viernes, 31 de diciembre de 2010

Nueva carne, cuerpo sin órganos y escatología de la enfermedad

ALEPH ZERO 47. Enero - Marzo, 2008
LAS METÁFORAS CUERPO EN LA FILOSOFÍA DE JEAN-LUC NANCY; 
Nueva carne, cuerpo sin órganos y escatología de la enfermedad.


Dr. Adolfo Vásquez Rocca

Pontificia Universidad Católica de Valparaíso - Universidad Complutense de Madrid.

Resumen:

Se indaga el pensamiento de Jean-Luc Nancy en torno al cuerpo,  en particular su tesis de que no tenemos un cuerpo, sino que -más bien- lo somos, para luego del sujeto como exterioridad y exposición infinita, como cuerpo volcado hacia fuera.  Se propone una discusión en torno al estatuto ontológico y epistémico del cuerpo y las prácticas médicas asociadas a las experiencias traumáticas y límites del mismo, con particular atención al trasplante, donde se ausculta eldebate entre quienes pretenden ver en este una aventura metafísica y quienes lo conciben como una proeza técnica, donde no sólo conforman nuevas formas de subjetividad, sino también una 'nueva carne”. Así en las las fronteras entre lo natural y lo artificial surge la posibilidad  pensar en un cuerpo fragmentado, en un cuerpo cuyos órganos se hayan emancipado, en lo que Deleuze y Guattari llamaron un Cuerpo Sin Órganos.
Palabras Clave:
Cuerpo, organismo, filosofía, enfermedad, iatrofilosofía, órgano, trasplante, diferencia, escritura,  alteridad,  muerte.

1.- Corpus;  La Filosofía del cuerpo de Jean-Luc Nancy.
En su obra Corpus[1] publicado en Francia en 1992, Jean Luc Nancy[2] desarrolla su Filosofía del cuerpo.  Aquí ensaya eliminar toda distancia entre la escritura y el sujeto -que se inscribe en ella-, desarrollando para estos fines los necesarios neologismos propios de toda nueva ontología, en este caso una ontología del cuerpo.
“El cuerpo ya no es el obstáculo que separa al pensamiento de sí mismo”[3]. Esta afirmación de Deleuze reinstala al cuerpo en el dominio del pensamiento.  Su capacidad de metamorfosis y de vértigos nos fuerza a interrogar su régimen de signos y valores tanto en el terreno estético-artístico como en el médico-antropológico.  La Danza-Teatro[4] y el psicodrama analítico -como estrategias de puesta en escena del cuerpo-  pondrán en cuestión los automatismos psíquicos y sociales más comunes. Siendo de este modo las pulsiones del cuerpo, sus vibraciones, su anatomía como destino y su morfo-fisiología las condiciones de posibilidad de los gestos, los que nos imprimen y dotan no sólo de una posición ética, sino también –y fundamentalmente– estética en la constitución de nuestra subjetividad. El vigor, la elegancia, el heroísmo o el júbilo no sólo responden a un talante ético, sino que originariamente son imágenes estéticas que proveen los cuerpos. El cuerpo así pensado se afirma como comportamiento y gesto, como ethos y pathos.

El cuerpo es para Jean-Luc Nancy una certidumbre confundida, hecha astillas. El cuerpo es un producto tardío, una decantación de Occidente en la que aparece lo  desastroso como nuestra angustia puesta al desnudo.

En   las   representaciones   del   cuerpo   del   siglo  XX   es particularmente interesante la visión siniestra de lo orgánico que transmiten algunos autores en sus obras. Sin duda fueron de gran influencia en este sentido George Bataille, Artaud, Hans Bellmer  y  sus  inquietantes muñecas[5], junto a manifestaciones  más recientes como los sacrificios animales de Wols, o  las automutilaciones de Günter  Brus, etc.  Estas  representaciones extremas de la corporalidad quieren contradecir el arquetipo generado por los medios de comunicación del ideal excluyente del cuerpo sano y joven, el cuerpo narcisista, y reivindicar esa parte maldita sometida a la temporalidad, al dolor, y en último extremo a la muerte.

En nuestra cultura se privilegia el sentido de la vista, mientras que la aproximación olfativa, táctil y acústica -los olores, las texturas y los sonidos- están totalmente proscritos. Lo que ha ocurrido es  que  la  sociedad  occidental  ha  privilegiado  la distancia física y la mirada por encima de cualquier otro sentido, hasta tal  punto  que  nuestras  experiencias  corporales están reducidas, en la mayoría de los casos al sentido de la vista[6].

