraje sincero. Pero también hay quien cree que se está sobrerreaccionando. ¿Un nuevo frente para el Tea Party?
La amenaza terrorista es real. Pero a eso los críticos de la TSA oponen otro argumento acerado: ¿se consigue con todas estas molestias mejorar la seguridad o sólo el «teatro de la seguridad»? Estados Unidos no sale muy bien parado de la comparación con otros países. Por ejemplo con Israel, que vive desde hace muchos años expuesta a la alarma terrorista continua y en cambio practica controles mucho más sutiles en sus aeropuertos. Con interrogatorios y registros personalizados y hasta con psicólogos patrullando entre la multitud.
Los defensores de la TSA aducen que las dimensiones de Estados Unidos no permiten aplicar con éxito modelos de seguridad de países mucho más reducidos, como Israel. Confiar toda la seguridad a la inteligencia es muy peligroso cuando la inteligencia no es lo bastante buena, como demostró el hecho de que en Navidad del 2009 un terrorista escasamente formado casi consiguiera aterrizar en Detroit con la entrepierna cargada de explosivos.

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