En la negación de los otros sentidos parece latir el deseo de olvidar el cuerpo como algo perecedero y precario, que sólo aparece  en  momentos  límite  de  dolor,  placer,   sexualidad, fatiga, heridas, como las performances de Beuys, etc. Desde que Rodin iniciara un modo de representación "tortuosa" del cuerpo con su obra “El hombre de la nariz rota” de 1864 donde por primera vez desaparece la experiencia de la representación del cuerpo como unidad, la complejización de la representación del cuerpo no ha hecho más que acentuarse. A partir de esta obra comienzan a aparecer  representaciones parciales, órganos separados, sobre todo sexuales, que posteriormente Deleuze y Guattari  llamarán  máquinas  deseantes[7].  Este  proceso   de descomposición y fragmentación del cuerpo se hará más radical en autores como Nauman, Sherman y Gober que en los años 80 y 90 se verán afectados por la realidad del SIDA que incidirá en la idea del cuerpo precario, fragmentario, sometido a la temporalidad[8] y la decrepitud.

En su obra Nancy recorre precisamente este cuerpo, en su morfología y organización,  esto es, como una suma, como uncorpus. Ahora bien, esta descripción del conjunto de manifestaciones del cuerpo se sustrae de las imágenes y el discurso del organismo desde los cuales ha sido explicado siempre –constituyéndose así en un contra-discurso, esto es, en una crítica literaria-epistemológica. Este modo de hacer hablar al cuerpo lo sustrae del horizonte bio–teleológico del organismo para entregarlo al horizonte del acontecimiento, lo cual implica dejar de pensar en un cuerpo organizado sobre la base de una finalidad separada de sí mismo, ya sea que le trascienda o le anteceda.  Ya no se podrá hablar de  finalidades en función de un cuerpo post–orgánico o in–orgánico que se encuentra direccionado a un fin trascendente, sino que lo que acontece, sucede como evento determinado en sí mismo. El cuerpo es un objeto dado a un pensamiento finito. De allí la afirmación fundamental de  Nancy: “no tenemos un cuerpo, sino que somos un cuerpo”[9].

La eclosión de las nuevas tecnologías no sólo está conformando nuevas formas de subjetividad, sino también, y esto es lo más provocador, una 'nueva carne'. El cuerpo ha dejado de ser algo natural. Proliferan los implantes y los injertos en una rediseño paroxista del cuerpo humano, sometido ya no sólo a la auscultación, sino a su hibridación, fragmentación e incluso a su vaciamiento.

El cuerpo ha dejado de ser natural, ingiere alimentos elaborados agrotecnológicamente; se somete a trasplantes,  recibe prótesis diseñadas para servirle de extensión.

La morfología y la anatomía se encuentran en la mesa de disección de la biotectología, que trabaja a partir de la fatiga del material humano, de la deriva identitaria de los cuerpos. El hombre que ha dejado de ser humano, para adentrarse en una condición pos-humana, el trasplantado, el cyborg, el androide -con referencias a la cópula animal-máquina. O tal vez se trate de máquinas célibes. De injertos, prótesis e implantes en las fronteras entre lo natural y lo artificial.

Operando desde las imágenes la desestabilización del cuerpo como un híbrido difícil de precisar, estas operaciones teóricas -por momentos turbadoras- develan al sujeto contemporáneo en su radical alteridad, en el límite de no ser ya él mismo, de estar ya desposeído de sí, sin intimidad posible, totalmente expuesto en la sociedad del espectáculo, volcado hacia las formas de la exterioridad.

La reflexión sobre el cuerpo es así una clave hermenéutica para leer el momento posthumano[10].  El tema del cuerpo nos conduce a  posiciones filosóficas, artísticas[11], científicas y tecnológicas encontradas, donde intentan prevalecer intereses económicos asociados a la nueva industria de la ingeniería genética y las prácticas biotecnológicas a ella asociadas. El uso y abuso de la imagen del cuerpo en la publicidad, el arte, la prensa  y el cine de anticipación aumenta nuestro desasosiego ante un cuerpo humano que sabemos en constante reestructuración  y  re-diseño, escindido ente  lo natural y lo artificial.

El cuerpo pierde así sus dimensiones, su capacidad representativa para acoplarse indiferenciadamente con nuevas máquinas y nuevas sustancias (psicotrópicas)  transformándose en un híbrido biológico-químico. Dando paso a la posibilidad de pensar en un cuerpo fragmentado, en un cuerpo cuyos órganos se hayan emancipado, en lo que Deleuze y Guattari llamaron unCuerpo Sin Órganos[12].

Para Deleuze y Guattari no es posible acceder al cuerpo sin Órganos, él es un límite. Sin embargo él ya se avizora -ya nos asomamos- y -de algún modo- ya estamos en él.
El cuerpo sin Órganos está en marcha: los órganos destruidos en el cuerpo hipocondríaco; los órganos atacados por influjos, pero también reconstituidos por energías exteriores en el cuerpo paranoico; la lucha interior activa librada contra los órganos, y que acaba en la catatonia, en el cuerpo esquizofrénico; podemos así  visualizarlo proyectivamente arrastrándose todavía amorfo, “tanteando como un ciego o corriendo como un loco, viajero del desierto y nómada de la estepa. En él dormimos, velamos, combatimos, vencemos y somos vencidos, buscamos nuestro sitio, conocemos nuestras  dichas más inauditas y nuestras más fabulosas caídas, penetramos y somos penetrados, amamos”[13].

El cuerpo sin órganos es así un conjunto de prácticas para lograr desprenderse del cuerpo. El  cuerpo sin órganos sólo puede estar poblado por intensidades de dolor.  Sólo las intensidades pasan y circulan[14].

La verdad del sujeto es su exterioridad y su excesividad: su exposición infinita, el cuerpo volcado hacia fuera. De esto se desprende una iatrofilosofía: No hay enfermedades o, si se quiere, no tenemos enfermedades, lo que hay son enfermos. “Soy la enfermedad y la medicina, soy la célula cancerosa y el órgano trasplantado, soy los agentes inmunodepresores y sus paliativos, soy los ganchos de hilo de acero que me sostienen el esternón y soy ese sitio de inyección cosido permanentemente bajo la clavícula, así como ya era, por otra parte, esos clavos en la cadera y esa placa en la ingle”[15].

Aquí se puede advertir que esta idea gravita alrededor del discurso de Derrida sobre la Diferencia: la diferencia entre el pensamiento y el cuerpo, entre  forma y contenido. Aquí Corpus expone un concepto de cuerpo que se contrapone a la concepción platónica del cuerpo como cárcel o receptáculo del alma.  La idea e imagen de un contenedor da paso a una metáfora de la deconstrucción orgánica -en este caso del texto, a través de la cual Nancy no quiere escribir del  sobre el cuerpo, sino quiere escribir e inscribir el cuerpo. Escribir el cuerpo significa hacer inscripciones sobre él, tocarlo y esculpirlo con el pensamiento, desarrollar una somato-grafía, para hacer que el cuerpo mismo sea leído.  “Hay, en conclusión, casi una promesa de callar. Y no tanto de callar a propósito del cuerpo, sino más bien de callar al cuerpo, sustrayéndolo materialmente a las improntas significantes, aquí, directamente, en la pagina escrita y leída”[16]. Es una tentativa de comunicar el cuerpo sin significarlo, de plasmar el texto siguiendo las formas de la carne. La escritura apropiada del cuerpo se posiciona sobre el límite que separa el pensamiento desde el cuerpo, del cual el lenguaje toca su indecible alteridad. Más que en la escritura, en su límite: “La escritura tiene su lugar en el limite (…). A la escritura le corresponde sólo tocar al cuerpo con lo incorpóreo del sentido y de convertir, entonces, lo incorpóreo en tocante y el sentido en un toque (…). La escritura llega a los cuerpos según el límite absoluto que separa el sentido de ella, de la piel y los nervios de ellos. Nada pasa, y es exactamente allí que se toca”[17].

La escritura apropiada del cuerpo se posiciona sobre el límite que separa el pensamiento desde el cuerpo, del cual el lenguaje toca su indecible alteridad. Más que en la escritura, en su límite, en su punto extremo, en la extremidad de la escritura[18]. “La escritura tiene su lugar en el limite (...). A la escritura le corresponde sólo tocar al cuerpo con lo incorpóreo del sentido y de convertir, entonces, lo incorpóreo en tocante y el sentido en un toque (...). La escritura llega a los cuerpos según el límite absoluto que separa el sentido de ella, de la piel y los nervios de ellos. Nada pasa, y es exactamente allí que se toca”[19].

El cuerpo es un límite porque este es aquella zona neutra en la cual lo conocido desemboca en lo otro respecto de sí. La línea de separación es el único lugar desde el cual el lenguaje toca lo indescriptible, y desde el cual el pensamiento puede, en una intuición fugaz, tocar el cuerpo, dejándolo en lo que es, pura alteridad.

Ahora bien, desde otra perspectiva puede -además- señalarse siguiendo a Nancy que el ser de los sentidos, esto es, del cuerpo volcado hacia fuera, no sería otro que el de la noción misma [en sentido puro] de “sentido” en tanto dirección sexual del cuerpo hacia el otro inalcanzable. De ahí que el sentido no pueda quedar jamás concluido o clausurado sobre sí mismo y que la pregunta por el sentido, de la vida o de cualquier ente o ser se inscriba en la dura corporalidad y en la relación sin relación de la diferencia sexual o de la preposición “con” que separa a los que se tocan. La pregunta filosófica por el sentido sería un gesto de aproximación hacia la distancia intransitable, excesiva que evidencia la misma separación que trata de cruzar y homenajear la caricia de otro cuerpo. Por eso escribe quizá Nancy en El olvido de la filosofía[20]: “Nosotros somos el sentido”. Explicando allí cómo el reino del significar, con su consustancial síntesis de lo inteligible y lo sensible funcionando en toda la historia de Occidente, ha llegado a su agotamiento; hoy el sentido salta sobre la clausura del significar y sitúa al pensamiento en el límite de un sentido sin significado. En Corpus la experiencia del sentido y de la libertad se escribe con el cuerpo o, más bien habría que decir, el cuerpo es la libertad desencadenándose, escribiéndose en tanto se entrega a lo que disemina desde fuera su identidad. El “proyecto” de una búsqueda de un nuevo pensamiento de la libertad[21], que respetara la libertad hasta el punto de sustraer su pensamiento o su acción a toda idea, puesto que la idea es el modelo de la identidad inmutable, se reactiva quizá de un modo novedoso en esta filosofía del cuerpo y del ser como comunicación.

La idea de cuerpo que surge es esa de lugar de abertura del ser, lugar de existencia. El lugar es un espacio abierto, indefinido, a–céfalo y a–fálico, a– estructural, que recibe la propia estructura por el pensamiento que cada vez lo piensa. La característica de un cuerpo es el de ser una exterioridad no pensable en sí misma, ni pensante, una alteridad que pesa fuera del pensamiento y que lo fuerza a calibrar alrededor de sí misma el propio movimiento, porque más allá de él no hay nada. Así como la piel que nos recubre es el umbral en el cual sucede nuestra exposición al exterior, sobre el cual se conectan y se cruzan las diferentes “estesias”, por medio de las cuales nos tocamos y entramos en contacto. El cuerpo es el ser aquí y ahora, es la exposición de la existencia, la superficie. Cada zona del cuerpo tiene en sí misma el valor de lugar de exposición del ser, sin algún telosextrínseco. El cuerpo es la exposición finita de la existencia que en eso se vuelve evidencia. Si para Descartes la verdad del pensamiento es la única clara y distinta, para Nancy la única verdad es la evidencia sensible aquí y ahora de este cuerpo, de esta materia, sin jerarquías, en cada uno de sus lugares.

El conocimiento del, y por medio del, cuerpo nunca es total y absoluto, sino modal y fragmentado, y la forma del discurso que mejor lleva tal saber es la de un Corpus, justamente, una cartografía, una elenco de las zonas del cuerpo que ofrece un conjunto de acercamientos ecuos, mostrando todo lo que puede ser para nuestra exploración sin programa ni prejuicio. Lo que importa en Corpus no es el todo orgánico, sino las partes constitutivas y sus posibles, en cuanto múltiples, relaciones. Fragmentación, suspensión e interrupción, devienen en importantes características de dicho texto, porque cada parte tiene el mismo valor, y es un lugar de venida a la presencia del cuerpo, y por consecuencia del ser.


2.- Metáforas y escatología de la enfermedad; Autotrasplante.


Nada tiene que ver el dolor con el dolor
nada tiene que ver la desesperación con la desesperación
Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas
No hay nombres en la zona muda
Allí, según una imagen de uso, viciada espera la muerte a sus nuevos amantes
acicalada hasta la repugnancia, y los médicos
son sus peluqueros, sus manicuros, sus usurarios,
la mezquinan, la dosifican, la domestican, la encarecen
porque esa bestia tufosa es una tremenda devoradora
Nada tiene que ver la muerte con esta imagen de la que me retracto
todas nuestras maneras de referirnos a las cosas están viciadas
y éste no es más que otro modo de viciarlas.[22]

Enrique Lihn,  Diario de Muerte


- Muchas de las pestes y enfermedades que diezmaban a grandes porciones de la población mundial han sido controladas, otras tantas comienzan a surgir. Al mutar nuestro entorno, al modificarse nuestros modos de vida y -como resultado- nuestros propios cuerpos, nos enfrentamos a nuevos e inesperados males, los que se ciernen sigilosos desde la zona muda. 

No es absurdo suponer que el exterminio del hombre comienza con el exterminio de sus gérmenes[23]. Tal como es, con sus humores, sus pasiones, su sexo, sus fluidos y secreciones, el propio hombre no es más que un sucio y pequeño germen, un virus irracional y aleatorio que altera y pone a su mundo en estado de alerta permanente. La posibilidad de la avería, la latente potencia viral, epidémica y virulenta generan nuestras prótesis protectoras, nuestras fantasías genéticas como sistemas de defensa inmunológicos.

La muerte, tal como la describe  Jean- Luc Nancy, es la devoradora que asoma su peor faz en esa bestia tufosa que llamamoscáncer: un linfoma del que nunca habíamos notado más que su eventualidad, señalada en el prospecto de la ciclosporina[24]. Un intruso cuya irrupción obedece a alguna baja inmunitaria o la locura expansiva de alguna célula. El cáncer es el rostro estragado del intruso. Extraño a nosotros mismos en el nos  enajenamos y esto con independencia a la naturaleza exógena o endógena de los fenómenos cancerosos. La imaginación resulta inútil para todas las posibilidades que alberga este trance, todas nuestras maneras de referirnos a él están viciadas.

El tratamiento exige una intrusión violenta. Incorpora invasivas quimio y radioterapias. Al mismo tiempo que el linfoma roe el cuerpo y lo agota, los tratamientos lo atacan y lo debilitan. Aun la morfina, que calma los dolores, provoca otro sufrimiento: el embrutecimiento y el extravío.

El tratamiento más elaborado se denomina “autotrasplante” (o “trasplante de células madre”): después de haber vuelto a activar la producción linfocitaria por medio de “factores de crecimiento”, durante cinco días seguidos extrae glóbulos blancos (se hace circular toda la sangre fuera del cuerpo y los extraen mientras esta circula). Los congelan. Luego el paciente es puesto en una cámara estéril durante tres semanas donde le aplican una fuerte quimioterapia, que deprime la producción de la médula antes de reactivarla mediante el reimplante de las células madre congeladas (sobrevuela un extraño olor a ajo durante este procedimiento...). La baja inmunitaria llega a niveles extremos y genera fuertes fiebres, micosis, trastornos en serie, antes de que la producción de linfocitos se recupere[25].  Aquí, en El intruso este raro ensayo de extracción netamente autobiográfica, Jean-Luc Nancy cuenta y analiza su propio trasplante de corazón. Más allá de las previsibles preguntas sobre la técnica y su relación con el hombre, Nancy no sólo se permite el uso robusto de la primera persona, sino que no evita formas cursis. “Un corazón que late a medias es sólo a medias mi corazón”, escribe en un momento.

Se sale desorientado de la aventura. Uno ya no se reconoce: pero “reconocer” no tiene ahora sentido. Uno no tarda en ser una mera fluctuación, una suspensión de ajenidad entre estados mal identificados, dolores, impotencias, desfallecimientos. La relación consigo mismo se convierte en un problema, una dificultad o una opacidad: se da a través del mal o del miedo, ya no hay nada inmediato, y las mediaciones cansan.

La identidad vacía de un “yo” ya no puede reposar en su simple adecuación de identidad, cuando se enuncia: “yo sufro” se implican dos yoes extraños uno al otro (pero que sin embargo se tocan). En este “yo sufro” escindido, un yo rechaza al otro[26].

Yo termino/termina por no ser más que un hilo tenue, de dolor en dolor y de ajenidad en ajenidad. Se llega a cierta continuidad en las intrusiones, un régimen permanente de la intrusión: a la ingesta más que cotidiana de medicamentos y a los controles en el hospital se agregan las consecuencias dentales de la radioterapia, así como la pérdida de saliva, el control de los alimentos y el de los contactos contagiosos, el debilitamiento de los músculos y de los riñones, la disminución de la memoria y de la fuerza para trabajar, la lectura de los análisis, las reincidencias insidiosas de la mucositis, la candidiasis o la polineuritis, y esa sensación general de no ser ya disociable de una red de medidas, de observaciones, de conexiones químicas, institucionales, simbólicas, que no se dejan ignorar como las que constituyen la trama de la vida corriente y, por el contrario, mantienen incesante y expresamente advertida a la vida de su presencia y su vigilancia. Soy ahora indisociable de una disociación polimorfa.

Aquí también cabe preguntarse ¿Qué es lo que acontece en la vivencia disociada del  trasplantando?  Todos los signos pueden oscilar, todos los puntos de referencia invertirse, sin reflexión e incluso sin identificación de ningún acto ni de permutación alguna.

¿Yo (quién), “yo”?; esta es precisamente la pregunta, la vieja pregunta: ¿cuál es ese sujeto de la enunciación, siempre ajeno al sujeto de su enunciado, respecto del cual es forzosamente el intruso, y sin embargo, nuestra fuerza, de ese otro “yo” hemos recibido el corazón, el corazón de otro.

Hace menos de cuarenta años atrás no se hacían trasplantes, y sobre todo, no se recurría a la ciclosporina, que protege contra el rechazo del órgano trasplantado. Dentro de veinte años seguramente se practicarán otros trasplantes, con otros medios. Se produce un cruce entre una contingencia personal y una contingencia en la historia de las técnicas. Antes, ya habríamos muerto; más adelante seríamos, por el contrario, unos sobrevivientes. Pero siempre ese «yo» se encuentra estrechamente aprisionado en un nicho de posibilidades técnicas. Por eso es vano el debate entre quienes pretenden que sea una aventura metafísica y quienes lo conciben como una proeza técnica: se trata por cierto de ambas, una dentro de otra.

Ahora bien, la posibilidad del rechazo nos instala en una doble ajenidad: por una parte, la del corazón trasplantado, que el organismo identifica y ataca en cuanto ajeno; por otra, la del estado en que la medicina instala al trasplantado para protegerlo. Deduce su inmunidad para que soporte al extranjero. Lo convierte, entonces, en extranjero para sí mismo, para esta identidad inmunitaria que es un poco su firma fisiológica.

Dr. Adolfo Vásquez Rocca.

Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía IV, Teoría del Conocimiento y Pensamiento Contemporáneo. Áreas de Especialización: Antropología y Estética. Profesor de Postgrado del Instituto de Filosofía de la PUCV, del Magíster en Etnopsicología, Escuela de Psicología PUCV, Profesor de Antropología y de Estética en el Departamento de Artes y Humanidades de la UNAB. Profesor asociado al Grupo Theoria, Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado. Director de la Revista Observaciones Filosóficas http://www.observacionesfilosoficas.net/. Secretario de Ejecutivo dePHILOSOPHICA, Revista del Instituto de Filosofía de la PUCV http://www.philosophica.ucv.cl/editorial.htm, Editor Asociado dePsikeba —Revista de Psicoanálisis y Estudios Culturales, Buenos Aires— http://www.psikeba.com.ar/, miembro del Consejo Editorial deEscaner Cultural —Revista de arte contemporáneo y nuevas tendencias— http://www.escaner.cl/ y Director del Consejo Consultivo Internacional de Konvergencias, Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo.

Bibliografía:
-    NANCY, Jean Luc ,  Corpus,  Ed. A.M. Métaillié, París, 1992.
1.      NANCY, Jean Luc; Corpus. Ed. Cronopio, Napoli, 1995 y 2001
2.      NANCY, Jean Luc; Corpus. Ed. Arena Libros, Madrid, 2003
3.      NANCY, Jean Luc ,  Corpus,  Ed. A.M. Métaillié, París, 1992.
4.      NANCY, Jean- Luc, El Intruso, Éditions Galilée,  París,  2000  Traducción:  Margarita Martínez, Buenos Aires, Amorrortu, 2006,  Colección Nómadas.
-         NANCY, Jean Luc; Loubli de la philosophie, 1986 (El olvido de la filosofía, Arena Libros, Madrid, 2003).
-         NANCY, Jean Luc; L’intruso. Ed. Cronopio, Napoli,2000
-         NANCY, Jean Luc; Lexperience de la liberté, 1988 (La experiencia de la libertad, Paidós, Barcelona, 1996)
-         NANCY, Jean Luc; Une pensée finie, 1990 (Un pensamiento finito, Anthropos, Barcelona, 2002).
-         NANCY, Jean Luc; L»il y a » du rapport sexuel, 2001 (El “hay de la relación sexual”, Síntesis, Madrid, 2003)
-         NANCY, Jean Luc, Un pensamiento finito, trad. J. C. Moreno Romo, Barcelona, Anthropos, 2002.
-         NANCY, Jean Luc; La création du monde- ou la mondialisation, 2002 (La creación del mundo o la mundialización, Paidós, Barcelona, 2003).

De la Antropología médica a la Iatrofilosofía; El estatuto ontológico de la enfermedad

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Dr. Adolfo Vásquez Rocca -  PUCV - Universidad Andrés Bello 
Las investigaciones aquí desarrolladas1  buscan una aproximación interdisciplinaria al fenómeno de la salud y la enfermedad, así como a la naturaleza de la práctica médica en la postmodernidad. La filosofía de la medicina se inspira fundamentalmente en la actual filosofía de la ciencia, que ha abandonado la idea de una realidad objetiva o de un orden natural inmutable, reemplazándola por la representación de nuestro conocimiento, adquiriendo así uno de sus rasgos fundamentales, el carácter holístico e interpretativo.
El "giro hermenéutico" o método interpretativo de la clínica ha llegando a la medicina, al punto que la naturaleza "textual" del diagnóstico, o mejor 'contextual', por su semejanza con el movimiento postmoderno de crítica literaria puede ser llamado deconstruccionista, dado que se basa en la ruptura del lazo entre significante y significado, privilegiando el contexto.
La medicina, como se ve al atender a estos presupuestos, se encuentra hoy en una crisis de identidad respecto de su objeto, método y fin, que se expresa en un conflicto de paradigmas o modelos de racionalidad médica. La salud como la enfermedad son dos conceptos que están siendo continuamente reconstruidos a partir de negociaciones y reconfiguraciones socioculturales, siendo la construcción de un discurso que informe a la práctica clínica un lugar crucial en la determinación valórica del estatuto médico. Hay que reflexionar pues sobre los orígenes y modo de constitución del discurso médico, la forma en que su hablar dibuja la realidad, la reifica, y le otorga un basamento epistemológico a partir del cual realizar preguntas tan cruciales, de compromisos valóricos tan sustantivos, como si lo que hay son enfermos o enfermedades, es decir, cuál es el estatuto ontológico de la enfermedad o de su contraparte, la salud, qué tipo de realidad son.
Precisamente, en la constante re-creación de sus objetos, práctica que surge en una comunidad de problemas, en un espacio de representación colectiva en el cual se da la ciencia, en este caso particular, la ciencia médica como actividad humana. Las comunidades científicas son comunidades de problemas y, sobre todo, de retóricas. Una médico, un biólogo o un químico, reconoce a otro como par competente por su modo de concebir y desarrollar enunciados verosímiles sobre algún interés investigativo común. De modo que lo que caracteriza a las disciplinas, cuando se consolidan como tal disciplina, esto es, cuanto revisten un estatuto propio, es un lenguaje propio, y con esto no se apunta a los tecnicismos sino al modo propio de racionalidad que es puesto en juego en tales quehaceres, de modo tal que es una determinada retórica, una particular forma de hablar y de referirse a objetos, creándolos con el habla, el que funda a a medicina como cuerpo autónomo de conocimientos, vale decir como ciencia de primer orden. Las disciplinas, pues, en tanto discursos, están, literalmente, constituidas por él. es menester estudiar el discurso científico en tanto que discurso, hay que reflexionar sobre sus orígenes y modo de constitución, hay que aceptar que no es sólo un producto sino una fuerza productiva. La realidad es una narrativa exitosa. Es aquello que se hace hablando en una comunidad de reconstrucciones de objetos que sólo existen en tanto se habla de ellos de una determinada manera, en un hospital por ejemplo.
La perspectiva médica, como se ha adelantado, con su carácter holístico e integrador intenta salvar de la dispersión a esta particular disciplina que es la Antropología y que, precisamente, por la contingencia y contemporaneidad de sus problemas amenaza con escindirse en medio del paroxismo de la especialización científica. Las distintas “Antropologías”; la Física, la Cultural, la Filosófica, la Forense, encuentran un núcleo en la esperanzadora perspectiva que ofrece la Antropología Médica, la que –con su enfoque integrador– tiene como objeto de estudio al ser humano en cuanto “capaz de enfermar y en cuanto susceptible de ser ayudado en la curación”, así como una lúcida conciencia de que estos límites de la existencia humana contienen y condicionan cualquiera otra dimensión de la vida. Por ello la Antropología médica no se ocupará sólo del desarrollo tecno-científico – de los trasplantes y prótesis, de los nano-implantes, de las intervenciones laparoscópicas, de los psico-fármacos, de la inmuno-genética, etc. sino que también de los innumerables y sutiles matices que comportan la salud, la enfermedad, la curación, y la muerte, conformando nuevas formas de subjetividad e incluso una 'nueva carne'. Y aunque pese a todo la tecnociencia continúa siendo el modelo dominante, comienzan a valorarse las posibilidades del modelo humanista con la introducción del sujeto en medicina, el sujeto patológico, clínico y terapéutico, según el orden histórico y acaso sistemático de dicha introducción
La Antropología se constituye a partir de una multiplicidad de miradas sobre el hombre –normal o patológicamente considerado– con particular atención a la Anatomía, la Fisiología y la Biología, para así una vez conocida la estructura y funcionamiento del hombre en su dimensión física, dar lugar a investigaciones que interroguen por las múltiples causas de la enfermedad, su etiología, patología, diagnóstico, pronóstico, tratamiento y profilaxis. Lenguaje, mirada y gesto se han transformado. La naturaleza de lo que se entiende por “enfermedad” ha sufrido una modificación radical.
El lenguaje de la medicina moderna ya era inconmensurable respecto a estos cambios: hablaba de síntomas, buscaba causas en forma de agentes infecciosos que irritan los tejidos. Su mirada apuntaba al diagnóstico, al pronóstico y la determinación de la intervención más eficaz. Esta mirada supuestamente objetiva se prologaba en artificios técnicos y procedimentales que permitía penetrar los cuerpos (como el estetoscopio y la práctica de la autopsia, base de la anatomía patológica). Pues el cuerpo objetivado es opaco: la fenomenología de los síntomas no permite tener la certeza de la causa verdadera. Para ello es preciso analizar, operar, abrir2. El lugar apropiado de la captación objetiva y operatoria de las enfermedades y del tratamiento de las enfermedades se desplaza al hospital. Con el cambio epistemológico, todo cambia, incluso el status institucional de la medicina, que se convierte en profesión liberal protegida y organizada en un cuerpo colegiado.
Hoy la medicina parece tomar nuevos rumbos, el desarrollo de los procedimientos quirúrgico no invasivos, la micro-auscultación informática, evidencia este cambio de paradigma.
El espacio de investigación que esta disciplina -la Antropología médica- intenta abordar comprende tanto las dimensiones objetivas como subjetivas del hecho médico, así como las cuestiones fundamentales en torno al estatuto ontológico de la enfermedad. Se busca desde una visión humanística y científica hacer una lectura de los contenidos simbólicos del continuum salud-enfermedad estructurados y fundamentados en la relación de los “agentes patógenos” y la estructura social. Así a través de un enfoque tanto holístico como interpretativo o hermenéutico se valoran las posibilidades del modelo humanista con la introducción del sujeto en medicina; el sujeto patológico, clínico y terapéutico, dando lugar a un importante giro filosófico de la medicina. Frente al carácter normativo de la bioética, la iatrofilosofía o filosofía de la medicina asume otro rol, más bien epistemológico y metafísico, haciéndose hoy necesaria la delimitación de ambos campos, el filosófico y el bioético.
La antropología médica no sólo aportará conocimientos para reinscribir estos saberes en los sistemas de organización cognoscitiva del currículo médico, sino que intentará proveer un conocimiento principial –en torno a la irrevocable función social que la medicina comporta– para el desarrollo de planes de acción en salud pública.
De este modo, caben también dentro de estas consideraciones los aspectos sociales, económicos y culturales que inciden en la aparición de las enfermedades y las condiciones que hacen posible la salud. Hombre-Enfermedad - Historia y Cultura serán los ejes de un preguntar sistemático. Se interrogará cómo la cultura puede estar relacionada con la morbilidad, natalidad y mortalidad. Dentro de estos amplios contextos se dará curso a estudios etno-terapéuticos como bioéticos. La cultura médica no puede descuidar el contexto funcional al que se integra en sus manifestaciones físicas y psíquicas. De este modo entretejeremos las redes de lo humano, con todo lo de trascendente y precario que tal condición supone, ”un embutido de ángel y bestia”.

1En la cátedra de Antropología Médica 2006 de la Universidad Andrés Bello. UNAB.
2En la historia de la recristalización del arte médica en forma de ciencia, Foucault, insiste mucho en el vínculo entre la objetividad requerida y la muerte. Únicamente la autopsia de cadáveres permite decir y ver las verdaderas causas. En esta comprobación funda la tesis según la cual el saber moderno y el tipo de verdad buscado rompen con la vida. Al cambiar de episteme, se habrá pasado de un “saber de la muerte”. Querer conocer la vida en sentido moderno sería lo contrario de un saber (o un arte de) vivir.